Watchman Nee Libro Book cap.12 El ministerio de la palabra de Dios

Watchman Nee Libro Book cap.12 El ministerio de la palabra de Dios

LA CARGA Y LA PALABRA DE DIOS

CAPÍTULO DOCE

LA CARGA Y LA PALABRA DE DIOS

Aparte de la luz de la revelación divina y la facultad de retenerla, el ministro de la Palabra de Dios debe tener una carga. La palabra hebrea massa, significa carga. Esta expresión la encontramos en el Pentateuco con el sentido de “una carga que se puede llevar” (cfr. Ex. 23:5; Nm. 4:15, 19 [cargo], 24 [llevar], 27 [cargos], 31-32 [cargo], 49; 11:11, 17; Dt. 1:12); y también en los libros proféticos [donde se traduce “profecía”] (cfr. Is. 13:1; 14:28; 17:1; 21:1, 11, 13; 22:1; 23:1; 30:6; Jer. 23:33-34, 36, 38; Nah. 1:1; Hab. 1:1; Zac. 9:1; 12:1; Mal. 1:1). Podemos decir que la revelación que los profetas recibían era una carga. La carga espiritual o massa, está íntimamente ligada con el ministerio de la Palabra; no se pueden separar. Así que, el servicio de los profetas como ministros de la Palabra, era el resultado de recibir una carga. Por consiguiente, todo ministro de la Palabra debe tener una carga.

LA FORMACIÓN DE LA CARGA

Vimos que el ministerio de la Palabra comienza cuando nos sobreviene el resplandor de la luz divina, la cual es como un destello repentino de revelación que se esfuma rápidamente. Si tenemos una mente disciplinada, podremos retener y traducir la luz de Dios que llega a nuestro espíritu. Este resplandor y esta claridad llegan a ser nuestra carga. Es importante que el ministro de la Palabra lleve una carga espiritual. Pero para esto él necesita que la luz tome forma en los pensamientos, ya que sin ella éstos no pueden producir una carga espiritual en nosotros. Lo mismo podemos decir de la luz, sin los pensamientos no produce resultados. La carga espiritual se produce cuando la luz y los pensamientos se mezclan. Es necesario tener esta visión. Aun después de que la luz se haya cristalizado en pensamientos, no habrá carga si la luz se va y sólo quedan los pensamientos. El ministro lleva una carga espiritual delante del Señor, siempre y cuando la luz sea complementada y conservada por la interpretación de los pensamientos.

¿Por qué la denominamos carga? Si captamos e interpretamos la luz divina en nuestra mente, pero se desvanece pronto dejando sólo los pensamientos, no sentiremos ninguna inquietud, ningún peso. Pero cuando los pensamientos permanecen bajo el resplandor de la luz divina, nos sentimos oprimidos, incómodos y afligidos. A esta sensación producida por la Palabra de Dios es a lo que llamamos carga o peso. Los profetas sentían una carga que sólo podía ser aliviada por medio de la Palabra. Sin la proclamación de la Palabra, no podremos expresar lo que sentimos.

Para ser ministros de la Palabra, necesitamos que Dios nos muestre cómo se relacionan entre sí la Palabra, nuestros pensamientos y Su luz. Primero recibimos la luz; luego, los pensamientos; y por último, la Palabra. Desde la perspectiva de Dios, la luz se convierte en pensamientos, y éstos en las palabras que sirven como vehículo para transmitir la luz de Dios. La función de las palabras es comunicar la luz. En este momento yo estoy comunicando mi carga cuando les imparto la luz de Dios. La fusión de la luz divina con nuestros pensamientos producen un sentir interno que nos quita la libertad, nos oprime con su peso, nos incomoda y nos aflige. Este sentir es una carga que sólo puede ser aliviada cuando la impartimos a los hijos de Dios. Una vez que comunicamos nuestra carga a los hijos de Dios, nuestro espíritu y nuestra mente descansan como si un peso se les hubiera quitado de encima.

LA PALABRA ES EL MEDIO QUE COMUNICA LA CARGA ESPIRITUAL

¿Cómo nos desprendemos de nuestra carga espiritual? Por medio de la palabra. Para deshacernos de las cargas físicas usamos las manos, pero para descargar las espirituales usamos la palabra. Por eso, es importante que encontremos las palabras apropiadas para expresar lo que sentimos; de lo contrario, nuestra carga seguirá pesando sobre nosotros. El ministro de la Palabra sabe que no puede dar un mensaje si los pensamientos no son expresados en palabras. Los pensamientos solos no conducen las personas a Dios. Si no sabemos expresar nuestra carga espiritual, lo que digamos no tendrá sentido; pero si ordenamos nuestros pensamientos, podremos comunicarla. Muchas veces el ministro de la Palabra de Dios llega a la reunión de la iglesia con un gran peso; y una vez allí, Dios lo ilumina y lo induce a hablar. Sin embargo, al terminar su mensaje todavía siente sobre sí la carga. Llega con una carga y se va con ella. Esto pudo ser causado, ya sea por la audiencia o por la escasez de palabras. Cuando el mensaje no se expresa debidamente, cuanto más uno habla, más incómodo se siente, pues puede hablar sin cesar, y no lograr transmitir la carga por la falta de coherencia en el mensaje. Aquí el problema yace, no en la escasez de pensamientos, sino en la falta de estructura en la presentación. Si contara con las palabras apropiadas, el resultado sería diferente, ya que la carga espiritual que trajera a la reunión sería aliviada a medida que expresara su sentir. Cuanto más hablara, más liviano se sentiría. Esto es similar a la manera en que los profetas se deshacían de sus cargas: por medio de la profecía. Su obra consistía en despojarse de sus cargas espirituales transmitiendo la Palabra. De este mismo modo el obrero cristiano comunica su carga espiritual. Si no sabe expresar su carga, no podrá desprenderse de ella. Es posible que reciba elogios por lo bien que habló y le agradezcan por lo que expresó; pero él sabe que lo que los demás escucharon fueron sus palabras, no la Palabra de Dios.

Aludiendo al ministerio de la Palabra, Pablo les dijo a los corintios: “Lo cual también hablamos, no con palabras enseñadas por sabiduría humana, sino con las que enseña el Espíritu, interpretando lo espiritual con palabras espirituales” (1 Co. 2:13). Lo que nos hace aptos para ser ministros de la Palabra es que el Señor nos comisionó para proclamarla. Cuando anunciamos la Palabra, también comunicamos la carga. El obrero del Señor tiene que aprender a comunicar su carga espiritual. Los que actúan basándose en lo que piensan y en lo que conocen, no comprenden esto. Debemos comprender que el medio para comunicar la carga espiritual no es la elocuencia, sino la palabra que procede del Señor. Cuando Dios nos da la Palabra y la proclamamos, entonces comunicamos nuestra carga espiritual. Debemos aprender a recibir en nuestro hombre exterior la luz de la Palabra y condensarla en pensamientos a fin de expresarlos verbalmente. Este proceso da como resultado el ministerio de la Palabra. Debemos entender claramente cómo nuestros pensamientos se convierten en palabras, y cómo la Palabra interna brota en palabras audibles. De igual manera, al comunicar nuestra carga, debemos estar conscientes de la diferencia que hay entre el mensaje que recibimos internamente y el que exteriorizamos, ya que ambos son necesarios. Así que, las palabras audibles expresan el mensaje que recibimos en nuestro interior.

CÓMO SE RELACIONAN ENTRE SÍ LA CARGA Y LA PALABRA INTERNA

Examinemos primero la palabra interna. Después de que la luz de Dios llega a nosotros y se convierte en pensamientos, recibimos la carga espiritual; pero esto no significa que podamos expresarla verbalmente. La carga que producen la luz y los pensamientos debe convertirse en palabras. Los pensamientos son abstractos, y no los podemos mostrar, pero las palabras los dan a conocer. Como podemos ver, las palabras no surgen de la nada; son el resultado de la unión de la luz divina con los pensamientos humanos. Los pensamientos se condensan en las palabras que expresamos al mundo exterior por medio de nuestra voz. El ministerio de la Palabra no se proclama de manera común. Generalmente, cuando hablamos, expresamos lo que pensamos; es decir, siempre que tengamos pensamientos, hablaremos. Pero el ministro de la Palabra es diferente, él primero debe convertir sus pensamientos en palabras para poder comunicarlos. El hombre interior del ministro no sólo debe estar lleno de pensamientos sino también de palabras. Esta es la única manera de comunicar la palabra interna al mundo exterior.

Cuando el Señor Jesús estuvo en la tierra nos dio un excelente ejemplo de la manera en que el ministro de la Palabra debe servir. La Biblia no dice que El era los pensamientos de Dios hechos carne, sino que El era el Verbo de Dios hecho carne. Un ministro de la Palabra tiene que ser lleno de las palabras para poder servir como tal. Solamente tener pensamientos no nos hace aptos como ministros de la Palabra; necesitamos que los pensamientos se vuelvan palabras. Si sólo tenemos los pensamientos y no tenemos más palabras que las nuestras, no podemos ser ministros de la Palabra. Estos principios son básicos e importantes. La luz, los pensamientos y las palabras internas son esenciales para nuestro servicio. Una vez que la luz de Dios nos ilumina y la retenemos en nuestros pensamientos, tenemos que aprender a orar e implorar delante de Dios para que El nos dé las palabras que expresen el sentir que tenemos. Debemos tener celo en este asunto.

La revelación llega cuando la luz de Dios ilumina nuestro espíritu, pero debe convertirse en pensamientos. Sin la revelación, no hay iluminación, la cual es obra de Dios; pero la retención e interpretación de la misma corresponde a aquellos que han sido disciplinados por Dios. La conversión de la luz en pensamientos nos beneficia a nosotros, pero la transformación de los pensamientos en palabras beneficia a los demás. Si sólo queremos la luz para nosotros, sólo necesitamos los pensamientos; pero si deseamos impartirla, los pensamientos deben traducirse en palabras. Sin los pensamientos, la luz es abstracta, y sin la luz, los pensamientos no tienen valor. La luz debe traducirse en pensamientos a fin de ser accesible; por otra parte, los pensamientos deben traducirse en palabras, a fin de que la luz sea comunicada a los demás. Los pensamientos son necesarios para interpretar la luz; y las palabras lo son para transmitir los pensamientos. Es así como llegamos a tener el ministerio de la Palabra. Tener la luz sola, o los pensamientos solo o, inclusive, la combinación de los dos, no nos constituye ministros de la Palabra; para ello necesitamos la luz, los pensamientos y las palabras. Las palabras son necesarias para interpretar los pensamientos, los cuales no son ordinarios, pues surgen de la revelación producida por la luz que vemos, y ésta sólo puede ser retenida por una mente disciplinada. Para retener estos pensamientos necesitamos darles forma con palabras que también procedan de Dios. En ocasiones la revelación se recibe en el espíritu y, en otras, en la Palabra. Estudiemos estos dos casos.

La revelación que se recibe en el espíritu y la que se recibe en palabras

Cuando la revelación llega a nuestro espíritu, trae consigo la luz, pero allí no termina todo. Necesitamos valernos de nuestros pensamientos para retener la iluminación que nos trae; sin embargo, nuestros pensamientos naturales no están facultados para semejante tarea, pues no podemos expresarlos en palabras inmediatamente. ¿Qué debemos hacer entonces? Tenemos que pedirle a Dios que nos dé más luz, mas no una iluminación que llegue a nuestro espíritu y nos comunique interiormente el significado, sino una iluminación que traduzca en palabras el significado de dicha luz. Vemos aquí dos clases de revelación, una en el espíritu y la otra en palabras inteligibles. Esta se expresa en una o dos declaraciones que Dios nos da. Cuando elevamos nuestra oración a Dios, recibimos una luz clara y podemos retenerla y hacerla nuestra, pues se convierte en ideas. Pero cuando tratamos de compartirla con los demás, descubrimos que no podemos, ya que aunque nosotros la entendemos, no hallamos las palabras para comunicarla. Cuando esto sucede, debemos pedirle a Dios que nos dé las palabras adecuadas para expresar lo que percibimos. Debemos orar intensa y detalladamente, y abrir nuestro corazón y nuestro espíritu al Señor despojándonos de toda idea preconcebida. Al hacer esto, comenzaremos a ver algo delante de Dios, y El nos dará las palabras que expresen acertadamente la iluminación que recibimos. Estas palabras constituyen una revelación, ya que contienen y expresan con exactitud la luz de Dios.

La luz se puede traducir y comprender en pensamientos, los cuales, a su vez, se convierten en palabras. Me parece que esto es claro y que en ello estamos de acuerdo. Una vez que nuestra mente retiene la luz que recibimos, la expresamos en palabras inteligibles. En la revelación que recibimos la segunda vez, Dios nos da palabras para que retengamos la luz que vimos. Se puede decir que podemos captar la luz por medio de nuestros pensamientos y por las palabras que Dios nos da. Así como captamos con nuestros pensamientos la luz que recibimos en nuestro espíritu, así captamos la luz en las palabras que Dios nos da. Es decir, la revelación que recibimos por medio de las palabras es igual a la que recibimos en nuestro espíritu. Lo que vemos en nuestro espíritu dura un instante, pero no el contenido de esa visión. La revelación puede permanecer por un segundo, pero no lo que comunicamos. Lo que nuestro espíritu ve en un instante incluye muchas cosas; por eso, es importante que tengamos una mente vigorosa y saludable, capaz de captar la luz. Cuanto más activa esté nuestra mente, más luz captaremos. El mismo principio se aplica a las palabras que Dios nos da. En contraste con la extensa revelación que en un instante recibimos en nuestro espíritu, la Palabra de Dios llega a nosotros en una o dos oraciones que nos permiten captar Su luz. Estas oraciones no constan sólo de palabras, pues también contienen revelación.

En nuestra conversación normal proferimos ocho o diez palabras para expresar lo que deseamos; y si sólo tenemos diez minutos para dar un discurso, lo concluimos en diez minutos. Lo que el mundo comunica se puede contar en palabras, minutos y segundos, sin que en ello haya revelación; pero las palabras que contienen revelación, aunque consten de una o dos oraciones, están llenas de riquezas, igual que lo está la revelación divina. En el ámbito de la revelación hay infinidad de riquezas; aun una breve iluminación es vastamente rica. Puede ser que Dios sólo nos dé una oración, mas esa oración está impregnada de Su rica expresión y revelación. Así como recibimos inagotables riquezas en un instante de revelación, así también las recibimos en una sola oración gramatical. Dios condensa Sus riquezas, lo mismo en una revelación instantánea que en una frase; sin embargo, puede tomar meses explicar lo que vemos en un instante, o parafrasear esa oración que Dios nos da. Existe una diferencia entre los pensamientos y las palabras. Las palabras de los pensamientos, por ser internas, son pocas, pero están impregnadas de riquezas como las que vemos en un instante de iluminación. No son discursos, sino que constan de una o dos oraciones con contenido espiritual, las cuales se caracterizan por emanar vida.

¿Qué clase de palabra emana vida? Dios nos concede vida por medio de la revelación. Esta se convierte en una carga en el obrero o ministro; pero cuando la carga es comunicada, la vida emana de ella. Si ese peso no se descarga, tampoco se comunica la vida. Cuanto más pesada sea la carga, más poderoso será su contenido al expresarla; pero si no la transferimos, se vuelve más pesada con el tiempo. Si sostenemos en nuestras manos un globo lleno de agua que pesa mucho, podremos librarnos de su peso si lo perforamos. Una vez que el agua sale, el globo deja de pesar. Lo mismo sucede cuando comunicamos la palabra. Si tenemos una carga espiritual, también debemos tener las palabras correspondientes que la expresen. Una oración que digamos será suficiente para comunicar nuestra carga; será como el agua que brota por las perforaciones del globo. Si no usamos las palabras adecuadas para expresar nuestros pensamientos sentiremos una pesada carga por dentro. ¿Qué es, entonces, la palabra de revelación? Es aquella que transmite vida. Antes de que hablemos, la vida se halla aprisionada; pero una vez que expresamos nuestra carga, se transmite a los demás. Nuestras palabras deben corresponder a la presión que tenemos dentro; de lo contrario, no podremos emitir vida.

Cuando tenemos una carga, no importa cuán pesada sea, si esperamos delante de Dios recibiremos las palabras precisas que necesitamos. Aún así, no podemos determinar cuánto tardarán las palabras en llegar. A veces, después de ver algo, Dios nos las da inmediatamente; otras, debemos esperar hasta que la carga se vuelva más y más pesada. Y aun otras, debemos orar varios días hasta recibir las palabras que comuniquen la carga. Algunas veces cuando captamos la luz, nuestra mente entiende el lenguaje, pero no sabemos expresar lo que vemos; otras, las palabras llegan junto con la luz o con el peso de la carga. Pero, no importa cuándo lleguen, siempre se ajustan a la ocasión. Estas palabras llegan a ser nuestra luz. Una o dos ideas son tan ricas en contenido como lo es la revelación que recibimos antes. Pareciera como si toda la revelación que recibimos se resumiera en una oración. Estas palabras son como una botella a la que se le quita el corcho: el contenido explota. Llamemos a estas breves expresiones que Dios nos da, palabras internas. Estas tienen como objeto captar y retener la revelación que Dios nos da. Cuando comunicamos las palabras de revelación, la luz divina emana de ellas.

Debemos tener presente que sin luz no es posible tener el ministerio de la Palabra. Si la mente no retiene la luz y la traduce en pensamientos, tampoco puede haber ministerio de la Palabra. Aún así, después de retener la luz y de convertirla en pensamientos, se necesita la revelación de las palabras adecuadas. A esto se refiere Pablo cuando dice que las palabras que habla son “las que enseña el Espíritu” (1 Co. 2:13). El Espíritu tiene que darnos una revelación, pero ésta tiene que estar compuesta de palabras. La revelación consta de una o dos oraciones concisas, las cuales llevan consigo la vida de Dios tan pronto se expresan. Si hablamos de muchas cosas, pero no comunicamos la revelación en palabras, la vida no fluirá. Necesitamos expresar estas oraciones para que la vida fluya.

La única manera de comunicar la vida de Dios es la revelación. Tomemos por ejemplo la crucifixión del Señor Jesús. El murió por todas las personas del mundo, pero ¿han recibido todas ellas Su vida? Es un hecho que El murió por todos, pero no todos han recibido esta vida. Esto se debe a que no todos han recibido la revelación. Una persona puede proclamar la verdad en relación con la muerte del Señor sin tener la revelación de este hecho, pero quien recibe revelación, alaba y da gracias al Señor desde su interior. La visión nos trae la luz, y el Espíritu Santo vivifica nuestro hombre por medio de Su palabra. Tan pronto vemos esta palabra, somos vivificados.

En la actualidad Dios abastece a la iglesia por medio de la Palabra. El desea suministrar a Cristo y Su vida a la iglesia. Pero esta vida sólo se comunica por medio de la carga que llevamos. Por ello, cuando recibimos una carga espiritual, junto con ella debe venir la palabra que nos permita comunicar adecuadamente la vida que está en la Palabra. Hay palabras que no traen vida ni aun después de repetirlas muchas veces; y hay otras que la comunican tan pronto se expresan. El ministro de la Palabra debe recibir junto con la revelación una o dos expresiones de las que emane vida. La vida está presa en ellas, y tan pronto las pronunciamos, los demás pueden tocarla. No importa cuánto nos esforcemos, si Dios no nos da las palabras, no podremos tocar la vida.

Lo primero que recibimos es la revelación y la luz. Sin embargo, ello no constituye el ministerio de la Palabra. Necesitamos ser renovados en nuestra mente y en nuestro entendimiento, para que cada vez que Dios envíe Su luz, entendamos lo que ella revela. No es correcto presentar una revelación enigmática o vaga. Por ello es importante que nuestra mente entienda claramente la revelación, porque si para nosotros no es clara, ¿cómo podemos presentarla a los demás? Posiblemente lo que digamos sea correcto, pero eso no indica que tengamos el ministerio de la Palabra, ni que el Señor emane de nosotros. Cuando nuestra mente reciba la luz debe estar lúcida, de lo contrario esa luz se desvanecerá. Por consiguiente, si queremos ser ministros de la Palabra, primero, nuestra mente debe ser renovada por medio del quebrantamiento de la mente vieja; y en segundo lugar, debemos tener las palabras apropiadas que expresen lo que vemos, ya que los demás pueden oír nuestras palabras, mas no nos pueden leer la mente. Sin las palabras pertinentes, podemos hablar por horas sin comunicar lo que sabemos. Por eso necesitamos que Dios nos dé las palabras necesarias. Algunas personas reciben las palabras en el instante que su mente capta la luz; otras deben esperar días o meses. Pero sea que lleguen tarde o temprano, deben ser claras a fin de comunicar lo que el Señor nos revela. Sin las palabras que Dios nos envía no podemos hablar. En todo caso, no necesitamos muchas palabras; con una o dos oraciones es suficiente. Después de que el Señor nos comunica estas oraciones, podemos comunicar con facilidad la revelación que recibimos. Pero si no tenemos la plena certeza de haberlas recibido, no debemos ponernos de pie para hablar. Sin luz, nuestro ministerio no tiene rumbo ni tenemos el ministerio de la Palabra. Después de recibir la luz y la condensación de la misma en pensamientos, necesitamos expresarla con palabras de las que emane vida. Tan pronto estas palabras penetran en los oyentes, la vida brota. La vida debe ser transmitida. Muchas veces, una o dos frases son suficientes para comunicar vida. A esto llamamos palabras de revelación; sin ellas no podemos proclamar la Palabra de Dios. Debemos prestar atención a esto delante del Señor.

Debemos recordar que cuando Dios nos da una carga espiritual, junto con ella nos da las palabras necesarias para expresarla. Tanto la luz como los pensamientos que El nos da, forman una carga en nosotros que nos hace sentir incómodos y constreñidos. Sin embargo, el Dios que nos da la carga, también nos da las palabras precisas para despojarnos de ella. El nos da una o dos alocuciones que nos permiten comunicar esta vida. No debemos mantener esa carga sobre nuestros hombros. Debemos buscar la manera de expresar esta vida; de lo contrario, no sabremos cómo laborar para Dios. No vayamos a los hermanos con un recipiente vacío; debemos ir preparados para darles de beber. Aun antes de abrir la boca, debemos estar listos para proporcionarles el agua necesaria. A menudo veo cómo cierto hermano habla por largo rato esforzándose por expresar lo que desea comunicar sin lograrlo. Por experiencia sabemos que él no sabe cómo despojarse de su carga. Cuando el agua está a punto de salir, toma otro rumbo, sin darse cuenta de que lo único que necesitaba era decir una palabra específica para desprenderse de su carga. Es importante que antes de comenzar a ministrar la Palabra, tengamos las palabras internas que necesitamos para expresarla, ya que de no ser así, cuánto más hablemos, más nos desviaremos de la meta.

Debemos esperar delante de Dios para recibir las palabras. Lo óptimo es recibirlas en el momento que nuestra mente capta la luz; pero si esto no sucede, debemos pedirle a Dios que nos hable. Muchas personas piensan que la elocuencia las hace aptas para ser ministros de la Palabra de Dios. Pero la experiencia comprueba que la elocuencia del hombre natural sirve para hablar de cualquier cosa, menos de los asuntos divinos. La elocuencia humana no puede expresar los asuntos de Dios ni comunicar vida. Las palabras de vida se hallan en la revelación. Por eso, no importa cuán elocuentes seamos, nunca podremos expresar la vida.

Tenemos que admitir que Pablo era un buen orador. Con todo, en Efesios 6:19 dice: “Y por mí, a fin de que al abrir mi boca me sea dada palabra para dar a conocer con denuedo el misterio del evangelio”. Pablo les pidió a los creyentes de Efeso que oraran por él a fin de que le fuera dada palabra para dar a conocer el misterio del evangelio. En la cosas espirituales, la elocuencia que procede de la carne no sirve; necesitamos que Dios nos dé las palabras. El ministerio de la Palabra es interno, no externo. Sin la palabra interna, lo que expresemos no tiene ningún valor. Muchas personas, a pesar de sus dificultades para comunicar lo que yace en su interior, continúan hablando. La plataforma no es el lugar adecuado para buscar las palabras adecuadas; Dios debe darnos primero las palabras para comunicar la luz a los oyentes. Un ministro de la Palabra de Dios tiene que aprender a conocer la palabra interna y tocar la revelación para comunicarla debidamente. Que el Señor nos conceda ser personas poderosas en palabras. No sólo debemos tener una carga, sino que debemos reforzarla con las palabras que nos permitan expresarla. Estas expresiones internas son parte de la carga espiritual y son las únicas que pueden dar salida a la misma.

¿Qué es, entonces, la carga espiritual? Es la luz que llega a nuestro espíritu, los pensamientos que la captan y las palabras internas que la refuerzan y expresan. La combinación de la luz, los pensamientos y las palabras internas constituye la carga de los profetas. La última etapa de la carga es la comunicación de la palabra interna. Nuestra carga consiste en comunicarle al hombre las palabras de revelación que Dios nos da. Que Dios nos muestre el vínculo que hay entre la carga y las palabras internas.

Cómo recibir las palabras internas

Si el medio para comunicar la carga espiritual se halla en las palabras internas, ¿cómo las podemos recibir? Comúnmente, las recibimos por medio de la lectura de la Biblia y de una comunión íntima con Dios. Supongamos que una luz intensa nos ilumina y la podemos captar porque el Señor, en Su misericordia, nos concede una mente activa e ingeniosa, y que ese resplandor divino se convierte en pensamientos. Esto es suficiente si sólo tenemos en mente nuestro beneficio; es decir, la luz de la revelación y la traducción de los pensamientos nada más sirven para nuestro propio uso. Aunque la revelación divina se transmutó en pensamientos permanentes, específicos y tangibles en nosotros, el beneficio que esto genera es personal y no trae ninguna provisión a los demás. No debemos suministrar nuestros propios pensamientos, ya que lo único que lograremos será impartir un mensaje que es producto de nuestra imaginación. La palabra interna procede de una revelación fresca procedente de Dios. Nosotros, como ministros de la Palabra, necesitamos recibir la palabra que procede del Espíritu Santo, la cual no sólo es útil para nosotros, sino también para los demás. Esta palabra es la que nos hace aptos para ser ministros. Dado que todos nosotros somos miembros del Cuerpo de Cristo, la luz de Dios no debe detenerse en el individuo. De igual manera, el resplandor divino nos ilumina para que ejerzamos el ministerio, no para nuestro propio beneficio. Ya dijimos que en ocasiones la luz viene junto con la Palabra de Dios, la cual, a su vez, traducimos en pensamientos. Este proceso nos faculta para ser ministros de la Palabra. Cuando la palabra que necesitamos no llega en el momento que nuestra mente capta la luz, debemos esperar en Dios y estudiar la Biblia. Por supuesto, ésta no es una regla general, ya que cada caso es diferente. Algunas veces lo que experimentamos es muy especial; otras, es común. Puede ser que en el momento cuando estudiamos la Biblia o al día siguiente mientras esperamos en Dios, El exprese una o dos frases que corroboran la luz que vimos en nuestro espíritu. Estas frases, que destilan vida, expresan lo que nuestra mente entiende y nuestro espíritu posee. Esta es la base del ministerio de la Palabra y lo que necesita el ministro de la Palabra.

Es importante que prestemos atención al hecho de que no sólo necesitamos la luz en nuestro espíritu y la retención de la misma en nuestra mente, sino también leer la Biblia y esperar en Dios hasta que exprese las palabras que nos den claridad, abran nuestros ojos internos y nos den la certeza de que ése es el momento de comunicar la Palabra. Sin dichas palabras, no importa cuánto nos esforcemos, no podremos comunicar la revelación que recibimos. Tan pronto obtenemos estas frases, ellas se convierten en palabras internas, las cuales debemos saber expresar a fin de comunicar la luz y los pensamientos que están en nuestro espíritu. La luz de la revelación se comunica por medio de las palabras de la revelación. Si carecemos de ellas, debemos tener comunión con Dios, orar y esperar en El mientras leemos la Biblia, no de manera rutinaria, sino en la presencia de Dios. La Biblia es el medio que Dios usa para comunicarse con nosotros y para darnos las palabras que corroboran la revelación, las cuales, una vez expresadas, traen salvación al pecador y ayuda al creyente. Estas palabras, aunque no están escritas, llegan a ser la palabra actual de Dios. Con el paso de los años, a medida que maduremos, estas palabras nos serán útiles, y si nuestro espíritu es puro, el Espíritu Santo las honrará cada vez que las usemos. Mientras sea la Palabra de Dios, el Espíritu Santo la usará para salvar a los hombres y edificar a los creyentes. Tales palabras no son comunes; son extraordinarias y poderosas.

EL VÍNCULO QUE UNE LA CARGA CON LAS PALABRAS EXTERNAS

Al ministerio de la Palabra lo constituyen la luz, los pensamientos y las palabras. Pero, dado que la palabra tiene dos aspectos, uno interno y otro externo, podemos decir que en realidad está constituida de la luz, los pensamientos, la palabra interna y la palabra externa.

¿Cuáles son las palabras externas y qué relación tienen con las palabras internas? Podemos decir que la relación entre ellas es semejante a la relación que existe entre los pensamientos y la luz. Estos son hechos espirituales irrefutables. Anteriormente dijimos que cuando la luz resplandece, si nuestros pensamientos no la captan, se escapa y no la podemos usar. De igual manera, una vez que recibimos algunas palabras internas, debemos comunicarlas por medio de las palabras externas. Las palabras internas se componen de una o dos oraciones que provienen de Dios, pero si se proclaman aisladamente serán incomprensibles para los oyentes; es necesario que vayan acompañadas de otras palabras. A esas pocas alocuciones divinas debemos agregar muchas palabras nuestras. Aunque Dios nos da la luz de Su palabra y aunque transforma la luz en palabras internas, eso no basta; necesitamos las palabras audibles. Las palabras internas en su forma original, sin ningún complemento, son demasiado densas y difíciles de comprender. Si las proclamamos en esas condiciones, serán demasiado pesadas, demasiado compactas y demasiado espesas para ser aceptadas. Sólo al complementarlas con nuestras palabras podemos comunicarlas eficazmente. Quizás necesitemos expresar dos, cinco o diez mil palabras nuestras para comunicar una sola palabra de Dios. Debemos valernos de nuestras propias palabras para comunicar la Palabra de Dios. En esto consiste el ministerio de la Palabra.

Vemos cuán importantes son los elementos humanos. Primero la mente capta la luz, aunque no todos tienen la misma facilidad. Luego, el elemento humano aparece de nuevo en la búsqueda y elaboración de las palabras externas que comunican el mensaje. Igualmente, no todas las personas tienen la misma capacidad para hacer esto, y no todos pueden comunicar debidamente la Palabra de Dios. Los elementos humanos juegan un papel crítico en este aspecto.

Las palabras externas deben expresar las palabras internas

Las palabras internas tienen una gran densidad, vienen en código, y nadie las podría comprender; mientras que las externas, ya diluidas, sí se pueden entender. Al ministro le corresponde la formulación de las palabras externas que “diluyan” el mensaje que Dios le da a fin de que la audiencia lo pueda asimilar con facilidad. Se puede decir que las palabras internas constituyen la esencia, y que las palabras externas son el agua que las diluye. Para que la palabra interna sea fácil de entender y aceptar necesitamos la palabra externa, pues no es fácil comprender la palabra interna. Aunque en la segunda revelación Dios sólo nos da una o dos oraciones, las damos a conocer por medio de un mensaje completo. Por consiguiente, el ministro de la Palabra, después de recibir la palabra divina, la expresa empleando sus propias palabras. Si entendemos este proceso, comprenderemos lo que significa la inspiración del Espíritu Santo. La palabra pura que Dios le da al hombre no cambia; no obstante, cuando Pedro anunció esta Palabra, lo que comunicó llevaba consigo algo de su personalidad. Lo mismo podemos decir de los escritos de Juan y de Pablo. Los que leen el Nuevo Testamento en griego notan que hay diferencias entre los escritos de Pedro, los de Juan y los de Pablo, ya que el estilo con que se escribió cada uno de esos libros es diferente; pero todos ellos son la Palabra de Dios. Cuando ellos comunicaban la Palabra, aunque la enseñanza era de Dios, lo que expresaban dejaba ver la personalidad de cada uno. Esto nos muestra que los elementos humanos están presentes en el ministerio de la Palabra de Dios. Dios toma a hombres escogidos por el Espíritu Santo y comunica Su palabra por medio de ellos. Es El quien les da la palabra, pero desea que ellos la expresen con sus propias palabras. Por supuesto, todo aquel que expresa la Palabra de Dios, lo hace según el grado de enseñanza que haya obtenido del Señor. Dios confía Su palabra al hombre y le da la comisión de comunicarla.

Volvamos al tema de hablar en lenguas. ¿Por qué debemos prestar atención a este asunto? Cuando Pablo presenta el ministerio de la Palabra, compara las lenguas con el ministerio profético. No debemos impedir el hablar en lenguas, ya que benefician a los que las hablan; pero en relación con el ministerio de la Palabra, las lenguas no son de provecho, porque el entendimiento del hombre no toma parte en ello. El Espíritu Santo le transmite la palabra al hombre, quien, por medio de su espíritu, la comunica literalmente sin añadirle elementos humanos. Según el concepto natural, el hablar en lenguas es superior al ministerio profético. ¿No es acaso preferible que Dios nos hable directamente? ¿No sería mejor que el Espíritu Santo anunciara Sus propias palabras? Nosotros pensamos que sí, pero la Biblia establece que hablar en lenguas es inferior a profetizar. Dios da más énfasis a la profecía que a las lenguas. En el ministerio profético encontramos tanto la Palabra de Dios como las palabras del profeta. De este modo, el agua viva no es derramada sobre nosotros desde el cielo, sino que brota de nuestro interior (Jn. 7:38). Este es un principio fundamental del Nuevo Testamento.

El hombre es muy importante para Dios. En el Nuevo Testamento es fácil identificar los escritos de Pedro, de Jacobo [o Santiago] y de Mateo. Vemos que cada escritor tiene sus frases idiomáticas, expresiones y estructura gramatical distintivas. Dios no desea que el escritor sólo copie las palabras que El dicta. La enseñanza es de El, pero las palabras deben ser las del hombre. ¡Qué sublime responsabilidad tiene el ministro de la Palabra! Pero si no reunimos los requisitos divinos, ¿cuál puede ser nuestra contribución? Por eso necesitamos ser quebrantados. Si no somos auténticos, ¿qué introduciremos en la Palabra de Dios? La Palabra de Dios no es tan etérea. El comunica Su Palabra al hombre en una o dos oraciones, y éste, por su parte, expresa estas cuantas oraciones usando su propio léxico. Por consiguiente, es de vital importancia que el hombre sepa cómo “diluir” esas pocas oraciones en sus palabras.

Debemos comprender que para expresar las palabras externas, se necesita la luz, los pensamientos y las palabras internas. Supongamos que queremos tener una conversación personal con los hermanos y hermanas, o darles un mensaje. ¿Cómo comunicar nuestro sentir? Para empezar, Dios debe darnos unas cuantas oraciones, las cuales, en sentido figurado, son la matriz de las demás palabras que la circundan. Debido a que la Palabra que recibimos está “condensada”, debemos “diluirla” con nuestras palabras; o partirla en pequeños fragmentos, como se hace con una roca. De esta manera los oyentes la puedan recibir. Mientras hablamos, martillamos o partimos las palabras “sólidas” en porciones pequeñas, introduciéndolas paulatinamente. Es así como se comunica la Palabra de Dios. Las palabras internas se fraccionan en secciones pequeñas y se transmiten poco a poco. Sería lamentable que después de hablar dos horas la “roca” todavía estuviera en nuestro poder. Un discurso semejante no comunica la Palabra de Dios. Por una parte, las palabras humanas no sirven para nada, pero, por otra, son decisivas. Aunque esto parezca contradictorio, es un hecho. Es inútil transmitir la Palabra sólo con nuestras palabras, no importa cuán diestros e inteligentes seamos; sin embargo, cuando la Palabra de Dios está en nosotros, la debemos comunicar usando nuestras palabras. Lo que expresamos puede comunicar la Palabra de Dios magnificándola, o la puede cubrir. Nuestras palabras comunican la Palabra de Dios; así que, cuánto más la expresamos, más clara se vuelve. La elocuencia de las palabras externas sirve para comunicar y explicar las palabras internas.

Debemos observar la acción recíproca de diferentes factores. Para llevar a cabo el ministerio de la Palabra, primero debemos tener las palabras internas, y luego debemos expresarlas por medio de las palabras audibles. Sin embargo, ésta no es una labor sencilla; en ella tiene que intervenir la mente, la cual debe funcionar debidamente para expresarse. Aún así, no debemos fijar la mente en cómo expresarnos bien, sino en la revelación que vimos. ¿Cómo podemos estar seguros de que lo que anunciamos expresa las palabras internas? Debemos usar nuestra mente para expresar lo que vemos en nuestro espíritu. Necesitamos luz en nuestro espíritu, pensamientos para captarla y una o dos oraciones internas. Cuando tenemos todo esto, debemos pensar cómo expresarlo. El Señor nos proporciona la luz en nuestro espíritu y las palabras en nuestro interior. Al dar un mensaje, usamos nuestros pensamientos para sacar la revelación que está en nuestro espíritu, y luego la comunicamos con nuestras palabras. No necesitamos forzar nuestra mente para detectar la revelación; no obstante, ella debe ser lo suficientemente lúcida para retener la luz, y nosotros, por nuestra parte, debemos ser aptos para comunicarla con nuestras propias palabras. Vemos que de cuatro elementos, dos pertenecen a la esfera interna y se originan en Dios, y dos a la esfera externa y se hallan en nosotros. La combinación de estos elementos produce el ministerio de la Palabra. Con nuestra boca expresamos las palabras que proceden de nuestro interior, y lo que anunciamos es el producto de la unión de la palabra interna con la externa.

En muchas ocasiones, al expresarnos, aun cuando las palabras todavía están en nuestra boca, perdemos la revelación interna; en otras, la revelación interna permanece como una carga en nosotros por dos, tres o hasta seis meses. Sin embargo, no tenemos una estructura definida para comunicar dicha revelación. Por una parte, el Señor debe darnos la palabra; y por otra, debemos tratar de delinear interiormente la estructura sobre la cual expresar la impresión interior.

Hermanos, tengamos presente ambos lados del tema que estamos discutiendo. Algunas veces tenemos la revelación, junto con el entendimiento y los pensamientos para captarla, pero no encontramos las palabras con las cuales expresarla; otras, tenemos las palabras, pero la revelación que estaba en el espíritu desaparece. Debemos recordar que la audiencia no puede leer nuestros pensamientos; sólo cuenta con nuestras palabras, así que, cuando ellos nos escuchan, lo único que perciben es maná viejo; es decir, lo que comunicamos no corresponde a la revelación interna. La palabra que comunicamos debe corresponder a los pensamientos internos, de tal manera, que los oyentes vean la luz por medio de ella. La mente juega un papel muy importante, pero no es el órgano que recibe la revelación. Si tratamos de captar la revelación usando la sagacidad de nuestros pensamientos, perjudicaremos la iglesia de Dios. En este respecto, no podemos confiar en nuestra inteligencia. Con todo y eso, necesitamos la mente. También necesitamos la luz, los pensamientos, las palabras internas y las palabras externas. Necesitamos las palabras internas en nuestro interior, y las externas en nuestra boca. Estas dos clases de palabras son como los rieles de un ferrocarril: el tren no puede moverse por un solo riel. Así que, las palabras externas deben ir a la par de las internas. Esta es la única manera de traducir la revelación adecuadamente.

Muchas veces, percibimos la luz que nos ilumina por dentro y entendemos su significado, pero no encontramos las palabras para expresarla. Lo que vemos nos satisface a nosotros, pero no podemos lograr que los demás lo vean. Esto es semejante a un buey que muele en un trapiche: da vueltas y vueltas sin poder deshacerse de la carga. Tenemos la palabra interna, pero no las externas. Así que, sin importar cuánto hablemos, no logramos comunicar la Palabra de Dios. La revelación y la palabra interna no son suficientes para llevar a cabo la obra de predicación; necesitamos además la luz, los pensamientos, las palabras internas y las palabras externas. Sólo cuando estos cuatro elementos operan juntamente, tenemos el ministerio; y sólo entonces, éste será un ministerio de gloria.

Hablamos según las Escrituras

Al preparar las palabras externas, debemos prestar atención a las expresiones halladas en las Escrituras. Cuando queremos comunicar las palabras internas, con frecuencia nos encontramos sin las palabras adecuadas. Por lo general, nuestro mensaje sigue una dirección distinta a la esperada, así que en pocos minutos agotamos todas las palabras. Debido a que las palabras internas son compactas, no encontramos las palabras adecuadas para expresarlas. Si repetimos lo mismo una y otra vez, cansaremos a nuestros oyentes. Quizás nuestro discurso sea conciso, pero no impresionará a nadie. Esta falta de recursos en nuestro discurso es evidente cuando llevamos a cabo el ministerio de la Palabra. Podemos discutir sobre muchos temas, pero tan pronto entramos en los asuntos espirituales, descubrimos cuán poco equipados estamos. Los recursos se agotan pronto sin que las palabras internas sean comunicadas. Logramos expresar nuestras palabras, mas no transmitimos las palabras internas. Por esta razón, es importante que conozcamos las Escrituras. Aunque Dios sabe que carecemos de elocuencia, nos usa como ministros de la Palabra porque, El nos habla diversamente (He. 1:1). Nosotros sólo podemos expresar nuestros pensamientos de una manera, pero Dios nos habla con mucha diversidad. Es por esto que debemos dedicar tiempo al estudio de la Biblia, ya que al hacerlo, somos equipados con las doctrinas, el conocimiento y las enseñanzas bíblicas. Lo que expresamos debe fundarse y apoyarse en las enseñanzas y verdades bíblicas. Esta es la base para que los hijos de Dios acepten nuestras palabras.

Después de recibir la luz, los pensamientos y las palabras, nos damos cuenta de que ciertos pasajes de la Biblia son idénticos a la revelación que ya tenemos. Debemos anotar estos pasajes de la Palabra y, mientras nos referimos a ellos, expresar verbalmente las palabras que Dios nos dio, sin importar si sólo constan de unas pocas frases. Podemos expresar lo que está en nosotros usando el conocimiento que adquirimos en la Palabra. Estas palabras, aunque breves, penetrarán el corazón e iluminarán el entendimiento de los oyentes. Por eso es importante conocer las Escrituras. Tenemos que usar la Biblia a fin de expresar la revelación fácilmente. Así se interpreta la Biblia, no de manera objetiva, sino de una manera personal y práctica. Esto no es exégesis, sino la transmisión de la revelación que recibimos. Citamos la Escritura porque cierto pasaje de la misma corresponde a nuestra experiencia. Debido a que algunos versículos de las epístolas de Pedro, de las epístolas de Juan, de Génesis y de los Salmos son apropiados para lo que deseamos comunicar, hacemos uso de ellos. Debemos estudiar para ver cómo Pablo, Pedro, David y Moisés enfocaron el tema en cuestión. Mientras analizamos, debemos reflexionar sobre lo que el Señor desea que digamos. Estos hombres enfocaron cierto asunto a su manera; ahora nosotros debemos acomodar las palabras que Dios nos dio, juntamente con las nuestras, a las palabras de ellos. Esto puede realizarse de diferentes maneras. La revelación y la luz que tenemos, y la carga y la responsabilidad que Dios nos dio, constituyen la base de nuestro mensaje. Cuando repetimos el tema empleando nuestras propias palabras, comunicamos las palabras internas. Entonces, la luz resplandece y la carga es transmitida.

Nuestro estudio de la Biblia no tiene como fin producir una interpretación, pues una simple exégesis es vana. En la Biblia encontramos las palabras con las que podemos comunicar la carga espiritual que tenemos. Sin ellas, no podríamos explicar nuestra carga. Con frecuencia, necesitamos cinco, diez o veinte pasajes bíblicos diferentes. Esta carga debe verse y presentarse desde diferentes ángulos. Supongamos que usamos un solo versículo, ¿podremos expresar nuestra carga? Si todavía sentimos un peso por dentro, podemos determinar si debemos usar otros pasajes. La cantidad de pasajes que hemos usar depende del peso de la carga. Quizás tengamos que usar cinco, diez o veinte pasajes diferentes. Después de recopilar los versículos apropiados, debemos de transmitir nuestra carga, primero de una manera, y luego de otra, hasta que se disipe. El ministerio de la Palabra y la comunicación de la palabra interior, la potente palabra de Dios, se unen por medio de la comunicación de la Palabra. Cuando hablamos por Dios, debemos asirnos de la mejor herramienta: la Biblia. Pero debemos advertir que la Biblia sola no basta. Ella está compuesta de doctrinas. La base del ministerio de la Palabra es la revelación, la palabra interna; pero a fin de comunicarla, necesitamos la Biblia. Si una persona que carece de la revelación interna se dedica a interpretar la Biblia, su actividad será superficial. No podemos apropiarnos de las riquezas de Pablo como si fueran nuestras. Para tener el ministerio de la Palabra debemos ver algo por nosotros mismos y expresarnos siguiendo esa visión. Para dar un mensaje necesitamos tener revelación, la palabra interna y las Escrituras. Si tenemos la palabra por dentro, mas no tenemos la Biblia por fuera, no podremos expresarnos.

EL EXAMEN DEL MINISTERIO DE LA PALABRA

¿Cómo sabemos si nuestro mensaje es comunicado debidamente? Mientras hablamos, debemos estar atentos a nuestro sentir, observando si el peso de nuestra carga se reduce o aumenta. Esto es crucial. No tenemos que esperar hasta concluir el mensaje para saber si expresamos lo que debíamos; ya que la sensación interior lo manifiesta. Con cada palabra que salga de nuestra boca, debe disminuir el peso de la carga. Debemos recordar que la carga espiritual la constituyen la Palabra de Dios, la luz divina y nuestros pensamientos. Esta carga es transmitida por medio de las palabras externas. A medida que hablamos, se reduce la carga interna. No es normal que las palabras que enunciamos no reduzcan la carga. Nosotros mismos sabemos cuándo hemos dado un mensaje apropiado, y cuándo no. Todo depende si el peso de la carga se aminora o aumenta. Si aumenta es señal de que el mensaje ha tomado otro rumbo. Cuando esto sucede, sería mejor callar, o declarar: “Hermanos, lo que acabo de expresar no es correcto”; y empezar de nuevo. Cuanto más aprendemos a detectar la situación, más fácil nos es regresar al camino. En nuestro servicio como ministros de la Palabra, lo que expresamos tiene como fin transmitir nuestra carga espiritual. Así que, si no tenemos una carga, es mejor que no hablemos. Es importante que al dar un mensaje, tengamos una carga, y que después de darlo, sintamos que la hemos transmitido. Si después de haber hablado por una hora regresamos a casa aún cargados espiritualmente, la luz de Dios no llegó a ser la palabra. Algunas veces sucede algo extraño: parte de lo que dijimos fue correcto, y parte inadecuado. En consecuencia, sólo parte de la carga que sentíamos al venir a la reunión es transmitida, lo cual no es suficiente.

A veces el problema empeora, y en lugar de alivianar nuestra carga con nuestra predicación, le añadimos peso. Es posible que hagamos más pesada la carga con un ejemplo o una broma dicha en medio de nuestro mensaje que haga reír a los oyentes al punto que pierdan el hilo. Muchas veces los chistes, las ideas improvistas y las desviaciones del tema, añaden peso a nuestra carga. Al finalizar nuestro discurso, es posible que sintamos que nuestra carga es más pesada que cuando empezamos. Nuestro ojo debe enfocarse en una sola cosa. Lo que expresemos debe tener el único fin de transmitir nuestra carga; no debemos hablar sólo por hablar.

Es importante que al dar un mensaje tengamos la meta exclusiva de transmitir nuestra carga espiritual. Las cargas espirituales deben ser alivianadas. Nadie transporta una carga con el fin de llevarla de nuevo a su lugar de origen. Cuando una carga llega, debemos transmitirla por medio de las debidas palabras externas; de lo contrario, crearemos un problema serio al ministerio de la Palabra. Si sentimos que al expresar una oración transmitimos la carga, vamos por la senda apropiada. Después de repetir lo mismo desde diferentes ángulos y de diversas maneras, tendremos la sensación de que el peso de nuestra carga disminuye gradualmente hasta que nos despojamnos de ella, y notaremos que dijimos lo que debíamos. Es posible que nuestra carga conste de una o dos oraciones, las cuales desarrollamos y reforzamos con más frases. Cuando comunicamos estas oraciones apropiadamente y podemos transmitir con eficacia la palabra interna que está en nosotros, nuestro mensaje sigue el principio de la inspiración.

Que el Señor en Su misericordia nos conceda las palabras que penetren y separen. Sólo necesitamos unas cuantas palabras que al ser transmitidas, logren su objetivo. Cuando logramos esto, tenemos el ministerio de la Palabra.