El nuevo pacto 1952 PDF cap.7 Watchman Nee Audiolibro Book

El nuevo pacto 1952 PDF capitulo 7 Watchman Nee Audiolibro Book

LAS CARACTERISTICAS DEL NUEVO PACTO 2: VIDA Y PODER

CAPÍTULO SIETE

LAS CARACTERÍSTICAS

DEL CONTENIDO DEL NUEVO PACTO

II. VIDA Y PODER

Hemos visto previamente que en el nuevo pacto el perdón de pecados es el evangelio de la gracia. Si alguien cree en esta gracia a fin de obtener el perdón de sus pecados, su conciencia tendrá reposo. Sabemos que muchos de los que pertenecen al Señor han recibido esta gracia a fin de obtener el perdón de sus pecados. Ellos no solamente han creído en este aspecto del nuevo pacto, sino que también están dispuestos a testificar que Dios les ha perdonado sus pecados y les ha limpiado de todas sus injusticias.

Sin embargo, además de este asunto del perdón de pecados, en el nuevo pacto también hay otros dos asuntos que son extremadamente gloriosos y preciosos: uno es un asunto de vida y poder, y el otro es el asunto del conocimiento interior, o de conocer a Dios internamente. Muchos son los que han pasado por alto estos dos aspectos; no son muchos los que entienden ni creen en ellos. Ésta es la razón por la cual muchos de los hijos de Dios están, espiritualmente hablando, en una profunda pobreza. Ésta también es la razón por la que muchos de ellos son débiles y sufren tantos fracasos. Hermanos y hermanas, es bueno que Dios nos haya perdonado nuestros pecados, pero si después de que son perdonados nuestros pecados todavía seguimos siendo iguales, Dios seguirá sin poder obtener en nosotros lo que Él desea, y nosotros seguiremos sin poder hacer Su voluntad. En ese caso, ¿cuál es la diferencia entre nosotros y los hijos de Israel que vagaron en el desierto? Si no existe diferencia; entonces, ¿dónde está la gloria del nuevo pacto? Por lo tanto, hermanos y hermanas debemos ver este mejor aspecto del nuevo pacto.

Según Hebreos 8:9, en conformidad con el viejo pacto Dios tomó a los hijos de Israel de Su mano y los guió a salir de Egipto, pero en el nuevo pacto Dios atrae nuestros corazones para salir de Egipto. En el viejo pacto Dios les dio la ley a los hijos de Israel solo exteriormente, pero en el nuevo pacto Dios ha puesto Sus leyes dentro de nosotros y las ha escrito sobre nuestros corazones. Bajo el viejo pacto, había unos que enseñaban a los hijos de Israel, y ellos observaron las obras de Dios por cuarenta años; aun así, en sus corazones siempre anduvieron extraviados, porque no conocían los caminos de Dios (He. 3:9-10). No obstante, en el nuevo pacto no es necesario que el hombre nos enseñe, porque todos podemos conocer a Dios de una manera interior, desde el menor hasta el mayor. Ahora veamos cómo es que Dios ha puesto Sus leyes en nosotros y cómo las ha escrito sobre nuestros corazones, y por qué esto es una parte sumamente gloriosa y preciosa del nuevo pacto.

Antes de comenzar, debemos leer algunos versículos en este respecto. El primer versículo es Hebreos 8:10: “Por lo cual, éste es el pacto que haré con la casa de Israel después de aquellos días, dice el Señor: Pondré Mis leyes en la mente de ellos, y sobre su corazón las escribiré; y seré a ellos por Dios, y ellos me serán a Mí por pueblo”. Otro es Hebreos 10:16: “Éste es el pacto que haré con ellos después de aquellos días, dice el Señor: Pondré Mis leyes en sus corazones, y en sus mentes las escribiré”. Ambos versículos hablan primeramente de impartir o de escribir, con la diferencia que en Hebreos 8:10 la mente se menciona primero y después el corazón, mientras que en 10:16 el corazón se menciona primero y después la mente. Sea que la mente o el corazón se mencione primero, ambos pasajes hablan de impartir o de escribir, y ambos mencionan tanto la mente como el corazón; así que, ambos hablan de lo mismo. Debemos también darnos cuenta de que ambos pasajes son citas de Jeremías 31:33, que dice: “Éste es el pacto que haré con la casa de Israel después de aquellos días, dice Jehová: Pondré Mi ley en su mente y la escribiré en su corazón; Yo seré su Dios y ellos serán Mi pueblo”.

Ezequiel 36:25-28 habla de lo mismo que nos dice Jeremías 31:31-34, excepto que algunas palabras son más claras en Ezequiel, y otras son más claras en Jeremías. El pasaje en Ezequiel dice: “Esparciré sobre vosotros agua limpia y seréis purificados de todas vuestras impurezas, y de todos vuestros ídolos os limpiaré. Os daré un corazón nuevo y pondré un espíritu nuevo dentro de vosotros. Quitaré de vosotros el corazón de piedra y os daré un corazón de carne. Pondré dentro de vosotros Mi Espíritu, y haré que andéis en Mis estatutos y que guardéis Mis preceptos y los pongáis por obra. Habitaréis en la tierra que di a vuestros padres, y vosotros seréis Mi pueblo y Yo seré vuestro Dios”.

Estos versículos hacen referencia a por lo menos cinco cosas: (1) limpiar con agua limpia, (2) dar un corazón nuevo, (3) dar un espíritu nuevo, (4) quitar el corazón de piedra y dar un corazón de carne y (5) tener Su Espíritu dentro de nosotros. Si relacionamos estos cinco asuntos, el resultado será que, “haré que andéis en Mis estatutos, y que guardéis Mis preceptos, y los pongáis por obra […] y vosotros seréis Mi pueblo, y Yo seré vuestro Dios”. Debemos tomar en consideración la palabra haré del versículo 27; en hebreo significa motivar. El Espíritu Santo que mora en nosotros nos da nuevas fuerzas para hacer la voluntad de Dios y agradar a Dios, de modo que Dios pueda ser nuestro Dios y nosotros podamos ser Su pueblo.

LA REGENERACIÓN

Cuando hablemos de cómo es que Dios ha puesto Su ley dentro de nosotros y la ha escrito sobre nuestros corazones, debemos comenzar por la regeneración, porque la regeneración significa que el Espíritu Santo ha puesto la vida increada de Dios en el espíritu del hombre. La regeneración es algo nuevo que toma lugar en el espíritu del hombre; por tanto, la regeneración no es un asunto de comportamiento sino de vida.

La creación del hombre

Antes de poder hablar adecuadamente sobre la regeneración, debemos decir algo sobre la creación del hombre. En Génesis 2:7 dice que “Jehová Dios formó al hombre del polvo de la tierra y sopló en su nariz aliento de vida, y llegó a ser el hombre alma viviente”. El aliento de vida mencionado aquí es el espíritu, la fuente de la vida del hombre. El Señor dijo: “El Espíritu es el que da vida” (Jn. 6:63a). Job también dijo: “El soplo del Omnipotente me dio vida” (33:4). En hebreo la palabra que en este versículo se tradujo “vida” está en plural. Cuando Dios se sopló en el hombre, Él produjo dos vidas, una espiritual y otra anímica. El aliento de vida, que Dios sopló en el cuerpo del hombre, llegó a ser el espíritu humano; al mismo tiempo, cuando este espíritu entró en contacto con el cuerpo, se produjo el alma. Esta es la manera en que la vida espiritual y la vida anímica se originaron en el hombre. Vemos claramente, entonces, que el hombre se compone de tres partes: espíritu, alma y cuerpo.

El Nuevo Testamento también muestra que el hombre es tripartito. Por ejemplo, en un versículo dice: “Vuestro espíritu y vuestra alma y vuestro cuerpo sean guardados perfectos” (1 Ts. 5:23). Hay otro versículo que dice: “Hasta partir el alma y el espíritu, las coyunturas y los tuétanos” (He. 4:12). Estos versículos muestran que el hombre se compone de tres partes: espíritu, alma y cuerpo.

El cuerpo es el órgano que nos permite estar conscientes del mundo; el alma nos permite estar conscientes de uno mismo; y el espíritu nos permite estar conscientes de Dios. Nuestro cuerpo físico nos permite tener comunicación con el mundo físico por medio de los cinco sentidos; por eso decimos que es el sentir del mundo. El alma, que incluye la mente, la parte emotiva y la voluntad, constituye el yo del hombre, esto es, la personalidad del hombre; por consiguiente, decimos que el alma es el sentir del yo. El espíritu, que incluye las facultades de la conciencia, la intuición y la comunión, sabe cómo adorar a Dios, cómo servir a Dios y cómo relacionarse con Dios. Por tanto, la función del espíritu es tener el sentir de Dios.

Por medio del alma, el espíritu controla todo el ser del hombre. Siempre que el espíritu desea hacer algo, éste transmite su deseo al alma, y el alma hace uso del cuerpo para obedecer el mandato del espíritu. Según el arreglo de Dios, el espíritu humano es la parte más elevada del hombre y debe gobernar todo su ser. Sin embargo, la voluntad es la parte más prominente de la personalidad del hombre y pertenece al alma. La voluntad del hombre también es capaz hacer su propia elección. Puede elegir ser gobernada por el espíritu, por el cuerpo o por el yo. Puesto que el alma tiene tanto poder, y ella ocupa la silla de la personalidad, las Escrituras llaman al hombre “un alma viviente”.

El propósito de Dios al crear al hombre

Hemos dicho repetidas veces que Dios tiene un propósito eterno, el cual es impartirse en el hombre. Su deleite es entrar en el hombre y llegar a ser uno con él, a fin de que el hombre pueda tener Su vida y naturaleza. Cuando Él creó al hombre, a Adán, lo puso en el huerto de Edén. En medio de ese huerto estaban el árbol de la vida y el árbol del conocimiento del bien y del mal (Gn. 2:9); ambos árboles eran sumamente llamativos y el hombre se vio atraído a ellos. Dios le dijo acerca de los árboles en el huerto: “De todo árbol del huerto podrás comer libremente, pero del árbol del conocimiento del bien y del mal no comerás; porque el día en que comas de él, ciertamente morirás” (vs. 16-17). Por otra parte Él indicó que el fruto del árbol de la vida se podía comer. Si el hombre hubiera comido del fruto del árbol de la vida, él hubiera elegido a Dios, porque el árbol de la vida representa a Dios mismo. ¡Oh, el Dios de la creación tiene un propósito tan maravilloso y bueno hacia el hombre!

En el principio Dios creó al hombre (Gn. 2:7); la vida original del hombre también fue creada por Dios. La vida creada que el hombre tenía en el principio era recta (Ec. 7:29) y buena (Gn. 1:31). Sin embargo, en lo que se refería al propósito eterno de Dios, el hombre aún no había recibido la vida increada de Dios. Por lo tanto, el hombre aún debía elegir a Dios y la vida de Dios. En el griego hay tres palabras diferentes cuya traducción al español es “vida”. Una de estas palabras es bios, lacual se refiere a la vida en la carne. El Señor Jesús nos habló de la viuda que puso todo su sustento en las arcas (Lc. 21:4); la palabra traducida “sustento” proviene de la palabra bios. La segunda palabra griega es psuje. La palabra psuje denota la vida natural del hombre, la cual es la vida del alma. Ésta es la palabra que se usa en las Escrituras cuando hablan específicamente de la vida del hombre (Mt. 16:26; Lc. 9:24). La tercera palabra que también significa vida es zoe, la cual se refiere a la vida más elevada, a la vida espiritual y a la vida increada. Cuando las Escrituras hablan de la vida eterna, como en Juan 3:16, la palabra que se usa es zoe.

La caída del hombre

Sin embargo, el hombre Adán no escogió la vida. Él pecó y se convirtió en un ser caído al comer del fruto del árbol del conocimiento del bien y del mal, del cual Dios le había prohibido comer. Antes de ese tiempo el espíritu del hombre podía tener comunión con Dios, pero después de que el hombre cayera, su espíritu era ajeno a la vida de Dios (Ef. 4:18) y estaba muerto para Dios (Col. 2:13; Ef. 2:1). Desde el principio Dios le dijo a Adán que el día que él comiera del árbol del conocimiento del bien y del mal ciertamente moriría (Gn. 2:17). En lo que respecta a su carne, después que Adán comió del fruto del árbol del conocimiento del bien y del mal, él aún vivió por varios cientos de años (5:3-5). Por tanto, la muerte de la que se habla aquí implica que el espíritu del hombre habría de morir antes de que muriera su carne. Morir simplemente significa ser ajeno a la vida y, como sabemos, Dios es un Dios de vida. Al alejarse de Dios, Adán se había alejado de la vida. Además, sabemos que el espíritu de Adán murió. Esto no significa que su espíritu desapareció, sino que su espíritu perdió la capacidad de tener comunión con Dios; perdió su aguda sensibilidad. Cuando el espíritu de Adán murió continuaba existiendo, pero estaba muerto para Dios. Adán había perdido la función de su espíritu. Después de que el hombre cayó, él vino a ser dominado por su alma y se volvió carnal (Ro. 7:14). Él ya no podía entender las cosas de Dios (1 Co. 2:14). El hombre no se sujetaba, ni podía sujetarse a la ley de Dios. Además, según Romanos 8:7-8, el hombre que está en la carne no puede agradar a Dios.

Teniendo en cuenta estos hechos, ¿acaso significa que el propósito eterno de Dios no sería cumplido? ¡No! ¡Dios es Dios! Él lo ha planeado todo según su beneplácito, y Él ejecutará Su voluntad eterna y cumplirá Su propósito eterno. Él aún desea impartir Su propia vida en el hombre, desea entrar en el hombre y ser uno con el hombre. Para lograr esto Él tenía que resolver el problema del pecado del hombre y redimir al hombre caído; Él tenía que liberar Su vida por medio de Su hijo, y Él tenía que regenerar al hombre por medio del Espíritu Santo.

La manera en que Dios efectúa la salvación

Dios envió a Cristo a fin de quitar el pecado del hombre y llevar al hombre caído de vuelta a Sí mismo. Cristo mismo llevó nuestros pecados en Su cuerpo sobre la cruz, “a fin de que nosotros, habiendo muerto a los pecados, vivamos a la justicia” (1 P. 2:24). Esto había sido tipificado en Números 21:4-9, donde dice que Moisés levantó la serpiente de bronce en el desierto. Los hijos de Israel habían pecado y merecían la muerte, pero Dios le dijo a Moisés que levantara la serpiente de bronce para que todos los que habían sido mordidos por una serpiente pudieran mirarla y vivir. De igual manera Cristo también fue levantado. Él murió por nosotros y llevó nuestros pecados. Ahora nosotros que estábamos muertos en pecado podemos tener la vida de Dios y vivir (Jn. 3:14-15).

Dios desea liberar Su vida, así que para cumplir ese propósito, Él puso Su vida en Cristo (Jn. 1:4; 1 Jn. 5:11). La vida de Dios que está en Cristo fue liberada cuando Cristo murió en la cruz, porque Cristo es el grano de trigo que cayó en la tierra y murió (Jn. 12:24). En efecto, cuando Cristo murió, la vida de Dios fue liberada. Y también es cierto que Dios nos regeneró mediante la resurrección de Jesucristo de entre los muertos (1 P. 1:3).

La regeneración significa nacer de Dios (Jn. 1:13), nacer del cielo (1 Co. 15:47). La regeneración también significa nacer del agua y del Espíritu (Jn. 3:5). Acerca de esto necesitamos cierta explicación. Cuando Juan el Bautista estaba predicando y bautizando, dijo: “Yo os he bautizado en agua; pero Él os bautizará en el Espíritu Santo” (Mr. 1:8). Juan el Bautista puso juntos el agua y el Espíritu Santo, y el Señor Jesús también puso juntos el agua y el Espíritu Santo. El agua a la cual se refería Juan es el agua del bautismo; por tanto, el agua a la cual se refirió el Señor Jesús también debe ser el agua del bautismo. Las palabras que habló el Señor Jesús a Nicodemo debieron ser palabras que se podían entender fácilmente. En aquel entonces muchos sabían que Juan bautizaba con agua; así que cuando el Señor Jesús mencionó el agua, Nicodemo entendería inmediatamente que esto se refería al agua del bautismo que practicaba Juan. Si el agua mencionada por el Señor Jesús hubiera implicado otra cosa, habría sido difícil que Nicodemo lo entendiera. El agua de la cual hablaban; por tanto, tuvo que haberse referido al agua del bautismo.

El bautismo que Juan practicaba era el bautismo de arrepentimiento. Él les dijo a las personas que debían creer en aquel que vendría después de él, esto es, en Jesús (Hch. 19:4). El bautismo de arrepentimiento que Juan realizaba no podía hacer que los hombres fueran regenerados; a fin de ser regenerado, uno debe nacer tanto del agua como del Espíritu Santo. El bautismo de arrepentimiento no sólo significa que las acciones del hombre son malignas y muertas, y que él necesita arrepentirse; sino que también significa que el hombre mismo es corrupto y está muerto, y necesita ser sepultado, es decir, bautizado. Cuando un hombre entra al agua para ser bautizado, él admite ante Dios que sus acciones son malignas y confiesa que todo su ser es corrupto y está muerto en pecado; por tanto sólo merece morir y ser sepultado.

Pero el hombre no debe nacer meramente “del agua”, sino que debe nacer “del agua y del Espíritu”. Él también debe recibir el Espíritu Santo, el cual el Señor Jesús le da para que obtenga la vida de Dios. Juan el Bautista apareció predicando y diciendo: “¡Arrepentíos!” (Mr. 1:4), a lo cual el Señor Jesús inmediatamente agregó: “Creed” (v. 15). El arrepentimiento hace que el hombre abandone todo lo que tiene que ver consigo mismo, mientras que por el hecho de creer, el hombre es introducido en todo lo que es de Dios. En virtud del arrepentimiento, el hombre entra en el agua; y en virtud de la fe, él entra en el Espíritu Santo. Al entrar en el agua y en el Espíritu, el hombre nace del agua y del Espíritu. Por medio del arrepentimiento entramos en el agua y damos fin a la vida del viejo hombre. Por medio de creer entramos en el Espíritu Santo y obtenemos la vida de Dios; esto es la regeneración.

Aunque la regeneración consiste en “nacer del agua y del Espíritu”, es sólo mediante la obra realizada enteramente por el Espíritu Santo que el hombre experimenta la regeneración de manera subjetiva (objetivamente, esta obra se realiza completamente por medio de Cristo). Por tanto, en Juan 3 el Señor Jesús dijo sólo una vez que debemos “nacer de agua”, mientras que mencionó tres veces que debemos “nacer del Espíritu” (vs. 5, 6, 8). La regeneración significa que hemos “nacido del Espíritu”. El Espíritu viene a convencer “al mundo de pecado” (16:8) y hacer que el hombre se arrepienta. El Espíritu guía al hombre a recibir al Señor Jesús por fe; y después que ha creído y se ha arrepentido, Él entra en esta persona a fin de impartirle la vida de Dios y regenerarlo. Así que, el Espíritu ilumina al hombre a fin de llevarlo al arrepentimiento, luego le guía a creer, y después hace que reciba la vida de Dios. Él hace todo esto usando las palabras de las Escrituras, es decir, por medio de la palabra de verdad del evangelio. Por tanto, las Escrituras dicen que Dios nos regenera por medio del evangelio y por medio de la palabra de verdad (1 Co. 4:15; Jac. 1:18). Hemos sido “regenerados, no de simiente corruptible, sino de incorruptible, por la palabra de Dios, la cual vive y permanece para siempre” (1 P. 1:23). Dios se ha impartido a nosotros y ha sembrado Su vida en nuestro ser por medio del Espíritu, y mediante el uso de Sus palabras. Puesto que el Espíritu Santo nos tocó, nosotros creímos las palabras de Dios y la vida de Dios entró en nosotros. La vida de Dios está incorporada en Sus palabras. Además, las palabras de Dios son vida (Jn. 6:63). Por tanto, cuando recibimos las palabras de Dios, recibimos la vida de Dios.

La vida que recibimos en el momento de la regeneración no es una vida carnal, sino espiritual. Al igual que el viento, esta vida no tiene forma y no se puede ver (Jn. 3:8). Sin embargo, es muy práctica y puede ser hecha real al hombre. Por tanto, la regeneración es simplemente esto: que además de su propia vida, el hombre recibe la vida de Dios.

Cuando somos regenerados, tenemos la “potestad de ser hechos hijo de Dios” (Jn. 1:12) y, como tales, tenemos una relación de vida con Dios, tal como un hijo la tiene con su padre (Gá. 4:6; Ro. 8:15-16). La vida increada de Dios es la vida de Dios y también es la “vida eterna” (Jn. 17:3). Es la vida que Adán pudo haber obtenido, pero no la obtuvo. Es la vida que el hombre no tiene antes de experimentar la regeneración, pero que entra en él cuando es regenerado. Ésta es la característica del nuevo pacto, la gloria del nuevo pacto. ¡Aleluya!

En la vida de Dios está la naturaleza de Dios. Por tanto, cuando tenemos la vida de Dios, llegamos a ser “participantes de la naturaleza divina” (2 P. 1:4). Podemos entender el corazón de Dios, deseamos espontáneamente hacer lo que Dios quiere hacer, y somos aptos para expresar en nuestro vivir la imagen de Dios (Col. 3:10). Si un hombre dice que ha recibido la vida del Hijo de Dios, pero no expresa la naturaleza de esta vida en lo más mínimo, ni tampoco ama la justicia o aborrece el pecado, entonces la fe y la regeneración de este hombre son inciertas. La naturaleza de Dios está en la vida de Dios. Entonces, si no tenemos la naturaleza de la vida de Dios, ¿cómo podemos decir que tenemos la vida de Dios?

“Lámpara de Jehová es el espíritu del hombre” (Pr. 20:27). Después de la caída de Adán, el espíritu del hombre se entenebreció. Pero cuando el Espíritu Santo nos regeneró y puso la vida de Dios en nosotros, Él dio vida a nuestro espíritu (Ef. 2:5). Eso fue como encender una lámpara. La parte del hombre que murió primero cuando Adán cayó, fue el espíritu humano; así que en el momento de la regeneración, o sea, cuando el Espíritu Santo pone la vida increada de Dios en el espíritu del hombre, la primera parte del hombre que es avivada es su espíritu. La obra del Espíritu Santo empieza en el interior del hombre y opera desde el centro hacia la circunferencia; primero opera en el espíritu, luego en el alma y después en el cuerpo. Cuando el Espíritu Santo regenera al hombre, lo hace enteramente en el espíritu humano. Anteriormente, nuestro espíritu estaba muerto debido al pecado. Ahora nuestro espíritu ha sido avivado (Col. 2:13), y podemos conocer a Dios y ser sensibles al pecado. Por esta razón, si un hombre dice que es regenerado, mas no conoce nada de Dios y no tiene ningún sentir respecto a sus pecados, se puede dudar su regeneración.

Cuando el Espíritu Santo nos regeneró, nos dio un “corazón nuevo” y un “espíritu nuevo” (Ez. 36:26). Que el Señor nos haya dado un corazón nuevo no significa que nos diese otro corazón, sino que más bien ha renovado nuestro corazón corrompido. De igual manera, cuando Dios nos da un espíritu nuevo, no significa que nos da otro espíritu, sino que aviva nuestro espíritu muerto y renueva nuestro espíritu viejo. Un corazón nuevo nos hace aptos para pensar en Dios, desear a Dios y amar a Dios. Un corazón nuevo nos hace aptos para formar nuevos deseos y nuevas inclinaciones hacia las cosas celestiales y espirituales. Cuando tenemos un espíritu nuevo, ya no somos débiles e impotentes para las cosas espirituales como lo éramos antes, ni somos ignorantes de las cosas de Dios. Con un espíritu nuevo, llegamos a ser fuertes y poderosos en los asuntos espirituales; podemos obtener entendimiento en cuanto a las cosas de Dios (1 Co. 2:12) y podemos tener comunión con Dios.

Otro hecho glorioso que sucede cuando somos regenerados es que Dios pone Su Espíritu dentro de nuestro espíritu (Ez. 36:27). Después de la regeneración, el Espíritu mora en nuestro espíritu renovado. Esto era algo que desconocían las personas que estaban bajo el viejo pacto. En efecto, en los tiempos del viejo pacto el Espíritu Santo de Dios operaba en el hombre, pero las Escrituras no dicen claramente que el Espíritu de Dios venía a morar dentro del hombre para siempre. ¿Cómo sabemos que en la era del nuevo pacto el Espíritu Santo mora en nosotros todo el tiempo? Sabemos esto por las palabras que el Señor les dijo a Sus discípulos: “Yo rogaré al Padre, y os dará otro Consolador, para que esté con vosotros para siempre: el Espíritu de realidad, al cual el mundo no puede recibir, porque no le ve, ni le conoce; pero vosotros le conocéis, porque permanece con vosotros, y estará en vosotros” (Jn. 14:16-17). El Consolador es realmente el Señor mismo, pero que viene en otra forma, porque el Señor continuó diciendo: “No os dejaré huérfanos; vengo a vosotros” (v. 18). La persona a la que se hace referencia en el versículo 17 es la misma del versículo 18; por tanto, el Consolador es el Señor mismo, pero manifestado en otra forma. Cuando el Señor estaba en la tierra, Él estaba con Sus discípulos todo el tiempo, pero aún no le era posible morar en ellos. Después de la resurrección, el Señor fue hecho el Espíritu vivificante, y es de esa forma que Él podía morar dentro de Sus discípulos. Como el Dios encarnado, Cristo en la carne sólo podía estar entre los hombres, pero Cristo como el Espíritu puede entrar en el hombre. Por tanto, cuando el Espíritu está en nosotros, es Cristo quien está en nosotros (Ro. 8:9-10; 2 Co. 13:5); y cuando Cristo está en nosotros, es Dios quien está en nosotros (el Cristo que se menciona en Efesios 3:17 es el Dios que se menciona en el versículo 19). Qué bendición es que el Creador more en Sus criaturas. ¡Éste es el asunto más maravilloso, más bendecido y más glorioso del universo entero!

El Señor no nos dejó huérfanos. Esto significa que Él mismo toma cuidado de nosotros, nos alimenta, nos nutre y edifica, y lleva todas nuestras responsabilidades. Lo que Cristo cumplió en la cruz es un hecho objetivo, pero el Espíritu que mora en nosotros, convierte los hechos objetivos para que lleguen a ser nuestra experiencia subjetiva. El Espíritu de realidad guía al hombre a toda la realidad.

En el griego la palabra consolador tiene dos significados: uno es “el ayudante que está disponible”. Esto nos habla de que el Espíritu Santo está disponible a nosotros como nuestro ayudante. Siempre que necesitemos de Su ayuda, parece que está de nuestro lado, siempre dispuesto para ayudarnos. El segundo significado es “abogado”. Cristo defiende nuestra causa delante de Dios para nuestro beneficio.

Cuando fuimos regenerados, vinimos a ser salvos. Más aun, Dios nos salvó mediante el lavamiento de la regeneración (Tit. 3:5). La regeneración no sólo hizo que obtuviéramos vida, sino que también nos lavó; mediante la regeneración nuestra vieja creación fue eliminada. Esto significa que somos salvos y librados de la vieja creación. Al principio éramos una vieja creación, pero ahora mediante la renovación del Espíritu Santo (v. 5) tenemos un corazón nuevo, un espíritu nuevo y una vida increada. “Si alguno está en Cristo, nueva creación es; las cosas viejas pasaron; he aquí son hechas nuevas” (2 Co. 5:17).

Cuando el hombre tiene la vida de Dios, puede conocer a Dios y entender las cosas espirituales. Hoy, espiritualmente, el hombre se halla en el reino de Dios; en el futuro, en realidad, él entrará en el reino de Dios (Jn. 3:3, 5).

Por medio de la regeneración nosotros no sólo tenemos la vida de Dios hoy, sino también una esperanza viva para el futuro. Tenemos una herencia incorruptible, incontaminada e inmarcesible, reservada en los cielos para nosotros (1 P. 1:3-4). Hoy en la tierra somos un pueblo celestial, y en el futuro disfrutaremos la porción celestial.

Podemos alabar y agradecer a Dios que la regeneración es tan maravillosa y que sus resultados son tan bendecidos y gloriosos. Debemos cantar:

¡El Salvador conmigo es uno!

    ¡Gran misterio es!

¡Qué salvación maravillosa,

    Dios en Su Hijo es!

¡Aleluya! ¡Aleluya!

    ¡Gran misterio es!

¡Nada en cielo o en la tierra

    Me apartará de Él!

(Himnos, #166)

Cuando fuimos regenerados llegamos a pertenecer al género de Dios. No obstante, aún necesitamos crecer hasta alcanzar la madurez para ser conformados a Su género, es decir, hasta que lleguemos a ser un Dios-hombre glorificado. Debemos comprender que cada vida tiene sus propias características y capacidades. Por ejemplo, los pájaros poseen la vida del ave junto con las características y capacidades de esta vida. A los pájaros les gusta volar y poseen la capacidad de hacerlo. Los peces poseen la vida del pez con las características y capacidades de dicha vida. La vida del pez disfruta vivir en el agua y posee la capacidad de vivir en el agua. No sólo la vida animal es así, la vida vegetal también lo es. “Todo buen árbol da buenos frutos, pero el árbol malo da frutos malos. No puede el buen árbol dar malos frutos, ni el árbol malo dar frutos buenos” (Mt. 7:17-18). Así es la espontaneidad de la vida; ésta es la ley de vida.

Puesto que hemos sido regenerados, tenemos la vida de Dios. Esta vida también tiene sus características y capacidades. Sin embargo, debemos comprender que, si bien esta vida que hemos obtenido es completa en sí misma, no ha madurado en nosotros. El organismo de esta vida es completo, puede alcanzar el nivel más alto. Sin embargo, cuando fuimos regenerados, lo que experimentamos fue un nuevo nacimiento; la vida que recibimos aún no se había desarrollado por completo ni era madura. Esto es como el fruto que posee una vida completa en sí misma, pero que aún es inmaduro. En nuestro nuevo nacimiento se tiene un organismo completo, pero no en términos de la madurez. Sólo al alcanzar la madurez se puede dar compleción a cada parte de dicho organismo. Por tanto, después que el hombre es regenerado, necesita pasar por un largo proceso de renovación el cual el Espíritu Santo efectúa hasta que esta vida se perfeccione en todas las partes de su ser. En otras secciones veremos punto por punto cómo esta simiente de vida manifiesta sus características y capacidades.

LA LEY DE VIDA

Leamos Hebreos 8:10 otra vez: “Pondré Mis leyes en la mente de ellos, y sobre su corazón las escribiré”. Este versículo nos muestra la diferencia que existe entre el nuevo pacto y el viejo pacto. En el viejo pacto la ley estaba puesta fuera del hombre y estaba escrita en tablas de piedra. En el nuevo pacto la ley es puesta dentro del hombre y está escrita sobre su corazón. Aquello que estaba fuera del hombre y había sido escrito sobre tablas de piedra debe ser de la letra (2 Co. 3:6). En ese caso, ¿cuál es la ley que puede ser puesta dentro de nosotros y puede ser escrita sobre nuestros corazones? ¿Y cuál es la naturaleza de esta ley? En la Palabra de Dios vemos que la ley que puede ser puesta dentro de nosotros y escrita sobre nuestro corazón no es la ley de la letra, sino la ley de vida. No toda ley es necesariamente de vida, pero toda vida debe poseer una ley. La ley que Dios imparte dentro de nosotros se origina en la vida que Dios nos ha impartido. Puesto que tenemos la vida de Dios, también debemos tener la ley de la vida de Dios. Dios vino al mundo en Su Hijo, y el Hijo de Dios entra en el hombre por medio del Espíritu. El Espíritu hace que el hombre tenga la vida de Dios. Esta vida ejerce cierta función en el hombre, y esta función es la ley de vida a la que nos referimos aquí. Es decir, esta ley de vida procede del Espíritu, y es “la ley del Espíritu de vida”, de la cual se habla en Romanos 8:2. Observe que esta ley está en singular. En el viejo pacto había muchas leyes, pero en el nuevo pacto no existe la primera, la segunda, la tercera y la última ley. En el nuevo pacto sólo hay una ley, la ley de vida. Éste es el nuevo pacto.

Aquí debemos señalar que la naturaleza de la ley de vida es que tiene una función espontánea. Por ejemplo, nuestros oídos pueden oír de manera espontánea: no es necesario ajustarlos a la fuerza. Sucede lo mismo con los ojos: no es necesario hacer un esfuerzo especial para ajustarlos, los ojos pueden ver espontáneamente. La lengua tampoco necesita que usemos nuestras fuerzas para regularla. Si uno gusta de algo malo, uno lo escupe espontáneamente; cuando nos gusta algo bueno, uno lo ingiere espontáneamente. Si nuestros oídos no pueden oír, los ojos no pueden ver y la lengua no puede gustar correctamente, se debe a que tenemos cierta enfermedad física o a la ausencia de vida. Lo que Dios ha impartido en nosotros es vida, y esta vida tiene una ley; Dios no ha puesto cierta clase de regulaciones o de letras en nosotros, sino algo viviente, la ley de vida, algo que es espontáneo.

Esto lo vemos en el siguiente ejemplo. Supongamos que le decimos a un duraznero muerto: “Tú debes tener hojas verdes, debes tener flores rosadas y a su debido tiempo debes producir duraznos”. Usted puede hablarle de este modo desde el principio del año hasta el final, pero le hablará en vano y le rogará en vano, porque está muerto, no tiene vida. En cambio, si su duraznero está vivo, usted no necesita decirle nada. Espontáneamente brotará, echará hojas, florecerá y finalmente dará fruto. Ésta es la ley de vida. Esta ley tiene su función de forma espontánea.

Puesto que lo que Dios ha impartido en nosotros es vida, la ley de vida también está presente allí, por lo que debe tener su función de forma espontánea. Esta ley hará que la vida se exprese espontáneamente en nosotros y mediante la ley hará que se manifieste espontáneamente todo lo que está contenido en ella. Más aun, esta vida manifestará la sabiduría de Dios y todo lo que Él es por medio de esta ley. Mientras que no la obstaculicemos, se manifestará espontáneamente.

LAS LEYES Y LAS PARTES INTERNAS

Jeremías 31:33 dice: “Pondré Mi ley en su mente [lit. partes internas] y la escribiré en su corazón”. A fin de entender cuáles son las partes internas, debemos considerar de qué se compone el corazón. El corazón que estamos considerando aquí no es el corazón biológico, sino el corazón mencionado en las Escrituras, y el cual muchos de los que pertenecen al Señor conocen por experiencia. Según la crónica de las Escrituras, el corazón se compone de varias partes, las cuales consideraremos una por una.

Las partes del corazón

(1) El corazón incluye la conciencia. Vemos esto en Hebreos 10:22, donde dice: “Purificados los corazones de mala conciencia con la aspersión…”. En 1 Juan 3:20 dice: “Si nuestro corazón nos reprende…”. Reprender es una función de la conciencia, y vemos por medio de estos versículos que la conciencia está dentro del sistema del corazón. Por esta razón, decimos que el corazón incluye la conciencia.

(2) El corazón incluye la mente. Mateo 9:4 dice: “¿Por qué pensáis mal en vuestros corazones?”. Marcos 2:6 habla de cavilar en el corazón; Lucas 1:51 habla del pensamiento del corazón; y Lucas 24:38 de las dudas del corazón. La facultad de entender corresponde al corazón (Mt. 13:15). María guardaba ciertas cosas, meditándolas en su corazón (Lc. 2:19) y, según Hebreos 4:12, los pensamientos están en el corazón. Por medio de estos versículos podemos ver claramente que el corazón incluye la mente.

(3) El corazón incluye la voluntad. Hechos 11:23 contiene esta frase: “con propósito de corazón”; Romanos 6:17 menciona “habéis obedecido de corazón”; en 2 Corintios 9:7 dice que uno puede proponerse algo en su corazón; y Hebreos 4:12 habla de las “intenciones del corazón”. Estos versículos nos muestran claramente que el corazón incluye la voluntad.

(4) El corazón también incluye la parte emotiva. Génesis 45:26 dice: “El corazón de Jacob se permaneció impasible”. Lucas 24:32 dice: “¿No ardía nuestro corazón en nosotros?”. Juan 14:1 dice: “No se turbe vuestro corazón”, y en 16:22 dice: “Se gozará vuestro corazón”. Estos versículos indican claramente que el corazón incluye la parte emotiva.

Aunque no nos atrevemos a decir que la conciencia es el corazón, que la mente es el corazón, que la voluntad es el corazón o que la parte emotiva es el corazón, podemos decir que el corazón incluye la conciencia, la mente, la voluntad y la parte emotiva. El corazón controla la conciencia, la mente, la voluntad y la parte emotiva, y es la totalidad de estos cuatro aspectos de nuestro ser. Más adelante, al hablar de las partes específicas del corazón, nos referiremos a ellas como la conciencia del corazón, la mente del corazón, la voluntad del corazón y la parte emotiva del corazón.

Con esto podemos ver que las partes internas mencionadas en Jeremías 31:33 se componen por lo menos de las cuatro partes del corazón: la conciencia, la mente, la voluntad y la parte emotiva.

Las relaciones que existen entre el corazón y las leyes

En Hebreos 8:10 y 10:16 tenemos la palabra en plural leyes, aunque la ley de vida no es plural sino singular. ¿Por qué entonces en ambos versículos dice leyes? ¿Por qué razón la ley se ha vuelto plural? La razón es que la vida que hemos recibido mediante la regeneración tiene sólo una ley, que es la ley de vida. Sin embargo, esta ley tiene más de una función en nosotros. La vida de Dios ejerce cierta función en cada una de nuestras partes internas. En el espíritu ejerce cierta función, en la mente ejerce cierta función, en la voluntad también, así como en la parte emotiva. La vida tiene su función en todas las partes internas. Cuando Jeremías dice: “Pondré Mi ley en su mente y la escribiré en su corazón”, significa que la ley de vida de Dios tiene una función en cada una de nuestras partes internas.

Por tanto, la ley en sí misma es singular, pero en cuanto a la función que esta ley ejerce en nuestro ser es plural. Es igual al agua que fluye; la fuente es una, pero las tuberías son muchas. La vida sólo tiene una ley en nosotros, pero esta ley se ha extendido a nuestras partes internas. Ahora tenemos esta ley en nuestro espíritu, en nuestra mente, en nuestra voluntad y también en nuestra parte emotiva. En cuanto a la vida en sí misma, hay una sola ley, pero en cuanto a la función que esta ley cumple al operar, hay muchas leyes. La ley se extiende a las diferentes partes de nuestro ser y llega a ser varias leyes, pero la fuente es sólo una.

El corazón es la puerta de nuestro ser

Aunque el espíritu es la parte más elevada del hombre, lo que representa al yo del hombre no es el espíritu, sino el corazón. El corazón es el representante del hombre. Salmos 4:4 habla de tener comunión con nuestro corazón. Esto indica que el corazón es el verdadero ser del hombre. Nuestro corazón es la parte más importante de nuestro ser.

El corazón está ubicado entre el espíritu y el alma. Por tanto, todo lo que entra en el espíritu debe pasar por el corazón, y todo lo que proviene del espíritu también debe pasar por el corazón. Proverbios 4:23 dice: “Sobre toda cosa que guardes, guarda tu corazón, / porque de él mana la vida”. Esto significa que el corazón es la puerta de salida por la cual fluye la vida. Es decir, el fruto que manifieste el hombre emana de su corazón, y por esto el corazón es la parte más importante. El corazón es el camino forzoso por el cual transita la vida. Por tanto, para que la vida de Dios pueda entrar en nosotros, lo que Él primero debe hacer es que nuestro corazón se conmueva. Mientras nuestro corazón no se haya compungido ni arrepentido, la vida de Dios no tendrá manera de entrar. Cuando Dios nos hace sentir los sufrimientos relacionados con el pecado, la dulzura de Su amor o el valor inapreciable de Cristo, Él siempre toca nuestro corazón, haciendo que nos lamentemos y nos arrepintamos. Hacer que nuestro corazón se lamente es la función específica de la conciencia, y arrepentirse equivale a tener un cambio en la manera de pensar. Cuando nuestro corazón es conmovido de esta manera, nuestra voluntad toma una decisión y nuestro corazón cree. De este modo, al recibir a Cristo, la vida de Dios entra en nosotros y se siembra en nuestro interior (1 P. 1:23).

El corazón es el interruptor de la vida

Un grano de trigo que ha sido sembrado en la tierra comenzará a crecer y continuará creciendo. Sin embargo, su crecimiento depende de ciertas condiciones. Por ejemplo, si uno planta una semilla, pero si nunca la riega no podrá crecer. Vemos estos principios no sólo en la vida, sino también en la física. La electricidad, por ejemplo, es algo poderoso, pero cuando el pequeño interruptor es apagado el flujo de la electricidad deja de circular. Es verdad que la vida es poderosa y espontánea, pero si hay algo que obstaculiza su desarrollo o si las condiciones para su desarrollo están ausentes, no crecerá y parecerá como si el crecimiento se hubiera detenido.

¿Cómo entonces puede desarrollarse esta vida en nosotros? Debemos recordar que el hecho de que recibamos la vida es algo que comienza con nuestro corazón y que el crecimiento de esta vida también se inicia en nuestro corazón. Si la vida que está en nosotros ha de crecer o no, depende de si nuestro corazón está abierto a Dios o no. Si nuestro corazón está abierto a Dios, la vida crecerá y se extenderá en nosotros, pero si nuestro corazón permanece cerrado a Dios, la vida que está en nosotros no podrá desarrollarse y extenderse. Por tanto, el crecimiento y desarrollo de la vida en nosotros es un asunto completamente relacionado con el corazón. No debemos descuidar este asunto.

Debemos darnos cuenta de que con el corazón sentimos deseos e inclinaciones, mientras que el espíritu nos permite tener comunión y comunicación con Dios. Por tanto, desear a Dios y amar a Dios no son asuntos relacionados con el espíritu, sino asuntos vinculados al corazón, pero adorar y servir a Dios no son asuntos vinculados al corazón, sino asuntos relacionados con el espíritu. El corazón puede amar a Dios, pero no puede tener contacto con Dios. El corazón puede inclinarse hacia Dios, pero no puede tener comunión con Dios. Sólo el espíritu puede tener contacto con Dios y tener comunión con Dios.

Algunos dirán que si hemos de percibir las cosas de Dios, necesitamos usar nuestra mente, al igual que al escuchar los sonidos necesitamos usar nuestra mente. Aunque es verdad que para escuchar los sonidos debemos usar la mente, también es verdad que para ello debemos usar nuestros oídos. Aunque alguien estuviese hablando, si usted no tuviera oídos, su mente no podría entender lo que esa persona está diciendo. Ocurre lo mismo con la vista; si tenemos los colores rojo, blanco, amarillo y azul pero usted no tiene ojos con que ver, usted no podría entender que cosa es el color rojo, el blanco, el amarillo o el azul. Si usted desea ver, debe usar sus ojos. Los sonidos se transmiten a su mente a través de los oídos, y los colores se transmiten a su mente a través de los ojos. Asimismo, las cosas espirituales necesitan ser percibidas por el espíritu.

Si Dios desea tener comunión y comunicación con nosotros, y nosotros no tenemos corazón, le sería imposible hacerlo. Nuestro corazón es semejante al interruptor eléctrico; cuando se enciende, la luz se enciende. Cuando se apaga, la luz se apaga. Si nuestro corazón está abierto a Dios, es fácil que Dios tenga comunión con nosotros, pero si nuestro corazón está cerrado a Dios, es difícil que Él tenga comunión con nosotros. Ciertamente la vida de Dios está en nosotros; no obstante, el corazón es el interruptor de esta vida. Si la vida de Dios puede pasar de nuestro espíritu a la conciencia, o si Su vida puede pasar por nuestro espíritu y alcanzar nuestra mente, o si puede pasar por nuestro espíritu y alcanzar nuestra voluntad o afectar nuestra parte emotiva, es un asunto que depende del corazón. Si nuestro corazón está abierto , la vida de Dios tiene la manera de hacerlo; si nuestro corazón permanece cerrado, la vida de Dios no podrá hacerlo.

El corazón puede obstaculizar el mover de la vida

Cuando el Espíritu Santo nos regeneró, nosotros recibimos la vida increada de Dios. Esta vida es poderosa y no tiene limitaciones. No está limitada por el espacio ni por el tiempo. Pero si tenemos problemas con nuestro corazón, eso será un gran obstáculo para la vida de Dios. Si tenemos problemas con nuestra conciencia, nuestra mente, nuestra voluntad o nuestra parte emotiva, la vida de Dios se verá obstaculizada. La vida de Dios se ha impartido en nuestro espíritu, pero esta vida desea extenderse y mudarse a las diferentes partes de nuestro ser interior. Si tenemos problemas con cualquiera de nuestras partes internas, esta vida será obstaculizada y detenida.

Todo aquel que pertenece al Señor, por la gracia de Dios, tiene la vida de Dios en él. Esto es un hecho definitivo e innegable. Que la vida de Dios sea algo viviente y que viva en nosotros, también es algo que no se puede negar. Puesto que tenemos la vida de Dios, nosotros podemos recibir revelación e iluminación; Su voz y Su sentir están dentro de nosotros. ¿Por qué, entonces, es que muchos de los hijos de Dios dicen: “Yo no recibo ni revelación ni iluminación, y no puedo escuchar Su voz ni percibir Su sentir”? ¿Acaso quiere decir que la vida de Dios que está en ellos no es verdadera? ¿Significa que la vida de Dios no es algo viviente? No, la vida de Dios es definitivamente verdadera y viviente. Además, la vida de Dios vive en ellos. La razón por la que no reciben revelación o iluminación, la razón por la que no oyen Su voz ni perciben Su sentir es porque ellos tienen un problema con su corazón. Quizás tienen un problema con su conciencia, tal vez ésta les acusa por algún pecado, al cual ellos aún deben hacer frente. Quizás el problema consiste en que su mente está ocupada con ansiedades, preocupaciones, pensamientos malignos, razonamientos o dudas. O pueden tener un problema relacionado con su voluntad, como por ejemplo: se aferran obstinadamente a sus opiniones o no están dispuestos a obedecer. Su parte emotiva también puede estar impregnada de deseos carnales o de inclinaciones naturales. De cualquier manera, alguna parte de su corazón tiene algún problema.

La vida de Dios ha sido impartida en nosotros, y esta vida desea salir de nuestro espíritu, pero de nuestra parte, nosotros no le permitimos avanzar. A veces nuestra conciencia no le da el paso, otras veces nuestra mente o nuestra voluntad no le permiten pasar y en otras ocasiones nuestra parte emotiva no permiten que la vida pase a través de ellas. Por tanto, la vida de Dios no puede manifestarse a través de nosotros. Debemos recordar que a medida que la vida de Dios se mueve en nuestro ser, debe pasar por las diferentes partes de nuestro corazón y si hay un problema en cualquier parte del corazón impedirá el mover de la vida de Dios.

Esto se puede comprobar con Efesios 4:17-19: “Esto, pues, digo y testifico en el Señor: que ya no andéis como los gentiles, que todavía andan en la vanidad de su mente, teniendo el entendimiento entenebrecido, ajenos a la vida de Dios por la ignorancia que en ellos hay, por la dureza de su corazón; los cuales, después que perdieron toda sensibilidad, se entregaron a la lascivia para cometer con avidez toda clase de impureza”. La palabra que se tradujo “mente” en el versículo 17 es nous en el texto griego. Esta palabra se usa veinticuatro veces en el Nuevo Testamento. A veces se traduce como “mente” (como en Lc. 24:45; Ro. 1:28; 7:23, 25; 11:34; 12:2; 14:5; 1 Co. 1:10; 2:16; Ef. 4:17, 23; Col. 2:18; 2 Ts. 2:2; 1 Ti. 6:5; 2 Ti. 3:8; Tit. 1:15; Ap. 17:9) y otras veces como “entendimiento” (como en 1 Co. 14:14-15, 19; Fil. 4:7; Ap. 13:18). El significado de la palabra nous incluye tanto mente como entendimiento. El ser humano posee tres órganos de percepción: el cerebro, que se halla en nuestro cuerpo; la intuición, que se halla en nuestro espíritu; y la mente, que se halla en nuestra alma. Nuestra mente debe ser gobernada por nuestra intuición. Todos entendemos el papel que cumple el cerebro en nuestro cuerpo, pero la intuición es algo escondido y no es tan obvio. A veces la percibimos y a veces no; a veces nos impulsa y a veces nos detiene. A esto le llamamos la intuición. Entre la intuición y el cerebro se encuentra la mente. La mente expresa lo que la intuición quiere decir y hace que el cerebro lo haga claro. Sin embargo, aunque tengamos una fuerte intuición y un cerebro sano, si la mente tiene algún problema, lo que tenemos dentro de nosotros no se podría conocer. En Efesios 4:17, el nous alude a un órgano que es capaz de pensar, así como nuestros ojos tienen la capacidad de ver. Pero la palabra entendimiento del versículo 18, que en el griego es dianoia, define la función de este órgano y se puede comparar a la visión. Es el poder de entender.

La mente vana del hombre (el nous) es su imaginación, sus “castillos en el aire”. Esta clase de mente siempre está invadida de pensamientos vanos. En cierta ocasión, después de que un predicador había concluido su sermón, pidió a algunos de la congregación que oraran. En la oración que hizo cierto hombre, él dijo algo acerca de 250 “cuerdas” de dinero (en aquel entonces el dinero se contaba por “cuerdas”). La mente de este hombre estaba completamente llena de imaginaciones que él se fabricaba en torno a riquezas. Cuando la vida de Dios se extendió a esta parte de su ser, ¿cómo podría abrirse paso en ella? Mediante este ejemplo, vemos que no importa si es una persona, asunto o cosa, todo puede convertirse en imaginaciones para ocupar nuestra mente. Cada vez que nuestra mente está ocupada por alguna imaginación, ahoga la vida de Dios (Mt. 13:22).

Cuando el hombre ocupa su mente en imaginaciones, su entendimiento se entenebrece y el poder para entender se debilita. Sé de un cristiano joven que estaba muy ocupado con cierto asunto; su mente continuaba dándole vueltas al asunto repetidamente, hasta dejarlo exhausto. En un momento él llegó a pensar que se trataba de la voluntad de Dios, y en otro momento pensaba que no era la voluntad de Dios. Su mente daba vueltas continuamente y, como resultado, quedó completamente confundido. Esto significa que su dianoia, su entendimiento, fue entenebrecido.

Lo que causa que nuestra mente se vuelva vana, nuestro entendimiento se vuelva entenebrecido y nos volvamos ajenos a la vida de Dios, son nuestra ignorancia interior y la dureza de nuestro corazón, lo cual hace que abandonemos toda sensibilidad. El corazón puede endurecerse hasta tal punto que pierde toda sensibilidad. Por esta razón, la fuente del problema yace en el corazón.

En resumen, podemos decir que cuando el corazón se endurece, nos volvemos ajenos a la vida de Dios; nos volvemos ignorantes y somos incapaces de entender. El resultado es que el crecimiento de vida es obstaculizado. Por consiguiente, debemos comprender que no es que la ley de vida no se mueva en nosotros —la ley de vida siempre está esperando que le demos la oportunidad de extenderse a nuestras partes internas—, sino que cuando tenemos problemas con las diferentes partes de nuestro corazón, el mover de la vida será obstaculizado. Por lo tanto, a fin de que la vida de Dios se extienda y se mueva sin impedimento alguno, es primordial que no haya ningún problema en nuestro corazón.

Ablandar el corazón de piedra, y el mover de la vida

Ezequiel 36:25-27 habla de por lo menos cinco asuntos: (1) hemos sido lavados con agua limpia; (2) se nos ha dado un corazón nuevo; (3) tenemos un espíritu nuevo dentro de nosotros; (4) ha sido quitado nuestro corazón de piedra y se nos ha dado un corazón de carne; y (5) dentro de nosotros fue puesto el Espíritu de Dios. El resultado de juntar estas cinco cosas es que podemos andar en los estatutos de Dios y guardar Sus ordenanzas. Ya hemos indicado que Dios nos ha dado un corazón nuevo con un espíritu nuevo, y que el Espíritu Santo mora dentro de nosotros. Ahora prestaremos atención al asunto de cómo Dios quita nuestro corazón de piedra y nos da un corazón de carne. Debemos entender que al hablar de un corazón de piedra y de un corazón de carne, no estamos diciendo que tenemos dos corazones; sólo tenemos un corazón. Un corazón de piedra se refiere a la dureza del corazón, mientras que el corazón de carne se refiere a la sensibilidad del corazón; pero el corazón sigue siendo uno solo. Cuando fuimos salvos, Dios nos dio un corazón de carne, pero nuestro corazón de piedra aún estaba allí. Por una parte, podríamos decir que teníamos un corazón de carne, por otra, que teníamos un corazón de piedra. Quitar el corazón de piedra no es algo que ocurre de una vez por todas; antes bien, el corazón se ablanda gradualmente. La medida en que puede crecer la vida de Dios en nosotros, depende totalmente de cuánto se haya ablandado nuestro corazón. Nuestro corazón de piedra debe transformarse gradualmente en un corazón de carne, a fin de que la vida de Dios pueda propagarse sin impedimento.

Entre los hijos de Dios, muchos han tenido la siguiente experiencia: primero fueron salvos y entonces su corazón endurecido se ablandó, mas no del todo. En el momento de su salvación su corazón se ablandó quizás un setenta por ciento, pero después de un tiempo se endureció otra vez; tal parece que regresaron a su condición anterior. Peor aún, el endurecimiento de su corazón parecía ser aún más grave. Quizás su corazón fue atrapado por ciertas cosas o afectado por cierta persona, o tal vez se vio enredado en algo o fue atraído por cierto empleo. Estas cosas arrastran al hombre y todas son problemas del corazón. Si la vida ha de crecer y extenderse en nosotros, eso dependerá totalmente de la transformación de nuestro corazón. Dependerá de que nuestro corazón sea blando o duro. Si nuestro corazón es cautivado por otras cosas que no sean Dios, ya sea cierto objeto, cierta persona o cierto asunto, el mover de la vida estará obstruido. Por lo tanto, Dios desea transformar nuestro corazón. Él continuará transformándonos hasta que nuestro corazón haya cambiado y se haya vuelto un corazón de carne. Entonces el Espíritu de Dios hará que Su vida se extienda en nosotros de una manera prevaleciente.

Cuando la vida de Dios desea moverse dentro de nosotros, Él siempre toca primero nuestro corazón, haciendo que nuestro corazón de piedra se ablande. Algunas personas son conmovidas por el amor de Dios, otras por Su disciplina. Cuando los hijos de Israel se alejaban de Dios, Él los hería y ellos regresaban a Él. Otro ejemplo, es el de una hermana que estaba totalmente cautivada por su hijo, pues lo atesoraba en exceso. Dios le habló una vez al respecto, pero no escuchó. Dios le habló dos y tres veces más, pero aún ella se negaba a escucharle. Luego, Dios le quitó al hijo, en ese momento su corazón se volvió a Dios. También había otro hermano que estaba enredado en sus negocios. Dios le habló una vez, dos veces, cinco veces, diez veces, pero él no escuchaba. Entonces Dios hizo que sus negocios se vinieran abajo. Entonces el se volvió a Dios. Hay quienes en su servicio a Dios han sido capturados por la obra y están ocupados laborando desde la mañana hasta la noche. Es verdad que la obra es algo espiritual, pero también puede capturar el corazón y ocupar el lugar de Dios. Había alguien a quien Dios le habló una vez porque estaba en esa situación, pero él no le escuchó. Dios le habló diez veces, y aun así no le obedecía. Entonces, Dios le hirió, y él fue abatido; su corazón fue alumbrado, y entonces él se volvió a Dios. Algunos hermanos y hermanas tienen una práctica especial, un mérito especial o alguna justicia especial, pero esa práctica, mérito o justicia llegan a ser su jactancia, el criterio según el cual miden a otros. Como estas cosas llenan su corazón, aunque Dios les hable una vez, dos veces, diez veces, veinte veces, ellos no le escuchan. Entonces Dios pone Su mano sobre ellos; sólo entonces son alumbrados de tal modo que se postran ante Dios, y sus corazones se vuelven totalmente a Dios. Mediante dicha obra, Dios transforma sus corazones de piedra en corazones de carne, a fin de que Su vida pueda moverse en ellos sin ningún impedimento. Si su corazón ha sido tocado por Dios, usted dirá espontáneamente: “Oh Dios, me consagro a Ti. Quiero que vuelvas mi corazón a Ti por completo”. Cuando usted se ofrece a Dios de esta manera, y permite que Él obre en usted, Él se moverá en usted, y cuando Él se mueve, usted verá algo, oirá algo y sentirá algo. Si usted está dispuesto a obedecer a Dios, Su vida se moverá entrando a su conciencia, a su mente, a su voluntad y a su parte emotiva. De este modo, la vida de Dios continuará moviéndose en usted sin cesar.

Dos condiciones para el mover de la vida

La ley de vida debe estar saliendo continuamente. Dios desea moverse por las diferentes partes internas de nuestro ser, pero muchas veces cuando la ley de vida se mueve, se encuentra con una pared rígida que no le es posible atravesar; hay algo que impide su mover. Por lo tanto, a fin de que la vida se mueva y pueda pasar a través de nosotros, debemos cumplir con dos condiciones.

Obedecer el primer sentir de vida

La primera condición es obedecer el primer sentir de vida que percibimos. A menos que un hombre no sea regenerado, él siempre tendrá algún sentir de vida. Un hermano cristiano que era médico le hizo esta pregunta a un predicador: “Tanto el comienzo como el crecimiento de nuestra vida espiritual empiezan con el hambre y la sed, pero muchas personas no sienten hambre ni sed. Cuando ese es el caso, ¿cómo podemos hacer para que tengan hambre y sed?”. La respuesta fue: “Usted es médico. Sabe que el hombre tiene vida y que a menos que esté muerto, él tendrá algo de apetito. ¿Qué puede hacer para que su apetito aumente? Prescribiéndole algo para aumentar su apetito. A medida que él toma la medicina, su apetito aumenta poco a poco. Usted continúa haciendo así hasta que su apetito se restaure y alcance un nivel normal. Por tanto, cada vez que tengamos un pequeño sentir, debemos obedecerle. Tan pronto obedecemos ese sentir, nuestra hambre y sed aumentan un poco. Cuando obedecemos nuevamente, el hambre y la sed aumentarán en mayor medida y nuestro sentir se volverá más fuerte, y entonces obedecemos de nuevo. Cuanto más obedecemos, más fuerte será el sentir que percibimos. Si continuamos por este camino, interiormente llegaremos a ser vivientes”. La vida del Señor se mueve dentro de nosotros de la misma manera. Si se mueve y entra a nuestra parte emotiva, nos trae de regreso a Dios; si se mueve a nuestra mente, nos hace volver a Dios; si se mueve y entra a nuestra voluntad, nos hace que nos volvamos a Dios. En virtud del mover continuo y de volvernos a Él, la vida dentro de nosotros aumentará, se profundizará y crecerá. Por tanto, necesitamos comenzar obedeciendo el más pequeño sentir. Siempre que tengamos un sentir, debemos obedecerlo.

Algunos preguntarán: “Después de obedecer, ¿qué sigue?”. La respuesta es que, antes de que usted obedezca el primer sentir, no debe preocuparse del siguiente paso. Según las Escrituras, Dios nunca le da a un hombre un sentir y otro sentir. Tomemos a Abraham como ejemplo. Él salió sin saber adónde iba (He. 11:8). Sólo sabía que Dios quería que él dejara su hogar, su tierra y su parentela a fin de entrar a un lugar que Dios le mostraría (Hch. 7:3). Su primer sentir era que tenía que salir de Ur de los caldeos. El sentir de vida que nos guía nunca hará de nosotros personas independientes, sino siempre dependientes. La experiencia de Abraham fue ésta: “daré este primer paso. El siguiente paso no lo conozco”. Mientras andaba paso a paso, él dependía completamente del Señor. Dios no sólo le dio fe a Abraham, sino que también forjó Su vida y Su naturaleza en Abraham. Por tanto, después de obedecer el primer paso, aún necesitamos mantener nuestros ojos en Dios, encomendando el segundo paso a Dios mediante la comunión. Al andar de esta manera, paso a paso, Dios nos guiará.

Cuando por la gracia de Dios aprendemos a seguirlo interiormente, siempre tendremos un sentir en nosotros. Cuando andamos de esta manera paso a paso y llegamos a hacer algo que va más allá de lo que Dios nos permite, un movimiento que no corresponde con la vida dentro de nosotros, de inmediato sentimos que el Espíritu Santo nos lo prohíbe (Hch. 16:6). Esto es tan precioso. Inmediatamente, tendremos el sentir de que el Espíritu de Jesús no nos lo permite (v. 7). Si obedecemos el guiar interior una y otra vez, ya sea para hacer o no hacerlo, creceremos en vida. Repetimos: es imprescindible obedecer el primer sentir de vida; incluso debemos obedecer el sentir más leve, porque obedecer es una condición importante para permitir que la vida se mueva.

Amar a Dios

Otra condición es amar a Dios. Marcos 12:30 dice: “Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente y con todas tus fuerzas”. Según el idioma original, la palabra traducida “mente” se debe traducir “entendimiento” (dianoia). Este versículo nos muestra que tenemos que usar todo nuestro corazón, toda nuestra alma, todo nuestro entendimiento y todas nuestras fuerzas para amar a Dios. La Palabra de Dios nos muestra que amar a Dios se relaciona con el mover de la vida. La experiencia de muchos santos indica que Dios primero siembra la vida en nosotros y luego hace que nuestra parte emotiva sea constreñida con Su amor. El Evangelio de Juan hace énfasis en la fe y también en el amor. Este evangelio nos dice que el que cree tiene vida eterna (Jn. 3:16). También dice: “El que me ama, Mi palabra guardará; y Mi Padre le amará, y vendremos a él, y haremos morada con él” (14:23). La fe equivale a recibir la vida dentro de nuestro ser, mientras que el amor significa permitir que la vida fluya de nosotros. Sólo la fe hace posible que la vida entre en nuestro ser, y sólo el amor hace posible que la vida fluya.

Por tanto, debemos permitir que este amor alcance nuestro corazón para que fluya a nuestra parte emotiva, mente y voluntad. Necesitamos levantar nuestras cabezas y decir: “¡Oh, mi Dios, quiero amarte con todo mi corazón; quiero amarte con toda mi alma; quiero amarte con todo mi entendimiento; quiero amarte con todas mis fuerzas!”. Toda persona que haga esto de cierto observará inmediatamente los cambios que experimentará en su mentalidad, y cómo cambiarán sus palabras y su comportamiento. Todo cambiará por completo, lo que está en ella y lo que sale de ella, porque en esta persona aconteció una historia de amor. Hermanos y hermanas, lo que Dios espera de nosotros hoy es que le permitamos tocar nuestro corazón, nuestra alma, nuestro entendimiento y nuestras fuerzas. En 2 Corintios 3:16 dice: “Pero cuando su corazón se vuelve al Señor, el velo es quitado”. Siempre que nuestro corazón se vuelva al Señor, tendremos luz, Su voz y el sentir de vida.

Así que, la pregunta no es: ¿en qué consiste la luz?, ¿cuál es Su voz? O ¿qué cosa es el sentir de vida? La pregunta es: ¿Dónde está nuestro corazón? Si nuestro corazón está pegado a cierta persona, asunto o cosa; si está apegado a los dones, a las experiencias espirituales o a la obra espiritual, la propagación de la vida será obstaculizada. El fluir de la vida interior será restringido, debido a que no puede abrirse paso a través del corazón. Por esta razón, debemos volver nuestro corazón al Señor y fijarlo en Dios mismo. Si nuestro corazón se vuelve a Dios, seremos iluminados interiormente, oiremos Su voz y tendremos el sentir de vida interior. Hermanos y hermanas, si deseamos conocer la voluntad de Dios, no debemos procurar entenderla con nuestra mente; primero debemos volver nuestro corazón a Dios. Debemos decir: “Oh Dios, sólo te deseo a Ti; no deseo nada más”. Si hacemos esto, entenderemos la voluntad de Dios con facilidad.

Romanos 12:1-2 nos comprueba estas cosas. Pablo primero dijo: “Así que, hermanos, os exhorto por las compasiones de Dios”. Al hablar estas palabras, él primero tocó las emociones de ellos. Luego dijo: “Que presentéis vuestros cuerpos en sacrificio vivo”. Su intención al decir estas palabras era mover la voluntad. Luego él dijo: “Transformaos por medio de la renovación de vuestra mente, para que comprobéis cuál sea la voluntad de Dios: lo bueno, lo agradable y lo perfecto”. Esto es para conocer la voluntad de Dios con nuestra mente. Esto revela que la vida de Dios en nosotros puede extenderse a nuestra parte emotiva, a nuestra voluntad y a nuestra mente. De esta manera la vida impregna todas las partes internas de nuestro ser y fluye a través de nosotros. Cuando nuestro corazón se vuelve absolutamente a Dios, Él imparte un sentimiento dentro de nosotros, y nos dirigirá y respaldará a fin de que tengamos las fuerzas para obedecerle. Entonces cambiaremos interior y exteriormente. Por tanto, si deseamos que la vida interior se propague hasta salir, si queremos que la vida crezca, ¡necesitamos amar al Señor nuestro Dios con todo nuestro corazón, con toda nuestra alma, con todo nuestro entendimiento y con todas nuestras fuerzas!

Los dos funciones del mover de vida

La vida de Dios se mueve continuamente. Si estamos dispuestos a cooperar con Él al obedecerle, la vida interior va a crecer y se desarrollará espontáneamente. Si permitimos que esta vida continúe moviéndose en nosotros, a fin de que se extienda a nuestra conciencia, a nuestra mente, a nuestra parte emotiva y a nuestra voluntad, tal mover continuo eliminará todo lo que no debe haber en nuestro ser y forjará en nosotros todas las riquezas de Dios. De esta manera siempre habrá algo que está siendo eliminado y algo que está siendo añadido. A medida que más cosas sean eliminadas, más serán añadidas. Todo lo que es eliminado es lo que no debemos contener; lo que es añadido es algo que debemos tener. Lo que es eliminado es algo de Adán, mas lo que es añadido es algo de Cristo. Lo que es eliminado es viejo, pero lo que es añadido es nuevo. Lo que es eliminado está muerto, pero lo que es añadido es viviente. Mediante este proceso gradual de eliminación y de adición, la vida crece dentro de nosotros.

Cuando la vida de Dios se está moviendo en nuestro ser, se manifiestan dos funciones. La primera es la muerte y la segunda es la resurrección. La función de la muerte es quitar de en medio la enfermedad, mientras que la función de la resurrección es darnos salud. El primer elemento de la cruz del Señor es la muerte, mientras que el segundo es la vida. Romanos 6 nos dice que estos dos elementos son los más poderosos y los más útiles en la vida de Cristo. La cruz significa simplemente que cuando nuestro corazón es tocado por Dios, nosotros nos ofrecemos a Él de modo que Su vida puede continuar propagándose en nosotros. Cuando Su vida se mueve, tiene un elemento que nos hace morir. Esta función que nos da muerte eliminará las cosas dentro de nosotros que no debemos tener; eliminará las cosas que son contrarias a Dios, contrarias a la vida y contrarias al Espíritu Santo. Por otra parte, se manifiesta un elemento de vida que nos hace vivientes. Esta función que nos vivifica hace que expresemos todas las riquezas de la Deidad en nuestro vivir, a fin de que seamos llenos de luz, llenos de gozo y llenos de paz. Por tanto, la muerte de Cristo y la vida de Cristo nos hace que seamos librados del pecado y de todo lo que Dios aborrece y condena. Por otra parte, hacen que recibamos algo fresco, algo que nos alumbra y nos da alegría y paz. De la misma manera que hay eliminación, también hay adición. Debemos permitir que la vida de Dios opere, que se mueva en nosotros; siempre que esta vida se mueve, algo nos será eliminado y algo nos será añadido. Siempre que la vida de Dios se mueva en nosotros, morimos un poco más, y al mismo tiempo vivimos un poco más. A medida que la vida de Dios se extiende y elimina las cosas que no debe haber en nosotros, nos serán añadidas las cosas que sí debemos poseer. Cuanto más se elimina la muerte, más aumenta la vida. Espero que avancemos según el mover de la vida de Dios para que Su vida en nosotros pueda extenderse a todas las partes de nuestro ser, moviéndose sin impedimento a través de ellas, siempre eliminando algo y siempre añadiendo algo.

El gran poder del mover de la vida

Hebreos 8:7 dice: “Si aquel primero hubiera sido sin defecto, no se hubiera procurado lugar para el segundo”. Hemos mencionado anteriormente que la razón por la que el primer pacto tenía defecto no era porque el pacto en sí mismo tuviese defecto, sino porque era débil cuando se aplicaba al hombre. El primer pacto compuesto por los mandamientos de letras estaba escrito sobre tablas de piedra. Sólo podía exigirle al hombre guardar la ley; no podía darle el poder para hacerlo. La razón por la que el nuevo pacto es un mejor pacto se debe a que por medio de él, la ley se imparte dentro del hombre; se inscribe sobre el corazón del hombre. La ley de vida del nuevo pacto puede hacer que el hombre obedezca la voluntad de Dios sin que necesite de la enseñanza del hombre. Este pacto le da la capacidad al hombre de conocer a Dios interiormente. Por tanto, decimos que el nuevo pacto es excesivamente glorioso y extremadamente precioso.

En el nuevo pacto, las leyes de Dios son puestas en las partes internas del hombre. Si la vida de Dios se mueve a cierta parte y no logra abrirse paso, estará obstaculizada y su fluir se detendrá allí; no podrá extenderse. Esto no significa que haya algo que el nuevo pacto no pueda hacer. No, el nuevo pacto puede hacer todas las cosas, porque el nuevo pacto significa que “con Dios todas las cosas son posibles”. El nuevo pacto puede hacer todas las cosas debido a que el mover de esta vida es poderoso. Y este poder es el poder de la vida indestructible (He. 7:16). El enorme poder con que se mueve esta vida es el mismo poder que levantó al Señor Jesús de los muertos (Ef. 1:20). Este también es el poder por el que se mueve esta vida, la cual es capaz de hacer todas las cosas mucho más abundantemente de lo que pedimos o pensamos (Ef. 3:20).

Ahora consideremos algunos ejemplos.

Puede hacer que el corazón del hombre se vuelva a Dios

En 2 Corintios 3:14-16 se nos dice que los corazones de los hijos de Israel se endurecieron, y que cuando leían el Antiguo Testamento había un velo sobre sus corazones. También nos dice que siempre que sus corazones se volvían al Señor, el velo era quitado. Esto muestra que el velo que tenían los israelitas era su duro corazón, un corazón que no deseaba al Señor. Siempre que sus corazones se volvían al Señor, el velo era quitado. Por tanto, cada vez que haya un velo dentro de nosotros, significa que hay un problema en nuestro corazón.

La pregunta entonces es: ¿cómo puede nuestro corazón volverse al Señor? Las Escrituras dicen que “como aguas que se reparten / es el corazón del rey en la mano de Jehová: / Él lo inclina hacia todo lo que quiere” (Pr. 21:1). Mientras estemos dispuestos a poner nuestro corazón en las manos de Dios, Él puede volvernos a Él.

Si estamos dispuestos a orar al Señor diciendo: “Señor, oro pidiéndote que inclines mi corazón a Tus testimonios, y no a la avaricia” (Sal. 119:36), Dios podrá volver nuestro corazón a Él. Si somos de aquellos que son verdaderamente salvos, cuyo corazón ha sido renovado, incluso si nos hubiésemos vuelto a otras cosas y nos volviéramos fríos; aun así, si nos diésemos cuenta claramente de que Dios tiene misericordia de nosotros, Su vida continuará moviéndose dentro de nosotros, hasta que un día nos llevará a decir en voz alta o en silencio: “Oh Dios, oro pidiéndote que vuelvas mi corazón a Ti”. Si cedemos tan solo un poco, la vida se extenderá aun más y aumentará más en nosotros. De esta manera nuestro corazón es avivado y se vuelve al Señor.

Permite al hombre obedecer a Dios

Filipenses 2:12-13 dice: “Como siempre habéis obedecido, no como en mi presencia solamente, sino mucho más ahora en mi ausencia, llevad a cabo vuestra salvación con temor y temblor”. ¿Cómo podían ellos hacer esto? La respuesta le sigue: “Porque Dios es el que en vosotros realiza así el querer como el hacer, por Su beneplácito”. Muchas veces, no sólo somos incapaces de obedecer a Dios, sino que no deseamos obedecer a Dios. Sin embargo, si realmente somos salvos y nuestro corazón ha sido conmovido, aun si reincidimos ocasionalmente y nuestro corazón se endurece, no obstante, interiormente conocemos la historia: Dios tiene misericordia de nosotros, Su vida aún se mueve en nosotros y, con el tiempo, seguirá moviéndose hasta que nuestro corazón tenga otra vez el deseo de obedecer a Dios. Entonces decidiremos obedecer a Dios, y también seremos capaces de obedecer a Dios. La razón es simplemente que la vida de Dios se ha movido hasta alcanzar nuestra parte emotiva y nuestra voluntad. Se ha extendido a tal grado que llegamos a ser capaces de obedecer a Dios.

Había cierta hermana cuya conciencia estaba bajo tal condenación que sentía que nunca más buscaría la voluntad de Dios y que nunca podría obedecer a Dios otra vez. Le parecía que todo lo que podía esperar era el veredicto del juicio de Dios, tan grande era su sufrimiento. Pero al mismo tiempo había una oración en su interior y le susurró a Dios: “Oh Dios, quizá no soy capaz de buscar Tu voluntad, pero aun así te pido que hagas que busque Tu voluntad. Aunque no puedo obedecerte, aun así te pido que hagas que te obedezca”. Ésa fue una oración maravillosa. Filipenses 2:13 la sostuvo en ese día. Ella se dio cuenta de que si Dios no hubiera estado trabajando en su corazón, no habría surgido tal oración en ella. Puesto que era el mover de Dios lo que la había llevado a ofrecer tal oración, Dios también podría hacer que ella obedeciera Su voluntad, porque Su mover tiene como fin el cumplimiento de Su beneplácito. Cuando ella vio esto, fue avivada con gozo.

Permite que el hombre haga las obras que Dios ha preparado

Efesios 2:10 dice: “Somos Su obra maestra, creados en Cristo Jesús para buenas obras, las cuales Dios preparó de antemano para que anduviésemos en ellas”. Esta obra fue realizada por Dios mismo en Cristo Jesús; y podemos decir que es la obra maestra de Dios. Una obra maestra es sencillamente la obra más excelente y fina en su género, lo mejor que se puede producir. No hay nada superior a una obra maestra. Dios no sólo ha salvado a Su pueblo, sino que en Cristo Jesús los ha hecho una obra maestra. Esto se ha logrado mediante la operación del poder de la vida de Dios en el hombre. Éste es un aspecto que caracteriza el nuevo pacto. Dios ha hecho que el hombre sea tal obra maestra, que Él mismo no podría mejorarla. Pero esta obra no fue hecha para que el hombre pudiese estar satisfecho de sí mismo, sino para que el propósito de Dios se pudiera cumplir; es decir, para que las buenas obras que Él preparó de antemano se puedan cumplir. ¡Qué norma tan elevada y maravillosa! Las buenas obras que Dios ha preparado para nosotros deben ser algo que Él considera buenas cosas. Únicamente lo que se origina del amor puede considerarse como las buenas obras que Dios considera buenas (Mt. 19:17). Toda buena obra que no tenga su origen en el amor, incluso repartir todos nuestros bienes para alimentar a los pobres o incluso dar nuestro cuerpo para que lo quemen por causa de otros, no es provechoso (1 Co. 13:3). Las buenas obras procedentes del amor no son las buenas obras comunes, sino las buenas obras que resultan de una vida de amor y que son hechas sobre la base del principio del amor. Las buenas obras que Dios ha preparado para que las hagamos, sólo se pueden cumplir y manifestar por medio de la vida de Dios. ¡Alabado sea Dios, Él nos ha salvado y ha puesto Su vida en nosotros! Es por medio del poder de esta vida que la obra maestra puede ser cumplida y que podemos hacer las buenas obras que Él ha preparado para nosotros. ¡Éste es el evangelio. Ésta es la gloria del nuevo pacto! ¡Aleluya!

Permite que el hombre trabaje y luche

El apóstol Pablo dijo: “Su gracia para conmigo no ha sido en vano” (1 Co. 15:10). Sabemos que esto era verdad porque él trabajaba mucho más que todos los otros apóstoles. Sin embargo, él añade: “Pero no yo, sino la gracia de Dios conmigo”. Él podía trabajar mucho más que otros no porque su cuerpo era más fuerte, ni porque era más diligente que otros, sino porque la gracia de Dios estaba con él. Además dice: “A quien anunciamos, amonestando a todo hombre, y enseñando a todo hombre en toda sabiduría, a fin de presentar perfecto en Cristo a todo hombre; para lo cual también trabajo, luchando según la operación de Él, la cual actúa en mí con poder” (Col. 1:28-29). La palabra que se tradujo “poder” en el versículo 29 también puede traducirse “poder explosivo”. Es decir, la operación que Dios realizaba interiormente era un poder explosivo; por consiguiente, el trabajo que Pablo hacía exteriormente también era de un poder explosivo. El apóstol Pablo trabajaba porque en él había un poder explosivo, y no porque estuviera lleno de vigor. Este poder, que estallaba continuamente dentro de él, le permitía trabajar y luchar diligentemente a fin de presentar perfecto en Cristo a todo hombre delante de Dios. ¡Este poder explosivo es el poder de la operación de la vida de Dios! Es el poder de esta vida lo que nos permite trabajar diligentemente y luchar en nuestra labor.

Para trabajar mucho más que otros y para esforzarse o luchar se requiere tanto de la gracia interior como del poder de la vida interior. Esto indica que Dios nos concede Su gracia, no para que seamos de aquellos que aprecian la espiritualidad, ni para que disfrutemos de nuestra propia espiritualidad, sino para que podamos ser más diligentes, laborando y luchando más que los demás. Si alguno dice que es siervo del Señor, pero continúa amándose a sí mismo, es perezoso y no trabaja, entonces él no sólo es perezoso, sino que ciertamente también es malo (Mt. 25:26). El Señor condena esta clase de siervos. Por tanto, no debemos hablar de doctrinas vacías, sino que debemos poner los ojos en Dios a fin de expresar Su gracia en nuestro vivir y manifestar Su poder.

Permite que el hombre tenga un servicio vivo y fresco

Antes de considerar cómo esta vida hace que nuestro servicio sea vivo y fresco, leamos tres pasajes. El primero es 2 Corintios 3:5-6: “No que seamos competentes por nosotros mismos para considerar algo como de nosotros mismos, sino que nuestra competencia proviene de Dios, el cual asimismo nos hizo ministros competentes de un nuevo pacto, ministros no de la letra, sino del Espíritu; porque la letra mata, mas el Espíritu vivifica”.

El segundo pasaje es Romanos 7:6: “Pero ahora estamos libres de la ley, por haber muerto a aquella en que estábamos sujetos, de modo que sirvamos en la novedad del espíritu y no en la vejez de la letra”.

El tercer pasaje es Romanos 2:28-29: “No es judío el que lo es exteriormente, ni la circuncisión la que lo es en lo exterior, en la carne; sino que es judío el que lo es interiormente, y la circuncisión es la del corazón, en espíritu, no en letra; la alabanza del cual no viene de los hombres, sino de Dios”.

Estos tres pasajes de las Escrituras nos muestran que existe una gran diferencia entre el servicio del nuevo pacto y el del viejo pacto. El servicio del viejo pacto era el de la letra, pero el servicio del nuevo es el del espíritu. El servicio del viejo pacto era viejo, pero el servicio del nuevo pacto es fresco. El servicio del viejo pacto daba muerte, pero el servicio del nuevo pacto da vida. Es decir, el servicio del viejo pacto era según la letra escrita, mandamiento tras mandamiento; era un servicio según la formalidad. Sin embargo, el servicio en el nuevo pacto es según el Espíritu. En el nuevo pacto el Espíritu le dicta al hombre cómo debe actuar, y él debe actuar de acuerdo a ello, el Espíritu le dicta al hombre cómo debe hablar, y él habla de acuerdo a ello; el Espíritu le dice al hombre cómo orar, y él ora de esa manera.

Podemos decir que el servicio del viejo pacto era algo externo, mientras que el servicio del nuevo pacto es algo interno. El servicio “de la letra” en el viejo pacto resultaba sólo en muerte, mientras que el servicio “del espíritu” en el nuevo pacto resulta en vida para el hombre. Es decir, el servicio que es por “la letra” es muerte y también es viejo, mientras que el servicio que se basa en un vivir que está “en Cristo” es un servicio vivo. El servicio que es según “la letra” es viejo, pero el servicio que es el resultado de vivir “en Cristo” es fresco. El servicio que es según “la letra” es sólo en letra, pero el servicio que es el resultado de vivir “en Cristo” es espiritual.

Podemos decir entonces que cualquier clase de servicio que se realice externamente, que es según la letra y en vejez, es el servicio del viejo pacto, pero cualquier servicio que es interno, que es según el espíritu y en novedad, es el servicio del nuevo pacto. Todo servicio que sea el resultado de una representación o imitación de algo externo no es el servicio del nuevo pacto. En el nuevo pacto, el servicio es el resultado de tener una relación con Cristo y se lleva a cabo de manera interna. El servicio del nuevo pacto es espiritual, proviene de revelación y se realiza en novedad. Además, el servicio del nuevo pacto proviene de Dios, y se realiza por medio de Dios y es para Dios (Ro. 11:36). La fuerza de este servicio proviene de Dios, el curso del servicio es por medio de Él, y el resultado del servicio es para Él. Éste es el servicio espiritual. Éste es un servicio vivo y éste es el servicio del nuevo pacto.

Pablo nos dice: “No que seamos competentes por nosotros mismos para considerar algo como de nosotros mismos, sino que nuestra competencia proviene de Dios, el cual asimismo nos hizo ministros competentes de un nuevo pacto” (2 Co. 3:5-6). Dios había estado operando en ellos a tal grado que fueron capacitados para ser ministros del nuevo pacto, o sea que llegaron a ser los siervos bajo el nuevo pacto. Pablo también dijo: “Del cual yo fui hecho ministro por el don de la gracia de Dios que me ha sido dado según la operación de Su poder” (Ef. 3:7). Pablo dijo claramente que él había sido hecho ministro del evangelio por el don de la gracia de Dios. Este don no consistía en hablar en lenguas, tener visiones, hacer milagros, prodigios, sanidades o echar fuera a demonios, aunque Pablo tenía todos estos dones (véase 1 Co. 14:18; Hch. 13:9-11; 14:8-10; 16:9, 16-18; 18:9). Este don tampoco consistía en manifestar excelencia de palabras o de sabiduría (1 Co. 2:1), ni fue algo que súbitamente bajó del cielo. Pablo dice claramente que este don le había sido dado según la operación del poder de Dios. No era un don milagroso, sino un don de gracia. Fue el resultado del poder de la operación de Dios en Pablo. Este don le permitió a Pablo “anunciar a los gentiles el evangelio de las inescrutables riquezas de Cristo, y de alumbrar a todos para que vean cuál es la economía del misterio escondido desde los siglos en Dios, que creó todas las cosas” (Ef. 3:8-9). ¡Este don es maravilloso! Este don maravilloso le fue dado a Pablo según el poder de la operación de Dios.

Cristo es formado en nosotros, la transformación y ser conformados a Él

Cuando permitimos que la ley de vida se mueva en nosotros sin impedimento, ésta se desarrollará hasta llegar a un estado donde Cristo puede ser formado en nosotros (Gá. 4:19). Cuando Cristo se ha formado gradualmente en nosotros, seremos transformados (2 Co. 3:18). La transformación tiene como meta hacernos tal como Él es (1 Jn. 3:2). El hecho de que Cristo sea formado en nosotros y la obra de la vida de Dios en nosotros, no son dos cosas separadas. La medida en que la vida de Dios se ha mezclado con nosotros determina cuánto será formado Cristo en nosotros, y en esa medida seremos transformados.

La medida en que un hombre sea lleno de la vida de Cristo, viva a Cristo y exprese a Cristo depende del grado al que ha sido conformado a la imagen del Hijo de Dios, como se menciona en Romanos 8:29. Ésta era la aspiración de Pablo, y ésta fue su experiencia (véase Fil. 3:10; 1:20). Ésta también puede ser nuestra experiencia hoy y debe ser la búsqueda de todos los hijos de Dios. En cuanto a ser completamente semejantes a Él, debemos esperar hasta que el Señor se manifieste (1 Jn. 3:2). Esto será en el día de la redención de nuestro cuerpo (Ef. 1:14; 4:30; Ro. 8:23); en ese tiempo seremos completamente iguales a Él.

Cristo es formado en nosotros

Un ejemplo sencillo nos ayudará a ver lo que significa que Cristo sea formado en nosotros. Dentro de un huevo está la vida de una gallina; sin embargo, si durante los primeros días de incubación usted mira a través del huevo usando cierta luz, usted no podría discernir la cabeza de las patas. Cuando el pollo está casi listo para romper el cascarón y salirse, entonces usted podrá ver la forma completa del pollo. En ese entonces podemos decir que dentro del huevo se estaba formando un pollo. De igual manera, la vida de Cristo en los cristianos inmaduros no está bien formada. Sólo está formada en cristianos que han alcanzado la madurez en vida. La vida de Cristo es completa, pero se haya restringida en nosotros. Por lo tanto, Cristo aún no se ha formado completamente en nosotros. Esto significa que el crecimiento en vida está obstaculizado.

Pablo volvía a sufrir dolores de parto por los creyentes gálatas, hasta que Cristo fuera formado en ellos (Gá. 4:19). Aquí podemos ver cuán importante era que Cristo fuese formado en ellos. Pablo no estaba hablando palabras sin peso, ni tampoco tenía lástima de sí mismo. Él había vuelto a sufrir “dolores de parto”, lo cual requiere de tiempo, amor, intercesión, lágrimas y una esperanza diaria. ¿Cuántos de los hijos de Dios hoy tienen a Cristo formado en ellos? ¿A cuántos de los que sirven al Señor les importa la condición espiritual de los hijos de Dios y sufren la labor dolorosa de dar a luz espiritualmente? Oh, cuando hablamos de esto nos arrepentimos, nos lamentamos y lloramos, y no sólo porque nosotros mismos estamos en una situación tan miserable, sino incluso porque nuestro amor es tan inadecuado aun hacia algunos de los hijos de Dios.

Algunos hijos de Dios son inmaduros y anormales. Otros incluso retroceden y caen. ¿Podemos echarles toda la culpa de su pobre situación? ¿Podemos estar tranquilos y seguir adelante día tras día sin compadecernos de ellos y sin orar por ellos? Debemos decir: “Oh Dios, perdónanos y ten misericordia de nosotros. Concédenos el tiempo para aprender y tener las debidas experiencias. Concédenos el tiempo para volver a sufrir dolores de parto por aquellos que son semejantes a los creyentes gálatas”.

La transformación

Según Romanos 12:1-2 hay dos requisitos para experimentar la transformación: uno es presentar nuestros cuerpos; el otro es la renovación de nuestra mente. Presentar nuestro cuerpo es algo que se puede comparar con la regeneración. Esto ocurre una vez y para siempre, mientras que la transformación es un proceso y es algo gradual.

Consideremos ahora específicamente la relación que existe entre la mente y la transformación. Romanos 12:2 dice: “Transformaos por medio de la renovación de vuestra mente”. Efesios 4:23 dice: “Os renovéis en el espíritu de vuestra mente”. Ambos versículos se refieren a la relación que existe entre la renovación de la mente y la transformación. La obra que efectúa el Espíritu Santo siempre se lleva a cabo desde el centro hasta la circunferencia. Por lo tanto, el espíritu, que se relaciona específicamente con la mente, debe ser renovado primero; luego la mente debe ser renovada; finalmente, el comportamiento del hombre cambiará gradualmente.

El arrepentimiento implica un cambio en la manera de pensar, significa que nuestros ojos han sido abiertos. Cuando nuestra mente es renovada, eso simplemente significa que nuestros ojos han sido alumbrados. Cuanto más es renovada nuestra mente, más somos transformados. Día tras día, mediante la luz de la vida, Dios hace que nos conozcamos a nosotros mismos, que nos repudiemos a nosotros mismos, que conozcamos la realidad de la vida interior, y que en nuestra manera de vivir tengamos la experiencia de despojarnos del viejo hombre y de vestirnos del nuevo. Todo esto es con relación a nuestra experiencia subjetiva. Pero en el aspecto objetivo, todos los cristianos, en cuanto a su pasada manera de vivir, ya se han despojado del viejo hombre y también se han vestido del nuevo hombre (Ef. 4:22, 24; Col. 3:10). Todos estos son los hechos que Cristo ha realizado.

Debemos darnos cuenta de que la transformación no es como la regeneración. La regeneración es algo que sucede una vez por todas, pero la transformación es un proceso gradual y diario. Debemos preguntarnos lo siguiente: ¿hasta qué punto he experimentado la transformación? Si no ha habido ningún cambio en nosotros desde que llegamos a ser cristianos, si aún nos amamos a nosotros mismos, tenemos lástima de nosotros mismos, somos egoístas, somos orgullosos, exaltamos al yo y estamos ocupados con muchas preocupaciones y dudas; entonces, debemos preguntarnos si realmente nos hemos encontrado con la luz. Si a medida que seguimos adelante nos volvemos más fríos, más endurecidos, más orgullosos, más jactanciosos, más frívolos y rebeldes, entonces quiere decir que nuestro corazón o nuestra mente padece alguna enfermedad. Si éste es el caso, debemos humillarnos y comenzar de nuevo tomando medidas con nuestro corazón. Necesitamos pedirle al Señor que tenga misericordia de nosotros, a fin de que Él nos ilumine y nos dé fuerzas para eliminar cualquier pecado y todo aspecto del yo que esté impidiendo el mover de la ley de vida.

El Espíritu Santo dice: “Si oís hoy Su voz, no endurezcáis vuestros corazones” (He. 3:7-8). Que el Señor tenga misericordia de nosotros a fin de que nuestro corazón se ablande ante Él. Al mismo tiempo, necesitamos creer lo que nos dice Filipenses 2:13: “Dios es el que en vosotros realiza así el querer como el hacer, por Su beneplácito”. Ésta es la característica del nuevo pacto. Ésta también es la gloria del nuevo pacto. ¡Tenemos que alabar a Dios!

La transformación y la conformación

La conformación de la que se habla en Romanos 8:29 y Filipenses 3:10 en el texto original significa ser hecho de una misma forma y naturaleza, o ser semejantes. Esta palabra griega se usa sólo tres veces en el Nuevo Testamento: en Romanos 8:29, en Filipenses 3:21 donde se usa como adjetivo, y en Filipenses 3:10, donde se usa como verbo.

¿Cuál es la diferencia que existe entre ser transformado y ser conformado? La transformación habla de un proceso, mientras que la conformación habla de la obra consumada. La transformación significa que la vida del Señor crece gradualmente en nosotros y hace que seamos iguales al Señor. La conformación significa que hemos sido transformados completamente y, por ende, somos iguales al Señor en forma y naturaleza. Ser conformado se puede comparar con algo que fue tomado de un molde. Cuando un forjador pone bronce derretido en un molde, el bronce será conformado a la forma del molde. También esto es semejante a cuando alguien hace un pastel y debe poner la masa en un molde. Como resultado, el pastel adquiere la misma forma del molde. Nuestra semejanza al Señor será una semejanza que llegue a este grado.

Romanos 8:29 dice: “Para que fuesen hechos conformes a la imagen de Su Hijo”. Esto significa que nuestra imagen será la misma que la de la humanidad glorificada del Señor. Si una persona desea ser transformada y conformada a la imagen del prototipo que Dios ha ordenado, debe experimentar un cambio en su naturaleza interior. La vida de Dios debe entrar en su espíritu y debe impregnar todo su ser hasta que su naturaleza haya cambiado totalmente. Por consiguiente, su imagen habrá sido completamente conformada. Así, el Espíritu del Señor opera gradualmente, de gloria en gloria (2 Co. 3:17-18). ¡Alabado sea el Señor por tal obra!

Ahora debemos tratar nuevamente el asunto del corazón. En 2 Corintios 3:18 dice: “Nosotros todos, a cara descubierta mirando y reflejando como un espejo la gloria del Señor, somos transformados de gloria en gloria en la misma imagen, como por el Señor Espíritu”. Aquí se usa un espejo como ejemplo. Un espejo sólo puede reflejar el objeto que está delante de él. De la misma manera, en nuestra vida diaria, cuanto más vemos a Cristo, más reflejaremos a Cristo. Tener una cara descubierta significa que nuestra cara no está cubierta por ningún velo; por eso podemos ver a Cristo de manera perfecta. Si tenemos un velo sobre nuestra cara, no veremos a Cristo en absoluto o sólo lo veremos parcialmente. Si estudiamos 2 Corintios 3:12-16 detenidamente, podremos notar que el velo se debía a que su corazón no deseaba al Señor. En el pasado, el rostro de Moisés resplandecía porque Dios le había hablado, pero como los israelitas temían la luz del resplandor de su rostro, ellos titubeaban en acercarse a él. Por lo tanto, cuando Moisés entraba en la presencia de Dios, él se quitaba el velo, pero cuando salía, usaba el velo para cubrir su rostro otra vez (Éx. 34:29-35). El velo que cubría la cara de Moisés nos habla de la condición de los hijos de Israel, es decir, que sus corazones estaban lejos de Dios. Más adelante, los israelitas otra vez cayeron en la misma condición; tenían temor de la luz. No deseaban la luz. El velo que estaba sobre su corazón aún no había sido quitado; por ello, cuando leían el Antiguo Testamento no podían entenderlo. El versículo 16 dice muy claramente que siempre que su corazón se volvía al Señor el velo era quitado. Ésta es la clave de la cual depende que veamos claramente al Señor o no. Si nuestro corazón se vuelve a otras cosas, sería lo mismo que si estuviera cubierto con un velo y, naturalmente nuestra vida será como si estuviésemos bajo una luz tenue que reflejará a Cristo de forma incompleta.

Eso es un problema del corazón, un problema con el espejo. Siempre que sintamos que hay una barrera, un velo, entre el Señor y nosotros, nuestro corazón necesita volverse de nuevo al Señor. Cuando nuestro corazón se vuelve al Señor podemos ver con claridad y también la reflexión es clara.

Ser como Él

Ya hemos dicho que la meta de la transformación es hacernos iguales a Él, pero para ser completamente semejantes a Él debemos esperar hasta que el Señor se manifieste. Ése será el tiempo de la redención de nuestro cuerpo. Entonces seremos completamente iguales a Él. Por esta razón, también debemos decir algunas palabras acerca de la redención de nuestro cuerpo. Hemos visto que cuando Adán cayó, su espíritu murió primero; el hombre llegó a estar totalmente controlado por el alma y estaba completamente en la carne. Después, su cuerpo también murió (Gn. 5:5; Ro. 8:11). Esto significa que la muerte que ocurrió en el espíritu finalmente alcanzó al cuerpo.

Cuando el hombre es regenerado, primeramente su espíritu es vivificado. Luego mediante la obra de la cruz, el Espíritu Santo hace morir las prácticas malignas de nuestro cuerpo (Ro. 8:13; Col. 3:5), al hacer que nos neguemos a nosotros mismos diariamente (Lc. 9:23). Además, por la operación de la vida en nosotros de día en día, estamos siendo cambiados cada vez más tanto de naturaleza como de forma, hasta ser conformados a la imagen del Hijo de Dios. Finalmente, el día en que el Señor sea manifestado, “seremos semejantes a Él, porque le veremos tal como Él es” (1 Jn. 3:2). Esto se refiere a la redención del cuerpo la cual Pablo aguardaba con anhelo (Ro. 8:23). Este asunto también se menciona en Filipenses 3:21, donde Pablo dice que el Señor Jesús “transfigurará el cuerpo de la humillación nuestra, para que sea conformado al cuerpo de la gloria Suya, según la operación de Su poder, con la cual sujeta también a Sí mismo todas las cosas”.

Estos versículos nos muestran que la salvación de Dios comienza cuando nuestro espíritu es vivificado y finalizará cuando se efectúe la redención de nuestro cuerpo. La palabra “viviréis” mencionada en Romanos 8:13 se refiere a la experiencia diaria de vivir en el cuerpo. No se refiere a la redención de nuestro cuerpo. Las Escrituras nos dicen que la resurrección y la transformación son un misterio (1 Co. 15:51-52). La redención de nuestro cuerpo, mediante la cual éste será hecho igual que el cuerpo glorioso del Señor, también es excesivamente gloriosa. El apóstol Juan confiaba en que esto se cumpliría algún día. Por esto, él dijo que cuando el Señor se manifieste, seremos semejantes a Él, porque le veremos tal como Él es. Ésta es la característica del nuevo pacto. ¡Ésta también es la gloria del nuevo pacto! Hermanos y hermanas, no tardemos demasiado en creer.

Ser purificados

Si bien la redención del cuerpo es expresamente un asunto de la gracia de Dios, después de que el apóstol Juan dijo que seremos semejantes a Él y que le veremos tal como Él es, él agregó de inmediato: “Todo aquel que tiene esta esperanza en Él, se purifica a sí mismo, así como Él es puro” (1 Jn. 3:3).

El contexto de “esta esperanza” alude a las palabras “seremos semejantes a Él”. La purificación aquí en este versículo es diferente de ser limpios. Ser limpios significa no tener contaminación, pero la purificación no sólo significa no tener contaminación, sino también no tener mezcla. Somos purificados mediante el resplandor de la luz de la vida que ilumina nuestro interior (Jn. 1:4); de ese modo podremos conocernos a nosotros mismos (Sal. 36:9) y eliminar todo lo que no le agrade a Dios.

Somos aquellos que tienen la naturaleza de Dios; por tanto, en conformidad con la naturaleza de la vida de Dios, estamos conscientes de que no sólo debemos tratar con el pecado, sino con todo lo que procede de nosotros mismos y todo lo que no sea la voluntad de Dios. Esto es lo que significa que seamos purificados. No obstante, hay una purificación incluso más profunda que ésta. Un hermano que aprendió muchas lecciones en el Señor hablaba de la purificación de esta manera: “El peligro de la espiritualidad es que experimentamos la victoria y la santificación, somos productivos en nuestra obra, y poseemos los dones espirituales y la justicia que proceden de la vida […] Tener una purificación más profunda implica que no debemos permitir que nada permanezca, incluso aquello que provino de la revelación de Dios o aquello que resultó de la vida de resurrección de Cristo. Hay un proceso de metabolismo en cuanto al crecimiento en vida […] Esto significa que todo lo que procede de la vida de resurrección nunca se perderá; siempre se mantendrá fresco. Sin embargo, debemos mantenerlo en la novedad del Espíritu Santo y no sólo acordarnos de ello. Aquello que tiene su fuente en la vida de resurrección no sufrirá pérdida; antes bien, permanecerá en nosotros para siempre; será parte de nuestra propia vida y será forjada en nuestro ser. Siempre que necesitemos de ese asunto en particular, sólo debemos tomarlo en el Espíritu Santo. Entonces nos será tan fresco y viviente como si recién lo hubiéramos visto”.

Estas palabras no son fáciles de entender, aunque sí demandan una respuesta de nuestra parte. Hermanos y hermanas, si tenemos “esta esperanza en Él”, nos diremos a nosotros mismos lo que el apóstol Juan dijo: “Todo aquel que tiene esta esperanza en Él, se purifica a sí mismo”, y entonces nos levantaremos y andaremos según el resplandor del Espíritu Santo.

Dios desea ser Dios en la ley de vida

El mover continuo de la vida de Dios en nosotros tiene un gran propósito. En la segunda parte de Hebreos 8:10 dice: “Seré a ellos por Dios, y ellos me serán a Mí por pueblo”. Esto nos habla de lo que yace en el corazón de Dios y de cuál ha sido Su propósito de la eternidad a la eternidad. Dios desea ser nuestro Dios, y nosotros necesitamos ser Su pueblo según la ley de vida. Esto es algo real y tan maravilloso. Ahora veamos en las Escrituras cuán importante es este asunto en el universo.

El propósito eterno De Dios

¿Qué es lo que Dios se propone tener en el universo? En Génesis 2 vemos que después de que Dios creó al hombre, Él le indicó al hombre que debía ejercitar su libre albedrío a fin de elegir la vida de Dios. Sin embargo, no nos dice lo que Dios se había propuesto obtener en el universo. Génesis 3 nos habla de la caída del hombre, pero no nos dice cuál era realmente la intención del diablo. No fue sino hasta que Dios condujo a los israelitas fuera de Egipto y los trajo al monte de Sinaí, donde les declaró los Diez Mandamientos, que Él nos reveló lo que estaba en Su corazón. No fue sino hasta que el Señor Jesús fue tentado en el desierto que Él nos reveló lo que realmente buscaba el diablo, y no fue sino hasta que el Señor oró la oración que les enseñó a Sus discípulos, que habló claramente de nuevo el deseo verdadero que Dios tenía.

El primero de los Diez Mandamientos es: “No tendrás dioses ajenos delante de Mí”. El segundo es: “No te harás imagen ni ninguna semejanza de lo que esté arriba en el cielo, ni abajo en la tierra, ni en las aguas debajo de la tierra. No te inclinarás a ellas ni las honrarás, porque Yo soy Jehová, tu Dios, fuerte, celoso”. El tercer mandamiento es: “No tomarás el nombre de Jehová, tu Dios, en vano”. El cuarto es: “Acuérdate del Sábado para santificarlo” (Éx. 20:3-8).

En estos cuatro mandamientos Dios reveló Su voluntad y claramente reveló cuáles eran Sus requisitos formales para el hombre. Aquí, Él habló claramente del propósito de Su creación y del propósito de Su redención. El propósito es simplemente que Dios desea ser Dios. Dios es Dios y, como tal, Él desea ser Dios entre los hombres.

En el Nuevo Testamento hay una gran revelación que es análoga a la revelación que Dios dio en el monte de Sinaí. Ésta es la tentación del Señor en el desierto. Los libros de Ezequiel y de Isaías nos hablan claramente acerca del querubín que Dios había hecho, el cual más tarde se exaltó a sí mismo a fin de llegar a ser igual a Dios. Él se rebeló contra Dios, fue juzgado por Dios (Ez. 28:8, 12-19; Is. 14:12-15) y se convirtió en el diablo. Sin embargo, este asunto no fue revelado tan claramente como lo vemos en los Evangelios, donde el diablo hizo clara su oferta para usurpar la posición de Dios. Cuando tentó al Señor su argumento más fuerte fue: “Si postrándote me adoras”, pero sin vacilar el Señor le reprendió diciendo: “¡Vete, Satanás!”. Luego el Señor declaró solemnemente: “Al Señor tu Dios adorarás, y a Él solo servirás” (Mt. 4:9-10). ¡Oh, únicamente Dios es Dios!

En el Nuevo Testamento, la oración que el Señor les enseñó a Sus discípulos constituyó también una gran revelación. En esta misma oración, Él también revela la voluntad de Dios: Dios quiere ser Dios. El Señor dijo: “Vosotros, pues, oraréis así: Padre nuestro que estás en los cielos, santificado sea Tu nombre” (Mt. 6:9). En los cielos, el nombre de Dios sólo puede ser usado por Dios, pero en la tierra hay personas que toman Su nombre en vano, y aun así, Él se esconde como si no existiera. Sin embargo, un día nuestro Señor les enseñó a Sus discípulos a orar: “Padre nuestro que estás en los cielos, santificado sea Tu nombre”. El Señor desea que nosotros oremos así, pues Su propósito es que declaremos que sólo Él es Dios. Los demás no lo son. Tenemos que gloriarnos en Su nombre santo como lo hizo el salmista (Sal. 105:3). Necesitamos decir: “¡Jehová, Señor nuestro, cuán excelente [heb.] es Tu nombre en toda la tierra!” (8:1). ¡Oh Dios, que la alabanza sea perfeccionada “de la boca de los pequeños y de los que maman”! (Mt. 21:16).

Dios desea morar entre los hijos de Israel como el Dios de ellos

Aunque Dios es Dios, el hecho maravilloso es que Él desea morar entre los hombres. Dios le ordenó a Moisés que le edificara un santuario, diciéndole claramente: “Habitaré en medio de ellos” (Éx. 25:8). Él le dijo otra vez: “Yo habitaré entre los hijos de Israel y seré su Dios. Así conocerán que Yo soy Jehová, su Dios, que los saqué de la tierra de Egipto para habitar en medio de ellos. Yo, Jehová, su Dios” (29:45-46). Dios quería que Moisés les dijera a los hijos de Israel claramente que Él era Jehová su Dios que los sacó de la tierra de Egipto, a fin de darles la tierra de Canaán y ser el Dios de ellos (Lv. 25:38). Levítico 26:12 es aun más claro: “Andaré entre vosotros: seré vuestro Dios, y vosotros seréis Mi pueblo”. ¡Dios es Dios! ¡Él es altísimo y grandioso! Sin embargo, Él viene a morar entre los hombres para ser el Dios de ellos.

El Verbo se hizo carne y fijó tabernáculo entre los hombres, a fin de dar a conocer a Dios

Cuando el Verbo se hizo carne, y fijó tabernáculo entre nosotros (Jn. 1:14), este Verbo de vida que era desde el principio fue oído, visto y palpado por el hombre (1 Jn. 1:1). “A Dios nadie le vio jamás”, pero ahora “el unigénito Hijo, que está en el seno del Padre, Él le ha dado a conocer” (Jn. 1:18). Éste es Emanuel, Dios con nosotros (Mt. 1:23).

Dios mora en la iglesia como Dios

Cuando la iglesia fue edificada como casa espiritual (1 P. 2:5), llegó a ser la morada de Dios en el espíritu (Ef. 2:22). Éste es un asunto sumamente misterioso y glorioso. Cuando el Verbo se hizo carne y fijó tabernáculo entre los hombres, Él estaba limitado por el espacio y el tiempo, pero cuando Dios mora en la iglesia en espíritu, Él no está limitado por el tiempo ni el espacio. ¡Aleluya!

En la era del reino Dios será el Dios de la casa de Israel

Aunque en los tiempos del viejo pacto el pueblo de Israel abandonó a Dios, en el futuro Dios hará un nuevo pacto con ellos. En el futuro Él pondrá Sus leyes en sus mentes y las escribirá sobre sus corazones, de modo que Él pueda ser el Dios de ellos (He. 8:10).

En la eternidad futura Dios morará entre los hombres como Dios

Un día el tabernáculo de Dios estará con los hombres: “Él fijará Su tabernáculo con ellos; y ellos serán Sus pueblos, y Dios mismo estará con ellos” (Ap. 21:3). ¡Esto es lo más maravilloso! “Enjugará Dios toda lágrima de los ojos de ellos; y ya no habrá muerte, ni habrá más duelo, ni clamor, ni dolor; porque las primeras cosas pasaron” (v. 4). En ese entonces, Dios y el hombre, el hombre y Dios, nunca más se separarán. ¡Aleluya!

Dios como Padre y Dios como Dios

En el día de la resurrección Jesús le dijo a María la Magdalena: “Ve a Mis hermanos, y diles: Subo a Mi Padre y a vuestro Padre, a Mi Dios y a vuestro Dios” (Jn. 20:17). Este versículo nos dice que no sólo tenemos un Padre, sino también un Dios. La diferencia entre tener a Dios como Padre y a Dios como Dios, según se muestra en las Escrituras, es que al considerar a Dios como Padre nos habla de la relación que Él tiene con individuos, mientras que considerar a Dios como Dios indica la relación que Él tiene con todo el universo. Tener a Dios como nuestro Padre es un asunto de vida, indicando que estamos relacionados con Él, como un hijo se relaciona con un padre; mientras que tener a Dios como Dios es un asunto de posición, que nos muestra que Él es el Creador.

Cuando conocemos a Dios como el Padre, nos atreveremos a arrojarnos sobre Su regazo, y cuando conocemos a Dios como Dios, debemos postrarnos y adorarle. Somos los hijos de Dios, viviendo en Su amor y disfrutando con gozo de todo lo que Él nos da. También somos Su pueblo, estando firmes en nuestra posición como hombres, adorándole y alabándole. Puesto que Dios es Dios, debemos adorarle en la hermosura de la santidad (Sal. 29:2) y en reverencia (5:7). Toda persona que conoce a Dios como Dios en todas las cosas no puede más que temerle y prestar atención a tales asuntos como su atuendo y comportamiento. Pero toda persona que es frívola, descuidada, arrogante, hace lo que le place y permite que el pecado permanezca, es alguien que no conoce a Dios como Dios.

Sabemos que “no hay cosa creada que no sea manifiesta en Su presencia; antes bien todas las cosas están desnudas y expuestas a los ojos de Aquel a quien tenemos que dar cuenta” (He. 4:13). Por tanto: “No participéis en las obras infructuosas de las tinieblas, sino más bien reprendedlas; porque vergonzoso es aun hablar de lo que ellos hacen en secreto” (Ef. 5:11-12).

Si un hombre teme exponer algo a Dios, a eso se le llama tinieblas. Cualquier cosa que el hombre no se atreva a decirle a Dios es una vergüenza. Pablo dijo: “Conociendo, pues, el temor del Señor, persuadimos a los hombres” (2 Co. 5:11). No nos atrevemos a hacer nada excepto temerle al Señor y persuadir a los hombres, diciéndoles que a menos que se arrepientan o sean salvos, deberían saber que “nuestro Dios es fuego consumidor” (He. 12:29). Si el hombre no toma medidas serias con todos los pecados que cometió y los cuales debe afrontar, un día él caerá en las manos del Dios vivo. Eso será una experiencia terrible (10:31).

¿Usted piensa que Dios está durmiendo porque se esconde temporalmente? Dios es paciente y tolerante, esperando a que uno se arrepienta. ¿Usted piensa que Él puede ser burlado? Las Escrituras nos dicen que: “Dios no puede ser burlado” (Gá. 6:7). Hermanos y hermanas, debemos temerle a Dios.

Si usted conoce que Dios es Dios, usted deseará ser un hombre. La caída nos infectó con el deseo de ser Dios, pero la salvación inculca de nuevo en nosotros el deseo de ser hombres. El principio característico del huerto de Edén era que después de que el hombre comiese del fruto del árbol del conocimiento del bien y del mal, habría de ser como Dios (Gn. 3:5), pero el principio característico del Gólgota es restituirnos a nuestra posición como hombres. Así que, si conocemos a Dios como Dios, estaremos firmes en nuestra posición como hombres. Nuestro Señor nació como un hombre en la casa de un carpintero (Mt. 13:55). Como un hombre se sometió al bautismo de Juan el Bautista (3:13-16). Tres veces en Su posición como hombre rechazó la tentación del diablo (4:1-10). También como hombre sufrió y fue puesto a prueba (He. 2:18). Como un hombre se burlaron de Él cuando estaba en la cruz, mas Él no descendió (Mt. 27:42-44). Si el Señor mismo tomó Su posición como hombre, ¿qué tal nosotros?

Los veinticuatro ancianos que vemos en Apocalipsis 4:4 son los ancianos de todo el universo. (Los veinticuatro ancianos ya tienen coronas; están sentados sobre los tronos, y tienen el número “veinticuatro”, que no es el número de la iglesia. Por tanto, deben ser los ancianos de todo el universo, que representan a los ángeles que Dios creó y son los ancianos entre los ángeles). Puesto que conocen a Dios como el Dios de la creación, le adoran y dicen: “Digno eres Tú, Señor y Dios nuestro, de recibir la gloria y la honra y el poder; porque Tú creaste todas las cosas, y por Tu voluntad existen y fueron creadas” (Ap. 4:11). Cuando finalmente lleguen a la fiesta de las bodas del Cordero, ellos aún se postrarán y adorarán a Dios que está sentado en el trono (19:4).

Cuando aquel ángel vuele por los aires, predicando el evangelio eterno a los hombres de la tierra, dirá: “Temed a Dios, y dadle gloria, porque la hora de Su juicio ha llegado; y adorad a Aquel que hizo el cielo y la tierra, el mar y las fuentes de las aguas” (14:6-7). Esto indica que si conocemos a Dios como Dios y Creador, nosotros le adoraremos.

Cualquier persona que conoce a Dios como Dios y toma la posición de esclavo, le adorará (22:9). Ciertamente él “que se sienta en el templo de Dios, proclamándose Dios”, es aquel que se opone al Señor (2 Ts. 2:4). El que sea capaz de hacer señales y engañar a las personas en la tierra, diciéndoles que adoren a la bestia (Ap. 13:14-15), es ciertamente el falso Cristo (Mt. 24:23-24). Todo aquel que conoce a Dios como Dios, le adorará. Esto es lo que glorifica a Dios.

Dios como Dios en la ley de vida

Ahora debemos ver que Dios ha impartido Su ley en nuestra mente y la ha escrito sobre nuestro corazón con el propósito de que Él pueda ser nuestro Dios en la ley de vida y que nosotros podamos ser Su pueblo en la ley de vida. La segunda mitad de Hebreos 8:10 continúa de inmediato el pensamiento que le precede. No dice allí que Dios desea ser nuestro Dios que está sentado en el trono. Más bien dice que Dios desea ser nuestro Dios en la ley de vida y que Él desea que seamos Su pueblo en la ley de vida. Nosotros y Dios, Dios y nosotros, tenemos una relación en la ley de vida. A menos que estemos en la ley de vida, no podremos tener contacto con Dios. Si vivimos en la ley de vida, seremos el pueblo de Dios y Dios será nuestro Dios. La única manera de acercarnos a Dios, servirle y adorarle, es contactar a Dios mediante la ley de vida.

¿A qué se debe que Dios llega a ser nuestro Dios y nosotros llegamos a ser Su pueblo en la ley de vida? Para explicar esto necesitamos considerar otra vez la creación del hombre y su nuevo nacimiento. Puesto que Dios es Espíritu, todo aquel que desee tener comunión con Él debe tener un espíritu. Cuando Dios hizo a Adán, había un elemento en él que era igual al de Dios. Ese elemento que estaba en el hombre era el espíritu. Cuando Adán cayó y se alejó de la vida de Dios, su espíritu murió para con Dios. Sin embargo, debido a la redención que Dios efectúa, cuando el hombre se arrepiente y cree, no sólo su espíritu es vivificado, sino que también recibe la vida increada de Dios. Por medio del Espíritu Santo, Dios entra en nosotros y mora en nosotros, y a partir de ese momento podemos adorar a Dios en espíritu y en realidad. Juan 4:23-24 es muy claro. El versículo 24 dice: “Dios es Espíritu; y los que le adoran, en espíritu y con veracidad es necesario que adoren”. Esto significa que sólo aquel elemento en el hombre que es igual al de Dios, puede adorar a Dios. Sólo el espíritu puede adorar al Espíritu. Sólo la adoración que se lleva a cabo en el espíritu es la verdadera adoración. En esta clase de adoración no podemos usar nuestra mente; ni podemos usar nuestra parte emotiva ni nuestra voluntad. Esta adoración es hecha en espíritu y con veracidad. El versículo 23 dice: “Los verdaderos adoradores adorarán al Padre en espíritu y con veracidad; porque también el Padre tales adoradores busca que le adoren”. Esto es muy significativo. Cuando leemos esto junto con el siguiente versículo, vemos que si el hombre desea adorar a Dios, él debe primero saber cómo adorar al Padre. Si una persona no tiene con Dios una relación de Padre e hijo, ella aún no tiene vida y su espíritu sigue muerto; ella no puede adorar a Dios. Cuando una persona nace de nuevo, su espíritu es vivificado, llega a ser un hijo de Dios y puede tener comunión con Dios. El Padre tales personas busca que le adoren. Por tanto, antes de que podamos ser el pueblo de Dios, primero debemos llegar a ser los hijos de Dios. Por esta razón decimos que Dios llega a ser nuestro Dios en la ley de vida y que nosotros somos el pueblo de Dios en la ley de vida.

Tito 2:14 dice: “Quien se dio a Sí mismo por nosotros para redimirnos de toda iniquidad y purificar para Sí un pueblo especial, Su posesión personal, celoso de buenas obras”. Como el pueblo especial de Dios, nosotros llegamos a ser Su posesión adquirida (Ef. 1:14). La razón por la que podemos llegar a ser el pueblo especial de Dios es porque Él es nuestro Dios en la ley de vida, y nosotros somos Su pueblo en la ley de vida.

Apocalipsis 21:7 dice: “El que venza heredará estas cosas, y Yo seré su Dios, y él será Mi hijo”. En la eternidad, en cuanto a la relación de vida y la relación individual, nosotros seremos los hijos de Dios; pero en cuanto a nuestra posición y nuestro conocimiento de Él como Dios, Él será nuestro Dios. ¡Qué glorioso es esto!

Finalmente, debemos decirnos a nosotros mismos las mismas palabras que le dijeron al apóstol Juan: “Adora a Dios” (22:9).