La ortodoxia de la iglesia PDF cap.3 Watchman Nee Audiolibro Book

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LA IGLESIA DE ESMIRNA

CAPÍTULO TRES

LA IGLESIA EN ESMIRNA

Lectura bíblica: Ap. 2:8-11

Ahora procederemos a considerar la segunda iglesia, la iglesia en Esmirna. ¡Que Dios abra nuestros ojos y nos permita ver más de esta iglesia, sin pasar nada por alto! La historia de la iglesia nos dice que las iglesias que existieron durante la era apostólica y durante la era inmediatamente posterior a ella, fueron perseguidas en gran manera. El sufrimiento es una característica distintiva de la iglesia; por tanto, el nombre de esta iglesia es Esmirna. La palabra “Esmirna” procede de la palabra mirra; por ende, significa sufrimiento y representa a la iglesia que padeció intensa persecución.

Esta epístola revela que el nombre del Señor Jesús es especial y que la recompensa que los vencedores recibirán también es muy especial. Aquí, el Señor Jesús se refiere a Sí mismo como: “El Primero y el Ultimo, el que estuvo muerto y revivió” (Ap. 2:8). Refiriéndose a aquel que venza, el Señor dice: “El que venza, no sufrirá ningún daño de la segunda muerte” (v. 11), lo cual demuestra que la vida prevalece sobre la muerte. Muchos saben solamente lo que es estar “vivos”, pero desconocen lo que es vivir “por los siglos de los siglos” (1:18) y qué significa decir que alguien “revivió” (2:8). ¡Estos son asuntos maravillosos! El día de Pentecostés, el apóstol, dirigiéndose a la multitud, les habló de Aquel “al cual Dios levantó, sueltos los dolores de la muerte, por cuanto era imposible que fuese retenido por ella” (Hch. 2:24). ¡La muerte no pudo retenerlo! Una vez que mueren aquellos que están vivos, les es imposible volver a vivir; pero la muerte no puede retener al Señor Jesús, pues carece de la fuerza necesaria para ello. ¡En esto consiste la resurrección! La vida de Jesús prevalece sobre la muerte; por tanto, en la Biblia, el principio de la resurrección es un principio muy importante y valioso. La expresión: “El que estuvo muerto y revivió”, es clara evidencia de que la vida divina prevalece sobre la muerte. Así pues, a los ojos de Dios, la iglesia es una entidad capaz de prevalecer sobre la muerte. Pese a que las puertas del Hades se abren amenazantes contra la iglesia, no pueden prevalecer contra ella ni pueden retenerla; por ende, la naturaleza misma de la iglesia es la resurrección. Si la iglesia carece del poder necesario para prevalecer sobre los sufrimientos, ella se habrá vuelto inútil. Muchos se dan por vencidos cuando descubren que ciertas cosas no son como ellos deseaban; para ellos, es como enfrentarse a la muerte. Pero la resurrección no teme a la muerte; los sufrimientos sólo prueban que uno ciertamente puede prevalecer sobre la muerte. Quizás ustedes piensen que cierta persona ha llegado a su fin después de haber sufrido alguna adversidad; pero lejos de ser así, ella pasa por tal situación sin ser detenido por la misma. Aquello que pasa por la muerte y, después, aún subsiste, es la resurrección.

Incluso nosotros, en nuestra vida diaria, muchas veces tenemos tales experiencias. Cuando enfrentamos pruebas y tentaciones, quizás dejemos de orar y nos sea difícil leer la Palabra. En tales ocasiones, todos los hermanos piensan que hemos llegado a nuestro fin; pero poco después nos levantamos nuevamente, y una vez más, la vida de Dios es exhibida en nosotros. Aquello que la muerte logró aniquilar, no es resurrección. En la iglesia se cumple este principio fundamental: la iglesia no puede ser retenida por la muerte; ella no puede ser sepultada por la muerte. En especial, la iglesia en Esmirna pone de manifiesto esta verdad. Si leemos la historia de los mártires escrita por Fox, conoceremos de qué manera la iglesia ha padecido persecución y aflicciones.

Podemos mencionar, por ejemplo, a Policarpo, quien era un obispo de la iglesia de aquellos tiempos y que fue apresado por los opositores de entonces. Puesto que se trataba de un anciano de ochenta y seis años de edad, sus opositores se resistían a matarlo y procuraron ser benévolos con él. Todo lo que Policarpo necesitaba decir para que ellos lo liberasen, era: “Yo no reconozco a Jesús de Nazaret”. Pero él replicó: “No puedo negarle. Le he servido por ochenta y seis años, y Él jamás me ha fallado. ¿Cómo podría negarle sólo por amor a mi propio cuerpo?”. Como consecuencia de ello, sus opositores lo llevaron a la hoguera donde murió incinerado. Mientras el fuego consumía su cuerpo, Policarpo pudo declarar: “¡Oh Dios! ¡Te doy gracias porque este día Tú me das la oportunidad de ser incinerado y, así, dar mi vida en testimonio de Ti”.

Se nos cuenta, también, de una hermana a la que se le dijo que si ella se inclinaba ante Diana (el ídolo que se menciona en Hechos 19 como Artemisa de los efesios), sería liberada de inmediato. ¿Qué les dijo ella? Ella les respondió: “¿Me estáis pidiendo que elija entre Cristo y Diana? Elegí a Cristo la primera vez, y ahora ustedes quieren que escoja nuevamente. Yo sigo escogiendo a Cristo”. Como resultado de su elección, ella también fue inmolada. Al presenciar esta escena, dos hermanas también se dijeron: “Tantos hijos de Dios han perecido. ¿Por qué seguimos aquí?”. Después, ellas también fueron encarceladas. Allí, estas hermanas vieron cómo muchos fueron devorados por las bestias y ellas, nuevamente, se dijeron: “Muchos han dado testimonio con su sangre. ¿Por qué nosotras damos testimonio sólo con nuestras palabras?”. Una de las hermanas estaba casada, mientras que la otra estaba comprometida. Sus padres, el esposo y el novio, todos ellos procuraron persuadirlas a renunciar a su fe; incluso, en una de sus visitas, trajeron al hijo de la hermana que estaba casada a fin de persuadirla a negar al Señor. Pero estas hermanas respondieron: “¿Qué podría compararse con Cristo?”. Como consecuencia de tal actitud, ellas fueron arrastradas al coliseo romano y arrojadas a los leones. Mientras se dirigían hacia donde serían devoradas por los leones, ellas cantaban.

¡Cuán terribles fueron las persecuciones que le tocó padecer a la iglesia en Esmirna! Pero no importa lo que suceda, la vida siempre revive después de que ha muerto. Las persecuciones únicamente sirven para poner de manifiesto qué clase de entidad es la iglesia. Él es “El Primero y el Ultimo, el que estuvo muerto y revivió”.

“Yo conozco tu tribulación, y tu pobreza” (Ap. 2:9). Ustedes no tienen posesión alguna en esta tierra, pero el Señor sabe que son ricos. “No temas lo que vas a padecer” (v. 10). Toda la iglesia en Esmirna padeció persecución, pero la vida que experimentó la muerte y que ahora vive nuevamente, es capaz de prevalecer sobre todas estas persecuciones. La iglesia en Esmirna fue capaz de prevalecer sobre todas estas persecuciones debido a que ella conocía la resurrección. Únicamente la resurrección puede hacernos salir del sepulcro.

“Yo conozco … las calumnias de los que se dicen ser judíos, y no lo son” (v. 9). Ahora, debemos considerar el problema de los judíos. El Señor dijo que la iglesia padece tribulaciones y pobreza, las cuales son experiencias fácilmente reconocibles. Pero aquello que se origina de nuestro interior, no es tan fácil de identificar y afrontar debidamente. Los judíos de los cuales se habla aquí no son los judíos que se hallan en el mundo, sino los judíos que están en la iglesia, de la misma manera que las personas que los nicolaítas consideraban inferiores no son las personas del mundo en general, sino los “laicos” que están en la iglesia. Aquí, el Señor hace referencia a los judíos que perseguían a los creyentes. Ciertamente, nada es más doloroso que esto. En las siete epístolas podemos identificar una corriente opositora. En ellas, se hace referencia dos veces a los nicolaítas: la primera vez en relación con la iglesia en Éfeso, y la segunda vez en relación con la iglesia en Pérgamo. Igualmente, también se hace referencia a los judíos en dos ocasiones: la primera vez aquí, y la segunda vez en relación con la iglesia en Filadelfia. En la epístola dirigida a la iglesia en Pérgamo, se menciona la enseñanza de Balaam, mientras que en la epístola a Tiatira se hace referencia a Jezabel. Todo esto constituye una corriente opositora. Así pues, podríamos preguntarnos qué significado se le atribuye a “los judíos” en este versículo. ¿Acaso la salvación no es de los judíos? ¿Por qué se nos dice aquí que ellos blasfeman? Es por este motivo que debemos saber qué es el judaísmo y qué es la iglesia.

Ciertamente existen muchas diferencias sustantivas entre el judaísmo y la iglesia, pero aquí quisiera mencionar sólo cuatro aspectos que debemos considerar detenidamente: el templo, la ley, los sacerdotes y las promesas. Los judíos construyeron, como lugar de adoración, un templo magnífico aquí en la tierra, para lo cual emplearon oro y piedras. Además, los judíos observan los Diez Mandamientos y muchos otros preceptos como la norma establecida que rige su comportamiento. Para encargarse de los asuntos espirituales, los judíos cuentan con los sacerdotes, un grupo de personas especiales. Y finalmente, ellos recibieron las bendiciones mediante las cuales pueden prosperar en esta tierra. No debemos pasar por alto que el judaísmo constituye una religión terrenal en la tierra. Así pues, ellos tienen un templo físico, preceptos escritos, sacerdotes mediadores y el goce terrenal.

Cuando los judíos ocuparon la tierra de Canaán, edificaron un templo. Si yo fuera judío y quisiera servir a Dios, tendría que ir al templo. Si siento que he pecado y he de presentar un sacrificio expiatorio, tendría que ir al templo para ofrecer dicho sacrificio. Si veo que Dios me ha bendecido y deseo darle gracias, tendría que ir al templo a dar las gracias. Por ser judío, tendría la obligación de proceder de este modo todo el tiempo. Así, el templo es el único lugar en el que podría rendir adoración a Dios; por ello, al templo se le llama el lugar de adoración. El pueblo judío es un pueblo que adora a Dios, y el templo es el lugar donde ellos lo adoran. En tales casos, los adoradores y el lugar de adoración son dos entidades distintas y separadas. Pero, ¿es así también en el Nuevo Testamento? La característica distintiva de la iglesia es que no hay un lugar específico ni un templo determinado, pues nosotros, las personas, somos el templo.

Efesios 2:21-22 dice: “En quien todo el edificio, bien acoplado, va creciendo para ser un templo santo en el Señor, en quien vosotros también sois juntamente edificados para morada de Dios en el espíritu”. ¿Comprenden esto? La característica distintiva de la iglesia es que nuestros cuerpos son la morada de Dios. A nivel individual, todos y cada uno de nosotros somos el templo de Dios. A nivel corporativo, Dios hace que seamos conjuntamente edificados y acoplados, para llegar a ser Su morada. En la iglesia, no existe un lugar determinado para adorar a Dios, pues el lugar de adoración son los propios adoradores. Dondequiera que vayamos, nuestro lugar de adoración va con nosotros. Esto es fundamentalmente diferente de lo que sucede con el judaísmo. En el judaísmo, el templo es un edificio físico; en la iglesia, el templo es un templo espiritual. Alguien calculó una vez el valor total del templo de los judíos: su valor monetario era tal que alcanzaba para dar algo de dinero a todos los habitantes del planeta. ¿Y el templo de los cristianos hoy? Algunos son lisiados, otros ciegos y muchos son pobres, pero ellos son el templo. Hoy en día algunas personas dicen: “Si bien ustedes no tienen un templo solemne y magnífico al cual ir, por lo menos deberían tener una ‘iglesia’, un edificio”. Pero la iglesia no requiere de un determinado edificio físico. Dondequiera que los creyentes vayan, el edificio de la iglesia va con ellos también. Dios mora en los hombres, y no en una casa. En la iglesia, Dios mora en el hombre; pero en el judaísmo, Dios mora en una casa. Los hombres piensan que para adorar a Dios se requiere de un lugar específico y determinado. Algunos inclusive llaman a dicho edificio “la iglesia”. Esto es judaísmo; ¡no es la iglesia! En el idioma griego, la palabra que se tradujo iglesia es ekklesía, que significa “la asamblea de los llamados”. La iglesia es un pueblo que ha sido comprado con la sangre preciosa de Cristo; esto es la iglesia. Hoy en día, podemos fijar nuestro templo en un segundo piso, o en el pórtico de Salomón, o en la puerta llamada la Hermosa, o sencillamente en la primera planta de cualquier edificio. Pero el judaísmo sólo tiene un lugar físico. ¿Quiénes son entonces “los judíos” aquí mencionados? Son aquellos que infiltran en la iglesia la noción de un lugar físico para adorar a Dios. Si los hijos de Dios optan por el camino dispuesto por Dios, ellos tienen que suplicarle a Dios que les abra los ojos para permitirles ver que la iglesia es una entidad espiritual, y no una entidad física.

Los judíos también tienen leyes y preceptos que rigen su vida diaria (Dios se vale de la ley únicamente para darle a conocer a los hombres sus pecados). Todo judío tiene que guardar los Diez Mandamientos. Pero el Señor Jesús claramente dijo que aun si uno ha observado los Diez Mandamientos, todavía le hace falta algo (Lc. 18:20-22). El judaísmo fija ciertas normas que rigen la vida diaria de los judíos, las cuales están grabadas en tablas de piedra. Estas normas deben ser memorizadas. Pero esto representa un problema: si sé leer, podré conocer dichas normas; pero si no sé leer, las desconoceré. Si tengo buena memoria podré memorizarlas; de lo contrario, no podré recordarlas. En esto consiste el judaísmo. La norma establecida por el judaísmo para nuestra vida diaria está conformada por preceptos carentes de vida; es un mero estatuto externo. La ley no tiene cabida en la iglesia o, mejor dicho, la ley está inscrita en otro lugar. La ley que rige en la iglesia no está escrita en tablas de piedra, sino en las tablas de nuestro corazón. La ley del Espíritu de vida opera en nosotros. El Espíritu Santo mora en nosotros, y el Espíritu Santo es la ley que nos rige y regula. Leamos Hebreos 8 y Jeremías 31. En Hebreos 8:10 Dios dice: “Pondré Mis leyes en la mente de ellos, y sobre su corazón las escribiré” (cfr. Jer. 31:33). Así pues, no discernimos entre lo correcto e incorrecto por lo que está escrito sobre tablas de piedra, sino por lo que está escrito en nuestros corazones. Hoy en día, la característica que nos distingue es que el Espíritu de Dios mora en nosotros.

Quisiera relatarles una historia que nos explica el significado de lo que acabamos de mencionar. En Kuling había un electricista que tenía muy poca educación, el Sr. Yu, quien fue salvo. Al acercarse el invierno, él empezó a hacer preparativos para beber vino, como siempre solía hacerlo antes de ser salvo. Un día, la cena estaba servida, el vino había sido calentado y él, su esposa y un ayudante, estaban sentados a la mesa. El Sr. Yu se dispuso a dar gracias por los alimentos que había en la mesa, pero por algún tiempo guardaba silencio; finalmente, él dijo: “Ahora que soy cristiano, me pregunto si está bien que los cristianos beban vino. Es una pena que el hermano Nee ya se haya ido; de otro modo, podríamos preguntarle. Indaguemos lo que dice la Biblia al respecto”. Así que los tres consultaron la Biblia como pudieron en procura de una respuesta, pero no encontraron nada al respecto. Finalmente la esposa sugirió que, por esta vez, procedieran a tomar el vino y que después escribieran una carta consultándome. Si yo les dijese que era incorrecto beber vino, entonces ellos dejarían de tomarlo, pero si yo lo aprobase, podrían seguir bebiéndolo como de costumbre. Así que el hermano Yu nuevamente se puso en pie para dar gracias por los alimentos, pero no podía pronunciar palabra por un tiempo. Después que esto sucedió, al volverme a ver el Sr. Yu mencionó este incidente, y yo le pregunté si él finalmente llegó a beber el vino, a lo cual él me respondió: “El dueño de casa que vive en mí no me permitió hacerlo, así que no bebí”. Hay un “dueño de casa”; ésta es una aseveración muy positiva. Si el Espíritu Santo no está de acuerdo con nuestras acciones, las razones que tengamos para justificar las mismas no tendrán ninguna relevancia; y si el Espíritu Santo está de acuerdo, tampoco importará cualquier objeción que tengamos al respecto. La ley, pues, llega a ser una realidad interna para nosotros y deja de ser algo meramente externo.

En el judaísmo hay leyes y preceptos establecidos por escrito. Hoy en día, también hay muchas reglas y normas en la “iglesia”, pero ésta no es la iglesia. Cualquier norma establecida por escrito no es la iglesia. Nosotros no tenemos leyes ni reglamentos externos, pues la norma establecida para nuestra vida diaria opera en nuestro interior. La tribulación que padeció la iglesia en Esmirna ocurrió a raíz de que aquellos que se llamaban a sí mismos judíos estaban imponiéndole a la iglesia normas judaicas.

En el judaísmo, Dios y los adoradores de Dios son dos entidades distintas y separadas, totalmente ajenas entre sí. La distancia entre una y otra, es el judaísmo. Si una persona viera personalmente al Dios del judaísmo, moriría inmediatamente. ¿Cómo podrían las personas que se adhieren al judaísmo acercarse a Dios? Ellas tienen que depender del sacerdote como su mediador, ya que los sacerdotes representan a las personas delante de Dios. El común de las gentes es considerado seglar, por lo cual se les mira como mundanos y sólo pueden ocuparse de los asuntos seculares; pero los sacerdotes deben ser completamente santos y dedicarse exclusivamente a las cosas santas. La responsabilidad de los judíos es simplemente traer los bueyes o las ovejas al templo. Pero en cuanto concierne a servir a Dios, esto es incumbencia exclusiva de los sacerdotes y no de los judíos en general. Sin embargo, en la iglesia, esto no es así. En la iglesia, Dios no solamente desea que le traigamos ofrendas materiales, sino también anhela que las personas mismas acudan personalmente a Él. Hoy en día, la clase mediadora ha sido abolida. ¿Cuáles eran las blasfemias pronunciadas por los llamados judíos? Algunos en la iglesia en Esmirna decían: “¡Habrá desorden si cualquier hermano puede bautizar a las personas o partir el pan, y si todas las responsabilidades son dadas a los hermanos en general! ¡Eso sería terrible!”. Ellos preferían establecer una clase mediadora.

El cristianismo de hoy ya ha sido completamente judaizado. El judaísmo tiene sacerdotes, mientras que el cristianismo tiene “padres” muy estrictos, clérigos que no son tan estrictos, y pastores que forman parte de un sistema pastoral. Los padres, los clérigos y los pastores se encargan de los asuntos espirituales en beneficio de todo el pueblo. Lo único que ellos esperan de los miembros de la iglesia es una donación. Los laicos (los creyentes en general) son seglares; únicamente se encargan de los asuntos seculares y pueden ser tan mundanos como quieran. Pero, hermanos y hermanas, ¡la iglesia no tiene ni un solo miembro que sea “seglar”, es decir “mundano”! Esto no quiere decir que no nos ocupemos de ningún asunto secular, sino que el mundo no ejerce influencia alguna sobre nosotros. En la iglesia, todos son espirituales. Les puedo asegurar que siempre que la iglesia llegue a tener únicamente unas cuantas personas encargadas de los asuntos espirituales, ella habrá caído en degradación. Sabemos que los “padres” de la Iglesia Católica Romana no pueden contraer matrimonio debido a que cuanto menos se parezcan al común de los hombres, más confianza inspirarán a quienes quieran confiarles asuntos espirituales. Pero la iglesia no es así. La iglesia exige de nosotros que consagremos todo nuestro ser a Dios. Éste es el único camino por el que podemos optar. Todos tienen que servir al Señor. Realizamos tareas seculares solamente para cubrir nuestras necesidades diarias.

Ahora abordaremos el cuarto aspecto. Los judíos servían a Dios con el propósito de que ellos pudieran cosechar trigo en mayor abundancia y que sus bueyes y ovejas se multiplicaran abundantemente, tal como sucedió con Jacob. Los judíos, pues, anhelan las bendiciones que les ofrece este mundo. Todo cuanto Dios les ha prometido son también promesas de esta tierra, a saber, que ellos llegarían a ser una nación destacada y líder entre las naciones de esta tierra. Pero la primera promesa hecha a la iglesia está resumida en lo siguiente: tomar la cruz y seguir al Señor. Algunas veces, cuando predico el evangelio, algunos me preguntan: “¿Tendremos arroz para comer si creemos en Jesús?”. A lo cual, en ciertas ocasiones, he respondido: “No, sino que cuando ustedes crean en Jesús, sus vasijas para el arroz serán quebradas”. Esto es lo que sucede en la iglesia. No es que por haber creído en el Señor vayamos a prosperar en todo cuanto emprendamos. En cierta ocasión, en la ciudad de Nankín, un predicador dijo en su sermón: “Si ustedes creen en Jesús, tal vez no amasen grandes fortunas, pero por lo menos tendrán buenos ingresos”. Al escuchar esto, me pareció que él no hablaba en conformidad con lo que corresponde a la iglesia. En la iglesia no se nos enseña lo mucho que ganaremos al vivir en presencia de Dios, sino que se nos muestra cuánto debemos renunciar si hemos de vivir así. La iglesia, pues, no considera el sufrimiento como algo doloroso; más bien, lo considera un gozo. Hoy en día, estos cuatro aspectos —el templo físico, las leyes escritas, los sacerdotes mediadores y las promesas terrenales— están presentes en la iglesia. Hermanos y hermanas, anhelamos predicar más la palabra de Dios. Esperamos que todos los hijos de Dios, incluyendo a los que tienen ocupaciones seculares, sean personas espirituales.

En Apocalipsis 2:9 el Señor usa palabras muy severas: “Los que se dicen ser judíos, y no lo son, sino sinagoga de Satanás”. Ciertamente el término “sinagoga” tiene estrecha relación con el judaísmo, de la misma manera que un “templo budista” guarda estrecha relación con el budismo, o un “monasterio taoísta” hace alusión al taoísmo, o al hablar de una “mezquita” nos referimos inequívocamente al mahometismo. A cierto hermano se le ocurrió decir que nuestros salones de reunión no debieran llamarse “salón de reuniones de la iglesia”, sino sinagogas cristianas. Si hiciéramos esto, cuando los judíos vieran tales letreros surgirían graves malentendidos, pues el término sinagoga se utiliza exclusivamente en el judaísmo. ¿Cómo podríamos, entonces, hablar de una sinagoga cristiana sin introducir elementos del judaísmo? El Señor dijo que ellos constituían la sinagoga de Satanás. Los judíos mencionados aquí son los judíos que están en la iglesia, pues ellos establecen una “sinagoga”. Que Dios tenga misericordia de nosotros. Tenemos que deshacernos completamente de todo elemento judaizante.

La iglesia en Esmirna padecía tribulación, pobreza y las calumnias de los judíos. ¿Pero qué es lo que el Señor les dijo? “No temas lo que vas a padecer. He aquí, el diablo va a echar a algunos de vosotros en la cárcel, para que seáis probados” (v. 10). ¡No teman! Muchas veces, si solamente supiéramos que algo ha sido causado por Satanás, la mitad del problema estaría resuelto. Es en el momento en que pensamos que algún problema ha sido ocasionado por los hombres que comenzamos a tener dificultades. Si tan sólo pudiésemos saber que ello procede del enemigo, habríamos resuelto nuestro problema y nuestro corazón podría reposar en el Señor.

“Y tendréis tribulación por diez días” (v. 10). Aquí surge la pregunta respecto a qué se refieren estos “diez días”. Muchos de los estudiosos que han enseñado sobre Apocalipsis y Daniel suelen contar un día como un año. Puesto que cuentan estos diez días como diez años, al procurar determinar cuál haya sido este período en la historia de la iglesia, no lo encuentran. En lo personal, me parece que no tenemos un fundamento bíblico para afirmar que estos diez días son diez años. Son muchos los pasajes bíblicos en los que no se puede hacer equivaler un día a un año. Por ejemplo, Apocalipsis 12:14 hace referencia a “un tiempo, y tiempos, y la mitad de un tiempo”, con lo cual alude a un período de tres años y medio; y en el versículo seis de este mismo capítulo se habla de “mil doscientos sesenta días”. El año judío tiene 360 días, por tanto, mil doscientos sesenta días son tres años y medio. Si un día fuese equivalente a un año, estaríamos hablando de mil doscientos sesenta años. Si el período de la gran tribulación se prolongara por tantos años, ¿cómo podrían sobrevivir los seres humanos?

Entonces, ¿cuál es el significado de los diez días? En la Biblia, se habla en diversas ocasiones de un período de diez días. Génesis 24:55 habla de “diez días”. Cuando el mayordomo de Abraham quiso llevar a Rebeca consigo, el hermano y la madre de Rebeca le pidieron se quedase con ellos al menos por diez días. Cuando Daniel y sus amigos se rehusaron a contaminarse ingiriendo la comida del rey, le pidieron a quien estaba encargado de ellos que les diese un plazo de diez días (Dn. 1:11-12). Así pues, en la Biblia “diez días” representa un período muy breve. Las palabras dichas por el Señor en Apocalipsis 2:10 tienen el mismo significado. Por un lado, quieren decir que se ha fijado cierto período para nuestro sufrimiento y que nuestros días de sufrimiento han sido determinados por el Señor. Después de estos días, seremos liberados tal como sucedió con Job. Por otro, esto significa que se trata de un período muy breve. Independientemente de la clase de sufrimientos que, delante de Dios, tengamos que padecer, los mismos no se prolongarán por mucho tiempo. Cuando se cumpla el período determinado de antemano, el diablo ya no podrá hacer nada contra nosotros. Así pues, las pruebas que enfrentemos pasarán rápidamente.

“Sé fiel hasta la muerte, y Yo te daré la corona de la vida” (Ap. 2:10). Ser fiel hasta la muerte se relaciona tanto con el tiempo que se prolonga el sufrimiento como con la actitud de quienes sufren. El Señor insiste en que la vida de aquellos que le sirven le pertenecen a Él. Por esto debemos ser fieles hasta la muerte. Todo aquel que ha sido comprado por la sangre preciosa del Señor pertenece al Señor y tiene que vivir consagrado a Él. Así pues, desde un principio Cristo exige la totalidad de nuestro ser. Ahora Él nos dice: “Sé fiel hasta la muerte”. En lo que respecta a nuestra actitud, debemos estar dispuestos a ser fieles incluso hasta la muerte; y en lo que respecta al tiempo de nuestro sufrimiento, debemos ser fieles hasta la muerte. “Yo te daré la corona de la vida”. La corona es una recompensa; en aquel tiempo, la vida divina llegará a ser nuestra corona.

“El que tiene oído, oiga lo que el Espíritu dice a las iglesias. El que venza, no sufrirá ningún daño de la segunda muerte” (v. 11). Aquí dice claramente que no sólo escaparemos de la segunda muerte, sino que tampoco sufriremos daño alguno de parte de ella, pues ya habremos aprendido la lección correspondiente. Las tribulaciones son severas; si no hemos padecido tribulaciones, jamás sabremos cuán terribles son. La pobreza nos oprime; pero si nunca hemos experimentado pobreza, no sabremos lo que significa ser oprimidos. Las calumnias también nos oprimen; pero si jamás hemos sido calumniados, no conoceremos cuán dolorosa es esta experiencia. Es como si toda experiencia que enfrentamos nos condujera a la muerte, pero al pasar por tales experiencias, comprobamos que la resurrección es un hecho consumado. El Señor salió del sepulcro y nosotros también saldremos. Hoy en día, Su vida de resurrección no puede ser destruida, por ello nos atrevemos a afirmar que nosotros tampoco seremos destruidos.