El nuevo pacto 1952 PDF capitulo 4 Watchman Nee Audiolibro Book
LA GARANTIA DE UN NUEVO PACTO
CAPÍTULO CUATRO
LA GARANTÍA DEL NUEVO PACTO
Mateo 26:28 dice: “Esto es Mi sangre del pacto, que por muchos es derramada para perdón de pecados”. Este versículo revela que la sangre de Cristo es la “sangre del [nuevo] pacto”. Esta sangre tiene como fin particular establecer un pacto. El nuevo pacto fue establecido por medio de la sangre; por tanto, el nuevo pacto es confiable; es seguro.
LA SANGRE ES NECESARIA
Necesitamos entender por qué el nuevo pacto se debe establecer por medio de la sangre y por qué un pacto es eficaz solamente cuando se establece con la sangre. Para entender esto debemos volver a la historia de Edén y al requisito de la ley.
Sabemos que cuando Adán fue echado fuera de Edén, perdió la posición dónde tenía comunión con Dios. Él perdió la vida y también perdió su herencia. La muerte reinó desde Adán hasta Moisés (Ro. 5:14). Desde Moisés hasta Cristo no sólo reinó la muerte, sino que el pecado también reinó (v. 21). Esto no significa que desde Adán hasta Moisés no había pecado. La Escritura nos dice que “antes de la ley, había pecado en el mundo; pero cuando no hay ley, el pecado no se carga a la cuenta de uno” (v. 13). Dios le dio a Moisés el pacto de la ley sobre el monte de Sinaí. Este pacto era condicional. Si el hombre permanecía en las palabras de este pacto, Dios le bendeciría; si el hombre no permanecía en las palabras de este pacto, le maldeciría (Gá. 3:12, 10). Entonces ¿qué hizo la ley por el hombre? La ley le dio al hombre el conocimiento del pecado (Ro. 3:20). Además de esto, el hombre estaba bajo la custodia de la ley, guardado por ella (Gá. 3:23). Esto significa que anteriormente el hombre estaba bajo el dominio de la muerte, porque la muerte reinaba; pero ahora también se hallaba bajo el poder del pecado, porque el pecado reinaba.
Por tanto, antes de que Cristo viniera a la tierra, el hombre sufrió dos grandes pérdidas: primero, sufrió debido al pecado de Adán; y segundo, sufrió porque no podía guardar la ley de Dios. Puesto que la muerte y el pecado reinaron, el hombre estaba muy apartado de Dios y no podía disfrutar de la presencia de Dios. El hombre se volvió insensato y no podía conocer a Dios; perdió la vida y el poder espirituales para hacer la voluntad de Dios. Al estar en Adán, bajo la ley, ¿de qué puede jactarse el hombre? Él sólo puede clamar: “¡Miserable de mí! ¿quién me librará del cuerpo de esta muerte?” (Ro. 7:24). ¿No hay entonces ninguna manera de resolver el problema del pecado y de la muerte? ¡Por supuesto que sí la hay! Por el derramamiento de la sangre del Señor Jesús se resuelven estos dos problemas.
Hemos visto que de Adán a Moisés reinó la muerte y que de Moisés a Cristo no sólo reinó la muerte, sino que también reinó el pecado. Alabado sea Dios, ¡la sangre del Señor Jesús ha resuelto estos dos problemas por nosotros! Debido a que el Señor Jesús ha derramado Su sangre, nosotros hemos sido lavados de nuestros pecados y no tenemos que morir.
La intención original de Dios era impartir Su propia vida y todo lo que Él es en nosotros. Pero nos alejamos de Dios debido a nuestros pecados y a la muerte que resulta del pecado. Ya no pudimos obtener todo lo que proviene de Dios. Perdimos todo lo que Dios había dado, y también perdimos todo lo que Dios se había propuesto darnos. Pero la sangre del Señor Jesús nos limpia de nuestros pecados. Él también ha restaurado nuestra relación con Dios (Ef. 2:13) de modo que todo lo que Dios nos ha dado y nos dará pueda llegar a ser nuestro sin ningún impedimento. Por tanto, la sangre del Señor Jesús no solamente nos reconcilió con Dios (Col. 1:20), sino que también nos trae a Dios mismo (Ro. 8:32).
La sangre de Cristo no sólo efectuó la redención; también efectuó una redención eterna. La sangre de toros y de machos cabríos, de la cual dependían las personas del Antiguo Testamento, sólo les recordaba del pecado todos los años (He. 10:3-4). Pero Cristo, por medio de Su propia sangre, entró una vez para siempre en el Lugar Santísimo, obteniendo así eterna redención (9:12). La sangre de Cristo purifica nuestra conciencia (v. 14) de modo que ya no tengamos “consciencia de pecado” (10:2). Alabado sea Dios, ¡la sangre de Cristo soluciona eterna y completamente el problema del pecado!
La sangre de Cristo nos permite recibir el perdón de pecados (He. 9:22; Mt. 26:28; Ef. 1:7). Tan sólo darse cuenta de esto es algo muy glorioso. Todos los que sienten la vergüenza del pecado y conocen lo odioso que es el pecado se dan cuenta de esto. Pero alabamos a Dios que la sangre del Señor Jesús no solamente soluciona el problema del pecado y de la muerte, sino que también nos restaura la herencia que hemos perdido y nos trae aquello que no teníamos en el pasado. Esta sangre ha hecho una cosa muy maravillosa: nos ha permitido obtener a Dios. La sangre del Señor Jesús no solamente nos redime del pecado de modo que no suframos sus consecuencias, sino que también restaura totalmente lo que perdimos en el huerto de Edén y también añade cosas nuevas. El Señor Jesús dijo: “Esta copa es el nuevo pacto en Mi sangre” (Lc. 22:20). Por una parte, la sangre del Señor fue derramada con miras a la redención. Quita por el lado negativo esas cosas que nos dañan. Por otra parte, Su sangre fue derramada a fin de establecer el nuevo pacto. Restaura por el lado positivo la herencia que habíamos perdido y también nos da cosas nuevas. Por tanto, la sangre del Señor Jesús no sólo tiene como fin la redención, sino también la restauración, restaurando lo que hemos perdido y trayéndonos aquello que no teníamos en el pasado.
LA RELACIÓN ENTRE LA SANGRE Y EL PACTO
En cuanto a la relación que existe entre la sangre y el pacto, podemos decir que la sangre es la base, mientras que el pacto es el contrato, la escritura. La sangre es la base sobre la cual se establece el pacto, mientras que el pacto es el contrato establecido con la sangre. Sin la sangre, un pacto no se puede establecer, y mucho menos entrar en vigor. La herencia que Dios nos ha dado se registra en el pacto contraído. Éste es el nuevo pacto que Dios hizo con nosotros en virtud de la sangre del Señor Jesús. Es por medio de este nuevo pacto que recibimos la herencia espiritual que Dios nos ha dado.
Por tanto, el nuevo pacto es un asunto absolutamente legal. Fue establecido completamente según el procedimiento de la justicia de Dios. El nuevo pacto no se compone simplemente de algunas declaraciones verbales hechas por Dios, sino de un contrato por escrito que Dios ha establecido con nosotros por medio de la sangre de Cristo. Es importante entender que la salvación que Dios efectuó antes de la crucifixión del Señor Jesús, se cumplió por medio de Su gracia, pero que después de la crucifixión del Señor se cumplió por medio de Su justicia. Esto no significa que después de la crucifixión del Señor no existiera la gracia, sino que más bien, la gracia viene a ser como el agua, y la justicia como la tubería del agua. La gracia de Dios fluye a nosotros a través de la tubería de la justicia. Por tanto, Romanos 5:21 dice: “Así como el pecado reinó en la muerte, así también la gracia reine por la justicia para vida eterna mediante Jesucristo, Señor nuestro”. La gracia reina por medio de la justicia. Dios no le da la gracia al hombre por sí sola; Él le da la gracia al hombre por medio de la justicia. Dios nos ama, y el Señor Jesús vino a morir por nosotros. Ésta es la gracia de Dios. Si Dios no nos amara ni nos diera Su gracia, el Señor Jesús no habría venido para cumplir la redención por nosotros. Pero el Señor Jesús ha muerto por nosotros, y la redención se ha cumplido. Debido a esto, cuando creemos en el Señor somos salvos; esta es la salvación por medio de Su justicia.
No podemos decir que Dios no tiene gracia. Si Dios no tuviera gracia, no existiría el nuevo pacto. Pero si todo lo que Dios nos ha dado se basara únicamente en la gracia, nuestra fe podría ser sacudida, porque si la gracia no pasa por el proceso legal, la gracia podría interrumpirse. Pero, ¡alabado sea Dios! Él no sólo tiene la gracia, sino que Él expresa Su gracia por medio de un pacto. A fin de darnos la gracia, Él se liga a un pacto. Por tanto, podemos decir que la gracia se aparece con la forma de justicia. Tal justicia no anula la gracia, sino que es la expresión más alta de la gracia.
Lo que recibimos es la gracia de Dios; pero Dios ha usado la sangre para hacer un pacto con nosotros, de modo que por medio del pacto le podamos pedir a Dios que trate con nosotros según Su justicia. Nos basamos sobre el terreno de la gracia, pero la gracia viene a nosotros por medio de la justicia. La sangre de Cristo ha llegado a ser el fundamento de la justicia, de modo que el pacto que Dios ha hecho con nosotros no sea anulado. Nuestra posición está sobre el fundamento de la sangre, el fundamento de la justicia, para tratar con Dios. Por tanto, Dios no tiene otra alternativa que cumplir en nosotros todo lo que consta en el pacto.
Una persona con experiencia en el Señor dijo: “El pacto de Dios es la terapia que Él aplica a los incrédulos. Él usa Su pacto para sanarlos”. Por ejemplo, algunos pueden pensar que para recibir el perdón de pecados ellos deben orar hasta que sientan paz; entonces tendrán una prueba del perdón. Pero la Palabra de Dios dice: “Si confesamos nuestros pecados, Él es fiel y justo para perdonarnos nuestros pecados, y limpiarnos de toda injusticia” (1 Jn. 1:9). Debemos prestar atención a si hemos confesado o no nuestros pecados. Por supuesto, la confesión de la que se habla aquí no es un acto descuidado sin la menor sensación de odio hacia el pecado. La confesión aquí se refiere a realmente ver el pecado como pecado bajo la luz y a condenarlo por lo que es. Al estar desnudos delante de Dios, confesamos el pecado que hemos visto; confesamos el pecado que hemos condenado. Cuando confesamos los pecados, Dios nos perdonará y limpiará de nuestros pecados. Por tanto, una vez que hayamos confesado, debemos creer que Dios ha perdonado, y nuestros corazones deben tener perfecta paz. Un hermano dijo: “Si uno cumple con su parte, ¿es posible que Dios no cumpla con la Suya?”. Esta observación es muy significativa. El problema depende de si hemos confesado o no. Si realmente hemos confesado nuestro pecado, no nos debe importar lo que sentimos, ni nos debe importar lo que otros digan de nosotros. Tampoco nos deben importar los pensamientos que Satanás nos envíe; sólo debemos creer en la Palabra de Dios.
Por tanto, la vida cristiana no tiene ningún otro secreto que vivir aferrados a la Palabra de Dios, creyendo que Dios es fiel y justo, y que lo que Él ha dicho lo hará. Si nos basamos completamente sobre el pacto que el Señor Jesús ha establecido, Dios nos cuidará y cumplirá lo que ha dicho en el pacto, porque Él ha aceptado la sangre del Señor Jesús. Dios ha atado Su propia voluntad al pacto y sólo puede moverse dentro de Su pacto. Si Él no hubiera establecido un pacto con nosotros, podría tratarnos como deseara. Sin embargo, puesto que ha hecho un pacto con nosotros, Él sólo puede actuar según lo que se dice en el pacto. Él debe cumplir con Su pacto; no puede ser injusto. Alabamos a Dios porque Él nos ama y ha tenido misericordia de nosotros hasta tal punto que no puede tratarnos de ninguna otra manera excepto por medio de la justicia. ¡No hay mayor gracia que ésta!
Debemos decir que sin la sangre del Señor Jesús no tenemos derecho a nada. ¡Pero por medio de la sangre del Señor Jesús tenemos derecho a todo! Por medio de la sangre del Señor Jesús tenemos derecho de disfrutar todo lo que consta en el pacto. Cuando, por medio de la sangre del Señor Jesús, le pedimos a Dios que nos dé Sus bendiciones según el pacto, Dios no puede ser injusto. Él debe dárnoslas según el pacto. Este nuevo pacto fue hecho por el Señor con Su propia sangre. El Señor ha pagado el precio de la sangre. Ahora podemos pedirle a Dios que realice para nosotros todo lo que consta en el pacto según el valor de la sangre que está delante de Él.
Un hermano dijo una vez: “Nadie realmente sabe cuánto incluye la sangre”. Es posible que no entendamos el valor de la sangre, y tampoco es necesario que veamos el valor que tiene la sangre. Pero podemos pedirle a Dios que nos trate según el valor de la sangre delante de Él y según el pacto que el Señor hizo con Su sangre. Sólo necesitamos decirle a Dios: “Yo deseo esto, porque Tú eres el Dios del pacto”. Nuestro Dios nunca puede ser infiel; Él no quebrantará Su pacto.
La sangre del nuevo pacto soluciona el problema de nuestros pecados y quita los obstáculos entre Dios y nosotros. También restaura la herencia que perdimos y permite que Dios nos dé todas las bendiciones espirituales en los lugares celestiales, y todas las cosas que pertenecen a la vida y a la piedad (Ef. 2:12-13, 18-19; 1:3; 2 P. 1:3). Todas las cosas que están escritas claramente en el nuevo pacto son nuestras bendiciones legítimas en virtud de la sangre. Según Hebreos 8:10-12, el nuevo pacto incluye tres componentes muy preciosos mencionados en los capítulos anteriores: el lavamiento, la vida y el poder, y el conocimiento interior. Hablaremos más sobre estos asuntos en los capítulos del 6 al 8.
La razón por la que no sabemos cómo hablarle a Dios, según lo que está explícitamente escrito en el pacto, es que no sabemos cuántas bendiciones nos ha otorgado la sangre. ¡Es importante entender que todas las bendiciones espirituales y la herencia espiritual nos son otorgadas por medio del pacto que fue establecido por la sangre! La sangre es la base sobre la cual recibimos el nuevo pacto.
Por tanto, cuando pedimos según el pacto, no estamos pidiendo cosas que no nos pertenecen a nosotros; más bien estamos reclamando los asuntos que siempre nos han pertenecido y que han sido reservados en Dios para nosotros (1 P. 1:3-4). Al orar según el pacto no estamos orando sin base, sino reclamando lo que Dios nos ha dado en el pacto. Cuando oramos según el pacto, Dios no puede evitar estar de nuestro lado. Por tanto, cuando venimos a Dios mediante el nuevo pacto establecido por la sangre, muchas veces ya no necesitamos pedir nada, sino sólo necesitamos reclamar. Esto no significa que hoy no necesitamos orar, sino que nuestra oración debe consistir más en reclamar que pedir.
Un hermano que conoce al Señor dijo que, desde el tiempo del Gólgota todo lo que se pide, que esté en las Escrituras, debe cambiarse a tomar. Aquellos que conocen al Señor, que conocen el lugar de Gólgota y que saben lo que significa la sangre dirán: “¡Amén!”. Hermanos y hermanas, debemos recordar que por medio de la sangre le estamos pidiendo a Dios que nos dé las cosas a las cuales tenemos derecho. Ésta es la razón por la cual decimos repetidas veces que el principio sobre el cual Dios nos trata ahora está basado en Su justicia, y no sólo en Su gracia. Entonces, lo que se nos ofrece en el nuevo pacto es todo aquello a lo que tenemos derecho de recibir. Según la justicia de Dios, Él no tiene otra alternativa que darnos lo que está claramente escrito en el nuevo pacto, porque lo estamos reclamando a Dios según el pacto.
A veces parece que Dios se ha olvidado de Su pacto. En esos momentos podemos recordárselo. En Isaías 43:26, Dios dice: “Hazme recordar”. Dios quiere que el hombre le recuerde. A veces podemos hablarle a Dios con reverencia de este modo: “Dios, te pedimos que te acuerdes de Tu pacto, Tus palabras prometidas. Oramos pidiendo que actúes según Tu promesa y Tu pacto”. Cuando preguntamos así y creemos así, recibiremos lo que pedimos.
UNA GRAN ORACIÓN
Hebreos 13:20-21 dice: “Ahora bien, el Dios de paz que resucitó de los muertos a nuestro Señor Jesús, el gran Pastor de las ovejas, en virtud de la sangre del pacto eterno, os perfeccione en toda obra buena para que hagáis Su voluntad, haciendo Él en nosotros lo que es agradable delante de Él por medio de Jesucristo; a Él sea la gloria por los siglos de los siglos. Amén”. Ésta es una oración de fe. Ésta también es una gran oración en las Escrituras. El escritor de Hebreos le pidió a Dios, en virtud de la sangre del pacto eterno, hacer que el Jesucristo resucitado more en nosotros, para que podamos hacer la voluntad de Dios y cumplir las cosas que le son agradables. Esto nos muestra que una oración con fe, una gran oración, es una que se hace sobre la base del pacto eterno de la sangre del Señor.
Necesitamos la fe para orar aferrándonos al pacto. Debemos decirle a Dios con base en el pacto: “Oh Dios, te estoy orando a Ti basado en Tu pacto”. Esta clase de oración es poderosa y eficaz. Nuestra fe en el pacto aumentará nuestra confianza cuando oramos a Dios.
Debemos recordar que tenemos el derecho de orar a Dios según el pacto. Podemos pedirle a Dios que actúe según el pacto, pero sin fe la oración será inútil. Todo lo que Dios nos ha dado en el nuevo pacto está depositado como si uno deposita dinero en el banco. Si creemos, tan sólo tenemos que retirarlo.
El nuevo pacto fue establecido por medio de la sangre del Señor Jesús; por tanto, el nuevo pacto es seguro y confiable. Nuestro Dios se limita al pacto. Dios se dignó a hacer un pacto con el hombre porque Él desea que el hombre crea en Él y se acerque a Él. Dios se humilló a fin de hacer un pacto de modo que le pueda dar una garantía al hombre. El hombre puede venir a Dios y pedirle con base en esta garantía. Por tanto, podemos cantar con denuedo:
Firme en las promesas no desmayaré,
Siempre al Espíritu responderé,
Y en mi Salvador descansaré por fe,
Firme en las promesas de mi Rey.
Firme, firme,
Firme en las promesas de mi Dios y Cristo;
Firme, firme,
Firme en las promesas de mi Rey.
(Himnos, #161)
Además, proclamamos con alegría:
¡Qué fundamento tan firme, santos del Señor,
Puesto para nuestra fe en Su excelente palabra!
¿Qué más puede decirnos de lo que Él ya nos dijo,
A nosotros que nos refugiamos en Jesús?
(Hymns, #339)