Watchman Nee Libro Book cap. 1 El ministerio de la palabra de Dios

Watchman Nee Libro Book cap. 1 El ministerio de la palabra de Dios

SECCIÓN UNO

EL MINISTRO

CAPÍTULO UNO

TRES CLASES DE MINISTROS

Leemos en Hechos 6:4: “Y nosotros perseveraremos en la oración y en el ministerio de la palabra”. La expresión el ministerio de la palabra también se puede traducir “el servicio de la palabra”. La obra que consiste en ministrar la Palabra de Dios es el ministerio, y las personas que participan en ese servicio son los ministros. El ministerio se refiere a la actividad, mientras que el ministro se refiere a la persona. El ministerio de la palabra ocupa un lugar muy importante en la obra de Dios. La proclamación de la Palabra de Dios y el suministro de ella siguen principios concretos que los siervos de Dios deben conocer.

Dios ha hablado. Habló en el Antiguo Testamento y también en el Nuevo. En el Nuevo Testamento habló por medio del Señor Jesús y de la iglesia. La Biblia nos muestra que la obra más importante que Dios efectúa en la tierra es comunicar Su Palabra. Si eliminamos Su Palabra, la obra quedará vacía y cesará. Es importante ver el lugar que ocupa la Palabra de Dios en Su obra, y cómo ésta se relaciona con aquélla.

¿Cómo emite Dios Su Palabra? Posiblemente nos sorprenda, pero El usa la voz del hombre. Si Dios hablara directamente, los ministros de la palabra no existirían, pero la Biblia, la cual es la Palabra de Dios, hace mención de ellos. Dios decidió hablar por medio del hombre. Necesitamos ver con claridad que la obra de Dios se da a conocer por medio de Su Palabra, la cual es expresada por el hombre. Esto nos muestra el lugar crucial que éste ocupa en la realización de la obra de Dios. Dios necesita ministros, hombres que ministren Su Palabra.

En la Biblia encontramos tres clases de personas que ministran y propagan la Palabra de Dios: los profetas, el Señor Jesús y la iglesia. En el Antiguo Testamento, la Palabra de Dios se trasmitía por medio de los profetas, es decir, por medio de su ministerio; en el Nuevo Testamento, la Palabra se hizo carne y trajo el ministerio del Señor Jesús; y en lo que resta del mismo, la Palabra es expresada por medio de los apóstoles, por medio de su ministerio.

LOS MINISTROS DE LA PALABRA EN EL ANTIGUO TESTAMENTO: LOS PROFETAS

En el Antiguo Testamento Dios escogió muchos profetas para que anunciaran Su Palabra. Estos hablaban de las visiones que recibían o cuando la Palabra de Dios venía a ellos, como en el caso del profeta Balaam, cuya profecía es una de las más importantes del Antiguo Testamento (Nm. 23—24). Balaam profetizaba cuando el Espíritu de Dios venía sobre él, es decir, proclamaba lo que el Espíritu le indicaba, sin que sus emociones o pensamientos personales intervinieran. La revelación y la facilidad de expresión que mostraba no tenían nada que ver consigo mismo; simplemente decía lo que Dios le indicaba, sin añadirle nada a la Palabra de Dios. Su función era la de un portavoz. Este es un ejemplo típico de un ministro de la palabra en el Antiguo Testamento. Cuando estos ministros estaban bajo el poder del Espíritu Santo que los constreñía y limitaba, eran usados como portavoces que expresaban la Palabra de Dios. El Espíritu Santo proporcionaba las palabras, y Dios daba la facilidad de expresión. El elemento humano era suprimido totalmente a fin de evitar cualquier confusión. Nada del hombre se añadía a la expresión divina; su papel era simplemente el de ser un portavoz.

En el Antiguo Testamento también vemos que hombres como Moisés, David, Isaías y Jeremías fueron usados por Dios para hablar por El. Sin embargo, ellos superaban a Balaam y otros profetas, en que fueron más que simples voceros de la Palabra de Dios. Aunque la mayor parte de los escritos de Moisés constan de palabras e instrucciones que recibió de Dios, cuando hablaba seguía el mismo principio que gobernaba a Balaam; lo mismo sucedía con Isaías, cuyos escritos se basan en las visiones que tuvo. Todos ellos eran portavoces de Dios; sin embargo, la experiencia de cada uno era diferente. Cuando Balaam hablaba para su propio beneficio, lo que decía expresaba su propio sentir. Hablar de esta manera era incorrecto, lleno de tinieblas y de pecado, y Dios censuró tales palabras. Moisés era diferente. Aunque la mayor parte de lo que comunicaba lo hacía por mandato divino, cuando expresaba su parecer, sus palabras eran confirmadas y reconocidas por Dios como Su propia palabra. Esto indica que Moisés era más que un vocero de Dios. Lo mismo se puede decir de Isaías. Casi todas sus profecías provinieron de las visiones que recibió directamente del Señor. Sin embargo, podemos ver en su libro que en muchas ocasiones expresa su propio pensamiento. David y Jeremías, por su parte, expresaban sus propios sentimientos más que Moisés e Isaías. Ellos era semejantes a los ministros del Nuevo Testamento, aunque en general, también hablaban cuando la Palabra de Dios venía a ellos.

EL MINISTRO DE LA PALABRA EN LOS EVANGELIOS: EL SEÑOR JESÚS

El Señor Jesús era el Verbo de Dios hecho hombre. Todo lo que hizo y dijo constituye parte de la Palabra de Dios. Su servicio consistía en ministrar la Palabra de Dios. En El, Dios expresaba Su palabra de manera totalmente diferente a como lo había hecho en el Antiguo Testamento, donde lo único que se usaba era la voz de los profetas. Inclusive, Juan el Bautista, el último profeta, era una voz que clamaba en el desierto, un portavoz de Dios. Por el contrario, el Señor Jesús era el Verbo mismo hecho carne, la corporificación del Verbo; era la Palabra hecha hombre. El era un hombre, pero al mismo tiempo era la Palabra de Dios. En el Antiguo Testamento, aunque la Palabra de Dios venía al hombre, ella y éste no se relacionaban entre sí. El hombre simplemente era usado como un portavoz divino. Aunque hay una pequeña variante en el caso de Moisés y David, ellos también fueron portavoces que Dios usó para trasmitir Su palabra durante la era del Antiguo Testamento. Cuando el Señor Jesús vino, la palabra de Dios ya no llegó al hombre como antes, sino que se vistió de hombre. Aunque El tenía sentimientos, pensamientos y opiniones humanas, era la Palabra de Dios.

La pureza de la Palabra de Dios sólo se puede preservar si no es contaminada por los sentimientos, pensamientos y opiniones del hombre. Por eso, cuando éstos se añadían a la Palabra de Dios, la dañaban, y dejaba de ser palabra de Dios, la cual es perfecta, pura y verdadera. Cuando Dios emitió Su palabra por medio de Balaam, ésta se convirtió en una profecía; pero cuando Balaam le agregaba sus propios sentimientos y opiniones, ésta dejaba de ser la Palabra de Dios. Sin embargo, en el caso del Señor Jesús, la Palabra no sólo era transmitida por medio de la voz del hombre, sino también por medio de sus pensamientos, sentimientos y opiniones. Estos elementos humanos llegaron a ser los de Dios. Este es el ministerio de la palabra que Dios comunicaba en el Señor Jesús, quien la ministró bajo un principio totalmente diferente al de los ministros del Antiguo Testamento. A pesar de que a algunos de ellos Dios los usó bajo el principio del Nuevo Testamento, en general, le sirvieron como portavoces. El Señor Jesús era el Verbo de Dios hecho carne. Podemos decir que el sentir, los pensamientos y las opiniones del Señor Jesús eran los de la Palabra de Dios. Dios no quiere que Su palabra permanezca sola. El quiere que se haga carne, que tome la semejanza humana, que tenga personalidad, sentimientos, pensamientos y opiniones. Este es el gran misterio del Nuevo Testamento, y de este modo el Señor Jesús fue ministro de la palabra.

La Palabra de Dios, en la persona del Señor Jesús, dejó de ser algo absoluto y objetivo, y se volvió práctica y subjetiva. Pese a que esta palabra tiene sentimientos, pensamientos y opiniones humanas, sigue siendo la Palabra de Dios. Aquí descubrimos un gran principio bíblico: los sentimientos del hombre no pueden afectar ni contaminar la Palabra de Dios. Sin embargo, aunque los sentimientos humanos no dañan la Palabra de Dios, es necesario que éstos alcancen la norma divina. ¡Esto es muy profundo! Descubrimos, entonces, un principio muy importante: el elemento humano no debe obstruir la Palabra de Dios. Cuando el Verbo se hizo carne, el pensamiento de aquella carne era el pensamiento de Dios. Originalmente, el pensamiento de la carne era el pensamiento del hombre, pero en la era del Nuevo Testamento, el Verbo se hizo carne, lo cual significa que el pensamiento del hombre se volvió el pensamiento de Dios. En el Señor Jesús encontramos un sentir humano compatible con la norma de Dios y que no contamina la Palabra de Dios, sino que la complementa. El elemento humano del Señor Jesús satisfizo los requisitos de la Palabra de Dios. Podemos ver que en el Señor Jesús la Palabra de Dios alcanza un nivel más elevado que el del Antiguo Testamento. El Señor dice en Mateo 5:21: “Oísteis que fue dicho a los antiguos…”, refiriéndose a la palabra que Jehová le dio a Moisés, es decir, a la inspiración directa que Moisés recibió de parte de Dios. “Pero Yo os digo…” (v. 22). El Señor Jesús habla por Sí mismo y manifiesta lo que piensa y siente, sin que ello desplace la soberanía de Dios. Esta manera de hablar no contradice la Palabra de Dios, sino que la complementa y alcanza un nivel que no tuvo en el Antiguo Testamento.

Veamos las características del Señor Jesús como ministro de la Palabra de Dios. En El se complementa la Palabra de Dios. Este hombre sin pecado no era solamente una voz, sino una persona con sentimientos y pensamientos. La Palabra de Dios dejó de ser una simple revelación y llegó a ser el mismo Señor Jesús, y ya no se difundía solamente por medio de la voz humana, sino que se hizo hombre, se personificó, se unió a la palabra del hombre y llegó a ser así el Verbo de Dios. ¡Este es un hecho glorioso! ¡Cuando Jesús de Nazaret hablaba, Dios hablaba! He aquí un hombre cuyas palabras nadie podía igualar. No ha habido nadie que haya hablado como Jesús de Nazaret. El era una persona absolutamente sin pecado, el Santo de Dios y completamente de Dios. Puesto que la Palabra de Dios estaba en Jesús, El era la corporificación de ella. La Palabra de Dios estaba en El, y El era la Palabra de Dios, así que cuando hablaba, era Dios quien hablaba. El era un ministro de la palabra en quien la palabra de Dios era totalmente personal, porque El mismo era la Palabra de Dios.

En el Antiguo Testamento los profetas hablaban por Dios, pero en los evangelios, el Señor Jesús era el Verbo de Dios. En el tiempo de los profetas, cuando éstos hablaban, se podía declarar: “He aquí la Palabra de Dios”; pero en el caso del Señor Jesús, podemos dirigirnos a Su misma persona y declarar: “Este hombre es el Verbo de Dios”. Lo que El sentía, lo que pensaba, lo que decía, e incluso Su silencio, era la Palabra de Dios. El ministro de la Palabra de Dios avanzó de la etapa de la revelación a la de la encarnación. Los profetas tenían la revelación, pero el Señor Jesús era la Palabra de Dios. En el Antiguo Testamento, la palabra y la persona que la anunciaba eran dos entidades separadas. El hombre sólo era el medio que canalizaba la palabra, pero en el Señor Jesús, el Verbo se hizo carne. Un hombre llegó a ser la Palabra de Dios; así que cuando El hablaba, Dios hablaba. El no necesitaba ninguna revelación, ni que la Palabra de Dios viniera a El de manera externa, a fin de comunicar la palabra divina, porque Sus propias palabras eran las palabras de Dios. Dios hablaba cuando El hablaba, Su sentir era lo que Dios sentía, y Su opinión era la opinión de Dios. En este hombre, la Palabra de Dios no era afectada ni limitada por el elemento humano. Cuando este hombre hablaba, emitía con pureza la palabra de Dios. Aunque El era un hombre, la Palabra de Dios no se opacaba al pasar por El, sino que era expresada en plenitud. Este fue el ministerio de Jesús de Nazaret.

LOS MINISTROS DE LA PALABRA EN EL NUEVO TESTAMENTO: LOS APÓSTOLES

Veamos otra clase de ministros de la palabra en el Nuevo Testamento: los apóstoles. En el Antiguo Testamento el ministerio de la Palabra era exclusivamente objetivo, pues se llevaba a cabo cuando ésta venía al hombre, quien usaba su voz como vehículo, mientras que el ministerio del Señor Jesús era subjetivo o experimental, pues El no recibía la visitación de la palabra sino que El era el Verbo encarnado en un hombre. Así que el Verbo tenía voz, pensamientos, sentimientos y opiniones. Todo lo que constituía parte de este hombre estaba al servicio de la Palabra, ya que cada aspecto del Señor Jesús armonizaba con la Palabra de Dios.

Al examinar a los apóstoles y su ministerio neotestamentario, encontramos que tiene el mismo carácter que el del Señor Jesús, y descubrimos que estaba mezclado con la revelación del Antiguo Testamento. La diferencia entre el ministerio de la palabra en el Nuevo Testamento y el ministerio de la palabra del Señor Jesús radica en que en el caso del Señor Jesús, quien era la Palabra de Dios hecha carne, se tiene primero el Verbo de Dios, y luego la carne que armoniza con el ministerio; es decir, los sentimientos, los pensamientos y la conciencia de este hombre armonizan con la Palabra de Dios; mientras que en el ministerio de la Palabra en el Nuevo Testamento se tiene primero la carne. Todos nosotros tenemos la carne, y para poder ser ministros de la Palabra es necesario que ésta sea transformada para que sus pensamientos, sus sentimientos y sus opiniones puedan cumplir los requisitos de la Palabra de Dios. Podemos decir que el ministerio de la palabra en el Nuevo Testamento es diferente a su homólogo en el Antiguo Testamento y también al ministerio del Señor Jesús. El ministerio del Señor Jesús era ciento por ciento subjetivo o personal, ya que El mismo era el Verbo. Por otra parte, el ministerio del Nuevo Testamento, se compone del ministerio de los profetas y el del Señor Jesús. En este ministerio encontramos la visitación y la revelación, mezcladas con los sentimientos, los pensamientos y las opiniones. El ministerio de la palabra en el Nuevo Testamento está compuesto de la revelación divina y los elementos humanos.

Los hombres a quienes Dios escogió en el Nuevo Testamento son diferentes al Señor Jesús, quien es “lo santo que nacerá” (Lc. 1:35), el Santo de Dios, y aquel en quien no hay mezcla, porque El es el Verbo. En los escogidos, por una parte, Dios deposita Su Palabra, y por otra, los disciplina y los edifica. El hace uso de los pensamientos, de los sentimientos, las opiniones y las características de ellos, a la vez que los disciplina para que expresen Su palabra. Un ministro de la palabra del Nuevo Testamento no sólo posee la Palabra de Dios y la expresa por medio de su voz, sino que la da a conocer en toda su extensión por medio de su vida humana. A Dios le place que Su palabra esté en el hombre y dejar que éste la exprese. El Señor Jesús es el Verbo hecho carne, mientras que los ministros del Nuevo Testamento expresan la palabra en una carne que ha sido disciplinada por Dios.

LOS ELEMENTOS HUMANOS EN LA INSPIRACIÓN DIVINA

Algunas personas piensan que la inspiración divina no debe tener nada del elemento humano, porque una vez que éste se infiltra, aquélla deja de ser divina. Esto no es así. Los que tienen esa idea no comprenden la naturaleza de la inspiración. La inspiración divina contiene elementos humanos y es expresada por medio de ellos. Aunque en el ministerio profético del Antiguo Testamento los elementos humanos eran ínfimos, no podemos decir que no estuviesen presentes, porque Dios usó la voz humana para dar a conocer Su mensaje. El Señor Jesús era el Verbo hecho carne, y todos los elementos humanos que estaban en El constituían la Palabra de Dios. Hoy, en la era del Nuevo Testamento, los ministros expresan la Palabra de Dios por medio del elemento humano.

Al leer el Nuevo Testamento, vemos que Pablo con frecuencia usó palabras que Pedro nunca usó; lo mismo sucedió entre Juan y Mateo. Muchas palabras sólo se encuentran en los escritos de Lucas, y otras en los escritos de Marcos. En la Biblia, cada escritor tiene sus características particulares. De allí que los cuatro evangelios son diferentes entre sí. El estilo de las epístolas de Pablo es distinto al de las epístolas de Pedro; por otro lado, el evangelio de Juan y sus epístolas tienen un tono similar. Por ejemplo, la primera expresión de su evangelio dice: “En el principio”, y la primera frase de su primera epístola es: “Lo que era desde el principio”. Una habla del principio, y la otra de lo que existía desde el principio. En el libro de Apocalipsis él desarrolla su evangelio y sus epístolas. Podemos observar también que cada escritor usa ciertas expresiones que contienen un sello personal. Lucas era doctor, y por eso al describir enfermedades usa términos médicos; en cambio los escritores de los otros evangelios sólo las describen en términos generales. El libro de Hechos también fue escrito por Lucas, por eso encontramos allí muchos términos médicos. Cada evangelio usa una terminología distintiva y temas característicos y únicos de los escritores. Por ejemplo, Marcos usa de una manera peculiar la palabra inmediatamente; Mateo usa la expresión el reino de los cielos, y Lucas emplea la expresión el reino de Dios. Cada libro de la Biblia tiene las huellas de su escritor; no obstante, es la Palabra de Dios.

El Nuevo Testamento está lleno del elemento humano, mas no por eso deja de ser la Palabra de Dios. Cada escritor tiene su propio estilo, sus propias expresiones y sus características personales, y Dios usa a cada uno para emitir Su palabra, sin que ésta sufra daño en el proceso. La Palabra contiene marcas y características humanas, pero es la Palabra de Dios. Este es el ministerio del Nuevo Testamento, en el cual Dios le dio al hombre la responsabilidad de expresar Su palabra. Dios usa los elementos del hombre, pero no como una grabadora que se limita a repetir lo que recibe. El Señor Jesús vino, y el Espíritu Santo efectuó Su obra en el hombre. La meta de esta obra es retener los elementos humanos sin que éstos afecten las palabras divinas. Este es el fundamento del ministerio del Nuevo Testamento. El Espíritu Santo actúa en el hombre sin desechar el elemento humano y sin sacrificar la Palabra de Dios. Si la Palabra de Dios eliminara el elemento humano, el hombre sería una grabadora. El elemento humano complementa la Palabra de Dios. Sabemos que hablar en lenguas es un don de Dios; no obstante, Pablo dice que al hacer esto, la mente queda sin fruto (1 Co. 14:14, 27-28), es decir, la mente no interviene. Hacer esto es actuar conforme al principio del Antiguo Testamento. Cuando una persona habla en lenguas, su boca emite sonidos divinos incomprensibles y enigmáticos. Pero en el ministerio neotestamentario Dios desea usar todos los elementos del hombre. Por medio de la restricción, la regulación y la operación del Espíritu Santo, estos elementos pueden ser usados por Dios para comunicar Su palabra. Sin embargo, el ministro de la Palabra de Dios en el Nuevo Testamento debe estar lleno de Dios.

Un músico que sepa tocar el piano, el órgano y el violín, puede tocar la misma melodía en cada uno de dichos instrumentos. Ya que cada instrumento tiene sus propias características, la música producida por cada uno también diferirá. Hay personas que pueden determinar si una melodía procede de un piano o de un violín. Aunque la tonada sea la misma, el timbre es diferente. Si bien los instrumentos son diferentes, aún así, ponen de manifiesto el sentimiento y carácter de la música. El caso es el mismo con los ministros del Nuevo Testamento. Algunos son como el piano, otros como el órgano, y otros como el violín. La tonada es la misma, pero los sonidos son diferentes. Cada vez que una persona anuncia la Palabra de Dios, nos damos cuenta de que lo que dice contiene sus propios elementos, y sin embargo, Dios la usa. Dichos elementos no obstaculizan la Palabra de Dios, porque son regulados, dirigidos y perfeccionados por el Espíritu Santo. Cada vez que la Palabra se proclama es glorificada.

Puesto que la Palabra de Dios tiene que pasar por el hombre y a su paso adquiere los elementos humanos, quienes nunca hayan experimentado la disciplina de Dios no deben esperar que sus elementos humanos sean de mucha utilidad, porque cuando Dios los trae a la luz, no pueden ser usados para expresar Su palabra. Una persona así no sirve como ministro de la Palabra de Dios. En el Antiguo Testamento Dios usó una asna para que hablara por El, pero ahora estamos en la era del Nuevo Testamento, cuyo ministerio de la palabra es totalmente diferente. En el Nuevo Testamento la Palabra de Dios es expresada por medio del elemento humano. Por esta razón, Dios es muy selectivo. El sabe a quien puede usar. Si no hemos experimentado la disciplina, no podremos ser ministros de la palabra. Para ser canales de la Palabra de Dios, es necesario ser calibrados. Sería simple si Dios hiciera a un lado el elemento humano, pero El no hace eso. Así que, si las personas a quienes El usa no son competentes, se convierten en un problema. Cuando lo humano está contaminado y tiene manchas, carnalidad y rasgos de la condición caída, Dios tiene que desecharlo pues no lo puede usar. Algunas personas nunca han sido quebrantadas por el Señor; otras tienen la mente sucia y engañosa; algunos argumentan con Dios, mientras que la mente y la parte afectiva de otros son insubordinadas. Esto hace que se vuelvan obstinados. Dios no puede comunicar Su Palabra por medio de estas personas. Aunque ellas reciben la Palabra de Dios, no la pueden comunicar a los demás; y aun si se esfuerzan por hacerlo, no lo logran. Para ser un ministro de la Palabra de Dios en el Nuevo Testamento, la condición que uno tenga ante El es decisiva.

Dios no desea que Su palabra le pertenezca sólo a El; El quiere que el hombre la proclame como si procediera directamente de él, es decir, que sea verdaderamente divina y al mismo tiempo humana. Al leer el Nuevo Testamento, no encontramos ninguna palabra que no haya sido escrita por el hombre. Desde la primera página hasta la última se nota la participación humana. Estos escritos son muy humanos; no obstante son divinos, porque son la Palabra de Dios. Dios quiere que Su palabra sea expresada por medio del hombre. Este es el ministerio de la palabra en el Nuevo Testamento.

Dice Pablo en 2 Corintios 2:4: “Porque por la mucha tribulación y angustia del corazón os escribí con muchas lágrimas”. Era así como él servía la Palabra de Dios. He aquí un hombre que volcaba todo su ser al anunciar esta palabra, expresando así sus sentimientos. Cuando le llegó la palabra de Dios, él estaba afligido y angustiado de corazón, de manera que escribió con muchas lágrimas, mezclando así sus sentimientos con la Palabra de Dios. Sus elementos humanos realzaron la Palabra de Dios. Pablo estaba lleno de sentimientos y pensamientos, y los ejercitó, de tal manera que mientras escribía la Palabra de Dios, lo hacía con muchas lágrimas por la aflicción y angustia que sentía en su corazón, no como los que hablan en lenguas, quienes reciben palabras y las transmiten sin que la mente participe en ello. Pablo es un ministro de la palabra en el Nuevo Testamento.

Dios usa todo el ser del hombre para comunicar Su palabra. Las características, los ademanes, el tono de voz y lo que él experimenta del Señor, fluyen por medio de la Palabra; y por medio de ésta, nos damos cuenta a qué grado la persona ha sido instruida, disciplinada y probada por Dios. Cuando la Palabra de Dios viene al hombre, éste la puede expresar sin que el elemento humano la afecte. Esto es lo que significa ser ministro de la palabra del Nuevo Testamento. La Palabra de Dios puede fluir libremente por medio de tal ministro, sin que el elemento humano la contamine. La palabra divina es contaminada sólo si el elemento humano, el cual opera juntamente con ella es carnal y natural.

La Palabra de Dios llega a su plenitud cuando está llena de los elementos humanos. Por eso, al encomendar Su palabra al hombre, Dios requiere que la condición de éste sea apropiada. Dios habla usando el principio de la encarnación, es decir, la palabra se hace carne. Esto no significa que se haya degradado al punto de sólo ser palabras de hombre, sino que ha sido sazonada con el sabor humano; aún así, es pura. Esta es verdaderamente la palabra del hombre y al mismo tiempo es la palabra genuina de Dios. En el ministerio de la palabra en el Nuevo Testamento, el hombre habla la Palabra de Dios. Vemos este hecho al leer Hechos, 1 y 2 Corintios, 1 y 2 Timoteo, Tito y Filemón.

¡Cuán grande es la responsabilidad de los que anuncian la Palabra de Dios! Las equivocaciones de una persona y los elementos impuros de sus palabras, contaminan y dañan la Palabra de Dios. Debemos comprender que el factor crucial cuando proclamamos la Palabra de Dios no es la cantidad de conocimiento bíblico que poseamos, pues de nada sirve tener conocimiento y doctrinas, si sólo es algo teórico. Se puede predicar mucho acerca de estas cosas sin ser parte de ellas. Por supuesto, no somos el Señor Jesús, quien era el Verbo hecho carne; sin embargo, como ministros de la palabra, debemos comprender que El necesita nuestra carne para expresar Su Palabra. Por consiguiente, nuestra carne debe llegar a su fin. Diariamente necesitamos reconciliarnos con Dios y experimentar Su corrección. De no ser así, afectaremos la Palabra de Dios tan pronto pase por nosotros y se mezcle con nuestras palabras.

No piensen que todos podemos comunicar la Palabra de Dios. Sólo quienes han experimentado la disciplina de Dios pueden hacerlo. El reto más grande que enfrenta el que anuncia la Palabra de Dios no es lo oportuno del tema ni la elocuencia, sino su persona. Si ésta no es recta, lo demás tampoco lo será. Quiera Dios mostrarnos la manera de servir en el ministerio de la Palabra. Debemos recordar que predicar no es un asunto sencillo, puesto que es el servicio de la Palabra de Dios a Su pueblo. Que el Señor tenga misericordia de nosotros. Debido a que todo nuestro ser es afectado por la Palabra de Dios, cualquier elemento deformado que se encuentre en nuestros pensamientos, en nuestras expresiones y en nuestra actitud, y cualquier vacío que tengamos en nuestro aprendizaje y experiencia, aun sin proponérnoslo, dañará la Palabra de Dios. Todo nuestro ser necesita ser disciplinado por el Señor. Esto evitará que Su palabra sea contaminada por nosotros cuando sirvamos como ministros, y hará que la podamos presentar de una manera pura. Esto lo podemos ver en Pablo, Pedro, Mateo, Marcos, Lucas y Juan y en muchos otros siervos del Señor. La Palabra de Dios tiene elementos humanos, pero no expresa la carne; por el contrario, hay gloria en su expresión. Es maravilloso que la Palabra de Dios sea la palabra del hombre, y que la palabra del hombre sea la Palabra de Dios.