Watchman Nee Libro Book cap.1 La Iglesia gloriosa

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EL PLAN Y EL DESCANSO DE DIOS

CAPÍTULO UNO

EL PLAN Y EL DESCANSO DE DIOS

Lectura bíblica: Gé. 1:26—2:3; 2:18-24; Ef. 5:22-32; Ap. 12; 21:1—22:5

En estas cuatro porciones de las Escrituras se mencionan cuatro mujeres. En Génesis 2 la mujer es Eva; en Efesios 5 ella es la iglesia; en Apocalipsis 12, la mujer que aparece en la visión, y en Apocalipsis 21, la esposa del Cordero.

Que Dios nos conceda luz para que veamos cómo estas cuatro mujeres están relacionadas la una con la otra y con el propósito eterno de Dios. Entonces podremos ver la posición que ocupa la iglesia y la responsabilidad que tiene en este plan y cómo los vencedores de Dios cumplirán Su propósito eterno.

EL PROPÓSITO DE DIOS AL CREAR AL HOMBRE

¿Por qué creó Dios al hombre? ¿Cuál era Su propósito al crear al hombre?

Dios nos ha dado la respuesta a estas preguntas en Génesis 1:26 y 27. Estos dos versículos tienen un significado muy importante. Nos revelan que la creación del hombre por parte de Dios era verdaderamente algo muy especial. Antes de crear al hombre, Dios dijo: “Hagamos al hombre a nuestra imagen, conforme a nuestra semejanza; y señoree en los peces del mar, en las aves de los cielos, en las bestias, en toda la tierra, y en todo animal que se arrastra sobre la tierra”. Este era el plan de Dios al crear al hombre. “Dios dijo: Hagamos … [al hombre a nuestra imagen]”. Esto nos muestra la clase de hombre que Dios quería. En otras palabras, Dios estaba diseñando un “modelo” para el hombre que El había de crear. El versículo 27 revela la creación del hombre por parte de Dios: “Y creó Dios al hombre a su imagen, a imagen de Dios lo creó; varón y hembra los creó”. El versículo 28 dice: “Y los bendijo Dios, y les dijo: Fructificad y multiplicaos; llenad la tierra, y sojuzgadla, y señoread en los peces del mar, en las aves de los cielos, y en todas las bestias que se mueven sobre la tierra”.

En estos versículos, vemos al hombre que Dios quería. Dios deseaba un hombre que reinara, un hombre que gobernara sobre la tierra; entonces estaría satisfecho.

¿Cómo creó Dios al hombre? El lo creó a Su propia imagen. Dios quería un hombre que fuera como El mismo. Entonces, es evidente que la posición que el hombre ocupa en la obra creadora de Dios es absolutamente única, pues entre todas las criaturas de Dios, sólo el hombre fue creado a la imagen de Dios. El hombre en el cual Dios había fijado Su corazón era completamente diferente de todos los demás seres creados; él era un hombre a Su propia imagen.

Aquí observamos algo extraordinario. El versículo 26 dice: “Hagamos al hombre a nuestra imagen, conforme a nuestra semejanza…”; pero el versículo 27 dice: “Y creó Dios al hombre a su imagen, a imagen de Dios lo creó; varón y hembra los creó”. En el versículo 26, el adjetivo posesivo “nuestra” es plural, pero en el versículo 27 el adjetivo posesivo “su” [en la lengua original] es singular. Durante la conferencia que sostuvo la Deidad, el versículo 26 dice: “Hagamos al hombre a nuestra imagen”; por consiguiente, conforme a la gramática, el versículo 27 debería decir: “Y creó Dios al hombre a su [plural] imagen”. Pero curiosamente el versículo 27 dice: “Y creó Dios al hombre a su [singular] imagen”. ¿Cómo podemos explicar eso? Simplemente porque son tres los que constituyen la Deidad: el Padre, el Hijo, y el Espíritu; no obstante, sólo el Hijo tiene la imagen en la Deidad. Cuando la Deidad diseñaba la creación del hombre, la Biblia indica que el hombre sería hecho a “nuestra” imagen (puesto que Ellos son uno, se menciona “nuestra imagen”); pero cuando la Deidad estaba en el proceso de hacer el hombre, la Biblia dice que este hombre fue hecho a “su” imagen. “Su” denota al Hijo. Con esto podemos ver que Adán fue hecho a la imagen del Señor Jesús. Adán no precedió al Señor Jesús, sino que fue al revés. Cuando Dios creó a Adán, lo creó a la imagen del Señor Jesús. Es por esto que en la lengua original dice “a la imagen de El” y no “a la imagen de Ellos”.

El propósito de Dios consiste en ganar un grupo de personas parecidas a Su Hijo. Cuando leemos Romanos 8:29 vemos el propósito de Dios: “Porque a los que antes conoció, también los predestinó para que fuesen hechos conformes a la imagen de Su Hijo, para que sea el Primogénito entre muchos hermanos”. Dios desea tener muchos hijos, y que todos estos hijos sean semejantes a Su único Hijo. Entonces Su Hijo dejará de ser el Unigénito, y será el Primogénito entre muchos hermanos. El deseo de Dios consiste en ganar este grupo de personas. Si lo vemos, nos daremos cuenta de lo precioso que es el hombre, y nos regocijaremos cada vez que el hombre sea mencionado. ¡Cuánto estima Dios al hombre! ¡Hasta El mismo se hizo hombre! El plan de Dios consiste en ganar al hombre. Cuando el hombre es ganado por Dios, el plan de Dios se cumple.

El plan de Dios se cumple por el hombre, y mediante el hombre Dios satisface Su propia necesidad. Entonces, ¿qué exige Dios del hombre que ha creado? El exige que el hombre gobierne. Cuando Dios creó al hombre, no lo predestinó para la caída. La caída del hombre se narra en el capítulo tres de Génesis, y no en el capítulo 1. Dios, en Su plan de crear al hombre, no lo predestinó para el pecado, y tampoco predeterminó la redención. No estamos minimizando la importancia de la redención; sólo estamos diciendo que la redención no fue predeterminada por Dios. Si lo fuera, entonces el hombre tendría que pecar. Dios no predeterminó eso. En el plan de Dios para crear al hombre, éste fue predestinado para tener dominio. Vemos esto en Génesis 1:26, donde Dios nos revela Su deseo y el secreto de Su plan: “Hagamos al hombre a nuestra imagen, conforme a nuestra semejanza; y señoree en los peces del mar, en las aves de los cielos, en las bestias, en toda la tierra, y en todo animal que se arrastra sobre la tierra”. Este es el propósito de Dios para el hombre que creó.

Quizás algunos pregunten por qué Dios tiene tal propósito. La razón es la siguiente: un ángel de luz se rebeló contra Dios antes de la creación del hombre y se convirtió en el diablo: Satanás pecó y cayó; el lucero vino a ser el enemigo de Dios (Is. 14:12-15). Por consiguiente, Dios retiró del enemigo Su autoridad y la puso en las manos del hombre. La razón por la cual Dios creó al hombre fue para que gobernara en lugar de Satanás. ¡Cuán abundante es la gracia que vemos en la creación del hombre por parte de Dios!

Dios desea que el hombre gobierne, y aún más indica un área específica para el dominio del hombre. Vemos esto en Génesis 1:26: “Y señoree en los peces del mar, en las aves de los cielos, en las bestias, en toda la tierra, y en todo animal que se arrastra sobre la tierra”. “Toda la tierra” es la esfera del dominio del hombre. Dios no solamente dio al hombre el señorío sobre los peces del mar, las aves de los cielos y las bestias, sino que también exigió que el hombre señoreara sobre “toda la tierra”. El hombre está particularmente relacionado con la tierra. La atención de Dios estaba centrada en la tierra, no solamente cuando El planeó crear al hombre. Al contrario, vemos que Dios, después de crear al hombre, dijo claramente al hombre que había de tener dominio sobre la tierra. Los versículos 27 y 28 dicen: “Y creó Dios al hombre a su imagen, a imagen de Dios lo creó; varón y hembra los creó. Y los bendijo Dios, y les dijo: Fructificad y multiplicaos; llenad la tierra, y sojuzgadla…” Aquí Dios recalcó el hecho de que el hombre debe “llenar la tierra” y “sojuzgarla”. El dominio del hombre sobre los peces del mar, las aves de los cielos, y los animales que se arrastran sobre la tierra es algo secundario. El dominio del hombre sobre estas cosas es algo adicional; el punto principal es la tierra.

Génesis 1:1-2 dice: “En el principio creó Dios los cielos y la tierra. Y la tierra estaba desordenada y vacía, y las tinieblas estaban sobre la faz del abismo”. Estos dos versículos quedan claros cuando los traducimos directamente del hebreo. Leamos el versículo 1 conforme al idioma original: “En el principio creó Dios los cielos y la tierra”. Aquí los cielos están en plural y se refieren a los cielos de todas las estrellas. (La tierra tiene su cielo, y todas las estrellas tienen el suyo también.) Leamos la traducción directa del versículo 2: “Y la tierra quedó desolada y vacía [no estaba], y las tinieblas estaban sobre la faz del abismo”. En el hebreo, antes de “la tierra”, viene la conjunción “y”. “En el principio, Dios creó los cielos y la tierra”; no había ninguna dificultad, ningún problema, pero luego algo sucedió: “y la tierra quedó desolada y vacía”. El verbo “estaba” en Génesis 1:2 (“y la tierra estaba desolada y vacía) y el verbo “se volvió” en Génesis 19:26, donde la esposa de Lot se volvió estatua de sal, son el mismo. La esposa de Lot no nació como estatua de sal, sino que se volvió estatua de sal. La tierra no estaba desolada y vacía cuando fue creada, sino que se volvió así después. Dios creó los cielos y la tierra, pero “la tierra quedó desolada y vacía”. Esto revela que el problema no gira alrededor de los cielos sino de la tierra.

Vemos entonces que la tierra es el centro de todos los problemas. Dios lucha por la tierra. El Señor Jesús nos enseñó a orar: “Santificado sea Tu nombre. Venga Tu reino. Hágase Tu voluntad, como en el cielo, así también en la tierra” (Mt. 6:9-10). En el idioma original, la expresión “como en los cielos, así también en la tierra” se refiere a las tres frases, y no solamente a la última. En otras palabras, el significado del texto original es lo siguiente: “Santificado sea Tu nombre, como en el cielo, así también en la tierra. Venga Tu reino, como en el cielo, así también en la tierra. Hágase Tu voluntad, como en el cielo, así también en la tierra”. Esta oración revela que el problema no gira alrededor de los “cielos”, sino de la “tierra”. Dios habló a la serpiente después de la caída del hombre, diciendo: “Sobre tu pecho andarás, y polvo comerás todos los días de tu vida” (Gn. 3:14). Esto significa que la tierra sería la esfera de la serpiente, el lugar sobre el cual se arrastraría. La esfera de la obra de Satanás no es el cielo, sino la tierra. Si el reino de Dios ha de venir, entonces Satanás debe ser echado. Si la voluntad de Dios ha de cumplirse, debe cumplirse en la tierra. Si el nombre de Dios ha de ser santificado, debe ser santificado sobre la tierra. Todos los problemas están en la tierra.

Génesis contiene dos palabras muy significativas. La primera es “sojuzgar” en Génesis 1:28, que también se puede traducir “conquistar”. La segunda palabra es “guardar” en Génesis 2:15. Estos versículos nos muestran que Dios predeterminó que el hombre conquistara y guardara la tierra. La intención original de Dios consistía en dar la tierra al hombre como lugar donde moraría. Dios no tenía la intención de que la tierra se volviese desolada (Is. 45:18). Dios deseaba, por medio del hombre, prohibir a Satanás que se metiera en la tierra, pero el problema era que Satanás estaba en la tierra e intentaba hacer una obra de destrucción sobre ella. Por consiguiente, Dios deseaba que el hombre quitara la tierra de las manos de Satanás y que la restaurara.

Otro punto que debemos hacer notar es que, hablando con propiedad, Dios exigía que el hombre no sólo recuperara la tierra, sino también el cielo que está relacionado con la tierra. En las Escrituras, existe una diferencia entre “cielos” y “cielo”. Los “cielos” son el lugar donde se encuentra el trono de Dios, donde Dios puede ejercer Su autoridad, mientras que en las Escrituras “cielo” se refiere a veces al cielo que está relacionado con la tierra. Este es el cielo que Dios también desea recobrar (véase Ap. 12:7-10).

Algunos preguntarán: “¿Por qué Dios mismo no echa a Satanás al abismo o al lago de fuego? Nuestra respuesta es la siguiente: Dios puede hacerlo, pero no lo quiere hacer El mismo. No sabemos por qué no lo quiere hacer El mismo, pero sabemos cómo El lo va a hacer. Dios desea usar al hombre para vencer a Su enemigo, y creó el hombre con este propósito. Dios quiere que la criatura se enfrenta con la criatura. El desea que Su criatura, el hombre, venza a Su criatura caída, Satanás, para que la tierra sea devuelta a Dios. El usa al hombre creado por El para este propósito.

Leamos nuevamente Génesis 1:26: “Hagamos al hombre a nuestra imagen, conforme a nuestra semejanza; y señoree en los peces del mar, en las aves de los cielos, en las bestias, en toda la tierra…”. Aparentemente la frase se acaba aquí, pero sigue otra frase: “…y en todo animal que se arrastra sobre la tierra”. Aquí vemos que los animales que se arrastran ocupan una posición muy elevada, porque Dios habló de esto después de mencionar “toda la tierra”. Esto implica que si vamos a tener dominio de toda la tierra, no debemos olvidar los animales que se arrastran, porque el enemigo de Dios está corporificado en los animales que se arrastran. La serpiente que vemos en Génesis 3 y los escorpiones hallados en Lucas 19 son animales que se arrastran. No vemos solamente la serpiente, que representa a Satanás, sino también los escorpiones, que representan a los espíritus malignos, llenos de pecados e inmundicia. La esfera de la serpiente y del escorpión es esta tierra. El problema reside en la tierra.

Por consiguiente, debemos distinguir entre la obra de salvar almas y la obra de Dios. A menudo, la obra de salvar almas no es forzosamente la obra de Dios. Salvar almas soluciona el problema del hombre, pero la obra de Dios exige que el hombre ejerza autoridad para tener dominio sobre todas las cosas que Dios creó. Dios necesita una autoridad en Su creación, y ha escogido al hombre para ser esta autoridad. Si estuviésemos aquí únicamente para nosotros mismos como simples hombres, entonces toda nuestra búsqueda y anhelo consistirían en amar más al Señor y en ser más santos, tener más celos para el Señor, y salvar más almas. Ciertamente todas estas metas son buenas, pero están centradas en el hombre. Estas cosas tienen que ver simplemente con el beneficio del hombre; se descuidan completamente la obra de Dios y Sus necesidades. Debemos ver que Dios tiene Sus necesidades. Estamos en esta tierra no solamente por las necesidades del hombre, sino aún más por las necesidades de Dios. Le damos gracias a Dios que El nos encargó el ministerio de reconciliación, pero aun cuando hayamos salvado todas las almas de todo el mundo, no hemos cumplido la obra de Dios ni satisfecho los requisitos de Dios. Aquí vemos algo que se llama la obra de Dios, las necesidades de Dios. Cuando Dios creó al hombre, habló de lo que El necesitaba. El reveló Su necesidad: que el hombre reinara y tuviese dominio sobre toda Su creación y proclamara Su triunfo. Gobernar para Dios no es poca cosa; es algo grande. Dios necesita hombres fieles en los cuales pueda confiar y quienes no le fallen. Esta es la obra de Dios, y es lo que Dios desea conseguir.

No tomamos a la ligera la obra de la predicación del evangelio, pero si todo nuestro trabajo se limita a predicar el evangelio y salvar almas, no estamos obrando para destruir a Satanás. Si el hombre no ha recuperado la tierra de la mano de Satanás, no ha cumplido todavía el propósito por el cual Dios lo ha creado. A menudo el salvar almas sirve únicamente para el bienestar del hombre, pero vencer a Satanás sirve para el beneficio de Dios. Salvar almas soluciona las necesidades del hombre, pero vencer a Satanás satisface las necesidades de Dios.

Hermanos y hermanas, esto nos exige pagar un precio. Sabemos cómo los demonios pueden hablar. Un demonio dijo una vez: “A Jesús conozco, y sé quién es Pablo; pero vosotros, ¿quiénes sois?” (Hch. 19:15). Cuando un demonio nos ve, ¿huirá o no? Predicar el evangelio exige que paguemos un precio, pero vencer a Satanás requiere un precio mucho más alto.

Este no es un asunto de dar un mensaje o una enseñanza. Esto requiere que lo practiquemos, y el precio es sumamente alto. Si hemos de ser hombres que Dios usará para derribar toda la obra y la autoridad de Satanás, ¡debemos obedecer completa y resueltamente al Señor! Cuando obramos en otros aspectos, no importa tanto si nos preservamos un poco, pero cuando se trata de Satanás, no podemos dejar un pedacito de terreno para nosotros mismos. Es posible quedarnos con algo nuestro cuando estudiamos las Escrituras, cuando predicamos el evangelio, cuando ayudamos a la iglesia o a los hermanos, pero cuando confrontamos a Satanás, el ego debe ser completamente abandonado. Satanás no será afectado por nosotros si preservamos nuestro ego. Que Dios nos abra los ojos para que veamos que Su propósito requiere que seamos completamente para El. Una persona de doble sentir jamás podrá vencer a Satanás. Que Dios nos dé esta palabra en nuestros corazones.

EL PROPÓSITO INMUTABLE DE DIOS

Dios quería que el hombre gobernara para El en la tierra, pero el hombre no alcanzó el propósito de Dios. En Génesis 3 se narran la caída del hombre y la entrada del pecado; el hombre vino a estar bajo el poder de Satanás, y todo parecía llegar a su final. Aparentemente, Satanás salía victorioso y Dios era vencido. Aparte del pasaje en Génesis 1, hay dos porciones de las Escrituras que están relacionadas con este problema: el salmo 8 y Hebreos 2.

Salmo 8

El salmo 8 muestra que el propósito y el plan de Dios no han cambiado nunca. Después de la caída, la voluntad y los requisitos de Dios en cuanto al hombre permanecieron iguales sin ninguna alteración. Su voluntad en Génesis 1, cuando creó al hombre, sigue vigente, aunque el hombre pecó y cayó. A pesar de que el salmo 8 fue escrito después de la caída del hombre, el salmista pudo alabar, pues sus ojos seguían puestos en Génesis 1. El Espíritu Santo no olvidó Génesis 1, el Hijo no olvidó Génesis 1, ni siquiera Dios mismo olvidó Génesis 1.

Veamos el contenido de este salmo. El versículo 1 dice: “¡Oh Jehová, Señor nuestro, cuán admirable es tu nombre en toda la tierra!” (heb.). Todos los que son inspirados por el Espíritu Santo pronunciarán estas palabras: “¡Cuán admirable es tu nombre en toda la tierra!” Aunque algunas personas calumnian y rechazan el nombre del Señor, el salmista proclama en voz alta: “Oh Jehová, Señor nuestro, cuán admirable es tu nombre en toda la tierra”. El no dijo: “Tu nombre es muy admirable”. “Muy admirable” no tiene el mismo significado que “cuán admirable”. “Muy admirable” significa que yo, el salmista, puedo todavía describir la excelencia, mientras que “¡cuán admirable!” significa que a pesar de escribir salmos, yo no tengo las palabras para expresar, ni sé cuán admirable es el nombre del Señor. Por lo tanto, sólo puedo decir: “¡Oh Jehová, Señor nuestro, cuán admirable es tu nombre en toda la tierra!” No sólo es Su nombre admirable, sino que también es admirable “en toda la tierra!” La expresión “en toda la tierra” es la misma que en Génesis 1:26. Si conocemos el plan de Dios, cada vez que leamos la palabra “hombre” o la palabra “tierra”, nuestros corazones deben saltar dentro de nosotros.

El versículo 2 continúa: “De la boca de los niños y de los que maman, fundaste la fortaleza, a causa de tus enemigos, para hacer callar al enemigo y al vengativo”. Los niños y los que maman se refieren al hombre, y el énfasis se pone al hecho de que Dios está usando al hombre para vencer al enemigo. El Señor Jesús citó este versículo en Mateo 21:16: “De la boca de los pequeños y de los que maman perfeccionaste la alabanza”. Estas palabras significan que el enemigo puede hacer todo lo que pueda, pero aún así no es necesario que Dios se enfrente con él. Dios usará niños y los que maman para vencerlo. ¿Qué pueden hacer los niños y los que maman? Dice: “De la boca de los niños y de los que maman, fundaste la fortaleza”. El deseo de Dios consiste en conseguir hombres capaces de alabar; los que pueden alabar son los que pueden vencer al enemigo.

En los versículos del 3 al 8 el salmista dice: “Cuando veo tus cielos, obra de tus dedos, la luna y las estrellas que tú formaste, digo: ¿Qué es el hombre, para que tengas de él memoria, y el hijo del hombre, para que lo visites? Le has hecho poco menor que los ángeles, y lo coronaste de gloria y de honra. Le hiciste señorear sobre las obras de tus manos; todo lo pusiste debajo de sus pies: ovejas y bueyes, todo ello, y asimismo las bestias del campo, las aves de los cielos y los peces del mar; todo cuanto pasa por los senderos del mar”. Si hubiésemos escrito este salmo, tal vez habríamos añadido un paréntesis aquí: “¡Cuán lamentable es este hombre que cayó, pecó y fue echado del huerto de Edén! El hombre ya no puede alcanzar ese nivel”. Pero damos gracias a Dios porque el corazón del salmista no contenía este pensamiento. En cuanto a Dios, la tierra todavía puede ser restaurada, la posición que Dios dio al hombre sigue vigente, y permanece todavía la comisión que El dio al hombre, es decir, la de destruir la obra del diablo. Por consiguiente, a partir del tercer versículo, el salmista vuelve a narrar la misma historia antigua, pasando por alto el tercer capítulo de Génesis. Esto es el rasgo extraordinario del salmo 8. El propósito que Dios tiene para el hombre es que éste tenga dominio. ¿Es el hombre digno? ¡Seguro que no lo es! Sin embargo, puesto que Dios desea que el hombre rija, ciertamente el hombre lo hará.

En el versículo 9 el salmista dice nuevamente: “¡Oh Jehová, Señor nuestro, cuán admirable es tu nombre en toda la tierra! (heb.)” El sigue alabando, como si no estuviera consciente de la caída del hombre. Aunque Adán y Eva habían pecado, no pudieron parar el plan de Dios. El hombre puede caer y pecar, pero no puede desbaratar la voluntad de Dios. Aun después de la caída del hombre, la voluntad de Dios con respecto al hombre siguió siendo la misma. Dios todavía exige que el hombre derribe el poder de Satanás. ¡Oh, cuán inmutable es Dios! Su camino es inquebrantable y sumamente recto. Debemos comprender que Dios jamás podrá ser derrocado. En este mundo algunos pasan por duras dificultades, pero nadie es atacado a diario y con golpes duros como lo es Dios. No obstante, Su voluntad jamás fue derribada. Lo que Dios era antes de la caída del hombre, El lo sigue siendo después de la caída del hombre y de la entrada del pecado en el mundo. La decisión que El tomó al principio sigue siendo Su decisión hoy en día. El no ha cambiado nunca.

Hebreos 2

Génesis 1 habla de la voluntad de Dios en la creación; el salmo 8, de la voluntad de Dios después de la caída del hombre; y Hebreos 2, de la voluntad de Dios en la redención. Consideremos Hebreos 2. Veremos que en la victoria de la redención, Dios sigue deseando que el hombre consiga autoridad y venza a Satanás.

En los versículos del 5 al 8a el escritor dice: “Porque no sujetó a los ángeles el mundo venidero, acerca del cual estamos hablando; pero alguien dio solemne testimonio en cierto lugar, diciendo: ‘¿Qué es el hombre, para que te acuerdes de él, o el hijo del hombre, para que de él te preocupes?’ Le hiciste un poco inferior a los ángeles, le coronaste de gloria y de honra, y le pusiste sobre las obras de Tus manos; todo lo sujetaste bajo Sus pies [citado del salmo 8]. Porque en cuanto le sujetó todas las cosas, nada dejó que no sea sujeto a El”. Todo debe ser sujeto al hombre; Dios lo propuso desde el principio.

Pero todavía no ha resultado así. El escritor continúa: “Pero todavía no vemos que todas las cosas le sean sujetas. Pero vemos a Jesús, coronado de gloria y de honra, quien fue hecho un poco inferior a los ángeles para padecer la muerte” (vs. 8b-9a). Jesús es la persona que corresponde a esta situación. El salmo 8 decía que Dios hizo al hombre un poco inferior a los ángeles, pero el apóstol Pablo cambió la palabra “hombre” en “Jesús”. El explicó que la palabra “hombre” alude a Jesús; Jesús fue hecho un poco inferior a los ángeles. La redención del hombre viene por El. Originalmente Dios planeó que el hombre debería ser un poco inferior a los ángeles y que el hombre debería ser coronado y gobernar sobre toda la creación. El quería que el hombre ejerciera la autoridad por El para echar a Su enemigo de la tierra y del cielo relacionado con la tierra. El quería que el hombre destruyera todo el poder de Satanás. Pero el hombre cayó y no tomó su lugar para gobernar. Por consiguiente, el Señor Jesús vino y tomó sobre Sí un cuerpo de carne y sangre. El se hizo “el postrer Adán” (1 Co. 15:45).

La última parte del versículo 9 dice: “A fin de que por la gracia de Dios gustase la muerte por todas las cosas”. El nacimiento del Señor Jesús, Su vivir humano, así como Su redención nos muestran que Su obra redentora no está destinada solamente al hombre, sino a todas las cosas creadas. Se incluye toda la creación (excepto los ángeles). El Señor Jesús tuvo dos posiciones: para Dios El era el hombre del principio, el hombre que Dios designó desde el principio mismo, y para el hombre es el Salvador. Al principio, Dios mandó que el hombre tuviese dominio y venciera a Satanás. ¡El Señor Jesús es ese hombre, y ese hombre está entronizado ahora! ¡Aleluya! Este hombre ha vencido el poder de Satanás. El es el hombre que Dios busca y que desea obtener. En Su otro aspecto, El es un hombre relacionado con nosotros; El es nuestro Salvador, Aquel que ha solucionado el problema del pecado por nosotros. Pecamos y caímos, y Dios lo hizo propiciación por nosotros. Además, El no es solamente nuestra propiciación, sino que también fue juzgado en lugar de todas las criaturas. Esto queda demostrado con la rasgadura del velo en el lugar santo. Hebreos 10 nos muestra que el velo en el lugar santo representaba el cuerpo del Señor Jesús. Sobre el velo unos querubines estaban bordados, los cuales representan las cosas creadas. Cuando el Señor murió, el velo fue rasgado en dos de arriba hacia abajo; como resultado, los querubines que estaban bordados sobre el velo fueron partidos simultáneamente. Esto revela que la muerte del Señor Jesús incluía el juicio sobre todas las criaturas. El no solo probó la muerte por todos los hombres, sino también por “todas las cosas”.

Seguimos con el versículo 10: “Porque convenía a Aquel para quien y por quien son todas las cosas, que al llevar muchos hijos a la gloria…” Todas las cosas son para El y por medio de El; todas las cosas son destinadas a El y por medio de El. Ser para El significa ser destinado a El; ser por medio de El significa ser por El. ¡Alabado sea Dios, El no ha cambiado Su propósito en la creación! Lo que Dios determinó en la creación sigue siendo Su propósito después de la caída del hombre. En la redención, Su propósito permanece igual. Dios no cambió Su propósito por causa de la caída del hombre. ¡Alabado sea Dios, El está introduciendo a muchos hijos en la gloria! El está glorificando muchos hijos. Dios se propuso ganar un grupo de hombres nuevos que tuviesen la imagen y semejanza de Su Hijo. Puesto que el Señor Jesús representa al hombre, el resto será semejante a lo que El es, y entrarán con El en la gloria.

¿Cómo se va a cumplir eso? El versículo 11 dice: “Porque todos, así el que santifica como los que son santificados, de uno son”. ¿Quién es el que santifica? Es el Señor Jesús. ¿Quiénes son los que son santificados? Somos nosotros. Podemos leer el versículo de esta manera: “Porque todos, así Jesús que santifica como nosotros los que somos santificados, de uno somos”. El Señor Jesús y nosotros somos engendrados del mismo Padre; todos tenemos nuestro origen en la misma fuente y tenemos la misma vida. Tenemos el mismo Espíritu que mora en nosotros y el mismo Dios, quien es nuestro Señor y nuestro Padre. “Por lo cual no se avergüenza en llamarlos hermanos”. El sujeto del verbo “avergonzarse” es nuestro Señor Jesús, y “los” al final del verbo “llamar” se refiere a nosotros. “El no se avergüenza en llamarlos hermanos” porque El es del Padre y nosotros también somos del Padre.

Somos los muchos hijos de Dios, lo cual dará por resultado final el hecho de que seremos introducidos por Dios en la gloria. La redención no cambió el propósito de Dios; por el contrario, cumplió el propósito que no se llevó a cabo en la creación. El propósito original de Dios consistía en que el hombre tuviese dominio, especialmente sobre la tierra, pero lamentablemente el hombre fracasó. No obstante, no se acabó todo con el fracaso del primer hombre. Lo que Dios no logró con el primer hombre, Adán, lo conseguirá con el segundo hombre, Cristo. El nacimiento de suma importancia tuvo lugar en Belén porque Dios mandó que el hombre tuviera dominio y restaurara la tierra y porque Dios determinó que la criatura, el hombre, destruiría a la criatura Satanás. Esta es la razón por la cual el Señor Jesús vino y se hizo hombre. Lo hizo a propósito, y se hizo un verdadero hombre. El primer hombre no cumplió el propósito de Dios; por el contrario, pecó y cayó. No solamente faltó en su comisión de restaurar la tierra, sino que fue capturado por Satanás. El no sólo faltó en su encargo de gobernar, sino que fue sometido bajo el poder de Satanás. Génesis 2 dice que el hombre fue hecho de polvo, y Génesis 3 indica que el polvo fue el alimento de la serpiente. Esto significa que el hombre caído se convirtió en el alimento de Satanás. El hombre ya no podía vencer a Satanás; estaba acabado. ¿Qué se podía hacer? ¿Significa eso que Dios nunca podría cumplir Su propósito eterno, que El no podría lograr lo que buscaba? ¿Significa eso que Dios jamás podría restaurar la tierra? ¡No! El mandó a Su Hijo para que se hiciera hombre. El Señor Jesús es verdaderamente Dios, pero El también es un verdadero hombre.

En todo el mundo, existe por lo menos un hombre que escoge a Dios, una persona que puede decir: “Viene el príncipe de este mundo, y él nada tiene en Mí” (Jn. 14:30). En otras palabras, en el Señor Jesús no existe nada del príncipe de este mundo. Debemos observar con mucho cuidado que el Señor Jesús no vino a este mundo para ser Dios sino para ser hombre. Dios necesitaba un hombre. Si Dios mismo se hubiera enfrentado a Satanás, habría sido muy fácil; Satanás caería en un instante. Pero Dios no lo quería hacer El mismo. El quería que el hombre se enfrentara a Satanás; El deseaba que la criatura venciera a la criatura. Cuando el Señor Jesús se hizo hombre, El conoció la tentación como hombre y pasó por todas las experiencias humanas. Este hombre conquistó; este hombre fue victorioso. El ascendió al cielo y se sentó a la diestra de Dios. Jesús “fue coronado de gloria y de honra” (He. 2:9). El fue glorificado.

El no vino para recibir la gloria como Dios, sino para obtener gloria como hombre. No decimos que El no tenía la gloria de Dios, pero Hebreos 2 no se refiere a la gloria que El poseía como Dios. Se refiere a Jesús, quien fue hecho un poco inferior a los ángeles para padecer la muerte; Jesús fue coronado de gloria y de honra. Nuestro Señor ascendió como hombre. Ahora está en los cielos como hombre. Un hombre está a la diestra de Dios. En el futuro habrá muchos hombres allí. Hoy en día un hombre está sentado sobre el trono. Un día habrá muchos hombres sentados sobre el trono. Esto se cumplirá ciertamente.

Cuando el Señor Jesús fue resucitado, El impartió Su vida en nosotros. Cuando creemos en El, recibimos Su vida. Todos somos hechos hijos de Dios, y como tales, todos pertenecemos a Dios. Por tener esta vida dentro de nosotros, podemos como hombres recibir de Dios el encargo de llevar a cabo Su propósito. Por consiguiente, se dice que El introducirá a muchos hijos en la gloria. Tener dominio equivale a ser glorificado, y ser glorificado equivale a tener dominio. Cuando los muchos hijos obtengan autoridad y restauren la tierra, entonces serán introducidos triunfalmente en la gloria.

Nunca debemos suponer que el propósito de Dios consiste simplemente en salvarnos del infierno para que disfrutemos de las bendiciones de los cielos. Debemos recordar que Dios desea que el hombre siga a Su Hijo en el ejercicio de Su autoridad en la tierra. Dios quiere cumplir algo, pero El no lo hará por Sí mismo; El desea que nosotros lo hagamos. Cuando lo hagamos, entonces Dios habrá cumplido Su propósito. Dios desea obtener un grupo de hombres que haga Su obra aquí en la tierra, a fin de que Dios tenga dominio sobre la tierra por medio del hombre.

LA RELACIÓN ENTRE LA REDENCIÓN Y LA CREACIÓN

Debemos fijarnos bien en la relación entre la redención y la creación. No deberíamos pensar que la Biblia no habla de nada más que la redención. Damos gracias a Dios porque además de la redención tenemos también la creación. El deseo del corazón de Dios es expresado en la creación. La meta de Dios, Su plan, y Su voluntad predeterminada se dieron a conocer en Su creación. La creación revela el propósito eterno de Dios; nos muestra lo que Dios quiere realmente.

La redención no puede ocupar un lugar más elevado que el de la creación. ¿Qué es la redención? La redención recobra lo que Dios no consiguió por medio de la creación. La redención no nos trae nada nuevo; sólo nos restaura lo que ya es nuestro. Mediante la redención Dios cumple Su propósito en la creación. Redimir significa restaurar y recobrar; crear significa determinar e iniciar. La redención es algo que viene después, para que se cumpla el propósito de Dios en la creación. ¡Oh, que los hijos del Señor no menosprecien la creación, pensando que la redención lo es todo! La redención está relacionada con nosotros; nos beneficia al salvarnos y al traernos vida eterna. Pero la creación está relacionada con Dios y con la obra de Dios. Nuestra relación con la redención beneficia al hombre, mientras que nuestra relación con la creación beneficia la economía de Dios. Que Dios haga algo nuevo en esta tierra, para que el hombre no dé énfasis solamente al evangelio, sino que vaya más allá y se ocupe de la obra de Dios, de los asuntos de Dios, y del plan de Dios. De hecho, nuestra predicación del evangelio debería llevarse a cabo con miras a devolver la tierra a Dios. Debemos exhibir el triunfo de Cristo sobre el reino de Satanás. Si no fuéramos cristianos, ya sería otro asunto. Pero cuando llegamos a ser cristianos, no debemos recibir solamente el beneficio de la redención, sino cumplir también el propósito de Dios en la creación. Sin redención, jamás podríamos relacionarnos con Dios. Pero una vez salvos, debemos ofrecernos a Dios para que se logre la meta por la cual El creó al hombre. Si sólo prestamos atención al evangelio, perdemos la mitad de la meta. Dios requiere la otra mitad: que el hombre tenga dominio sobre la tierra para El y no permita que Satanás quede más tiempo aquí. Esta mitad se requiere también de la iglesia. Hebreos 2 nos muestra que la redención no solamente sirve para perdonar los pecados a fin de que el hombre pueda ser salvo, sino también para restaurar al hombre y volverlo al propósito de la creación.

Podemos comparar la redención al valle que está entre dos cumbres. Mientras uno desciende de una cumbre y se prepara para subir a la otra, encuentra la redención en la parte menos elevada del valle. Redimir significa simplemente impedir que el hombre caiga más, y significa también elevarlo. Por una parte, la voluntad de Dios es eterna y recta, sin ninguna bajada, a fin de que se cumpla el propósito de la creación. Por otra parte, sucedió algo. El hombre cayó, y se apartó de Dios. La distancia entre él y el propósito eterno de Dios se ha alejado cada vez más. La voluntad de Dios desde la eternidad hasta la eternidad es una línea recta, pero desde la caída del hombre, éste no ha podido alcanzarla. Damos gracias a Dios, porque existe un remedio llamado redención. Cuando llegó la redención, el hombre no necesitaba bajar más. Después de la redención, el hombre es cambiado y empieza a subir. Mientras siga subiendo el hombre, un día volverá a tocar la única línea recta. Cuando alcance esta línea, vendrá el día del reino.

Agradecemos a Dios por la redención que tenemos. Fuera de ella nos hundiríamos cada vez más; Satanás no dejaría de oprimirnos hasta que no pudiésemos levantarnos. Alabado sea Dios, la redención nos hizo volver al propósito eterno de Dios. Lo que Dios no consiguió en la creación y lo que el hombre perdió en la caída son completamente recuperados en la redención.

Debemos pedir a Dios que nos abra los ojos para que veamos lo que El ha hecho a fin de que en nuestro vivir y en nuestra obra haya un verdadero cambio. Si toda nuestra obra consiste en salvar a otros, seguiremos siendo fracasos, y no podremos satisfacer el corazón de Dios. Tanto la redención como la creación sirven para obtener la gloria y derrocar todo el poder del diablo. Proclamemos el amor de Dios y la autoridad de Dios mientras vemos el pecado y la caída del hombre. Pero al mismo tiempo, debemos ejercer la autoridad espiritual para derrocar el poder del diablo. La comisión de la iglesia es doble: testificar de la salvación de Cristo y testificar de Su triunfo. Por una parte, el propósito de la iglesia consiste en traerle beneficios al hombre, y por otra parte, consiste en hacer que Satanás sufra pérdida.

EL DESCANSO DE DIOS

Entre los seis días de la obra creadora de Dios, la creación del hombre fue distinta. Dios realizó toda Su obra durante los seis días con este propósito. Su verdadera meta era crear al hombre, y para hacerlo, Dios primeramente tenía que recuperar la tierra y los cielos arruinados. (Génesis 2:4 dice: “Estos son los orígenes de los cielos y de la tierra cuando fueron creados, el día que Jehová Dios hizo la tierra y los cielos”. La expresión “los cielos y la tierra” alude a la creación en el principio, pues en aquel tiempo los cielos fueron los primeros en ser formados y luego la tierra. Pero la segunda parte: “el día que Jehová Dios hizo la tierra y los cielos” se refiere a Su obra de recuperación y restauración, puesto que en esta obra primero se ocupó de la tierra y luego del cielo.) Después de restaurar la tierra y el cielo arruinados, Dios creó al hombre que deseaba. Después del sexto día, vino el séptimo día; en aquel día Dios descansó de todo Su trabajo.

El descanso viene después del trabajo; el trabajo tiene que venir primero, y luego puede seguir el descanso. Además, el trabajo debe ser terminado de manera completa y satisfactoria antes de que pueda haber un descanso. Si el trabajo no es terminado de esta manera, nunca podrá haber descanso para la mente o para el corazón. Por consiguiente, no debemos tomar a la ligera el hecho de que Dios descansó después de seis días de creación. El hecho de que Dios descanse es algo importante. Era necesario que El ganara cierto objetivo antes de poder descansar. ¡Cuán grande debe ser el poder que incitó al Creador Dios a descansar! Se necesita la mayor fuerza para incitar a Dios, quien planea tanto y quien está tan lleno de vida, a descansar.

Génesis 2 nos muestra que Dios descansó en el séptimo día. ¿Cómo Dios pudo descansar? El final de Génesis 1 relata que eso sucedió porque “vio Dios todo lo que había hecho, y he aquí que era bueno en gran manera” (v. 31).

Dios descansó el séptimo día. Antes del séptimo día, tenía cosas que hacer, y antes de Su trabajo, tenía un propósito. Romanos 11 menciona la mente del Señor y Sus juicios y caminos. Efesios 1 habla del misterio de Su voluntad, Su beneplácito y Su propósito predeterminado. Efesios 3 también habla de Su propósito predeterminado. Con estas escrituras deducimos que Dios no es solamente un Dios que obra, sino un Dios que se propone y planea. Cuando El se deleitaba en trabajar, se puso a trabajar; El trabajó porque deseaba trabajar. Cuando El tuvo satisfacción en Su trabajo, descansó. Si deseamos conocer la voluntad de Dios, Su plan, Su beneplácito y Su propósito, todo lo que necesitamos hacer es mirar lo que le hizo descansar. Si vemos que Dios descansa en cierta cosa, entonces podemos saber que se trata de algo que El estaba buscando originalmente. El hombre tampoco puede descansar en algo que no lo satisface; él debe conseguir lo que busca y entonces tendrá descanso. No debemos considerar este descanso a la ligera, pues su significado es muy importante. Dios no reposó durante los primeros seis días, pero sí lo hizo el séptimo día. Su reposo revela que Dios realizó el deseo de Su corazón. El hizo algo que le complacía. Por consiguiente, El pudo descansar.

Debemos considerar la expresión “he aquí” en Génesis 1:31. ¿Cuál es su significado? Cuando compramos algo que nos satisface particularmente, lo miramos en todos los ángulos. Esto queda implícito en la expresión “he aquí”. Dios no echó un vistazo a todo lo que había hecho y vio que era bueno. Por el contrario, El contempló todo lo que había hecho y vio que era muy bueno. Debemos considerar que Dios estaba allí en la creación mirando lo que El había hecho. La palabra “reposó” declara que Dios estaba satisfecho, que Dios se deleitaba en lo que había hecho; proclama que el propósito de Dios fue alcanzado y Su beneplácito fue cumplido a lo sumo. Su obra fue perfeccionada hasta el punto de no poder mejorar.

Esta es la razón por la cual Dios mandó que los israelitas observaran el sábado en todas sus generaciones. Dios buscaba algo. Dios buscaba algo que lo satisfaciera, y lo logró; por lo tanto, descansó. Este es el significado del sábado. No tiene que ver con comprar menos o de caminar pocas millas. El sábado nos dice que Dios tenía un deseo en Su corazón, un requisito que al llenarse le satisfacería, y que una obra había de realizarse para que se cumpliera el deseo de Su corazón y Su requisito. Puesto que Dios logró lo que quería, tiene Su reposo. No se trata de un día específico. El sábado nos dice que Dios ha cumplido Su plan, alcanzado Su meta, y satisfecho Su corazón. Dios es aquel que exige satisfacción y es también aquel que puede ser satisfecho. Después de tener lo que desea, Dios descansa.

¿Qué, pues, trajo reposo a Dios? ¿Qué es lo que le dio tanta satisfacción? Durante los seis días de la creación, había luz, aire, pasto, hierbas y árboles; estaban el sol, la luna y las estrellas, los peces, pájaros, ganado, animales que se arrastran y bestias. Pero en todas estas cosas, Dios no encontró reposo. Finalmente, allí estaba el hombre, y Dios reposó de toda Su obra. Toda la creación antes del hombre era algo preparatorio. Todo el anhelo de Dios se centraba en el hombre. Cuando Dios ganó a un hombre, estuvo satisfecho y descansó.

Leamos nuevamente Génesis 1:27-28: “Y creó Dios al hombre a su imagen, a imagen de Dios lo creó; varón y hembra los creó. Y los bendijo Dios, y les dijo: fructificad y multiplicaos; llenad la tierra, y sojuzgadla, y señoread en los peces del mar, en las aves de los cielos, y en todas las bestias que se mueven sobre la tierra”. Leamos ahora Génesis 1:31 con Génesis 2:3 “Y vio Dios todo lo que había hecho, y he aquí que era bueno en gran manera… Y bendijo Dios al día séptimo, y lo santificó, porque en él reposó de toda la obra que había hecho en la creación”. Dios tenía un propósito, y este propósito consistía en ganar a un hombre, un hombre con autoridad para gobernar la tierra. La realización de este propósito era lo único que podía satisfacer el corazón de Dios. Si se lograba eso, todo estaría bien. En el sexto día, se cumplió el propósito de Dios. “Y vio Dios todo lo que había hecho, y he aquí que era bueno en gran manera … y … el séptimo día reposó de toda la obra que había hecho”. El propósito y el anhelo de Dios fueron logrados; El podía parar y descansar. El descanso de Dios se basó en este hombre que tomaría dominio.