Watchman Nee Libro Book cap. 3 El ministerio de la palabra de Dios
CAPÍTULO TRES
LA CARRERA DE PABLO Y SU MINISTERIO
En los capítulos anteriores hablamos del carácter esencial de la Palabra de Dios, y dijimos que aunque está llena del elemento humano, sigue siendo eterna, excelente, trascendente, divina, santa y pura, y no es afectada por el elemento humano. También vimos que el ministerio de la Palabra se expresa por medio de la memoria, el entendimiento, los pensamientos, el corazón, el espíritu y la elocuencia del hombre. Por esta razón es importante que el ministro que predica la Palabra sea intachable ante Dios. El ministro que no es íntegro, adultera la Palabra de Dios.
El apóstol Pablo fue muy usado por el Señor en el Nuevo Testamento. Examinemos en detalle su servicio como ministro de la palabra de Dios.
UNO
Pablo dijo: “He acabado la carrera” (2 Ti. 4:7). La palabra griega traducida carrera se refiere a una jornada. La carrera a la que Pablo alude fue determinada de antemano y se basaba en un itinerario. Dios nos asignó una carrera definida a cada uno de nosotros, cuya dirección y longitud se determinó y planeó de antemano. Por la misericordia de Dios, Pablo pudo acabar la carrera que Dios le había asignado. El llegó al final en el momento preciso, y a la hora de su partida pudo decir que había acabado la carrera. Yo creo que Dios puso a Pablo en esta carrera el día que éste creyó en el Señor.
Dios comienza a obrar en las personas mucho antes de que sean salvas. Pablo les habla de esto a los Gálatas: “Pero cuando agradó a Dios, que me apartó desde el vientre de mi madre, y me llamó por Su gracia, revelar a Su Hijo en mí, para que yo le anunciase como evangelio entre los gentiles, no consulté en seguida con carne y sangre” (Gá. 1:15-16). En este pasaje, Pablo primero dice que había sido apartado desde el vientre de su madre, y luego, que llegó a ser ministro de la palabra de Dios. Todavía estaba en el vientre de su madre, cuando Dios lo apartó y le asignó una carrera. El emprendió esta carrera al recibir la salvación, lo cual muestra que la preparación e iniciación de un ministro es determinada por Dios, aun antes de que la persona nazca.
Todo lo que experimentamos antes de ser salvos fue dispuesto providencialmente por Dios. El nos dio el carácter que nos distingue de los demás, así como nuestro temperamento y nuestras virtudes. Ninguna de nuestras experiencias ha sido coincidencia; y tampoco heredamos nuestros rasgos personales por casualidad; estas cosas fueron preparadas y dispuestas por Dios. Todo está bajo Su mano providencial. El previó nuestra habilidad y las experiencias que pasaríamos, y nos preparó para nuestra futura comisión. Pablo es un ejemplo de esto. El fue apartado desde que estaba en el vientre de su madre y su curso fue establecido mucho antes de nacer; inclusive la profesión que ejercía antes de recibir al Señor, fue establecida por Dios.
Pedro estaba pescando cuando el Señor lo llamó, y dedicó el resto de su vida a conducir personas al Señor (Mt. 4:18-20). A él le fueron entregadas las llaves del reino de los cielos, cuyas puertas abrió (16:19) el día de Pentecostés y también en la casa de Cornelio. Notemos que fue un pescador el que abrió la puerta para que el hombre entrara en el reino.
Juan también era pescador, pero en el momento de su llamamiento, no estaba pescando, sino remendando las redes (4:21-22). El evangelio de Juan fue el último en escribirse, y en él se revela la vida eterna. Si sólo tuviéramos los primeros tres evangelios, y Juan no hubiera reparado los vacíos que éstos tenían, no sabríamos lo que es la vida eterna. Las epístolas de Juan fueron escritas décadas después de las de Pedro y las de Pablo. Para entonces, los gnósticos habían introducido sus filosofías a la iglesia. Juan volvió la atención de los creyentes a la vida eterna; dio a conocer el estado y la expresión de una persona nacida de Dios. En los primeros días de la apostasía, tuvimos a uno que se valió de la vida eterna para remendar la red. Apocalipsis, el último de los sesenta y seis libros de la Biblia, también fue escrito por Juan. Sin este libro, la Biblia estaría incompleta, y muchas cosas habrían quedado inconclusas. Juan remendó la red y completó la Biblia al escribir el libro de Apocalipsis. Esto nos muestra que el ministerio de Juan es un ministerio que restaura.
Volvamos al caso de Pablo. Dios le asignó una carrera. Hasta su oficio fue determinado por Dios. Pablo fabricaba tiendas de campaña. El ministerio de Pablo vino después del ministerio del Señor Jesús y después del de Pedro; y está ubicado entre el ministerio de Pedro y la obra del reino futuro. El reino no ha venido, pero mientras tanto, las personas son salvas y edifican la iglesia. El ministerio de Pablo concuerda con su oficio de hacer tiendas. El no trabajaba en la producción de telas, sino que las usaba como materia prima para construir tiendas. Dios estableció el oficio que Pablo tendría.
El ministro de la Palabra de Dios es apartado desde que está en el vientre de su madre. Sabiendo esto, debemos ser sensatos y entender la obra providencial de Dios en nuestras vidas. El dispuso nuestras circunstancias, nuestra familia y nuestra ocupación. Dios no tiene la intención de anular estos elementos humanos. El no desea que nos conduzcamos de manera sobrenatural, ni que seamos arrogantes ni legalistas, sino que seamos sencillos como niños y que, a la vez, nuestro hombre exterior sea quebrantado. El Espíritu de Dios restaura todos nuestros elementos naturales y al mismo tiempo quebranta nuestro mismo ser (no los elementos humanos), el cual se compone de nuestro “cascarón” natural, es decir, de nuestra vida natural, junto con nuestra parte emotiva y nuestro intelecto. Dios tiene que quebrantar todo eso. El hombre exterior tiene que ser quebrantado y derribado. Sin embargo, esto no significa que Dios haya descartado el elemento humano.
El mayor problema que tenemos es no saber dónde comienza esta obra ni dónde termina. No sabemos cuánto de lo que tenemos en nuestro ser puede permanecer, ni cuánto necesita ser quebrantado. Todo el que es guiado por Dios, sabe en lo profundo de su ser si su servicio es puro o si está contaminado. Esta senda no es fácil de seguir, así que tenemos que rendirnos ante la disciplina de Dios y someternos a la obra de la cruz, la cual elimina todo lo que Dios desaprueba y aborrece, y derriba todo lo que debe ser demolido. Debemos ser sumisos y confesar ante el Señor que tenemos muchos conflictos internos y que no sabemos hacerles frente. Debemos pedirle que nos ilumine y que Su luz mate todo lo que tenga que morir; que nos discipline a tal grado que nuestros elementos humanos no sean un estorbo a Su obra, sino un medio que la exprese. Pablo estuvo toda su vida bajo la mano poderosa de Dios. La experiencia de su salvación llegó a ser un modelo para otros (1 Ti. 1:16). Cuando la luz de Dios lo subyugó, cayó en tierra delante del Señor. Esta fue una salvación dinámica. Tan pronto se levantó, Dios le habló y nunca cesó de hacerlo. Pablo escribió la mayoría de las epístolas del Nuevo Testamento. A Dios le agradaba expresar Su Palabra continuamente por medio de Pablo. Sin duda, él fue un ministro que siempre estuvo bajo la mano de Dios.
DOS
Examinemos las epístolas que Pablo dirigió a los corintios, y notemos especialmente la manera en que ejercía el ministerio de la Palabra. Cierto hermano dijo que de todos los libros de la Biblia, las epístolas de Pablo a los Corintios, en particular 1 Corintios 7, son la cúspide de la experiencia humana. Esto es cierto, y la experiencia de Pablo lo comprueba. Veamos los siguientes ejemplos:
En el versículo 6 leemos: “Mas esto digo por vía de concesión, no por mandamiento”. La expresión esto digo indica que Pablo daba su parecer.
En el versículo 7 dice: “Quisiera más bien que todos los hombres fuesen como yo”. Este era el deseo de Pablo. En el versículo 6 habla sus propias palabras, y en el versículo 7 expresa su deseo. En ningún momento indica que se trata de la Palabra de Dios o del deseo de Dios. En el versículo 7 añade: “Pero cada uno tiene su propio don de Dios, uno de un modo, y otro de otro modo”. Vemos que Dios obra de diferentes maneras; no obstante, Pablo da su opinión cuando dice que desea que todos sean como él.
En el versículo 8 leemos: “Digo, pues, a los solteros y a las viudas, que bueno les fuera quedarse como yo”. De nuevo, es Pablo el que dice esto.
En el versículo 10 dice: “A los que están unidos en matrimonio, mando, no yo, sino el Señor: Que la mujer no se separe del marido”. Primero, Pablo dice: “mando”, y luego añade “no yo, sino el Señor”. Expresiones como éstas sólo se encuentran en 1 Corintios 7. Por una parte, Pablo manda; y por otra, dice que no es él quien lo ordena, sino el Señor.
En el versículo 12 agrega: “Y a los demás yo digo, no el Señor”. Esta es la aseveración de Pablo. En los versículos del 12 al 24 Pablo es quien habla, no el Señor. ¿Cómo se atrevió Pablo a hablar así? ¿Cómo pudo ser tan osado? ¿Con qué autoridad hablaba? En los siguientes versículos, Pablo presenta la base que tenía para hablar así.
Leemos en el versículo 25: “En cuanto a las vírgenes no tengo mandamiento del Señor”. Pablo no mentía; él fue franco al admitir que no tenía mandamiento del Señor. “Mas doy mi parecer, como uno a quien el Señor ha concedido misericordia para ser fiel”. Esta es la opinión de uno a quien el Señor había concedido misericordia y la facultad de ser fiel. Dios realizó una obra tan profunda en Pablo que él pudo afirmar fielmente que era lo era por la misericordia de Dios. La labor que Dios había hecho en él era tan intensa que lo hacía apto para expresar su opinión. Sus palabras no eran un mandato del Señor, sino su propia opinión, es decir, su punto de vista acerca del asunto. Pablo les manifestó a los corintios lo que pensaba.
Pablo expresa sus opiniones y da su parecer al expresar las siguientes aseveraciones: “Tengo, pues, esto por bueno a causa de la necesidad presente” (v. 26). “Yo os la quisiera evitar” (v. 28). “Pero esto digo, hermanos”. Pablo es quien dice: “Ahora bien, quisiera que estuvieseis sin congoja” (v. 29). Este es el deseo de Pablo (v. 32). “Esto lo digo [yo, Pablo]” (v. 35). “Pero a mi juicio” (v. 40).
En el versículo 17 Pablo dice: “Así ordeno en todas las iglesias”. Estas palabras de Pablo no estaban dirigidas solamente a los corintios, sino a todas las iglesias. El dio el mismo mandato a todas las iglesias.
Hermanos y hermanas, ¡esto es maravilloso! Esto va en contra de nuestra manera de pensar. En Juan 8:28 el Señor dice: “Estas cosas hablo, según me enseñó Mi Padre”, y en Juan 12:50 dice: “Lo que Yo hablo, lo hablo como el Padre me lo ha dicho”. Pablo osadamente dice que da su parecer, su punto de vista. Aún la orden que dio a las iglesias procedía de él. Esta experiencia es muy elevada. En toda la Biblia no se encuentra una experiencia tan elevada como la que vemos en 1 Corintios 7. Pablo concluye este pasaje con estas palabras: “Pienso que también yo tengo el Espíritu de Dios” (v. 40). Esta es la cúspide espiritual. Pablo no tenía mandamiento de Dios, ni había recibido palabra de parte del Señor, pero hablaba basándose en la misericordia que había recibido. No obstante, después de expresar su sentir, afirmó que pensaba que él tenía el Espíritu de Dios.
He ahí el elemento humano al que nos referimos. El caso de Pablo nos presenta un ejemplo sobresaliente y concreto de cómo los elementos humanos son empleados en la Palabra de Dios. En él vemos a un hombre que el Señor había disciplinado, restringido y quebrantado a tal grado que podía expresar lo que pensaba, consciente de que el Señor no le había dado instrucciones específicas al respecto. Sin embargo, sus palabras llegan a ser las palabras del Espíritu Santo. Pablo deja en claro que da su propio parecer; aún así, era el parecer del Espíritu de Dios. Vemos en él a un hombre totalmente sometido a la operación del Espíritu del Señor, y cuando hablaba, el Espíritu Santo hablaba en él. Esto es muy diferente a lo que hizo el asna de Balaam, la cual habló porque Dios la usó; pero una vez que dijo lo que se le había mandado, siguió siendo un asna. En contraste, vemos que Pablo, un hombre que seguía al Señor y que había recibido misericordia para ser fiel, expresa su sentir, y sin embargo, éste era el parecer del Señor. Dios había laborado en él de tal manera que casi podía hablar la Palabra sin que procediera directamente de Dios. Esto es ser un ministro de la Palabra.
Algunos siervos del Señor hablan la Palabra de Dios que reciben, pero una vez que la comunican, no les queda nada más que decir. Pablo había llegado a la etapa en la que hablaba la Palabra de Dios sin importar si era puesta en su boca o no. El era un hombre tan competente que se había ganado la confianza del Señor, al punto, que sus palabras eran consideradas las de Dios. Que el Señor tenga misericordia de nosotros para que no seamos como el asna de Balaam. No debemos estar satisfechos con que la Palabra de Dios sea puesta en nuestra boca. Si tal es nuestra condición, no tendremos nada que ver con la Palabra de Dios. Pablo era un hombre que estaba relacionado con la Palabra de Dios a tal grado que su parecer se consideraba el de Dios. Aun sus más insignificantes pensamientos llegaron a ser los pensamientos del Espíritu Santo. ¡El era uno con el Espíritu de Dios! Cuando hablaba, representaba la Palabra de Dios.
El ministro de la Palabra es aquel que además de ministrar la Palabra, tiene una relación especial con ella; siente, piensa y opina como Dios, y cuando se conduce de cierta manera, lo hace porque Dios lo restringe. A un ministro Dios lo aprueba y reconoce sus pensamientos e ideas como si fueran Suyos. Hemos venido diciendo esto por años; a esto es lo que llamamos la obra constituyente del Espíritu Santo, mediante la cual Dios nos constituye de El y se forja en nosotros. El candelero de oro fue labrado a martillo (Ex. 25:31). Todo lo que Dios nos da lo forja “a martillo” en nuestro ser. Nosotros somos como un pedazo de oro sin forma, y Dios nos está labrando a golpes de martillo, dándonos la forma de un candelero. El Espíritu Santo no sólo pone la Palabra divina en nuestra boca, sino que la forja en nuestro ser hasta que adquirimos la forma definida de Dios. Así que lo importante no es tener la Palabra de Dios en nuestra boca, sino ser labrados hasta el punto de que Dios nos confíe Su palabra. Pablo fue constituido del Señor de tal manera que su sentir era digno de la confianza de Dios. El sentir de Pablo era considerado por Dios como Su propio sentir. Cuando Dios pone Su palabra en un hombre como Pablo y lo constituye ministro de la Palabra, ésta no corre el riesgo de ser contaminada.
Dios puede poner Su confianza y Su fe en un ministro de la Palabra, pues cuando se habla del ministro de la Palabra se alude no sólo a la Palabra, sino también a la persona que la ministra. Esta persona es perfeccionada de tal manera que no distorsiona la Palabra de Dios ni la interpreta erróneamente. El ministro de la Palabra está constituido de Dios a tal grado que Dios deposita en él Su sentir, Sus juicios y Sus pensamientos. Cuando los elementos naturales de esta persona se incorporan a la Palabra, no la contaminan. Hermanos y hermanas, esto no contradice lo que dijimos en mensajes anteriores. Dijimos que el elemento humano no tiene lugar en la obra de Dios, ¿por qué decimos ahora que la Palabra de Dios contiene elementos humanos? En realidad no todos los elementos pueden ser incluidos en el mensaje, sólo algunos; y las personas que los poseen saben que la Palabra de Dios puede fluir por medio de ellos fácilmente. Dios puede confiar plenamente en tales personas.
Quisiéramos dedicar un poco más de tiempo al estudio de lo dicho por Pablo en 1 Corintios 7. El afirma que se le concedió misericordia para ser fiel. La misericordia proviene de Dios y produce fidelidad. Esto significa que Dios hizo una obra de constitución tan grande en Pablo, que todo su ser llegó a ser semejante a la Palabra de Dios. Debido a esto, Pablo podía anunciar la Palabra de Dios dondequiera que iba y decir confiadamente: “Quisiera”, “digo” y “así ordeno en todas las iglesias”. Pablo había tenido un encuentro con Dios y conocía a Dios; así que cuando hablaba, de su boca salía la Palabra de Dios. Debemos recordar que la Palabra de Dios no se emite de manera sobrenatural, sino por medio del hombre con sus elementos humanos. Si la persona no es íntegra, la Palabra de Dios no puede fluir y, en consecuencia, no es apta para ser ministro de la Palabra. No debemos pensar que memorizar un mensaje nos capacita para predicar. La Palabra de Dios debe transformar al hombre a fin de fluir en él libremente. Si no reunimos las cualidades necesarias, la Palabra de Dios se deteriorará tan pronto salga de nosotros. La superficialidad y carnalidad del hombre contaminan la Palabra. El hombre debe ser formado por la obra constituyente de Dios, a fin de que la Palabra de Dios pueda brotar de él sin ser afectada.
Pablo no menoscabó la Palabra de Dios en 1 Corintios 7, pues allí vemos a un hombre maduro, el cual cuando daba su parecer, se podía tener la certeza de que era recto; cuando hablaba, se podía confiar en lo que decía; y cuando ordenaba que las iglesia hicieran algo, uno podía estar seguro de que la orden era correcta. Vemos allí a un hombre que daba órdenes; sin embargo, éstas eran la Palabra de Dios que salía de él; vemos a un hombre en quien Dios podía confiar, un hombre que concordaba con la norma de Dios. El ministro de la palabra debe llegar a una estatura semejante para que la Palabra de Dios sea expresada sin ningún obstáculo. La medida de disciplina, de restricción, de golpes y de quebrantamiento que recibamos de parte del Señor, determinará el grado de pureza con que expresemos la Palabra de Dios. Cuanto más experimentemos al Señor, más puro será nuestro discurso, y la Palabra no correrá el peligro de ser contaminada. El ministerio de la Palabra se basa en el ministerio que una persona posee ante el Señor. Si nuestro ministerio es un fracaso, también lo que prediquemos será un fracaso.
TRES
Leamos 1 Corintios 14:29-32: “En cuanto a los profetas, que hablen dos o tres, y los demás disciernan. Pero si algo le es revelado a otro que está sentado, calle el primero. Porque podéis profetizar todos uno por uno, para que todos aprendan y todos sean alentados. Y los espíritus de los profetas están sujetos a los profetas”. El ministerio profético es el más elevado de todos. El Espíritu Santo da la palabra a los profetas y, al mismo tiempo, reside en ellos. El espíritu del profeta lo faculta para que anuncie la Palabra de Dios, pero mientras habla debe observar si otros quieren participar y permitir que lo hagan. Aun si tiene más que decir, debe callar y permitir que hablen otros que hayan recibido revelación. De cuatro o cinco personas que hayan recibido revelación, sólo deben hablar dos o tres, y los demás deben escuchar, porque los espíritus de los profetas están sujetos a los profetas. Por esta misma razón, cuando el Espíritu Santo utiliza a un hombre, éste tiene control sobre su propio espíritu.
El principio fundamental que hallamos aquí consiste en que el Espíritu Santo determina lo que el profeta debe hablar, pero éste debe decidir cómo y cuándo hacerlo. Cuando hablan dos o tres de los que han recibido revelación, los demás deben guardar silencio, aunque ellos mismos hayan recibido revelación. Aunque lo que uno desea comunicar provenga del Espíritu Santo, tiene que discernir cuando decirlo. El Espíritu da la palabra, pero los profetas determinan el momento y la manera de proclamarla, ya que los espíritus de los profetas están sujetos a los profetas. Cuando el Espíritu de Dios desea que hablemos, debemos tener presente que nosotros tenemos control de nuestro propio espíritu. Uno no tiene que hablar necesariamente cada vez que reciba la Palabra de Dios.
Los ministros de la Palabra tienen un compromiso muy grande, ya que la mayor parte de esta responsabilidad recae sobre ellos, no sobre Dios. Los ministros que no son íntegros, menoscaban la Palabra de Dios. Puede ser que el orador use las palabras correctas, pero su actitud o el momento en que lo hace no es el indicado. Si no somos personas íntegras, no podremos comunicar un mensaje oportuno, y si no somos dignos de confianza, la palabra se debilitará aún estando en nosotros. Los espíritus de los profetas deben estar sujetos a los profetas. ¡Cuán grande es la responsabilidad de los profetas! Es fácil hablar cuando la Palabra llega, y también es fácil callar cuando ésta cesa; pero es difícil decidir cómo y cuándo debemos hablar. Si nunca hemos sido disciplinados o restringidos por el Señor, y el Espíritu Santo no ha forjado mucho en nosotros, ni conocemos Sus caminos, afectaremos la Palabra. El Señor nos confía Su palabra, pero nosotros debemos discernir cómo y cuándo proclamarla. No debemos descuidar este compromiso tan grande.
Tengamos presente que el ministerio de la Palabra de Dios consiste en que Dios le confía Su palabra al hombre. Este es el significado del ministerio de la Palabra. La Palabra no es puesta en una grabadora para que la repita, sino en el hombre, y permite que éste determine la manera y el momento de expresarla. Dios estableció que los espíritus de los profetas estén sujetos a los profetas. El momento y la manera de anunciar la Palabra no depende del Espíritu, sino de los profetas. El profeta que no ha experimentado el quebrantamiento, la disciplina y la restricción, da rienda suelta a su espíritu, y esto trae sus repercusiones. Lo importante no es si alguien es profeta o no, sino la clase de persona que sea el profeta. No se trata de hacer distinción entre los que son profetas y los que no lo son, sino de ver la diferencia entre un profeta y otro. Por ejemplo, ¿cuál es la diferencia entre Jeremías y Balaam? Este principio es esencial y debemos entenderlo claramente. Necesitamos tanto la Palabra de Dios como el ministerio, pues ambos son indispensables para que exista el ministerio de la Palabra.
Uno de los problemas que sufre la iglesia es la falta de ministros de la Palabra de Dios que sean intachables. Esto no significa que la Palabra de Dios esté escasa ni que la visión o la luz no sean claras; sino que hay escasez de hombres a quienes Dios pueda usar. Dios desea que los espíritus de los profetas estén sujetos a los profetas. ¿A qué profetas se deben sujetar los espíritus de los profetas? ¿Acaso a los que andan según sus deseos, que dan lugar a la carne, y que son obstinados en su mente y en sus emociones? ¿O a aquel que no tiene la marca de la cruz en su espíritu, es desenfrenado y orgulloso? Alguien así posiblemente haya experimentado la disciplina del Señor por años, y la mano del Señor haya caído sobre él reiteradas veces, pero sigue igual. A pesar de experimentar la disciplina continua del Señor, todavía no está dispuesto a ceder. Este es un vaso que no se puede usar. ¿Carecemos de visión, de luz o de la Palabra de Dios? No. El problema es la escasez de profetas a quienes Dios pueda usar.
Una característica que vemos en Pablo es que Dios podía usarlo y confiar en él. Si Dios no puede usar a una persona, tampoco le puede confiar Su Palabra. Supongamos que Dios le confía a usted la Palabra y le manda que hable. ¿Se quedará usted callado? Usted hablará según lo que usted sea. Si Dios permite que usted exprese la Palabra, pero sus pensamientos, sus emociones, sus motivos y sus opiniones no colaboran como es debido, estorbará el fluir de la Palabra de Dios. Si su espíritu no es recto, los oyentes recibirán la impresión de un espíritu endeble, pese a que sus palabras sean correctas. La Palabra de Dios sería dañada por el hombre; por eso, Dios no puede confiarle Su palabra.
Cuando la disciplina que el Señor nos da toca lo profundo de nuestro ser, recibimos revelación. Si nuestra parte emotiva, nuestra mente, nuestra voluntad y nuestro espíritu son disciplinados, el Espíritu Santo habla por medio de nosotros, y lo que expresa es una inspiración o una revelación. La inspiración de la que habla la Biblia, ocurre cuando el Espíritu Santo mantiene bajo Su control los elementos humanos e impide que éstos sigan sus propios designios. Cuando la Palabra de Dios es expresada por una persona así, se genera un ministerio de la palabra lleno de revelación y de inspiración. Es por eso que decimos que cuanto más disciplina recibamos, más inspiración tendremos. Nuestra mente, nuestra parte emotiva, nuestra voluntad, nuestra memoria y nuestro entendimiento necesitan ser disciplinados rigurosamente por Dios. Todas las partes de nuestro ser se relacionan estrechamente con la Palabra de Dios. Nuestro corazón debe ser quebrantado, y nuestras intenciones disciplinadas. Dios tiene que trabajar en todo nuestro ser. Debemos recordar que para ser constituidos ministros de la Palabra tenemos que pagar un precio. Este es el único medio. ¿Puede acaso un hombre llegar a ser ministro de la Palabra de Dios simplemente por poseer una mente ágil? No. Nunca debemos cometer el error de pensar que el conocimiento, la sabiduría o la elocuencia humanas pueden mejorar la Palabra de Dios. Necesitamos ser golpeados, oprimidos y despojados. Los que conocen al Señor saben que Su mano es rígida sobre aquellos a quienes El usa. El propósito de esta disciplina es hacernos vasos útiles. El Señor tiene que disciplinarnos y quebrantarnos a fin de que lleguemos a ser ministros de Su Palabra. Para llegar a ser tales hay que pagar un precio.
Algunas personas llevan años bajo el quebrantamiento de Dios. Quizás durante diez, veinte o treinta años el Señor ha estado laborando en ellas disciplinándolas. ¿Cómo podemos ser tan insensibles? ¿Cómo es posible que estemos tan embotados? Debemos comprender que es imposible participar en el ministerio de la Palabra si permanecemos inmutables. Es necesario que nos postremos ante el Señor y le digamos que somos vasos inútiles, pero que queremos seguir adelante, que necesitamos ser golpeados y quebrantados para poder ser útiles en Sus manos y servirle. Cuando lleguemos a este punto, la Palabra del Señor podrá brotar de nosotros libremente.
En resumen, el Espíritu Santo deposita la Palabra de Dios en nosotros y nos indica lo que debemos decir, pero somos nosotros quienes debemos decidir cómo y cuándo hablar. Dios confía en nosotros. Lo único que manda es que los espíritus de los profetas estén sujetos a los profetas. ¡Qué gran responsabilidad tienen los profetas! El ministerio de la Palabra transmite la Palabra de Dios por medio de la mente y las palabras del hombre. Si nuestra contribución no llega al debido nivel, cuando hablemos lo que saldrá no será la Palabra de Dios. ¡Esto trae serias consecuencias! Dios puede hablar desde los cielos o por medio de los ángeles, pero El nos ama y nos escogió a nosotros. ¡Qué lamentable sería si nos convirtiéramos en obstáculos para Su obra! Nuestra propia experiencia nos muestra con frecuencia que somos vasos inútiles. A fin de que Dios pueda hacer de nosotros ministros de la Palabra, necesitamos implorarle que nos conceda Su misericordia. Debemos decirle al Señor: “No te soltaré hasta que me concedas Tu misericordia”. Si Dios no tiene misericordia de nosotros, Su palabra se detendrá al llegar a nosotros. Toda la responsabilidad recae sobre nosotros.
Posiblemente hayamos predicado la Palabra por diez o veinte años, pero ¿cuánto de lo que hemos predicado ha sido en realidad la Palabra de Dios? Aunque afirmamos que nuestra predicación es la Palabra de Dios, ¿es en verdad la Palabra de Dios? El principio sobre el cual se basa el ministerio de la Palabra es la encarnación, la palabra hecha carne. La palabra no puede anunciarse sin la carne. Donde quiera que estén los ministros, ahí estará la Palabra de Dios. Si somos ministros, tenemos que comprender que la responsabilidad recae sobre nosotros. La tarea de los ministros es anunciar la Palabra, y sin ellos, Dios no puede hablar. Hoy ni Dios, ni los cielos, ni los ángeles hablan al hombre directamente. Si el hombre no habla, ¿quién podrá oír la Palabra de Dios? Hacer esto sería bloquearla. Durante estos dos mil años, siempre que Dios ha encontrado hombres útiles, ha comunicado Su palabra por medio de ellos. Algunas veces sólo encontró uno, y por medio de él Su Palabra fue proclamada de una manera arrolladora. Si hoy Dios encuentra ministros como éstos, si la iglesia se mantiene firme en esta nueva posición y satisface a Dios de manera que llegue a ser Su vaso, la Palabra de Dios será predicada poderosamente una vez más; pero si nos quedamos callados, Dios no podrá avanzar en la tierra. Permítanme repetir: son los ministros los que llevan la Palabra de Dios, y sin ellos, la Palabra se detiene. Los espíritus de los profetas están sujetos a los profetas. Necesitamos ser elevados al nivel de Pablo; de esta manera, cuando expresemos la Palabra de Dios, tendremos la sensación de que no hablamos solos sino que el Señor habla juntamente con nosotros, y podremos ver la riquezas de la Palabra de Dios. Ciertamente la Palabra de Dios es rica. Que el Señor tenga misericordia de nosotros y nos conceda Su palabra. Que el Señor levante muchos ministros de la Palabra entre nosotros.