El nuevo pacto 1952 PDF cap.6 Watchman Nee Audiolibro Book

El nuevo pacto 1952 PDF capitulo 6 Watchman Nee Audiolibro Book

LAS CARACTERISTICAS DEL NUEVO PACTO 1: EL LAVAMIENTO

CAPÍTULO SEIS

LAS CARACTERÍSTICAS DEL CONTENIDO

DEL NUEVO PACTO

I. LAVAMIENTO

Ahora consideraremos específicamente las características del contenido del nuevo pacto. Hemos visto en los capítulos anteriores que según Hebreos 8:10-12 el contenido del nuevo pacto comprende tres partes principales. Dios, según Su propósito eterno, primero imparte Su vida y poder en nosotros. Después Él llega a ser nuestro Dios en la ley de vida para que nosotros seamos Su pueblo en la ley de vida, y para que tengamos un conocimiento más profundo de Él y podamos expresarle en nuestro vivir. Puesto que el perdón de pecados es sólo un procedimiento por medio del cual se logra Su propósito, la Escritura pone el perdón de pecados al final. Sin embargo, según nuestra experiencia espiritual, primero obtenemos el lavamiento, es decir, el lavamiento que proviene del perdón; después llegamos a ser el pueblo de Dios en la ley de vida, y luego obtenemos un conocimiento más profundo de Dios interiormente.

Ahora veamos el asunto del perdón de pecados. Hebreos 8:10 y 11 componen un pensamiento continuo, mientras que el versículo 12 constituye un nuevo comienzo. Observe la palabra porque en el versículo 12, el cual dice: “Porque seré propicio a sus injusticias, y nunca más me acordaré de sus pecados”. La palabra porque nos muestra que Dios es propicio a nuestras injusticias y que no se acuerda más de nuestros pecados es algo que ocurre antes de que recibimos la vida. Es decir, lo que se menciona en el versículo 12 ocurre antes de lo que se menciona en los versículos 10 y 11. Por esta razón, el primer asunto que debemos considerar es cómo son perdonados y lavados nuestros pecados según el pacto.

Los dos aspectos del pecado

Según las Escrituras, el pecado tiene dos aspectos: la naturaleza del pecado y el acto del pecado. La naturaleza del pecado es el pecado que mora en el hombre, dominándole y gobernándole e incitándole a cometer pecados (Ro. 6:17; 7:20-21). Los hechos pecaminosos son los pecados que se manifiestan exteriormente en nuestra vida diaria. Con respecto a cada uno de nuestros hechos pecaminosos, sea pequeño o grande, oculto o deliberado, hay una acusación en contra de nosotros delante de Dios. Dios también los ha juzgado (1:32; 6:23). Esto hace que nuestra conciencia se sienta molesta cuando pensamos en ellos. Siempre que el pecado nos domina y luchamos sin ser liberados, nos sentimos miserables por dentro (7:23-24). Por tanto, los hechos pecaminosos necesitan ser perdonados y lavados, pero nosotros también necesitamos ser rescatados y librados de nuestra naturaleza pecaminosa (6:7, 22). Alabado sea Dios, la sangre del Señor Jesús se encarga de las acusaciones de pecado en contra de nosotros delante de Dios y purifica nuestra conciencia (Mt. 26:28; Ap. 1:5; He. 9:14); y la cruz del Señor Jesús se encarga de nuestro viejo hombre, rescatándonos del poder del pecado y librándonos del pecado mismo (Ro. 6:6, 18). Por esta razón, cuando Romanos 1:1 al 5:11 habla de nuestros pecados delante de Dios, se menciona la sangre. Cuando Romanos 5:12 al capítulo 8 habla del pecado que está en nosotros, el mismo pasaje menciona el hecho de que nuestro viejo hombre ha sido crucificado juntamente con Cristo para que el cuerpo del pecado sea anulado a fin de que no sirvamos más al pecado como esclavos. Ahora consideremos el hecho de que nuestros pecados necesitan ser perdonados y cómo son perdonados y lavados.

Los pecados necesitan ser perdonados

Sin excepción alguna, toda persona que realmente ha sido avivada será consciente de sus propios pecados. Por ejemplo, cuando el hijo pródigo en Lucas 15 volvió en sí, él sintió que había pecado contra el cielo y contra su padre. Una persona que realmente es alumbrada por el Espíritu Santo no puede dejar de condenarse acerca de pecado (Jn. 16:8). Es en este momento que necesita del perdón de Dios. Tan pronto como él vea su pecado considerará las acusaciones de pecado que están en contra de él delante de Dios; él considerará el castigo que merece su pecado; considerará los dolores incesantes del infierno; y también tendrá la esperanza de tener alguna manera de ser salvo. Tal vez en ese momento se predica el evangelio que dice cómo el Señor Jesús fue crucificado en la cruz y cómo derramó Su sangre preciosa para perdón de pecados (Mt. 26:28) a fin de que el hombre pueda ser lavado de sus pecados (Ap. 1:5). Cuando una persona oye este evangelio y cree, sus pecados son perdonados (Hch. 10:43; 26:18) y su conciencia es purificada (He. 9:14).

Lucas 7:36-50 nos muestra que es posible que el perdón de Dios no tenga mucho significado para un Simón que es justo en su propia opinión, pero que para una pecadora que es considerada “qué clase de mujer” (v. 39), es algo muy necesario. Todo lo que esta mujer pecaminosa había recibido durante su vida fue burla y desprecio. Esto sólo hizo que se apiadara de sí misma y que se sintiera avergonzada de sí misma. Pero en este día particular había Uno delante de ella, cuyo nombre era Jesús, que parecía tan santo y que sin embargo, era tan accesible, que incluso permitió que ella estuviera detrás de Él a Sus pies, llorando. Sus lágrimas indicaban varias cosas: (1) su sufrimiento debido al pecado, (2) la historia oculta en su corazón, (3) su impotencia y (4) ¡su esperanza de encontrar un Salvador! Sin embargo, sus lágrimas no le causaron compasión a Simón; sólo hicieron que se llenara de consideraciones (v. 39). El hecho de llorar por causa del pecado no era algo que podía entender una persona que se consideraba justa como Simón. ¡Pero Jesús entendió! Primero corrigió a Simón; después habló a favor de esta mujer que lloraba diciendo que sus muchos pecados le eran perdonados (v. 47). Luego le habló directamente a la mujer y le dijo: “Tus pecados te son perdonados […] Tu fe te ha salvado, ve en paz” (vs. 48, 50). ¡Este perdón fue para ella un gran evangelio! Permitió que ya no sintiera lástima de sí misma, sino que más bien estuviera llena de paz. De allí en adelante, este perdón llegaría a ser el evangelio para muchos grandes pecadores.

Marcos 2:1-12 nos muestra que para esos escribas que se consideraban justos, el perdón de Dios era tan solo una doctrina vacía. Sólo hizo que criticaran y juzgaran al Hijo de Dios en cuanto a Su autoridad para perdonar pecados (vs. 6-7). Pero, para el enfermo y paralítico, que era llevado por cuatro hombres, fue algo muy beneficioso. ¡Cuántas veces el pecado nos causa no sólo tormento en nuestro corazón, sino también arruina nuestros cuerpos! Sabemos que muchas enfermedades son el resultado de causas naturales, contagios o agotamiento. Pero las Escrituras también indican que algunas enfermedades son el resultado de haber cometido pecado (Mr. 2:5; Jn. 5:14). Cuando una enfermedad es el resultado de cometer pecado, sea aparente u oculto, el que cometió el pecado lo sabe. Cuando una persona comete un pecado que resulta en cierta enfermedad incurable, sólo puede lamentarse; no hay nada más que hacer. El Señor sabía que la causa de la enfermedad de este paralítico era el pecado. Por esta razón, primero le dijo al hombre enfermo: “Hijo, tus pecados te son perdonados” (Mr. 2:5). Luego le dijo: “A ti te digo: ¡Levántate, toma tu camilla, y vete a tu casa!” (v. 11). Los pecados le fueron perdonados y la enfermedad fue sanada. ¡Qué gran evangelio es éste! De ese momento en adelante, ese perdón llegó a ser un gran evangelio para muchos que estaban enfermos por causa del pecado.

La seguridad que produce el perdón

Según la experiencia de aquellos que sirven al Señor, cuanto más uno ve sus pecados en la luz, más lamenta sus pecados y más siente la gracia del perdón. Con algunos, ya que han pecado tanto y tan penosamente, siempre tienen el temor de que Dios no los perdone. Algunos que frecuentemente se han preocupado por sus pecados en el pasado y han sufrido mucho por ellos han desarrollado una conciencia débil. Aunque sus pecados han sido perdonados, siempre que piensan en ellos aún sienten miedo, y temen que no han sido perdonados. Incluso pueden sentir que es demasiado “barato” que Dios les haya perdonado. Aquellos que están en tal condición y tienen tal actitud necesitan darse cuenta de que la seguridad que produce el perdón tiene un fundamento firme. Tales personas deben considerar los siguientes dos puntos:

1. El perdón se basa en la justicia de Dios

Nuestro Dios no sólo es un Dios santo (1 P. 1:16), sino un Dios que ama la justicia y aborrece la iniquidad (He. 1:9). Su naturaleza santa no le permite tolerar el pecado, y Su actitud justa hace que juzgue al pecado. Su Palabra dice: “Porque la paga del pecado es muerte” (Ro. 6:23). Su Palabra también dice que “sin derramamiento de sangre no hay perdón” (He. 9:22). Siempre que cometamos pecado, Dios tiene que condenarnos por nuestro pecado. Según la naturaleza de Dios, Él es santo; por tanto, Él no puede tolerar el pecado. Según la manera en la que Dios hace las cosas, Él es justo; por tanto, Él tiene que castigar el pecado. En Sí mismo, Dios también es glorioso; por esta razón, los pecadores no pueden acercarse a Él. Los que se acercan ciertamente morirán. Dios trata con el hombre según los principios de Su santidad, de Su justicia y de Su gloria. Por tanto, nuestros pecados no son perdonados sin que pasen por el juicio de Dios. Él no simplemente pasa por alto las acusaciones de pecado en contra de nosotros. Él perdona nuestros pecados y nunca más se acuerda de ellos, porque el Señor Jesús ha derramado Su sangre (Mt. 26:28; Ef. 1:7).

La gracia nunca reina por sí misma; la gracia reina por medio de la justicia (Ro. 5:21). La gracia nunca llega a nosotros directamente, sino que llega a nosotros por medio de la cruz. No se trata de que Dios nos vea arrepentirnos, lamentar y llorar por nuestros pecados, y debido a esto Él tenga compasión de nosotros y nos perdone. No, Dios nunca hace esto. Primero Dios juzga nuestros pecados, después Él nos perdona (Is. 53:5, 10, 12). Un dicho común dice: “La gracia y la justicia nunca vienen tomados de la mano”. Sin embargo, aquellos que aprenden por la gracia se dan cuenta de que la manera en la que Dios perdona nuestros pecados es perfecta tanto en gracia como en justicia.

No sólo Dios es de esta manera, aun a veces los redimidos Suyos expresan una pequeña sombra de la perfección tanto en la gracia como en la justicia. Una joven estudiante de la secundaria cuenta la siguiente historia. Su director pertenecía al Señor. Un día alguien rompió un mueble en la escuela y el director (una mujer) hizo una investigación, pero nadie admitió romperlo. Ella intentó explicarles a los estudiantes que no era correcto romper cosas públicas en la escuela, y que era incluso peor haberlo roto y carecer del valor para admitirlo. Mientras que ella decía esto, también lloraba. Entonces un estudiante se presentó para confesar. Pero este estudiante era demasiado pobre para pagar los daños. El director entonces tomó el dinero de su propio bolsillo, pagó el daño que el estudiante había causado y también le perdonó su pecado. Dicha actitud y conducta tan llena de gracia y justicia de parte del director, no sólo hizo que el estudiante conociera el pecado, sino también permitió que conociera tanto la gracia como la justicia. Esto es sólo una pequeña sombra de la perfección de la gracia y la justicia que se manifiesta por medio del pueblo redimido de Dios.

El día que el Señor de santidad llevó los pecados de todos nosotros, Él clamó a gran voz diciendo: “Dios Mío, Dios Mío, ¿por qué me has desamparado?” (Mt. 27:46). Esto era aún más doloroso que la corona de espinas sobre Su cabeza y las heridas de los azotes en Su cuerpo. Isaías 53:5 dice: “Él fue herido por nuestras transgresiones, molido por nuestras iniquidades [heb.]”. ¿Quién dice que el perdón es algo barato? Los que han aprendido de la gracia cantan con lágrimas y agradecimiento:

La profundidad de todo Tu sufrimiento

Ningún corazón puede concebir.

La copa rebosando de ira

Por nosotros Tú recibiste;

Y, oh, de Dios desamparado

En el árbol maldito;

Con corazones agradecidos, Señor Jesús,

Ahora te recordamos.

(Hymns, #213)

2. El perdón es la característica del nuevo pacto

Consideremos otra vez Hebreos 8:12: “Seré propicio a sus injusticias, y nunca más me acordaré de sus pecados”. Ésta es una de las bendiciones que nos es dada en el nuevo pacto. Se refiere a que Dios nos perdona en Cristo nuestros pecados. Dios puede ser propicio a nuestras injusticias porque Cristo ha derramado Su sangre por nosotros. No sólo es propicio a nuestras injusticias, sino que, de ninguna manera se acordará nunca más de nuestros pecados. Que Dios no se acuerde de nuestros pecados significa que se olvida de ellos. El hecho de que Dios se olvide de nuestros pecados no significa que oculte Su rostro o que a propósito haga caso omiso de ellos, sino que la sangre de Cristo ha borrado las acusaciones del pecado en contra de nosotros y nos ha lavado de nuestros pecados (Is. 44:22; He. 1:3; Ap.1:5). Hoy en día Dios se limita al pacto; Él está dispuesto a ser limitado por el pacto. Cuando Él dijo: “Seré propicio a sus injusticias”, Él lo hará; y cuando dijo: “Nunca más me acordaré de sus pecados”, no se acordará. Éste es el nuevo pacto, y éste es el evangelio.

¡Que lamentable es que nosotros olvidamos lo que Dios recuerda, y de lo que Dios no se acuerda nosotros lo mantenemos presente! Algunos siguen pensando: “He cometido tantos pecados graves, ¿Dios verdaderamente los ha perdonado todos? ¿Realmente Dios se ha olvidado de ellos?”. Otros piensan: “Dios ha borrado mis pecados, pero el rastro de la mancha aún está allí. Cuando Dios lo vea, Él se acordará otra vez de la clase de pecador que soy”. Los que tienen tales pensamientos no saben en qué consiste el nuevo pacto. Por tanto, no saben cómo disfrutar de los derechos del nuevo pacto.

No debemos olvidarnos que el perdón de nuestros pecados y que Dios nunca más se acuerde de ellos es el cumplimiento del primer punto del nuevo pacto. Dios hizo un pacto y dijo: “Seré propicio a sus injusticias, y nunca más me acordaré de sus pecados” (He. 8:12). Si Dios no perdonara nuestros pecados, podríamos hablarle de esta manera: “Oh, Dios, Tú has hecho un pacto con nosotros. Tú debes perdonar nuestros pecados. Debes actuar según Tu pacto”. Dios ha hecho un pacto, y Él debe actuar según el pacto. Él no puede perdonar ni negarse a perdonar según como se sienta, porque Él nos ha dado una promesa, a saber, un pacto.

Hebreos 10:1-2 nos dice que “la ley, teniendo la sombra de los bienes venideros, no la imagen misma de las cosas, nunca puede, por los mismos sacrificios que se ofrecen continuamente año tras año, perfeccionar a los que se acercan. De otra manera, ¿no habrían cesado de ofrecerse, por no tener ya los adoradores, una vez purificados, conciencia de pecado?”. Esto significa que disfrutar de una conciencia limpia y ya no sentir más el pecado, no es algo que se puede experimentar por los que ofrecen la sangre de toros y ovejas. Sólo la sangre del Señor Jesús puede permitir que el hombre tenga tal experiencia. Cuando Dios ve la sangre del Señor Jesús, Él perdona nuestros pecados y nunca más se acuerda de ellos. Ésta es una característica del nuevo pacto. La Palabra de Dios no puede ser más clara. Si usted es una persona cuya conciencia no tiene reposo, que siente que su conciencia aún le acusa por pecados cometidos en el pasado, le aconsejamos cantar el siguiente himno hasta que pueda decir “amén” de corazón. Entonces comenzará a disfrutar de la bendición del perdón de pecados en el nuevo pacto.

¿Por qué ansiedad, duda y temor?

Todo pecado, ¿no cargó

    Sobre Su Hijo, Dios?

Cristo en la cruz murió por mí.

¿Pudiera Dios luego exigir

    Otro pago de mí?

Completa redención logró

Mis deudas el Señor pagó,

    De la ley libre soy.

No temo más la ira de Dios,

Pues con Su sangre me roció,

    Cubierto ahora estoy.

Él mi perdón aseguró,

Obtuvo plena absolución

    Mis deudas las pagó.

Dios no reclamará de dos,

De Su Hijo, mi Seguridad,

    Y otra vez de mí.

Descanso y paz hoy míos son,

Mi Salvador me liberó,

    Él todo consumó;

Sé que por Su sangre eficaz,

Dios ya no me condenará,

    Pues, ¡Él por mí murió!

(Himnos, #466)

La confesión de los pecados y el perdón

Cuando un pecador sabe que es un pecador y cree en el Señor Jesús, sus pecados son perdonados; de esto no cabe duda. La pregunta es: después de que una persona haya creído en el Señor y haya recibido el perdón, ¿necesita ser perdonado aún más? A fin de responder esta pregunta debemos primero considerar tres hechos: (1) Después de que una persona es salva, ya no debe continuar viviendo en pecado (Ro. 6:1-2), y no debe pecar otra vez (Jn. 5:14; 8:11). (2) Aún existe la posibilidad de que un creyente cometa pecado (1 Jn. 1:8, 10), y es posible que un cristiano sea enredado en alguna falta y sea tentado y caiga (Gá. 6:1; 1 Co. 10:12). Vemos ejemplos de la hipocresía que mostró Pedro en Antioquía, a Bernabé que fingía con un grupo, y el hermano en Corinto que cometió fornicación (Gá. 2:11-13; 1 Co. 5:1-2, 5, 11). En el caso del hermano que cometió fornicación, la consecuencia fue muy seria; por una parte su cuerpo fue corrompido, y por otra fue excomulgado por la iglesia. (3) En 1 Juan 3:9 dice: “Todo aquel que es nacido de Dios, no practica el pecado, porque la simiente de Dios permanece en él; y no puede pecar, porque es nacido de Dios”. Esto se refiere al hábito y a la naturaleza de una persona regenerada.

Si estamos claros acerca de estos tres puntos, admitiremos que cuanta más comunión tengamos con Dios y cuanto más andemos en la luz de Dios, más necesitamos del perdón y del lavamiento. Dios es luz; así que tener comunión con Dios significa estar en la luz. Esto se muestra claramente en 1 Juan 1:5-7. ¿Cómo entonces podemos obtener el perdón? La respuesta está en 1 Juan 1:9, que dice: “Si confesamos nuestros pecados, Él es fiel y justo para perdonarnos nuestros pecados, y limpiarnos de toda injusticia”. Se ve claramente en este versículo que si un creyente comete pecado, él necesita confesarlo a fin de ser perdonado. Debemos confesar nuestros pecados. Si confesamos nuestros pecados, Dios es fiel y justo para perdonarnos nuestros pecados y limpiarnos de toda injusticia.

Puede ser que preguntemos qué cosa es la fidelidad de Dios y qué es la justicia de Dios. La fidelidad de Dios se refiere a las palabras que Él dice, mientras que la justicia de Dios se refiere a la manera en la cual Él hace las cosas. Al hablar Dios es fiel, y al actuar Dios es justo. Puesto que Él ha dicho que perdonará nuestros pecados, Él ciertamente nos perdonará nuestros pecados. Puesto que Él ha dicho que nos limpiará de toda injusticia, Él ciertamente nos limpiará de toda injusticia. Puesto que Él envió a Su Hijo para morir por nuestros pecados, Él no tiene más opción que limpiarnos y perdonarnos de nuestros pecados. Por tanto, si confesamos nuestros pecados, debemos asirnos al pacto que Él ha hecho con nosotros, y esperar que Él nos perdone y nos limpie.

La siguiente es una historia verdadera. En cierta ciudad había una hermana cuya conciencia le acusaba continuamente y no le daba ningún reposo. Siempre que ella veía a un predicador le decía: “¡Mis pecados son tan graves! No sé si Dios me ha perdonado o no”. En una ocasión cuando ella dijo eso, el predicador le pidió que leyera 1 Juan 1:9 con él. Entonces él le preguntó: “¿Ha confesado sus pecados delante de Dios?”. Ella respondió: “Sí, lo he hecho, y lo hago con frecuencia”. “¿Qué es entonces lo que dice la Palabra de Dios?” le preguntó. Y ella contestó: “La Palabra de Dios dice que si confesamos nuestros pecados, Él es fiel y justo para perdonarnos nuestros pecados y limpiarnos de toda injusticia”. “Entonces”, le preguntó el predicador, “¿qué dice usted?”. Ella respondió: “No sé si Dios me ha perdonado o no”. De esta misma manera leyeron e hicieron preguntas, leyeron e hicieron preguntas, y después oraron. Ella confesó otra vez sus pecados ante Dios. Después de la oración él le preguntó otra vez: “¿Dios ha perdonado sus pecados?”. Ella respondió otra vez: “No lo sé”. Entonces ese predicador le dijo muy seriamente: “¿Usted considera que Dios es un mentiroso?”. Ella respondió: “¿Cómo me atrevería?”. El predicador le respondió: “Entonces si confesamos nuestros pecados, ¿qué es lo que Dios dice que hará? Dios dice que Él es fiel y justo para perdonarnos nuestros pecados, y limpiarnos de toda injusticia”. En ese momento ella entendió, y tuvo paz en su conciencia. Desde ese momento hasta que llegó el día en que durmió en el Señor ella se mantuvo alegre. La Palabra del Señor realmente la alumbró y la consoló.

Por tanto, debemos recordar que el perdón de pecados es algo que está en el pacto. Si confesamos según la Palabra de Dios, Dios nos perdonará según Su pacto. Hermanos y hermanas, ¿nos atrevemos pedirle a Dios, aferrados a Su Palabra: “Oh, Dios, Tu palabra dice que si confesamos nuestros pecados, Tú nos perdonarás nuestros pecados y nos limpiarás de toda injusticia”? Debemos darnos cuenta de que Dios ha hecho un pacto con nosotros a fin de que nosotros podamos hablarle según Su pacto. Él quiere que por fe le pidamos que cumpla lo que está en el pacto. No sólo le estamos pidiendo a Dios que nos de misericordia; estamos reclamando nuestra porción según el pacto. Alabado sea Dios, incluso el perdón de pecados es una parte del nuevo pacto.

Algunos sin duda consideran que si realmente odian al pecado, les será más fácil ser perdonados. Otros sienten que si continúan lamentándose y teniendo un corazón contrito, les será más fácil ser perdonados. Esta clase de suposición es completamente incorrecta. Esto no es lo que dice la Palabra de Dios. Tener un corazón contrito y sentimientos de pesar son un resultado natural, una actitud normal, como resultado de ser alumbrados; no es una condición que nosotros intercambiamos para recibir el perdón. En el libro The Christian’s Secret of a Happy Life [El secreto que tiene el cristiano para llevar una vida alegre], leímos acerca de una pequeña niña a la que se le preguntó: “¿Si tú cometes pecados, cómo te trataría el Señor Jesús y qué harías?”. Ella dijo: “Yo confesaría mis pecados al Señor; el Señor Jesús me haría sentir pesar por un tiempo, y luego Él me perdonaría”. No considere que éstas son sólo las palabras de una niña pequeña; ésta también es la historia de muchos adultos. Muchos adultos se sienten de la misma manera. Ellos piensan que después de que confiesan sus pecados, necesitan sentir pesar por un tiempo; necesitan esperar hasta que su corazón ya no sienta ningún dolor, entonces ellos recibirán la confirmación del perdón. Los que piensan de esta manera no saben lo qué es el nuevo pacto.

Debemos darnos cuenta de que el perdón de pecados es algo incluido en el nuevo pacto y que, debido a que el Señor Jesús derramó Su sangre, Dios debe perdonarnos nuestros pecados y limpiarnos de toda injusticia. En el momento que aceptamos al Señor, Dios nos perdona según lo que Él ha dicho en el pacto; el momento en que confesamos nuestros pecados, en ese mismo momento Dios nos perdona según lo que se indica en el pacto. Dios está atado por el pacto que Él ha hecho con nosotros. Sólo necesitamos pedir que Dios actúe según lo que se indica en el pacto, y Él está obligado a hacerlo.

Debemos recordarle al lector que la confesión que se menciona aquí es algo que hacemos después de ver el pecado en la luz de Dios. La luz de Dios no tolera el pecado. Cuando una persona realmente ve el pecado en la luz de Dios, condena al pecado como pecado y se acerca a Dios a fin de confesar su pecado; Dios le perdonará el pecado a esa persona y la limpiará de su injusticia. Algunas personas se refugian bajo la confesión del pecado: día tras día continúan diciendo mentiras bajo la sangre preciosa, y día tras día continúan enfadándose bajo la sangre preciosa; esto definitivamente está mal. Para ellas, la confesión es una fórmula y un método. Por una parte, ellos cometen pecados y, por otra, confiesan como una formalidad. Ésta no es una confesión hecha en la luz de Dios. Tal confesión es sólo una confesión hecha con palabras. Nunca debemos practicar esto. Lo que estamos diciendo aquí es que cuanta más comunión tenemos con Dios, más andamos en la luz de la vida, más fácil es ver nuestros pecados; entonces nos damos cuenta de cuánto necesitamos el perdón de Dios y el lavamiento de la sangre preciosa. Ésta es la clase de confesión que cuenta. Es con esta confesión que disfrutamos del reposo que resulta del perdón de los pecados mencionado en el nuevo pacto.

Apocalipsis 4:3 dice que hay un arco iris alrededor del trono. El arco iris es la señal del pacto que Dios hizo con Noé. Significa que Dios nunca se ha olvidado de ese pacto. También significa que Dios debe escuchar la oración del hombre si él ora según el pacto. Mientras que el arco iris esté alrededor del trono, Dios debe escuchar la oración que esté de acuerdo al pacto. Dios se ha dado de esta manera a Sí mismo como promesa a nosotros, a fin de que podamos orar a Él según el pacto. ¡Qué gracia tan maravillosa es ésta!

¿Quién hoy en día, aún no ha solucionado el problema de los pecados? Usted puede traer sus pecados ante Dios, asiéndose de la Palabra de Dios y creyéndole a Él según Su pacto. Entonces puede reposar en Su pacto. La razón por la que hemos perdido tantas bendiciones espirituales es que no nos hemos dado cuenta de que Dios ha hecho un pacto con nosotros. Dios ha hecho un pacto con nosotros a fin de que podamos hablarle según el pacto. Entonces Él actuará según el pacto.