Watchman Nee Libro Book cap.5 Cristo es todas las cosas y los asuntos espirituales

Watchman Nee Libro Book cap.5 Cristo es todas las cosas y los asuntos espirituales

NO ASUNTOS NI COSAS BUENAS, SINO CRISTO

CAPÍTULO CINCO

NO ASUNTOS NI COSAS BUENAS,

SINO CRISTO

Lectura bíblica: Jn. 8:28; Col. 3:3-4; 1:16-20

LOS PENSAMIENTOS Y LAS EXIGENCIAS DEL HOMBRE

El primer don que recibimos de Dios fue Su Hijo, Cristo. Sin embargo, cada persona tiene una medida diferente de conocimiento de Dios. Entre los hijos de Dios, algunos conocen al Señor Jesús como uno de los muchos dones de Dios, mientras que otros lo conocen como el único don que Dios les dio. Estos declaran que el Señor Jesús es el don de Dios, mientras que aquéllos aceptan al Señor Jesús sólo como su primer don, y luego siguen viendo muchos otros dones. Existe el primer don, pero también el segundo, el tercero, el cuarto, el quinto, el décimo, el milésimo y así sucesivamente.

Cuando el hombre cree en el Señor, le acepta y recibe la salvación. Pero después descubre que, a pesar de haber sido salvo, todavía tiene muchas deficiencias y necesidades.

Algunos descubren que tienen un carácter irascible, y aunque son salvos, todavía son muy temperamentales. Otros se dan cuenta de que son muy orgullosos; aunque son salvos, su orgullo permanece. Otros descubren que son mansos y tímidos y que aún después de recibir la salvación, lo siguen siendo.

Por esta razón, encontramos que muchos de los hijos de Dios, después de creer en el Señor Jesús y ser salvos, esperan, piden, creen y oran delante del Señor y, por consiguiente, reciben muchos dones. Ellos toman al Señor Jesús como el Dador de los dones y lo consideran uno más de los muchos dones de Dios. Para ellos, El es sólo el primer don entre muchos.

Es muy interesante notar que cuando empezamos a seguir al Señor, descubrimos muchas necesidades en nosotros. Pensábamos que como ya éramos creyentes, no debíamos hacer ciertas cosas. No importaba qué clase de deficiencias tuviéramos, tan sólo por ser deficiencias, las considerábamos equivocadas. Por esta razón, oramos a Dios, esperamos, creímos, nos esforzamos y, con el tiempo, recibimos algo. En ese entonces, parecía difícil vencer nuestras deficiencias y nos regocijamos en nuestro corazón por haber recibido un don.

En circunstancias semejantes, muchos de los hijos de Dios empiezan a pensar que el propósito de los dones y de la gracia es sólo suplir su escasez. Si alguien escucha esto, podría preguntar: “¿Si el fin de la gracia de Dios no es suplir mis necesidades, entonces cuál es?” Muchos piensan que la única función de la gracia de Dios es llenar sus vacíos. Esto es comparable con el caso de una Biblia que se compone de dos mil páginas. Si le faltara una, trataríamos de conseguirla de algún modo. Eso mismo hacemos cuando queremos utilizar la gracia de Dios para llenar nuestra escasez. En otras palabras, pensamos que sólo nos falta una pequeña parte y nos imaginamos que al llenarla, seremos perfectos. Alguien dijo que le faltaban cinco cosas, y que tan pronto las obtuviera, estaría completo. Otros han dicho que les faltan diez virtudes y que tan pronto las consigan, quedarán satisfechos. Algunos pueden decir que tienen amor, y que sólo les falta algo de humildad, un poco de paciencia y unas cuantas cosas más; piensan que tan pronto obtengan lo que les falta, todo estará bien. La mente del hombre se centra en su necesidad o escasez. ¿Qué hace ante esto? Ora a Dios, y le pide que supla lo que le falta.

Sin embargo, el problema de muchos de nosotros es que nos hemos dado cuenta de que lo que pensamos que nos falta y lo que pedimos a Dios son simplemente “cosas” y no el Señor mismo. Nuestra escasez y nuestras oraciones siempre giran en torno a asuntos y cosas, todo lo cual es personal, individual y definible. Decimos que nos falta esto o aquello, y que si Dios nos lo da, todo estará bien.

Nos falta paciencia. ¿Pero qué tipo de paciencia buscamos? Por lo general, nuestros ojos no se dirigen al cielo. Si tal fuera el caso, miraríamos hacia arriba. Pero en la mayoría de los casos no miramos arriba, sino a nuestro alrededor. Suspiramos y pensamos que algunos hermanos están bien, pero nosotros no; ellos tienen paciencia y son mansos, mientras que nosotros tenemos mal genio y somos arrogantes. Quisiéramos ser tan pacientes y mansos como ellos. En cierta ocasión le pedí al Señor (quizá mi primera oración) que me diera una Biblia como la de cierto hermano. Nosotros sólo podemos orar por cosas que vemos, por cosas que hemos visto o por cosas que otros tienen. No podemos orar por algo celestial que nunca hemos visto. Por lo tanto, cuando oramos, pedimos paciencia como la de cierta persona, o humildad como la de otra. En nuestra mente ya tenemos un cuadro de lo que son la paciencia y la humildad.

Si cuando fuimos salvos Dios nos hubiera dicho que le iba a quitar la paciencia a cierta persona para dárnosla a nosotros, ¿no nos habríamos regocijado? Si pudiéramos tener más paciencia y más humildad de la que tenemos, estaríamos satisfechos y pensaríamos que somos perfectos.

Para muchos de nosotros la paciencia es algo que otros poseen. Entre los hermanos hay cierta virtud llamada paciencia, y nosotros quisiéramos tenerla. A menudo nos aborrecemos a nosotros mismos por tener tan mal genio, y culpamos a nuestros padres por habérnoslo legado. Desearíamos ser como otros, porque tienen algo que a nosotros nos falta. Muchos hijos de Dios procuran la paciencia como una virtud aislada; quieren algo que les impida enojarse y creen que necesitan esa virtud. Dios tiene esta virtud, y ella se encuentra en muchos lugares de la tierra, pero ellos no la poseen. Piensan que necesitan paciencia para no volver a enojarse.

En esto radica la diferencia entre un creyente genuino y uno que no lo es. Muchos hijos de Dios buscan cosas que piensan encontrar en alguna parte fuera de ellos mismos; esperan hallarlas en el señor Chang o en el señor Yu o en el señor Hsu o en esta o aquella persona, pero no en ellos mismos. Buscan algo que puede ser hallado en la tierra. Muchos piensan que eso es ser cristiano; por consiguiente, anhelan y procuran cosas, y eso es precisamente lo que obtienen. Muchos sólo reciben cosas, y su corazón se regocija y agradece al Señor por haberlas recibido.

EN EL MUNDO ESPIRITUAL SOLO SE HALLA CRISTO

Muchos creyentes no saben que en el mundo espiritual no hay una cantidad de elementos; allí solamente se halla Cristo. En el mundo espiritual no hay paciencia ni humildad ni santificación ni luz, sino únicamente Cristo.

El Señor tiene que hacer una obra profunda en nosotros, pues eso es lo que necesitamos. Si no se prestara a malentendidos, les diría que necesitamos una segunda salvación. Cuando fuimos salvos, vimos que nuestra necesidad era Cristo y no las obras; que la salvación se obtenía por medio de Cristo y no por obras. Ahora necesitamos otra visión clara y profunda: no necesitamos cosas, sino a Cristo. Necesitamos una experiencia tan sólida y profunda como la de nuestra salvación, y necesitamos que muchas cosas sean derribadas como sucedió entonces. Cuando fuimos salvos, muchas cosas fueron derribadas y obtuvimos a Cristo. De la misma manera, muchas cosas deben ser derribadas en nosotros hoy. La diferencia radica en que lo que fue derribado la primera vez eran cosas pecaminosas, mientras que hoy deben ser derribadas cosas espirituales. La primera vez fue el orgullo, los celos, la vanagloria, la ira y otros pecados; ahora son la paciencia, la humildad y la presunta santidad. Tales cosas deben ser derribadas para que podamos ver que Cristo es nuestra vida, y que El es el que es. En esto consiste la vida cristiana interior, la cual es diferente de lo que comúnmente se oye entre el puelo cristiano.

Si ustedes no se ofendieran, les hablaría con franqueza. Muchos hermanos han venido a hablar conmigo haciéndome muchas preguntas. Sólo les he podido decir que tal vez ustedes piensen que son mejores que otros, pero temo que por el resto de sus vidas no dejarán de ser lo que son hoy. Tienen muchas virtudes, una gran paciencia y una profunda humildad. Son personas muy aptas y amables. Son afectuosos, serviciales y comprensivos. Están dispuestos a hacer cualquier cosa por otros. Desde el punto de vista humano, es difícil hallar un creyente como ustedes. Pero, aun así, debo decirles francamente que todo lo que poseen son sólo “cosas”. Deben comprender que lo que es verdaderamente espiritual ante el Señor no son las cosas, sino el Señor Jesucristo mismo. No es importante lo que ustedes sean, lo que puedan hacer ni lo que tengan; lo único que cuenta es Cristo. Lo único que tiene valor espiritual es lo que Cristo haya realizado en ustedes. En el mundo espiritual no hay muchas cosas; sólo está Cristo, y El es la realidad de todos los asuntos y las cosas de Dios.

AL TOCAR A CRISTO, TOCAMOS LA VIDA

Permítanme compartir algunas aplicaciones prácticas. Discúlpenme por mencionar algunas de mis experiencias personales. Hace algunos días un hermano tuvo un accidente en su casa. Ya que soy uno de los responsables de la iglesia, fui a visitarlo, le manifesté mi disposición de brindarle ayuda y le expresé mi interés por su caso; pues no quería dejar para después lo que era mi deber. Debemos ser creyentes llenos de amor o no ser creyentes en absoluto. Sin embargo, lo extraño fue que cuando decidí ir a visitar a este hermano, mientras me dirigía hacia su casa, interiormente me sentía cada vez más frío. Nada parecía responder en mi interior. Inmediatamente comprendí que lo que estaba haciendo era sólo un esfuerzo por actuar amorosamente; estaba tratando de expresar amor fraternal, pero como era yo el que lo estaba haciendo, aquello me llevó a experimentar muerte. Estaba haciendo lo correcto y era algo bueno, pero no era Cristo pues lo estaba haciendo por mi propio esfuerzo. El resultado de aquella acción fue muerte interior. Experimenté muerte y mucha frialdad en mi interior. La acción que realicé no me infundió nada de vida; sólo fue un acto humano de amor carente del Señor. Llegué a la conclusión de que fui yo el que amó. Siempre que tocamos a Cristo, recibimos vida. Pero siempre que nos involucramos en alguna actividad sin el Señor, obtenemos muerte. Cada vez que tratemos de hacer algo por nuestro propio esfuerzo, sin duda obtendremos muerte.

Tengamos presente que la vida cristiana se relaciona exclusivamente con Cristo; es únicamente Cristo. No es un cúmulo de virtudes. Si pudiéramos reunir toda la paciencia del mundo y millares de virtudes, no podríamos con ello producir un creyente. Si le añadimos toda la humildad que existe sobre la tierra, tampoco podríamos lograrlo. Si juntáramos millares de virtudes, lo que tendríamos sería un gran cúmulo de “cosas”, pero no a Cristo.

Hace algunos años, mis colaboradores bromeaban conmigo acerca de no pasar vergüenza y guardar las apariencias. Yo no sólo trataba de protegerme a mí mismo, sino también a otros, pues no me gustaba dejar a otros al descubierto y tampoco que otros se sintieran apenados después de salir de mi casa; no quería que se sintieran mal por lo que yo dijera. Antes de que otros se sintieran avergonzados de alguna forma, yo me avergonzaba primero por ellos. Me gustaba ser una persona amable, pero cuando trataba de ser bueno y amable ante los hermanos, algo dentro de mí me indicaba que estaba en muerte. Inmediatamente experimentaba la muerte espiritual, y la vida se extinguía en mí. Esto obedecía a que la amabilidad era sólo una virtud, era algo que yo desarrollaba; aquello no era Cristo. Por eso inmediatamente caemos en muerte; es como tocar un cadáver. Quedamos débiles e imposibilitados. Algo dentro de nosotros se derrumba y nos dice que todo se ha perdido.

El problema radica en que siempre que nos involucramos con una “cosa”, no hayamos nada en ella excepto muerte. Una vez que obtenemos una cosa, inmediatamente sentimos muerte, ya que aquello no es Cristo. Pero si tocamos a Cristo, inmediatamente tocamos la vida, ya que Cristo es la vida.

SOLO EL ÁRBOL DE LA VIDA TIENE VIDA

Con frecuencia nuestras propias obras nos condenan. Aquellos que sirven al Señor procuran serle más útiles. Es bueno y correcto servir al Señor, pero el servicio que le rendimos requiere en muchas ocasiones que suframos, que nos sacrifiquemos y que invirtamos nuestras energías y nuestro dinero. Sin embargo, lo extraño de esto es que muchas veces cuando hacemos estas cosas, no tocamos la vida. Por el contrario, recibimos muerte, nos debilitamos y sentimos que algo está mal en nuestro interior. Algo dentro de nosotros nos dice que estamos mal. ¿Por qué sentimos eso? Mientras sirvamos al Señor, trabajemos y planeemos hacer cosas para El, nos debilitaremos y algo dentro de nosotros nos reprenderá enérgicamente. En muchas ocasiones la reprensión que sufrimos por causa del pecado es menos severa que la que recibimos cuando procuramos efectuar actividades buenas.

Muchos piensan que el Señor sólo los reprenderá interiormente cuando pequen. ¡Pero no es así! Frecuentemente el Señor nos reprende mientras estamos haciendo algo bueno. El debido principio ante los ojos de Dios no es el principio del árbol del conocimiento del bien y del mal, sino el principio del árbol de la vida. No basta con diferenciar entre el bien y el mal; todo depende de la vida. Todo aquel que se alimenta del árbol del conocimiento del bien y del mal, ciertamente morirá. Sólo el árbol de la vida nos infunde vida.

LAS DOS CLASES DE VIDA CRISTIANA

Entre los hijos de Dios encontramos dos clases de vida cristiana. Una de ellas se encuentra llena de virtudes, y la otra sólo se compone de Cristo. Exteriormente, ambas parecen igualmente buenas. No notamos ninguna diferencia entre ellas. Una habla acerca de la humildad, la mansedumbre, el amor y el perdón, y la otra habla de lo mismo. Externamente ambas son más o menos lo mismo; aparentan ser la misma cosa. Pero en una de ellas sólo encontramos una larga lista de virtudes, mientras que en la otra encontramos a Cristo. En realidad, las dos son completamente diferentes.

CON CRISTO ES NECESARIA LA CRUZ

Me gustaría recalcar que cuando tenemos virtudes, no necesitamos la cruz. Pero con Cristo sí es necesaria la cruz. Esta no sólo nos restringe del pecado, sino también de nuestras propias actividades. La cruz no sólo nos dice que no debemos pecar, sino que también nos prohibe realizar nuestras propias actividades. El problema de los hijos de Dios es que piensan que todo está en orden siempre que hagan lo bueno. No han visto que el bien es sólo “cosas”. A Dios le interesa Cristo. Cristo es la verdadera virtud. El es la vida. Si El no se mueve, nosotros no actuamos. Es fácil decir muchas palabras reconfortantes a otros, pero si no es Cristo quien las dice, no debemos proferirlas, pues si lo hacemos, tocaremos la muerte, nos debilitaremos, decaeremos y nos derrumbaremos. Podemos ayudar a otros de muchas maneras. Podemos ser muy amables, a tal grado que piensen que somos muy buenas personas. Pero cuando actuamos así, algo se derrumba dentro de nosotros y nos debilitamos. Por eso vemos que necesitamos la cruz. Las muchas virtudes que obtenemos por medio de las buenas obras no requieren la cruz. Necesitamos la cruz para permitir que el Señor viva en nosotros y sea nuestro todo. Cuando El no actúa, nosotros no debemos movernos. Tenemos que pedirle al Señor que nos libre de nuestras acciones buenas y justas de la misma manera que le pedimos que nos libre de nuestros pecados. Es fácil pedirle que nos libre de nuestros pecados, pues nosotros mismos los condenamos, pero no es fácil pedirle que nos libre de nuestra vida natural, pues muchos aún no la hemos condenado ni nos hemos dado cuenta siquiera de que la tenemos, y por consiguiente, tampoco la hemos rechazado.

CRISTO ES NUESTRA SANIDAD

¿Qué significa el hecho de que Cristo sea la realidad de todos nuestros asuntos y nuestras virtudes, y qué significa para nosotros tenerlo como tal realidad? Creo que podemos usar una analogía al respecto con nuestro cuerpo físico. Muchos son débiles físicamente, y piden a Dios que los sane. Podemos encontrar tres clases de resultados, o tres clases de fe en esta petición. Algunos creen que Dios los puede sanar; otros creen que El les dará salud; pero otros creen que El es su sanidad.

¿Cómo ora una persona que tiene una enfermedad y qué busca? El supone que Dios lo puede sanar. Como Dios es viviente, él lo busca para que lo sane, lo toque con Su poder, para que sea su médico y manifieste Su poder sanador en él. Si ése es el caso, su Dios está tan lejos de él como su doctor. Me pregunto si entienden a qué me refiero, pues ésta es una palabra crucial. Mucha gente quiere que Dios sea su sanador, pero la distancia entre Dios y ellos es tan grande como la distancia entre ellos y los doctores terrenales.

Otros tienen un concepto algo más elevado y le piden a Dios que les dé salud. Así que, un buen día Dios los sana. Muchos oran, suplican y esperan ser sanados; sin embargo, ¿por qué están débiles continuamente? Hay muchos que esperan que Dios los sane pero continúan siendo débiles. Sin embargo, tener a Dios como el sanador, y ser sanados, son sólo experiencias externas; no son más que cosas.

¿Cuál es el resultado de estas experiencias? Muchas veces Dios está dispuesto a sanarnos. No estoy diciendo que no lo pueda hacer; Dios sí puede sanar a Sus hijos. Pero muchas veces El no lo hará, sino que los dejará en la condición en que estén para enseñarles algo. Cuando creímos en el Señor, Dios estaba dispuesto a sanarnos. Pero después de un tiempo, El nos tomará en Sus manos, nos educará y nos enseñará lecciones. Entonces dejará de ser nuestro sanador. Dios reserva lo mejor para aquellos que El considera lo mejor; El llega a ser la sanidad de ellos. No les da sanidad, sino que El llega a ser susanidad. Para ellos, El no llega a ser el Dios que sana, sino el Dios viviente que es su sanidad. Dios es nuestra sanidad. No sé cómo expresarlo más claramente; sólo puedo decir de la manera más reverente delante del Señor, que Cristo es nuestra sanidad.

El problema es que muchos ven la sanidad como una cosa aislada. Piensan que es algo aparte de Cristo y que todo termina después de que El efectúa tal acción. Recordemos la historia de la mujer que tocó a Cristo y cómo el Señor sintió que de El salió poder. La Biblia dice que el Señor percibió que de El había salido poder (Lc. 8:46). Me tomo la libertad de declarar explícitamente que Cristo mismo brotó como poder. El no estaba efectuando una sanidad, sino que El era la sanidad. Cuando El llegó a ser la sanidad, los hombres fueron sanados.

Con frecuencia podemos encontrarnos débiles aunque sigamos alimentándonos. No obstante podemos levantar nuestra cabeza y decirle al Señor: “Señor, no espero que seas mi sanador sólo para alejarme después que me hayas sanado. Tampoco espero que me sanes y luego te alejes. Aunque mi salud permanezca, espero que Tú, Señor, seas mi sanidad. Es cierto que Tú me sanas, pero deseo que seas el sanador que mora en mí. Mi sanidad debe ser una persona; una persona que haya venido a ser mi salud”. Dios llega a ser nuestra salud. Cristo llega a ser nuestra salud. ¿Existe alguna diferencia entre ser sanado y conocer a Cristo como nuestra sanidad? Sí, ¡hay una diferencia enorme! Cuando aprendí esta lección, vi que no sólo poseía algo llamado sanidad, sino que poseía una persona que había llegado a ser vida para mi cuerpo. Al comprender esto, todos mis problemas se solucionaron y vi que mi cuerpo tenía una estrecha relación con el Señor. Cuando tengo un problema con el Señor, mi cuerpo inmediatamente tiene un problema con El. Si El quiere pasarnos por pruebas o hacer algo más con nosotros, no podemos resistirnos. Todo lo que tenemos depende del Señor. Sólo podemos acudir a El; no podemos hacer nada más. Esto es absolutamente diferente de tomar la sanidad como un beneficio aislado.

Doy gracias al Señor por sanarme muchas veces. Puedo contar que yo estaba enfermo cierto día de cierto mes de cierto año, y que Dios me sanó en cierto día de cierto mes de cierto año. Puedo contar muchos casos en los que fui sanado a una hora específica de un día específico y en cierto mes de cierto año. Puedo contar muchos casos de sanidad, pero aquellas sanaciones fueron pequeñas. Fueron beneficios aislados que pueden enumerarse. Si tengo un caso, dos, diez o veinte casos, los puedo enumerar. Sin embargo, puedo contarles también otra historia, que a cierta hora de cierto día, de cierto mes de cierto año, Dios abrió mis ojos para ver que Cristo es mi sanidad. Esto es algo que no puede repetirse ni cuantificarse. Con una vez basta. No es un caso que pueda ser enumerado; es una persona; es la sanidad personificada. Mi sanidad es una persona que está en mí continuamente como mi sanidad. Gloria al Señor porque éste es un hecho. Recibir una sanidad de parte de Dios y tenerle como mi sanidad son dos cosas completamente diferentes. Una es una “cosa”, y la otra es una persona.

Pablo no fue sanado, sino que recibió a Aquel que es la sanidad. ¿Podemos ver la diferencia entre estas dos cosas? Pablo mostró en 2 de Corintios 12 que él no fue sanado (v. 9). El no recibió eso que llamamos sanidad. En Pablo vemos una persona que era continuamente su sanidad. Su debilidad permaneció con él, pero su sanidad también permaneció con él. Su debilidad era crónica, pero su sanidad habitaba en él. ¿Qué es la sanidad? Para nosotros, sanidad es eliminar algo. En realidad, la sanidad no es quitar algo, sino obtener algo. La sanidad no es la ausencia de la debilidad, sino la presencia del poder.

Cuando vi este asunto por primera vez, la luz vino poco a poco, ya que mi mente estaba llena de cosas; estaba completamente rodeado de cosas. No comprendía que el Señor quería ser las cosas que yo buscaba, y no entendía que la sanidad no era una cosa. Unicamente sabía que el Señor me había prometido algo; no sabía que el Señor quería ser mi sanidad. Sólo sabía de la promesa del Señor; no había conocido al Señor como mi sanidad. Un día leí el relato de Pablo en 2 Corintios y me pareció bastante extraño. Al Señor le habría sido fácil otorgarle la sanidad. Quitar el aguijón era tan fácil para el Señor como lo es para un doctor eliminar los microbios. ¿Por qué el Señor no sanó a Pablo? Yo le pregunté al Señor esto en oración, y mientras oraba, El me mostró algo. En 1923 el hermano Weigh me invitó a predicar en cierto lugar. Para llegar allí tuve que tomar una pequeña embarcación y viajar a lo largo del río Min. Con bastante frecuencia las embarcaciones se atascaban en el lecho del río, debido a que el agua no era muy profunda y a que las rocas eran grandes. En muchas ocasiones las embarcaciones tenían que ser remolcadas. Mientras yo oraba, me vino a la mente esa escena. Yo dije: “Dios, ¿sería fácil para Ti quitar las rocas, lo cual sería maravilloso, pues así los barcos podrían navegar libremente?” Leí 2 Corintios 12 y comprendí que esto fue exactamente lo mismo que Pablo pidió. El agua tenía poca profundidad, y las rocas estaban cerca de la superficie; Pablo oró para que Dios quitara las rocas para poder navegar con facilidad, pero en vez de eso, El hizo que el nivel del agua aumentara, y así la embarcación pudo pasar sobre las rocas. Esto es lo que Dios hace hoy. Nuestro problema, el cual se expresa en nuestra oración, radica en que sólo buscamos la sanidad aisladamente. Pero la respuesta del Señor es que El mismo es nuestra sanidad. Cuando El está presente, podemos trascender a nuestros problemas. La debilidad de Pablo todavía estaba presente. El no luchó con sus propias fuerzas para combatirla. Si lo hubiera hecho, únicamente habría podido decir que su propio empeño acampaba sobre él. Pero fue el poder de Cristo el que acampó sobre él (v. 9). Era Dios quien operaba. Aquí vemos una diferencia básica. El hecho de que Dios me dé algo es completamente diferente a que El mismo sea ese algo. Dios en mí llega a ser lo que necesito.

LAS COSAS NO PERDURAN PARA SIEMPRE

Las cosas espirituales tampoco perduran eternamente. ¿Qué es lo que muchos buscan y desean? Ellos buscan “cosas”. Muchas hermanas han venido a mí y me han dicho que desean tener paciencia. Me parece que la palabra “paciencia” era muy pequeña para ellas. Ellas deseaban poder ser pacientes; pensaban que sería maravilloso que Dios les diera una dosis de paciencia y que al tomarla, llegarían a ser pacientes. Ellas buscaban una paciencia que les durara de tres a cinco días, pues tendría una fecha de vencimiento. Con el tiempo, la palabra “paciencia” se fue empequeñeciendo, hasta que un día se extinguió. Si lo que pedimos es una cosa, ésta llegará a su fin algún día. Aún cuando sea algo que uno reciba por medio de la oración, se terminará. Algunas veces Dios contesta las oraciones de Sus hijos para satisfacer sus necesidades inmediatas y para complacerlos. Pero esto no lo hace siempre.

En el mundo de Dios no hay muchas cosas, pues allí Cristo lo es todo y está en todo. Dios únicamente tiene a Cristo. El no permitirá que la paciencia, la humildad o el amor perduren indefinidamente sobre la tierra como virtudes aisladas. ¿Qué quiere El al final? El quiere mostrarnos que Cristo es la paciencia, la humildad y el amor. El no nos da virtudes sino a Cristo. Un día, cuando tengamos la debida relación con el Señor, se resolverá el asunto de la paciencia. Lo que en realidad importa es Cristo, no la paciencia. Una vez que nuestra relación con Cristo se normalice al grado que Dios espera, el problema de la falta de paciencia se resolverá, lo mismo que la cuestión del orgullo y diez mil asuntos más. El resultado será Cristo, y no virtudes.

EL CONOCIMIENTO DE CRISTO

Basándonos en lo anterior, podemos decir que ante Dios todo depende del conocimiento que tengamos de Cristo. ¿Qué significa conocer a Cristo? Muchos conocen a Cristo como su amor, y otros como su humildad. Algunos lo conocen más, y otros menos. Cualquier cosa que ustedes piensen que Cristo es, tal cosa llega a ser su conocimiento personal de Cristo. En esto consiste conocer a Cristo. Conocer a Cristo no es un término abstracto ni es algo estático. Nuestro conocimiento de Cristo es algo positivo y palpable. Conocemos a Cristo al conocerle como las diferentes cosas que recibimos; reconocemos que El es cierta virtud para nosotros.

Algunos de ustedes pueden testificar: “Yo no sabía lo que era ser limpio, debido a que todo mi ser, mi corazón, mi mente y mis pensamientos, estaban sucios. Pero gracias al Señor que Cristo llegó a ser mi limpieza. Dios ha hecho que Cristo sea mi limpieza”. Pueden darse cuenta que esta virtud no es algo que ustedes tienen, sino que es Cristo. Cuando Cristo vive en uno, El trae consigo todas estas cosas. En esto consiste la verdadera vida cristiana.

Debo decir francamente que a menos que un hijo de Dios tenga los ojos abiertos y vea que todo lo que necesita es Cristo, no será muy útil, ya que lo único que tiene es su comportamiento y su esfuerzo continuo. Aún si ora y Dios le da algo, sólo obtiene cosas temporales que no tienen ningún valor espiritual ante Dios.

Para algunos, la gracia de Dios viene en forma de artículos individuales y separados, pero para otros, viene en la forma de una persona, la cual es el Hijo de Dios. Un día ustedes le dirán a Dios: “Te agradezco y te alabo porque la gracia que recibí es Cristo. Mi gracia es algo personificado, es una persona”. Cuando vean la diferencia entre estas dos cosas, entenderán la diferencia entre la vida y la muerte. Muchos hermanos únicamente pueden diferenciar entre el bien y el mal, entre lo bueno y lo malo, pero no entre la vida y la muerte. Esto se debe a que ellos no ven que todas las cosas están en Cristo. El, la persona, es los asuntos y las virtudes. En la esfera espiritual, sólo está Cristo; no hay un cúmulo de asuntos ni de cosas.

Si algún día Dios abre nuestros ojos, veremos que las virtudes que recibimos y lo que pedimos no pasan de ser cosas. Esto es extraño, pero es cierto. Un hombre puede estar lleno de muchas virtudes; puede ser paciente, manso, humilde, fiel, amoroso, cariñoso, benigno y misericordioso; puede estar lleno de muchas cualidades. Pero sólo se ve en él un gran cúmulo de cosas. Al menos se puede determinar la diferencia entre el dedo y el anillo, entre la cabeza y el sombrero, entre los ojos y las gafas, y entre el cuerpo y la ropa. Si se puede determinar la diferencia entre estas cosas, se podrá notar la diferencia entre Cristo y las virtudes. Si uno nunca ha visto esto, se asombrará de oírlo, pero si ya lo ha visto, comprenderá que esto es sencillo. Las virtudes mismas son inertes, y exteriormente sólo producen muerte. Cuando uno aplica dichas cosas, si tiene alguna sensibilidad espiritual, percibirá que el resultado exterior es muerte, y que no producen vida.

Lo único que se puede decir acerca de ciertas personas es que son muy buenas y agradables. Sólo se puede ver el bien y el mal en ellas; no se aprecia nada espiritual. Se puede decir que algunos hermanos son buenos, agradables, tienen un buen carácter, son pacientes, perseverantes y abnegados. Si su paciencia, sus sufrimientos, su abnegación, su humildad y su amor son simples virtudes, uno los puede amar, pero en el momento que los toca, recibe muerte, y algo se derrumba interiormente. Habrá una reacción en contra de aquellas virtudes. La vida posee un fuerte poder de reacción. En ocasiones una persona puede expresarse afablemente, aunque lo que diga sea incorrecto, e inmediatamente se produce una reacción severa contra eso. Tomemos la reunión de oración como ejemplo. ¿Qué significa para ustedes decir amén? Significa que la vida los toca. Cuando un hermano ora, y la oración toca la vida que hay en uno, espontáneamente uno responde con un amén desde su interior. Otras oraciones podrán ser formales, elocuentes y expresadas a viva voz, pero cuanto más largas son, más frialdad interior producen. Uno desea que aquella oración cese, porque la oración es exactamente como la persona que la ofrece. Puede haber algo en esa oración, pero lo único que traerá será muerte. Así como le trae muerte a uno, les traerá muerte a los demás. Las cosas no tienen ningún valor espiritual, debido a que es el hombre el que las genera.

Si lo que presentamos es válido, no hay nada más que podamos hacer ante el Señor. Sólo podemos acudir a El; no podemos decir nada ni hacer nada. Hermanos, debemos comprender claramente que nuestras obras son abominables a los ojos de Dios. Si verdaderamente somos guiados por el Señor a seguir adelante en este camino, sin duda nos daremos cuenta de que Dios detesta el pecado y que también aborrece la buena conducta. Al hombre que peca, Dios le dice que perecerá, y al que se conduce rectamente, le dice que no puede ser salvo. Dios rechaza el buen comportamiento tanto como al pecado. Dios únicamente acepta a Su Hijo Jesucristo. Sólo cuenta lo que Cristo hace en nosotros. Damos gracias a Dios porque es El quien actúa, y no nosotros. Nosotros no somos humildes, pero El sí. No somos nosotros los que amamos, sino El. El no nos da el poder, sino que El es nuestro poder.

Hermanos, no sé qué más decir. Espero que los que fueron salvos recientemente, pongan especial atención a este asunto. Tan pronto como sean librados de las cosas espirituales, tocarán al Señor. Cuanto más pronto, mejor. Cuanto más se demoren, menos verán. Aquellos que tienen muchas cosas acumuladas sobre sí, no pueden ver fácilmente. Dios tendrá que hacer un gran trabajo disciplinario en ellos y derrotarlos a fin de quitarles muchas cosas para que puedan tomar a Cristo. No obstante, mientras avancen algo en su vida cristiana, Dios los despojará continuamente de diversas cosas para poder darles a Cristo.

Esperamos ese día cuando todas las cosas que hay en los cielos y en la tierra serán reunidas en Cristo. Un día la Palabra de Dios se cumplirá, y Cristo lo será todo. Aquellos que no saben que Cristo es el todo hoy, no podrán esperar que El sea el todo en aquel día. Ahora Cristo es la totalidad de mis cosas. El es todas las cosas para mi. Dios ya nos dio a Su Hijo. El se nos dio a Sí mismo. Esto es lo que El nos dio. Hoy Cristo debe serlo todo en nosotros. No debe haber diferencia entre Cristo y las cosas que Dios nos da. Nada puede ser considerado como una cosa espiritual en sí misma, pues Cristo lo es todo. Todas las cosas son Cristo. Cristo lo es todo en todo. Esto tiene que empezar con nosotros en la iglesia hoy. Podemos declarar que El lo es todo porque sabemos y reconocemos que es un hecho. También podemos declarar que El está en todo. El está en nuestra paciencia, en nuestra mansedumbre y en nuestro amor. Un día (y esperamos que ese día llegue pronto) el Hijo de Dios lo será todo y someterá todas las cosas, porque ¡El lo es todo en todo! En aquel día, entenderemos lo que aprendimos hoy. ¡Que el Señor nos bendiga a todos!

ORACIÓN

¡Oh, Señor! oramos pidiéndote gracia. Confesamos que nuestros ojos están cerrados; no vemos claramente. Sabemos acerca de las cosas, pero no conocemos a Cristo. Nuestro Señor parece muy lejano, y las cosas parecen tan cercanas. Señor, te pedimos que abras nuestros ojos para que Cristo llegue a ser real para nosotros, para que las cosas terminen y para que la vida nos llene. Señor, te pedimos que nos libres de tantas cosas, a fin de conocerte como una persona. Señor, Tú que eres nuestra persona, ven a ser todas nuestras cosas, para que todas las virtudes que nos das lleguen a ser vivientes y para que otros puedan verte a Ti en ellas. Señor, sabemos que estas dos maneras de vivir son completamente diferentes. Qué gran diferencia hay entre el camino del pecado y el de la justicia. De igual modo, cuán diferente es la senda de un verdadero creyente y la de un cristiano postizo. Muchas cosas deben ser quebrantadas. Tú tienes que quebrantarnos. No nos permitas engañarnos a nosotros mismos creyendo que hemos visto algo, cuando en realidad no lo hemos visto; ni nos dejes pensar que hemos tocado el camino correcto, cuando en realidad no lo hemos tocado; ni nos dejes pensar que estamos llenos de vida cuando toda nuestra vida gira en torno a nuestra buena conducta; ni permitas que pensemos que estamos llenos de Cristo cuando estamos llenos de meras virtudes. Señor, tócanos; fórjate en nosotros de una manera poderosa, para que todas las cosas interiores y exteriores sean sólo Tú, Tú mismo.

Señor, bendice estas palabras para que lleven fruto y vuelvan los hombres a Ti de una manera excelente. Expresa Tú lo que el hombre no puede. Cubre las debilidades del hombre y perdona su insensatez. Obtén algo entre nosotros. Necesitamos ser puestos en evidencia. En esta ocasión quita nuestras máscaras, y permítenos vernos como Tú nos ves. Danos una pequeña luz, y resplandece en medio de toda falsedad e imitación, para que veamos claramente los substitutos y lo que no eres Tú. Bendice nuestras palabras, y glorifica Tu nombre. En el nombre del Señor Jesús, amén.