La ortodoxia de la iglesia PDF capitulo 1 Watchman Nee Audiolibro Book
INTRODUCCIÓN
CAPÍTULO UNO
INTRODUCCIÓN
Lectura bíblica: Ap. 1—3; 22:7, 18-19
Los escritos del apóstol Juan, ya sean sus epístolas o su evangelio, fueron los últimos en escribirse dentro de sus respectivas categorías. Apocalipsis, por supuesto, es el libro de la Biblia que se escribió al último. Los Evangelios de Mateo, Marcos y Lucas fueron escritos a fin de relatarnos la conducta del Señor Jesús cuando estuvo aquí en la tierra, mientras que el Evangelio de Juan nos habla de Aquel “que descendió del cielo; el Hijo del Hombre, que está en el cielo” (3:13). Juan escribió durante los tiempos en que los gnósticos tergiversaban la Palabra de Dios; por ello, en sus escritos, Juan lleva a los hombres a los cielos para que contemplen los hechos eternos y celestiales, los hechos consumados por Dios. Así pues, Juan nos saca del ámbito humano a fin de que recibamos plenamente al Hijo de Dios. La característica especial de los escritos de Juan es que ellos nos conducen de retorno a los orígenes. El Evangelio de Juan nos habla de Cristo, quien era en el principio; las Epístolas de Juan nos hablan del Verbo de vida, el cual era desde el principio; y Apocalipsis, al hablarnos del futuro, nos traslada a la eternidad. El Evangelio de Juan nos muestra quién era el Hijo de Dios que se encarnó: Él estaba en medio nuestro, pero los hombres no le conocieron, pensando que Él era únicamente Jesús de Nazaret. Por ello, Juan nos muestra que este Jesús encarnado estaba allí en el principio. Éste es el hecho, la realidad, subyacente a la escena visible. En sus epístolas, Juan hace esto mismo. En ellas vemos que Jesús, en cuanto a Su persona, es el Hijo de Dios, y, en cuanto a Su oficio o comisión, es el Cristo; pero los hombres no le conocieron como Hijo de Dios ni como Cristo. Así que las Epístolas de Juan nos hablan específicamente de estos dos aspectos, llevándonos a considerar nuevamente los hechos que estaban allí en el principio y que constituyen la realidad subyacente a la escena visible. En los tiempos en que Juan escribió Apocalipsis, la confusión imperaba en el mundo y el César de Roma era uno de los peores que hubo. Así que Juan hace que volvamos nuestra atención al verdadero estado de cosas que se esconde detrás del escenario de los eventos futuros, a fin de darnos a conocer cómo es que Dios evalúa el estado actual del mundo. Sin embargo, Apocalipsis no sólo revela la verdadera condición en la que se encuentra este mundo, sino también la condición en la que se encuentra la iglesia. Apocalipsis también nos muestra qué es lo que complace al Señor, qué es lo que Él condena y cuál es la senda que Él ha fijado para la iglesia, en tiempos en los que el aspecto externo de la iglesia denota extrema confusión. A lo largo de la historia, la iglesia, en lo que concierne a su aspecto externo, se ha manifestado de diversas formas; pero, ¿qué es lo que el Señor desea con respecto al camino que la iglesia debe seguir y la condición que ella debe manifestar? Es este deseo divino, que está detrás de lo visible, el que Juan nos muestra.
En la Biblia se nos presentan dos grupos de siete epístolas. Dios usó a Pablo para redactar el primer grupo —Romanos, 1 y 2 Corintios, Gálatas, Efesios, Filipenses, Colosenses y 1 y 2 Tesalonicenses—, y usó a Juan para escribir el segundo grupo. Aquel primer grupo de siete epístolas nos habla de la iglesia en tiempos de normalidad, mientras que este segundo grupo de epístolas nos habla de las iglesias en tiempos de anormalidad. Lo que se narra en los tres evangelios de Mateo, Marcos y Lucas refleja una situación normal al conducir a los hombres al conocimiento de Dios. Sin embargo, el Evangelio de Juan expresa la reacción de Dios a la confusión del hombre, por lo cual dicho evangelio hace frecuentes referencias a la verdad y la gracia. Las Epístolas de Juan también constituyen la reacción de Dios a los tiempos de anormalidad, y a ello se debe que con tanta frecuencia se haga referencia en ellas a la luz y al amor. En Apocalipsis 2 y 3 vemos las medidas que Dios toma con respecto a la condición anormal de las iglesias. Las primeras siete epístolas, escritas por Pablo, hacen referencia al comportamiento normal de la iglesia. Pero después, la iglesia dejó de ser normal y, por tanto, se hizo necesario que Juan escribiera las últimas siete epístolas que aparecen en Apocalipsis. Las primeras siete epístolas contienen la verdad que la iglesia debe conocer, mientras que las últimas siete epístolas nos muestran el camino que la iglesia debe tomar. Hoy en día, si una persona verdaderamente desea tomar el camino señalado por el Señor, tiene que leer Apocalipsis 2 y 3. Actualmente la iglesia enfrenta una serie de problemas; por tanto, Apocalipsis nos dice qué hacer al respecto. Hoy en día, si usted no escudriña cuál es el camino revelado en Apocalipsis, no sé cómo podrá ser un cristiano apropiado.
Además, las primeras siete epístolas fueron escritas antes de la hora final, mientras que las últimas siete fueron redactadas ya sea durante la última hora o después de ésta. En 1 Juan 2:18 se nos habla de otro tiempo, al que se le llama la última hora: “Niños, ya es la última hora; y según vosotros oísteis que el anticristo viene, así ahora se han presentado muchos anticristos; por esto conocemos que es la última hora”. Si los cristianos solamente reciben la luz que emana de las primeras epístolas, ellos no conocerán la voluntad de Dios para la última hora.
En la Biblia podemos distinguir tres personas que tuvieron ministerios destacados: Pedro, Juan y Pablo. La Segunda Epístola de Pedro es la última escrita por Pedro, y en ella él trata el tema de la apostasía. La Segunda Epístola a Timoteo fue la última escrita por Pablo, y en el versículo 2 del segundo capítulo dice: “Lo que has oído de mí mediante muchos testigos, esto confía a hombres fieles que sean idóneos para enseñar también a otros”. En 1 Timoteo 3:15 se afirma que la iglesia es la casa de Dios, columna y fundamento de la verdad; pero, en 2 Timoteo 2:20 Pablo dice: “Pero en una casa grande, no solamente hay vasos de oro y de plata, sino también de madera y de barro; y unos son para honra, y otros para deshonra”. Según los dos siguientes versículos, el problema estriba en si uno se limpiará de los vasos para deshonra a fin de ir en pos de la justicia, la fe, el amor y la paz con los que de corazón puro invocan al Señor (vs. 21-22). Las Epístolas de Juan fueron escritas por Juan como sus libros finales. En ellos, Juan dice que se han presentado muchos anticristos y que nosotros debemos guardar la palabra de Dios (1 Jn. 2:18, 24; 4:3). Siento que es necesario dejar esto bien en claro. En términos generales, el tiempo que transcurre desde los inicios de la iglesia hasta nuestros días constituye una sola era: la era de la iglesia. Pero éste no es un asunto tan sencillo. Debemos separar lo normal de lo anormal. En nuestros días, el aspecto externo de la iglesia es desolador: si no hemos visto este hecho, no hay necesidad de que leamos Apocalipsis. Las primeras siete epístolas (las escritas por Pablo) se ocupan de lo que es normal; pero ahora, la situación en la que nos encontramos es anormal. Entonces, ¿qué debemos hacer?
Ciertamente la confusión que impera en la tierra no afecta las realidades espirituales. La realidad espiritual de Dios se mantiene inalterable. Pero el aspecto externo de la iglesia es, por decir lo menos, confuso. La Iglesia Católica Romana afirma que ella es el Cuerpo de Cristo. Según un sondeo del protestantismo hecho en 1914, existen más de mil quinientas denominaciones formalmente establecidas, excluyendo a diversos grupos aislados, todas las cuales afirman ser el Cuerpo de Cristo. Antes que Juan, Pablo y Pedro fallecieran, esta confusión ya había empezado. Pablo le escribió a Timoteo diciéndole: “Me han vuelto la espalda todos los que están en Asia” (2 Ti. 1:15). Hasta Éfeso se halla incluido en este grupo. En tales circunstancias, los hijos de Dios tienen que indagar una sola cosa, a saber: ¿cómo debemos seguir al Señor y servirle? ¿Qué debemos hacer? Cuando el aspecto externo de la iglesia es desolador, tenemos que preguntarnos: “¿Qué debemos hacer?”. Apocalipsis 2 y 3 nos muestran el camino que debemos seguir. Si verdaderamente somos personas que indagan en presencia de Dios, Apocalipsis 2 y 3 nos dirán qué debemos hacer.
Lo primero que tenemos que saber al leer Apocalipsis es qué clase de libro es éste. Todos sabemos que Apocalipsis es un libro de profecías, pero si preguntáramos si las siete iglesias que se mencionan en él son proféticas, la mayoría no se atrevería a afirmarlo. Desde el capítulo uno hasta el capítulo veintidós de Apocalipsis podemos ver que la característica distintiva de Apocalipsis es que éste es un libro de índole profética. No solamente los siete sellos, las siete trompetas y las siete copas son proféticas, sino que también las siete epístolas son proféticas. Este libro es un libro de profecía. Por ello es que nadie debe atreverse a añadirle algo, ni tampoco es permitido quitarle nada. Puesto que se trata de un libro de profecía, tenemos que tratarlo como tal y procurar descubrir el correspondiente cumplimiento de tal profecía. Debemos percatarnos de que, en primer lugar, el libro de Apocalipsis es de carácter profético; y, en segundo lugar, puesto que es un libro de profecía, debemos saber que dicha profecía habrá de cumplirse. Ciertamente en aquellos tiempos había más de siete iglesias en Asia. ¿Por qué entonces Juan se refirió únicamente a estas siete iglesias? Cuando Juan estaba en la isla de Patmos, él sólo vio en visión estas siete iglesias, pues ellas representan a todas las demás iglesias. Dios eligió siete iglesias con ciertas características similares e hizo que Su profecía se basara en ellas.
Aquí en la tierra hay siete iglesias; en los cielos hay solamente siete candeleros. Mas he aquí un problema: siempre que hay una iglesia en la tierra, hay un candelero en los cielos. Lo extraño es que Juan sólo vio siete candeleros en los cielos. ¿Acaso hay únicamente siete iglesias aquí en la tierra? Tal parece que ha sido eliminada la iglesia en Chongqing y que también ha sido eliminada la iglesia en Nankín. ¿Qué debiéramos hacer? Al considerar esto, debemos recordar que estamos hablando de una profecía. Puesto que se trata de una profecía, sólo fueron seleccionadas siete iglesias. Estas siete iglesias son representativas de todas las demás iglesias; no hay una octava iglesia que necesite ser representada. Ciertamente hay más de siete iglesias aquí en la tierra, pero estas siete fueron seleccionadas por ser representativas de todas las demás. La razón por la cual sólo hay siete candeleros en los cielos es que la historia de las siete iglesias, en conjunto, constituye la historia completa de la iglesia.
Debemos dar especial importancia a las siguientes palabras halladas en Apocalipsis 1: “Bienaventurado el que lee, y los que oyen las palabras de esta profecía, y guardan las cosas en ella escritas” (v. 3). Apocalipsis 22:7 también dice: “Bienaventurado el que guarda las palabras de la profecía de este libro”. Podríamos afirmar que esta profecía es los mandamientos de Dios. Si bien externamente este libro está revestido de profecía, internamente su contenido es los mandamientos de Dios. Por tanto, este libro debe ser puesto en práctica, y no solamente estudiado. Aquí, la profecía difiere de otras profecías, pues dicha profecía es dada para que el hombre la cumpla. Tanto Juan como nosotros estamos regidos por un mismo principio, esto es, que la profecía fue dada para ser cumplida por nosotros, para ser cumplida de principio a fin. Aquellos que no estén dispuestos a cumplir esta profecía, ¿cómo podrían entender el libro de Apocalipsis? Y ¿cómo podrían ellos comprender lo que las siete iglesias representan?
Al leer Apocalipsis 2 y 3, no sólo basta con comprender que ésta es una profecía que deberá ser cumplida por nosotros, sino también debemos comprender que el Señor es el Señor que ejecuta el juicio. La primera mitad de Apocalipsis 1 constituye el prefacio a todo el libro de Apocalipsis, mientras que la segunda mitad es el prefacio a los capítulos dos y tres de este libro. Estos dos capítulos comienzan con la revelación del Señor Jesús. En Apocalipsis 1:13 vemos al Señor “vestido de una ropa que llegaba hasta los pies”. Los sacerdotes se vestían con largas vestiduras; aquí el Señor es el Sumo Sacerdote. El candelero está en el Lugar Santo, y su luz jamás se extinguirá. El candelero brilla día y noche; por ende, el sacerdote debe estar continuamente en el Lugar Santo, recortando los pabilos que humean y añadiéndole aceite al candelero. El Señor Jesús es el Sumo Sacerdote que anda en medio de las iglesias para ver cuáles lámparas están encendidas y cuáles no. Recortar los pabilos humeantes representa el juicio divino, pues el juicio comienza por la casa de Dios. Cristo anda en medio de las iglesias ejecutando el juicio, y este juicio divino que corresponde a nuestros días es visto desde la eternidad.
Juan era el apóstol que disfrutaba de mayor intimidad con el Señor; sabemos esto porque se recostaba en el pecho del Señor (Jn. 21:20, 24). El Hijo está en el seno del Padre, y Juan estaba en el regazo del Hijo. Pero después Juan, al ver al Señor, cayó a Sus pies como muerto, pues Él es el Juez. Antes de esto, veíamos al Señor como el Señor de la gracia; pero ahora, le vemos como el Señor que juzga. Sin embargo, aquí el juicio es el juicio que ejecuta un sacerdote, pues ello implica recortar el pabilo humeante. Aquel día será completamente dedicado al juicio de Dios. Todos y cada uno de los hijos de Dios deberán en aquel día conocer al Señor que es aterrador y santo; entonces, dejarán de argüir. La luz elimina todo argumento: la luz no sólo ilumina, sino que también aniquila. Siempre que la Biblia ilumina, su luz también aniquila la vida natural del hombre. Quizás los hombres tengan una serie de argumentos y razones, pero en presencia del Señor, todo ello desaparece. Todos los hombres caerán como muertos, tal como sucedió con Juan. Cuanto más lejana del Señor esté una persona, mayor será su confianza en sí misma, pero le será imposible ser portadora de la luz de Dios. Todos nosotros debemos ser disciplinados por Dios al respecto, por lo menos una vez.
La primera parte de cada epístola nos revela quién es el Señor, y lo que se dice a continuación está basado en tal revelación del Señor. Aquel que no conozca al Señor, no conocerá a la iglesia. La iglesia es la continuación de la cruz; no es posible conocer la cruz y, a la vez, desconocer todo lo que ella abarca.
Estas siete epístolas empiezan hablando del Señor y terminan con un llamamiento a los vencedores. ¿Quiénes son los vencedores? ¿Qué son los vencedores? ¿Se trata de personas especiales que se elevan por encima de la gente ordinaria? Según la Biblia, los vencedores son personas normales, individuos comunes y corrientes. Aquellos que no son anormales en tiempos anormales, ellos son los vencedores. La mayoría de las personas no alcanza esta norma. Los vencedores no están por encima de esta norma, sino que se conforman a dicha norma. Así pues, en la actualidad, Dios hace un llamamiento a los vencedores para que ellos tomen la determinación de andar en conformidad con la norma establecida desde el comienzo. La voluntad de Dios jamás cambia; es como una línea recta. En nuestros días, vemos que los hombres caen, fracasan y de continuo van cuesta abajo; pero los vencedores, ¡son recobrados para andar nuevamente conforme a la voluntad de Dios!
Aquí vemos dos asuntos más: primero, que la iglesia es el candelero de oro, y el Señor anda en medio de los candeleros; segundo, que el Señor sostiene a las siete estrellas en Su diestra, las cuales son los mensajeros de las siete iglesias.
Cada una de las diversas clases de metales que se mencionan en la Biblia tiene un significado especial: el hierro tipifica el poder político, el bronce tipifica el juicio, la plata tipifica la redención y el oro tipifica la gloria de Dios. La gloria de Dios es algo que nadie conoce ni comprende. Si bien es difícil comprender la santidad de Dios, todavía es posible comprenderla. Asimismo, la justicia de Dios es también un concepto que podemos entender. Pero la gloria de Dios jamás ha sido entendida, pues se trata de una característica única de Dios. La iglesia está hecha de oro. Quienes componen la iglesia han nacido de Dios, los cuales no son engendrados de sangre, ni de voluntad de carne ni de voluntad de varón. Así pues, la iglesia no tiene nada que ver con los hombres. Hay quienes se preguntan en qué consiste la obra de madera, heno y hojarasca. Madera, heno y hojarasca son las obras de la carne. La obra de oro, plata y piedras preciosas es todo aquello que procede íntegramente de Dios.
Estas siete epístolas fueron escritas a los ángeles de las siete iglesias, a diferencia del primer grupo de siete epístolas escritas por Pablo. Pablo escribió a las iglesias, si bien vemos que allí estaban los santos en general, los ancianos y los diáconos, especialmente según la Epístola a los Filipenses. Pero las Epístolas de Juan fueron dirigidas a los ángeles de las siete iglesias, no fueron dirigidas directamente a las iglesias. Sin embargo, lo que en ellas se afirma es lo que el Espíritu Santo dice a las iglesias. Las siete estrellas son los ángeles de las siete iglesias. En el griego original, la palabra que se traduce ángel es ággelos; este término hace referencia a un mensajero. Son muchos los que, habiendo leído Apocalipsis 2 y 3, han intentado encontrar ciertas similitudes entre estas últimas siete epístolas y el primer grupo de siete epístolas, con lo cual han infiltrado toda clase de explicaciones erróneas con respecto a los mensajeros. ¿Quién es este mensajero? El mensajero del cual se habla aquí es singular en número; las epístolas fueron escritas a un mensajero. Sin embargo, este mensajero singular es una entidad de naturaleza colectiva; por eso, al final de cada epístola, el llamamiento está dirigido a los vencedores en plural. Así pues, este mensajero es un mensajero corporativo, el cual representa a una minoría dentro de la iglesia en su totalidad. En esta coyuntura, vemos que ha variado la manera en que Dios procede: antes, era toda la iglesia la que estaba en presencia del Señor, pero ahora, este mensajero es quien está ante el Señor. La luz de la lámpara es inferior a la luz de la estrella. El Señor ha elegido la inextinguible luz de las estrellas y la ha nombrado Su mensajero. Dicha estrella está en las manos del Señor. Hoy en día, hay un grupo de personas que, a los ojos del Señor, constituye aquel mensajero; por tanto, la naturaleza de la iglesia les ha sido confiada. Cuando la iglesia, en lo concerniente a su manifestación externa, se halla en conflicto con el Señor, entonces Él se dirige a un grupo de personas, a un mensajero corporativo, que sea apto para representar a la iglesia. Anteriormente, los representantes de la iglesia eran los ancianos, que tenían una determinada posición y oficio; pero ahora, la responsabilidad de representar a la iglesia le ha sido confiada al mensajero espiritual. Este mensajero no es necesariamente el cuerpo de ancianos o diáconos. Hoy en día, Dios confía tal responsabilidad a todo aquel que pueda representar a la iglesia. Aquellos que son aptos para representar a la iglesia tienen esta responsabilidad, la cual les ha sido encomendada por Dios. Así pues, hoy en día, no es cuestión de tener una determinada posición u oficio, sino de poseer verdadera autoridad espiritual delante de Dios: a tales personas Dios les confía la responsabilidad de representar a la iglesia.
Apocalipsis va dirigido a los esclavos de Dios. Por tanto, a menos que usted sea un esclavo, no podrá comprender este libro. Aquel que no haya sido comprado con la sangre de Cristo ni constreñido por el amor de Dios a fin de ser un esclavo, no podrá entender Apocalipsis.
Juan escribió Apocalipsis el año 95 o 96 d. C., cuando Domiciano era el César en Roma. De los doce apóstoles, Juan fue el último en morir; por tanto, la iglesia de los apóstoles llegó a su fin con Juan. Cuando Juan escribió Apocalipsis, las siete epístolas eran epístolas proféticas. Hoy en día, cuando leemos las siete epístolas, nosotros también tenemos que considerarlas como profecía. Sin embargo, al considerarlas en nuestros días, estas epístolas ya se han convertido en historia. Juan miraba hacia delante, mientras que nosotros miramos atrás.
Ahora, procederemos a examinar, una por una, las siete iglesias mencionadas en las siete epístolas.