Watchman Nee Libro Book cap.42 El hombre espiritual
LA VICTORIA SOBRE LA MUERTE
DÉCIMA SECCIÓN
CAPÍTULO CUATRO
LA VICTORIA SOBRE LA MUERTE
La experiencia de vencer la muerte no es extraña entre los santos. Por la sangre del Cordero, los israelitas fueron librados de la mano del ángel que mató a los primogénitos de Egipto. David fue librado de las garras del león y del oso y también de la mano de Goliat. Eliseo en cierta ocasión esparció harina en una olla para eliminar un veneno mortal (2 Reyes. 4:38 al 41). Sadrac, Mesac y Abed-nego, no se quemaron en el horno de fuego ardiendo (Daniel. 3:16 al 27). Daniel vio cómo Dios cerró la boca de los leones cuando fue echado en el foso (6:21 al 23). Pablo en cierta ocasión sacudió una víbora en el fuego sin sufrir daño alguno (Hch. 28:3 al 5). Enoc y Elías, ejemplos aún más excelentes de vencer la muerte, fueron llevados al cielo sin pasar por la muerte.
Dios desea conducir a Sus hijos a la experiencia de vencer la muerte. Es crucial vencer el pecado, el yo, el mundo y Satanás; pero nuestra victoria todavía no será completa si no vencemos la muerte. Si deseamos tener una victoria completa, debemos vencer la muerte, el último enemigo (1 Corintios. 15:26). Si no vencemos la muerte, dejamos suelto un enemigo.
La muerte, que proviene de Satanás, se halla en el mundo natural y también está dentro de nosotros. La tierra esta bajo maldición, y todas las criaturas están bajo el efecto de esta maldición. Si deseamos vivir en constante victoria en este mundo, tenemos que vencer la muerte que hay en él. La muerte también reside en nuestro cuerpo. Desde el día en que nacimos, la muerte ha estado operando en nosotros, pues desde que nacimos vamos en camino a la tumba. No debemos pensar en la muerte solamente como una “puerta” que cruzamos cuando lleguemos al final de nuestros días; debemos ver que la muerte es un proceso. La muerte ya está en nosotros y nos consume gradual y continuamente. El final de nuestro cuerpo físico no es otra cosa que la máxima expresión de la obra de la muerte. La muerte puede atacar nuestro espíritu para hacer que la vida y el poder escaseen en él; puede atacar a nuestra alma para hacer que esté confusa y carente de sentimientos, pensamientos y decisiones; o puede atacar nuestro cuerpo para debilitarlo y enfermarlo.
Al leer Romanos 5, donde dice que: “Reinó la muerte” (versiculo. 17a), vemos que el problema no es solamente la muerte, pues se habla del reinado de la muerte. Este reinado existe en el espíritu, en el alma y en el cuerpo. Aunque nuestro cuerpo todavía no ha muerto, la muerte reina en él. Aunque el poder de la muerte no haya llegado a su expresión máxima, ya está reinando y expandiendo su dominio en todo el cuerpo. Las diversas enfermedades que encontramos en nuestro cuerpo nos muestran en qué medida se halla el poder de la muerte en nosotros, ya que todas ellas conducen nuestra vida humana a su final.
Además del reinado de muerte, también tenemos el reinado de vida (versiculo. 17b). El apóstol dijo que quien reciba el don de la justicia por Cristo Jesús “reinará en vida”, lo cual sobrepasa grandemente el poder de la muerte. Debido a que los creyentes ponen tanto énfasis en el problema del pecado, se olvidan de la muerte. Vencer el pecado es esencial, pero no debemos olvidar que debemos vencer la muerte; estas dos acciones se complementan. Desde el capítulo cinco de Romanos hasta el ocho, se habla explícitamente de vencer el pecado, pero se le presta igual atención al asunto de vencer la muerte: “La paga del pecado es muerte” (6:23). El apóstol no sólo recalca lo que es el pecado, sino que también explica lo que es el resultado del pecado. No sólo muestra que la justicia está en contraste con el pecado sino que también presenta el contraste entre la vida y la muerte. Muchos creyentes sólo se preocupan por vencer las manifestaciones del pecado en su vida diaria y en su carácter, pero descuidan el asunto de vencer la muerte, la cual es la consecuencia del pecado. En estos versículos vemos que Dios no dice mucho por medio del apóstol en cuanto a las manifestaciones del pecado de la vida diaria; más bien, hace un marcado énfasis en el resultado del pecado, la muerte.
Debemos ver claramente la relación que existe entre el pecado y la muerte. Dios murió no sólo para librarnos del pecado sino también de la muerte. El nos llama a vencer ambas cosas. Como pecadores, estábamos muertos en el pecado, el cual reinaba junto con la muerte en nosotros. Puesto que el Señor Jesús murió por nosotros, nuestro pecado y nuestra muerte fueron absorbidos por Su muerte. Antes la muerte era nuestro rey. Pero ahora, después de ser bautizados en Su muerte, no sólo estamos muertos al pecado, sino que también podemos recibir vida, y vivir para Dios (6:11). Estamos unidos a Cristo; por lo tanto, puesto que “la muerte no se enseñorea más de El” (versículo . 9), tampoco puede enseñorearse de nosotros (versículo . 14). La salvación que Cristo efectuó reemplaza el pecado con la justicia, y la muerte con la vida. Si leemos este pasaje con detenimiento, veremos que éstos son los puntos principales que presenta el apóstol. Si nos quedamos con la mitad, ciertamente estaremos incompletos. Cuando el apóstol habla acerca de la salvación completa que efectuó el Señor Jesús, dice: “Porque la ley del Espíritu de vida me ha librado en Cristo Jesús de la ley del pecado y de la muerte” (8:2). Puede ser que hayamos tenido mucha experiencia en vencer el pecado, pero ¿en qué medida hemos experimentado vencer la muerte?.
Puesto que la vida increada de Dios entró en nuestro espíritu cuando creímos en el Señor y recibimos la regeneración, tenemos una pequeña experiencia de vencer la muerte. Pero ¿es ésta la única experiencia que podemos tener? ¿Hasta qué punto puede la vida vencer la muerte? Es cierto que la mayoría de los creyentes no ha experimentado victoria sobre la muerte al grado que Dios desea. Debemos admitir que la muerte opera más fuertemente en nosotros que la vida. Por lo tanto, debemos prestar igual atención al pecado y a la muerte así como Dios lo hace. Debemos vencer la muerte de la misma forma en que vencemos el pecado.
Puesto que Cristo venció la muerte, los creyentes no deben resignarse a que tienen que morir, aunque posiblemente mueran. Del mismo modo, puesto que Cristo condenó el pecado en la carne, los creyentes no tienen que seguir pecando, aunque es posible que todavía pequen. Puesto que la meta del creyente es ser libre del pecado, también debe tener como meta ser libre de la muerte. El debe entender que por causa de la muerte y la resurrección de Cristo, su relación con la muerte es la misma que su relación con el pecado. Estas cosas ya fueron vencidas completamente en Cristo; por eso, Dios lo llama ahora a que las venza en su experiencia. Pensamos que como Cristo venció la muerte por nosotros, no tenemos que hacer nada. Pero si ése fuera el caso, no podríamos testificar de la victoria del Señor en nuestra experiencia. Sin la muerte de Cristo en el Calvario, no tendríamos ninguna base para la victoria. Pero esperar pasivamente que la naturaleza tome su curso tampoco nos conduce a vencer. Nosotros no vencemos el pecado de esta manera; tampoco es así como vencemos la muerte. Dios desea que nos apropiemos de la realidad de vencer la muerte; es decir, que por la muerte de Cristo, podamos vencer la muerte en nosotros de una manera práctica. Ya hemos vencido muchas tentaciones, la carne, el mundo y a Satanás; ahora debemos levantarnos para derrotar el poder de la muerte.
Puesto que debemos resistir la muerte de la misma forma que resistimos el pecado, nuestra actitud hacia la muerte debe cambiar radicalmente. Puesto que la muerte es la herencia común de todos los hombres caídos, por naturaleza tenemos la tendencia a someternos a ella. Los creyentes no han aprendido a oponérsele. Toda la humanidad va rumbo a la tumba sin ofrecer resistencia. Aunque sabemos que la segunda venida del Señor está muy cercana y que no todos morirán debido al arrebatamiento, en nuestra experiencia diaria, la mayoría de nosotros todavía espera la muerte. Cuando la justicia de Dios opera en nosotros, de manera espontánea odiamos el pecado, pero no hemos permitido que la vida de Dios opere en nosotros a tal grado que odiemos la muerte.
Para vencer la muerte el creyente debe dejar su actitud sumisa y adoptar actitud reacia a la muerte. A menos que el creyente ponga fin a esa pasividad, jamás vencerá la muerte y, por el contrario, será constantemente asediado por ella y terminará entre las tumbas de aquellos que mueren prematuramente. La mayoría de los creyentes confunde la fe con la pasividad, pues piensan que le entregaron todo a Dios, que si no es el momento de morir, El indiscutiblemente los librará de la muerte; pero si deben morir, nada hará que Dios cambie aquello. Ellos simplemente aceptan que la voluntad de Dios se haga en todo. Tal actitud parece correcta, ¿pero es eso fe? En realidad, es simplemente una pasividad que surge de una actitud perezosa. Cuando no conocemos la voluntad de Dios, debemos decir, como el Señor dijo: “No sea como Yo quiero sino como Tú” (Mateo. 26:39). Esto no significa que no tengamos que clamar a Dios de manera específica, presentándole nuestras peticiones. No debemos rendirnos pasivamente a la muerte; Dios desea que trabajemos activamente con Su voluntad. A menos que sepamos con certeza que Dios desea que muramos, no debemos permitir pasivamente que la muerte nos oprima. Por el contrario, debemos trabajar de manera activa juntamente con la voluntad de Dios para resistirla y rechazarla.
Nosotros no tenemos una actitud pasiva con respecto al pecado, así que ¿por qué tenemos tal actitud con respecto a la muerte? La Biblia considera la muerte nuestro enemigo (1 Corintios. 15:26). Por lo tanto, debemos estar resueltos a luchar contra ella y vencerla. Puesto que el Señor Jesús la enfrentó y la venció por nosotros, El desea que cada uno de nosotros la venza en su vida presente. No debemos pedirle a Dios que nos conceda el poder para soportar el poder de la muerte, sino pedirle la fuerza para vencer su autoridad.
Puesto que la muerte proviene del pecado, nuestra liberación de la muerte se basa en el hecho de que el Señor Jesús murió por nosotros y nos salvó del pecado. Su redención se relaciona profundamente con la muerte. Hebreos 2:14 al 15 dice: “Así que, por cuanto los hijos son participantes de sangre y carne, de igual manera El participó también de lo mismo, para destruir por medio de la muerte al que tiene el imperio de la muerte, esto es, al diablo, y librar a todos los que por el temor de la muerte estaban durante toda la vida sujetos a esclavitud”. La cruz es la base sobre la cual vencemos la muerte.
Satanás tiene el imperio de la muerte porque tiene el pecado, el cual es su base. “Por tanto, como el pecado entró en el mundo por medio de un hombre, y por medio del pecado la muerte; y así la muerte pasó a todos los hombres, por cuanto todos pecaron” (Romanos. 5:12). Pero el mismo Señor Jesús entró en la esfera de la muerte y por medio de Su redención abolió Su aguijón, el pecado, así que Satanás ha perdido su dominio. Por la muerte de Cristo, el pecado no sólo perdió su efecto, sino que la muerte también perdió su poder. Por eso, debemos quebrantar el poder de la muerte por medio de la muerte de Cristo y apropiarnos de todo lo que El logró en el Calvario para que todo nuestro ser quede libre del asedio de la muerte.
Hay tres maneras en que los creyentes vencen la muerte: (1) creyendo que no morirán antes de que acaben Su obra; (2) creyendo que el aguijón de la muerte fue quitado, para que si mueren, no haya nada qué temer; y (3) creyendo que serán totalmente librados de la muerte debido a la segunda venida del Señor y al arrebatamiento. Estudiemos cada una de ellas.
MORIR DESPUÉS DE CULMINAR NUESTRA OBRA.
A menos que el creyente sepa con certeza que ya concluyó su obra y que el Señor no necesita que permanezca en esta tierra, no debe morir; es decir, siempre debe resistir la muerte. Si los síntomas de la muerte han ido penetrando gradualmente en su cuerpo y sabe que no ha terminado la carrera, debe rechazar estos síntomas y rehusarse a morir. También debe creer que el Señor sustentará su resistencia debido a que todavía le tiene trabajo asignado. Por consiguiente, si no hemos terminado la obra que se nos encomendó, podemos estar tranquilos y creer aunque nuestro cuerpo pueda estar asediado por el peligro, mientras laboremos y luchemos juntamente con el Señor, El absorberá nuestra muerte con Su vida.
El Señor Jesús resistió la muerte. Cuando lo quisieron arrojar desde un precipicio: “El pasó en medio de ellos y se fue” (Lucas. 4:29 al 30). En otra ocasión, “andaba Jesús en Galilea; pues no quería andar en Judea, porque los judíos procuraban matarle” (Juan. 7:1). Y en otra ocasión, “tomaron … piedras para arrojárselas; pero Jesús se escondió y salió del templo y se fue” (8:59). El resistió la muerte reiteradas veces porque Su hora no había llegado. El sabía que había una hora definida para que el Mesías fuera cortado; El no podía morir antes del tiempo que Dios había señalado, ni podía morir en ningún otro lugar que no fuera el Calvario. Nosotros tampoco debemos morir antes de nuestra hora.
El apóstol Pablo también tuvo muchas experiencias de resistir la muerte. Los poderes de las tinieblas hicieron lo posible porque muriera antes de tiempo, pero él los venció en todos los casos. En cierta ocasión estando en la cárcel y en gran peligro, dijo: “Mas si el vivir en la carne resulta para mí en una labor fructífera, no sé entonces qué escogeré. Porque de ambas cosas estoy puesto en estrecho, teniendo deseo de partir y estar con Cristo, pues esto es muchísimo mejor, pero quedar en la carne es más provechoso por causa de vosotros. Y confiando en esto, sé que quedaré, y aún permaneceré” (Filipenses. 1:22 al 25). El no le temía a la muerte; puesto que no había acabado la obra que se le había encomendado, él confiaba en que Dios no permitiría que muriera. Así venció la muerte. Más adelante, cuando estaba seguro de que había peleado la buena batalla, acabado la carrera y guardado la fe, concluyó que el tiempo de su partida estaba cercano (2 Timoteo. 4:6 al 7). Mientras sepamos que no hemos terminado nuestra carrera, no debemos morir.
No sólo Pablo actuó de esta manera; Pedro también obró así. El sabía cuándo partiría del mundo. “Sabiendo que pronto será quitado mi tabernáculo, como también me lo ha declarado nuestro Señor Jesucristo” (2 Pedro. 1:14). Es un error pensar que nuestra muerte es inminente sólo por las circunstancias o por nuestra salud, sin tener una indicación específica de parte del Señor. Así como vivimos para el Señor, morimos para El. Por esa razón, debemos resistir cualquier llamado de la muerte que no provenga del Señor.
Al leer el Antiguo Testamento vemos que todos los antepasados murieron “llenos de días”. ¿Qué significa estar lleno de días? Significa que vivieron plenamente los días que Dios les había asignado. Dios nos asigna un número específico de años (Josue. 21) a cada uno de nosotros. Si no vivimos hasta ese momento, no hemos vencido la muerte. Pero ¿cómo sabemos cuántos años nos ha señalado Dios? La Biblia nos da un número general: “Los días de nuestra edad son setenta años; y … en los más robustos son ochenta años” (Salmos. 90:10). No queremos decir que todos deben vivir por lo menos setenta años, ya que el hombre no puede violar lo que Dios dispuso para él. Pero si no tenemos indicaciones específicas de un período más corto, debemos tomar ese número como la norma y resistir cualquier muerte que nos pueda llegar prematuramente. Si permanecemos firmes en la Palabra de Dios, veremos que la victoria es nuestra.
LIBRES DEL TEMOR DE LA MUERTE.
Basándonos en lo que acabamos de decir acerca de vencer la muerte, no nos referimos necesariamente a que nuestro cuerpo jamás morirá. Aunque creemos que “no todos dormiremos” (1 Corintios. 15:51), afirmar que no moriremos sería demasiado supersticioso. Puesto que la Biblia toma setenta años como una medida general para la vida humana, podemos tener la esperanza de vivir ese tiempo si tenemos fe. Pero no debemos pensar que somos inmortales por el hecho de tener al Señor Jesús como nuestra vida. Sabemos que Dios con frecuencia permite excepciones; algunos mueren antes de los setenta. Nuestra fe sólo puede pedirle a Dios que no muramos antes de que nuestra obra sea terminada. Sea que vivamos un tiempo corto o largo, no debemos perecer como pecadores a la mitad de nuestros días. Nuestra vida debe ser lo suficientemente larga como para completar nuestra obra. Entonces, cuando llegue el final, podremos partir de esta tierra en paz por la gracia de Dios, de una manera que sea tan natural como cuando cae del árbol una fruta plenamente madura. Job describe esta clase de muerte, como “la gavilla de trigo que se recoge en su tiempo” (5:26).
Vencer la muerte no significa necesariamente no pasar por ella, porque Dios quiere que algunos la venzan en resurrección así como el Señor Jesús. De todos modos, aunque un creyente pase por la muerte, así como lo hizo el Señor Jesús, no debe temer a la muerte. Si el creyente se esfuerza por vencer la muerte simplemente porque le teme y la detesta, ya fue derrotado. ¿Cómo puede esperar vencer? El Señor puede decidir completamente salvarnos de la muerte llevándonos vivos a los cielos, pero no debemos pedirle que regrese pronto por temor de la muerte. Ese temor es un síntoma de que la muerte ya nos derrotó. Inclusive si morimos, será como pasar de un cuarto a otro. No hay necesidad de sentir dolor ni ansiedad ni temor exagerados.
Anteriormente, por el temor de la muerte estábamos durante toda la vida sujetos a esclavitud (Hebreos. 2:15), pero el Señor Jesús nos libró para que ya no temamos. El dolor, la oscuridad y la soledad de la muerte no nos amedrentan. Cuando el apóstol tuvo la experiencia de vencer la muerte dijo: “Porque para mí … el morir es ganancia … teniendo deseo de partir y estar con Cristo, pues esto es muchísimo mejor” (Filipenses. 1:21, y 23). He aquí una actitud completamente libre de temor. Esta es una verdadera victoria sobre la muerte.
ARREBATADOS VIVOS.
Ser arrebatados vivos es la última manera para vencer la muerte. Cuando el Señor Jesús regrese, muchos creyentes serán arrebatados vivos, como se nos enseña en 1 Corintios 15:51 al 52 y en 1 Tesalonicenses. 4:14 al 16. No se sabe el día en que el Señor vendrá. El pudo haber regresado en cualquier momento durante estos últimos dos mil años. Los creyentes tienen la esperanza de ser arrebatados vivos en cualquier momento y así no pasar por la muerte. El día de la segunda venida del Señor Jesús está mucho más cerca hoy que antes. Por consiguiente, los creyentes hoy tienen más esperanzas de ser arrebatados que los de generaciones pasadas. No queremos decir mucho aquí, pero sí podemos decir algo con seguridad: Si el Señor Jesús regresara en esta generación, seríamos arrebatados vivos. En tal caso, debemos vencer la muerte no permitiendo que muramos antes de ese tiempo para poder ser arrebatados vivos. Según la profecía bíblica, habrá un grupo de creyentes que serán arrebatados sin pasar por la muerte. Ser arrebatado vivo es otra manera de vencer la muerte. Mientras vivamos en la tierra, no debemos decir que no seremos parte de ese grupo. Por lo tanto, debemos prepararnos para vencer la muerte completamente.
Creer que no moriremos físicamente no es una superstición, puesto que la Biblia nos ofrece esta esperanza. Tal vez muramos, pero no es indispensable que muramos. El Señor nos enseña claramente: “El que come Mi carne y bebe Mi sangre, tiene vida eterna, y Yo le resucitaré en el día postrero” (Juan. 6:54). Pero también dice: “Este es el pan que descendió del cielo; no como el que comieron vuestros padres, y murieron; el que come de éste pan, vivirá eternamente” (versiculo. 58). El da a entender que entre Sus creyentes algunos morirán y serán resucitados, mientras que otros no pasarán por la muerte en absoluto. El Señor Jesús expresó esta idea más claramente cuando murió Lázaro: “Yo soy la resurrección y la vida; él que cree en Mí, aunque esté muerto vivirá. Y todo aquel que cree en Mí, no morirá eternamente” (Juan. 11:25 al 26). El Señor Jesús no sólo es la resurrección, sino también la vida. Casi todos nosotros creemos que El es la resurrección pero olvidamos que también es la vida. Sólo sabemos que en el futuro El nos resucitará, pero olvidamos que mientras vivimos El desea ser nuestra vida y salvarnos de morir. El Señor Jesús nos habla de estas dos clases de obra, pero nosotros sólo creemos en una de ellas. El dijo: “El que cree en Mí, aunque esté muerto vivirá”. Esto es lo que los creyentes de estos dos mil años han de experimentar. Pero también dijo que habrá un grupo de personas que viven y creen en El, quienes no morirán eternamente. No sabemos cuántos millares de personas han creído en Dios y ya han muerto, pero la Palabra de Dios dice que algunos no morirán eternamente; o sea que algunos no serán resucitados, ya que no morirán eternamente. No tenemos ninguna base para decir que debemos morir primero y luego ser resucitados. Puesto que la segunda venida del Señor Jesús ya está cerca, ¿por qué hemos de morir antes de ese día y esperar la resurrección? ¿Por qué no poner nuestros ojos en El para que nos arrebate en Su segunda venida y podamos ser totalmente librados del poder de la muerte?.
El Señor nos dice que El no sólo es la resurrección para muchos, sino también la vida para algunos. Aunque es maravilloso ser resucitado de entre los muertos como le sucedió a Lázaro, ello no significa que aparte de la resurrección, no exista otra manera de vencer la muerte. El Señor dijo que hay otro camino para no morir eternamente. Antes, estábamos destinados a caer en el tenebroso valle de muerte, pero Dios construyó un “puente” que nos da acceso a los cielos directamente. Este puente es el arrebatamiento.
Si algunos desean ser arrebatados y el tiempo del arrebatamiento está muy cercano, entonces Dios querrá que aprendan a vencer la muerte para que estén entre los que serán arrebatados vivos. Antes del arrebatamiento, el último enemigo en ser vencido es la muerte. El Señor Jesús venció plenamente la muerte en la cruz, pero Dios desea que la iglesia experimente esa victoria. Percibimos que estamos al final de este siglo y que antes de nuestro arrebatamiento el Espíritu Santo nos guía a pelear la última batalla, la batalla contra la muerte.
Satanás sabe que le queda poco tiempo y hace todo lo posible por impedir que los creyentes sean arrebatados. Como resultado, los hijos de Dios hoy experimentan muchos ataques físicos, por lo cual llegan a acostumbrarse a respirar la atmósfera de la muerte y pierden la esperanza de ser arrebatados vivos. Los creyentes no saben que eso es el desafío del enemigo para impedir que sean arrebatados. Si el creyente ha recibido el llamado a esperar el arrebatamiento, espontáneamente desarrollará un espíritu de lucha contra la muerte, y en su espíritu sentirá que la muerte es un estorbo para ser arrebatado y, por ende, debe vencerla.
El diablo ha sido homicida desde el principio (Juan. 8:44). Su obra consiste en matar. La meta de lo que Satanás hace en los creyentes es causarles la muerte. Al final de los tiempos atacará a los hijos de Dios de una manera especial, tratando de desgastarlos (Daniel. 7:25). Si puede añadir algo de ansiedad al espíritu del creyente, algo más de temor y de preocupaciones en su mente, haciendo que tenga insomnio una noche, que pierda el apetito o que en otras ocasiones trabaje más de la cuenta, habrá tenido éxito en iniciar una invasión de muerte. Aunque una gota de agua sea indefensa, un continuo goteo durante un largo periodo puede desgastar una roca. Sabiendo esto, Satanás se vale de pequeñas preocupaciones, ansiedades y descuidos para desgastar a los santos.
En otras ocasiones Satanás ataca directamente a los creyentes y les causa la muerte. En realidad, muchos ataques semejantes han ocurrido, pero los creyentes no los reconocen como tales. Algunas veces el ataque simplemente viene como un resfriado, una insolación, insomnio, fatiga o pérdida del apetito. Algunas veces puede ser lascivia, ira, envidia o deseo de placer. No conociendo el poder homicida que viene con estos ataques, los creyentes no obtienen una victoria perfecta. Si reconocieran dichos ataques y los resistieran así como resisten a la muerte, vencerían. Puesto que ellos no tienen suficiente conocimiento como para entender el verdadero significado de estas experiencias, las atribuyen a su edad o a otros factores, sin comprender que el enemigo los ataca tratando de inyectarles muerte debido a que el arrebatamiento está tan próximo.
El Señor Jesús regresará pronto; por consiguiente, debemos pelear una batalla sin tregua contra la muerte. De la misma manera que luchamos contra el pecado, el mundo y Satanás, debemos luchar contra la muerte. No sólo debemos esforzarnos por vencer, sino también por asirnos de la victoria. En todo aspecto debemos asirnos firmemente a la obra de Cristo de vencer la muerte. Si examinamos nuestra experiencia y le pedimos a Dios que nos ilumine, veremos las numerosas ocasiones en que hemos sido atacados por la muerte sin darnos cuenta. Estos ataques se debían a otras cosas y, pensando así, no los confrontamos. Si los hubiéramos reconocido como ataques de la muerte, Dios nos habría dado el poder para vencerlos. Con frecuencia parece que pasáramos por puentes rotos y por calles destrozadas, y es como si todo lo que nos rodea nos diera a entender que estamos próximos a morir, pero no podemos morir, o a veces hasta perdemos la esperanza de vivir, pero no podemos morir. ¿Por qué habríamos de morir ahora? En años recientes, los hijos de Dios han tenido muchas experiencias de luchar por sus vidas, lo cual es extremadamente doloroso y, sin embargo, perciben que no pueden morir. Parece que dijeran que no quieren morir. ¿Qué es todo esto? Son los ataques de la muerte para impedirnos ser arrebatados. Dios nos guía a pelear nuestra última batalla en contra de la muerte antes de ser arrebatados.
Debemos aplicar la victoria de Cristo para cerrar la puerta del Hades. Debemos estar firmes y rechazar todo poder que la muerte tenga sobre nosotros. Rechacemos todo lo que tenga el elemento de muerte. Apliquemos esta visión a toda enfermedad, a toda debilidad y a todo dolor. En ese momento el cuerpo quizás no sienta nada, pero la muerte ya habrá hecho su obra. Toda aflicción en el espíritu y toda tristeza en el alma trae muerte. Dios ahora nos llama a ser arrebatados; por consiguiente, todo lo que estorbe el arrebatamiento, debe ser destruido.
Dios pone a Sus hijos en diferentes circunstancias donde los despoja de su fuerza y de aquello de lo que dependen, para que ellos pongan sus vidas en Sus manos y se sostengan por el hilo de fe. De no ser así, no tendrían esperanza de vivir. Hay momentos cuando parece no haber otro camino que clamar: “Señor manténme vivo”. La batalla hoy es una batalla entre la vida y la muerte.
Los espíritus malignos y homicidas trabajan en todas partes hoy. Si los creyentes no adoptan una posición firme contra ellos y oran, caerán. Si uno sigue siendo tan pasivo como antes, ciertamente morirá. Uno puede decir: “Señor, hazme vencer la muerte”. Pero el Señor le dirá: “Si tomas una posición firme contra la muerte, Yo haré que la venzas”. La oración sola no surtirá tanto efecto si no resistimos la muerte con nuestra voluntad. Debemos decir: “Señor, puesto que Tú venciste la muerte, rechazo todos sus ataques. Estoy decidido a vencer ahora mismo. Señor, concédeme victoria sobre la muerte”. El Señor desea que nosotros venzamos la muerte. Tomemos la promesa que Dios nos dio. Oremos pidiendo ser librados de la muerte y creamos que nada puede hacernos daño. No aceptemos la idea de que la muerte puede afectarnos. Por ejemplo, si nos encontramos en una región infectada por alguna enfermedad, debemos rechazar las enfermedades y prohibirles que se nos acerquen. No permitamos que la muerte nos ataque valiéndose de la enfermedad.
No debemos esperar pasivamente a la venida del Señor pensando que de todos modos seremos arrebatados. Debemos estar preparados. Ser arrebatados, igual que cualquier otro asunto, requiere que la iglesia de Dios coopere con El. La fe no deja que las cosas tomen su propio curso. La muerte debe ser resistida con determinación. De igual manera, el arrebatamiento debe tomarse con decisión. La fe es indispensable, pero no significa que podamos abandonar pasivamente la responsabilidad. Si teóricamente aceptamos el hecho de que podemos ser completamente librados de la muerte, pero nos rendimos pasivamente a su poder, de nada nos sirve.
EL PECADO DE MUERTE.
La Biblia dice que hay cierta clase de pecado llamado pecado de muerte (1 Juan. 5:16) que los creyentes pueden cometer. La “muerte” a la que se alude aquí no se refiere a la muerte espiritual, porque la vida eterna de Dios nunca muere; tampoco se refiere a la segunda muerte, porque las ovejas del Señor no perecerán jamás. Esta muerte es una muerte física.
Necesitamos examinar de manera específica lo que es este pecado de muerte para quienes esperamos el arrebatamiento sepamos tener cuidado para que nuestra carne no se corrompa por cometer tal pecado y para que no perdamos la bendición de ser arrebatados vivos. Si el Señor retrasa Su venida, y tenemos que pasar por la muerte, nuestra liberación de este pecado nos mantendrá vivos hasta que estemos llenos de días y terminemos la labor que el Señor nos encomendó. Debido a la negligencia, los días de algunos hijos de Dios se han acortado en la tierra, y ellos han perdido sus coronas. Muchos obreros estarían trabajando para el Señor hoy si hubiesen prestado atención a este asunto.
La Biblia no nos dice explícitamente qué clase de pecado es el pecado de muerte, pero es obvio que tal pecado existe. Según lo que la Biblia describe de las experiencias de los creyentes, sabemos que este pecado varía según las personas. Para algunos, cierto pecado puede ser un pecado de muerte, mientras que para otro puede no serlo. Esto depende de la medida de gracia recibida, de la luz obtenida y de la posición que cada creyente adopte.
Aunque la Biblia no dice qué clase de pecado es éste, sabemos que cualquiera que muera por haber cometido un pecado, cometió un pecado de muerte. Los hijos de Israel cometieron un pecado de éstos en Cades (Números. 13:25 al capítulo 14:12). Aunque habían tentado al Señor diez veces antes (14:22), Él los toleró. Pero en esta ocasión, El hizo que sus cuerpos cayeran en el desierto aunque los perdonó por rehusarse a entrar en Canaán (versiculo. 32).
Por hablar precipitadamente junto a las aguas del Meriba (Salmos. 106:33) Moisés murió fuera de la tierra de Canaán. No se le permitió entrar en la tierra. Este fue su pecado de muerte. Aarón cometió el mismo tipo de pecado que Moisés y tampoco pudo entrar a la tierra santa (Números. 20:24). El varón de Dios que viajó de Judá a Bet-el cometió el pecado de muerte al desobedecer al mandamiento de Dios en cuanto a la comida (1 Reyes. 13:21 al 22). En el Nuevo Testamento, Ananías y Safira fueron castigados con la muerte porque cometieron un pecado de muerte; ellos sustrajeron parte del dinero de la venta de su heredad y mintieron al Espíritu Santo (Hechos. 5). El creyente de Corinto que cohabitó con su madrastra también cometió pecado de muerte. Por eso, el apóstol dijo: “El tal sea entregado a Satanás para destrucción de la carne” (1 Corintios. 5:5). La Biblia dice que muchos creyentes corintios habían muerto por participar indignamente del cuerpo y de la sangre del Señor (11:27, y 30). También ellos cometieron un pecado de muerte.
Para vencer la muerte debemos vencer continuamente el pecado porque la muerte es consecuencia del pecado. Si deseamos vivir largamente o hasta que el Señor regrese, debemos tener cuidado para no pecar. Muchos creyentes que no fueron prudentes en esto acabaron por ir a la tumba prematuramente. Esto no significa que hubieran cometido un pecado horrendo; el pecado del cual hablamos no es el mismo en todos los casos. La fornicación fue considerado un pecado de muerte entre los corintios, pero las palabras necias de Moisés fueron consideradas un pecado de muerte en su caso. La Biblia nos dice que Moisés era “muy manso, más que todos los hombres que había sobre la tierra” (Números. 12:3). Así que, no podemos pasar ningún pecado por alto.
Estamos en la era de la gracia, y Dios está lleno de gracia; por lo tanto, podemos estar tranquilos. No permitamos que Satanás nos acuse sugiriéndonos que cometimos esta clase de pecado y que, por ende, debemos morir. Aunque la Biblia no nos dice que oremos por otros que han cometido esta clase de pecado, Dios nos perdonará si nos examinamos a nosotros mismos y nos arrepentimos. Muchos piensan que la persona a la que se alude en 2 Corintios 2:6 al 7 era el que había cohabitado con su madrastra. En 1 Corintios 11:30 al 32 se nos dice que aunque hayamos cometido un pecado de muerte, podemos ser librados si estamos dispuestos a juzgarnos a nosotros mismos. Por lo tanto, nunca debemos tolerar ningún pecado para que éste no llegue a ser un pecado de muerte en nuestra vida. Tal vez nuestra carne sea débil, pero no debemos dejar de examinarnos a nosotros mismos. Debemos juzgar nuestro propio pecado y no tolerarlo jamás. En esta vida es imposible alcanzar una perfección inmaculada, pero es indispensable confesar los pecados continuamente y depender de la gracia de Dios. Dios todavía nos perdona. Quienes desean vencer la muerte deben prestar especial atención a esto. “El les dará a conocer la obra de ellos, y que prevalecieron sus rebeliones. Despierta además el oído de ellos para la corrección, y les dice que se conviertan de la iniquidad. Si oyeren y le sirvieren, acabaran sus días en bienestar, y sus años de dicha. Pero si no oyeren, serán pasados a espada, y perecerán sin sabiduría. Mas los hipócritas de corazón atesoran para sí la ira, y no clamarán cuando El los atare. Fallecerá el alma de ellos en su juventud, y su vida entre los sodomitas” (Job. 36:9 al 14).
LAS ENSEÑANZAS DE LOS PROVERBIOS.
Proverbios es un libro que trata sobre la conducta diaria de los creyentes; hace mucho énfasis en la manera como ellos pueden preservar sus vidas. Estudiemos esto más detenidamente para saber cómo vencer la muerte.
“Hijo mío, no te olvides de mi ley, y tu corazón guarde mis mandamientos; porque largura de días y años de vida y paz te aumentarán” (3:1 al 2).
“Porque será medicina a tu cuerpo, y refrigerio para tus huesos” (3:8). “Retenga tu corazón Mis razones, guarda Mis mandamientos, y vivirás” (4:4).
“Oye, hijo mío, y recibe mis razones, y se te multiplicarán años de vida” (4:10).
“Retén el consejo, no lo dejes; guárdalo, porque eso es tu vida” (4:13).
“Porque son vida a los que las hallan, y medicina a todo su cuerpo” (4:22).
“Sobre toda cosa guardada, guarda tu corazón; porque de él mana la vida” (4:23).
“Mas el que comete adulterio es falto de entendimiento; corrompe su alma el que tal hace” (6:32).
“Porque él que me halle [a la sabiduría], hallará la vida, y alcanzará el favor de Jehová” (8:35).
“Porque por mí [por la sabiduría] se aumentarán tus días” (9:11). “Mas la justicia libra de muerte” (10:2).
“El temor de Jehová aumentará los días; mas los años de los impíos serán acortados” (10:27).
“En el camino de la justicia está la vida; y en sus caminos no hay muerte” (12:28).
“El temor de Jehová es manantial de vida para apartarse de los lazos de la muerte” (14:27).
“El corazón apacible es vida de la carne; mas la envidia es carcoma de los huesos” (14:30).
“El camino de la vida es hacia arriba al entendido, para apartarse del Seol abajo” (15:24).
“El que tiene en poco la disciplina menosprecia su alma” (15:32).
“En la alegría del rostro del rey está la vida” (16:15).
“Su vida guarda el que guarda Su camino” (16:17).
“El que guarda el mandamiento guarda su alma; mas el que menosprecia sus caminos morirá” (19:16).
“El temor de Jehová es para vida” (19:23).
“Amontonar tesoros con lengua mentirosa es aliento fugaz de aquellos que buscan la muerte” (21:6).
“El hombre que se aparta del camino de la sabiduría vendrá a parar en la compañía de los muertos” (21:16).
“El que sigue la justicia y la misericordia hallará la vida” (21:21).
Cuando el Espíritu Santo nos guíe a vencer la muerte, estos versículos cobrarán un significado nuevo para nosotros. Estamos acostumbrados a pensar en la vida como si sólo fuera un término. Pero después de recibir iluminación, la vida de nuestro cuerpo será alargada, si cumplimos las condiciones estipuladas por Dios. Por esta razón, debemos prestar la debida atención a los versículos anteriores. Si no obedecemos estos preceptos, veremos que nuestra vida se nos escapa gradualmente. Por ejemplo, Dios promete: “Honra a tu padre y a tu madre … para que te vaya bien, y seas de larga vida sobre la tierra” (Efesios. 6:2 al 3). Si desobedecemos este mandamiento, nuestros días se acortarán. Dios desea que obedezcamos Sus palabras, recibamos sabiduría, sigamos la justicia y guardemos nuestros corazones. (La intención del corazón tiene mucho que ver con la vida.) De esta manera, no perderemos la vida. Si deseamos preservar nuestra vida, debemos obedecer.
LOS PODERES DEL SIGLO VENIDERO.
En el reino que está por venir el Señor Jesús será el sol de justicia con sanidad en sus alas (Malaquias. 4:2). Para entonces ningún ciudadano del reino dirá: “Estoy enfermo” (Isaias. 33:24). Los creyentes verán que “cuando esto corruptible se haya vestido de incorrupción, y esto mortal se haya vestido de inmortalidad, entonces se cumplirá la palabra que está escrita: Sorbida es la muerte para victoria” (1 Corintios. 15:54). Los creyentes en la edad del reino estarán libres de enfermedades, de debilidades y de muerte, tendrán un cuerpo redimido y aplastarán a Satanás bajo sus pies.
Sin embargo, la Biblia nos dice que podemos ahora tener un anticipo de “los poderes del siglo venidero” (Hebreos. 6:5). Aunque nuestro cuerpo todavía no haya sido redimido, podemos gustar por la fe un anticipo de los poderes del siglo venidero no teniendo debilidad ni enfermedad ni muerte. Esta es una experiencia muy profunda, pero si el creyente cumple con las condiciones que Dios exige y cree en las palabras de Dios con todo su corazón, verá que esta clase de experiencia es posible. La fe trasciende el tiempo y puede apropiarse tanto de lo que Dios logró por nosotros en el pasado como de lo que El logrará para nosotros en el futuro.
En 2 Corintios 5 el apóstol habla de la futura transfiguración de nuestro cuerpo: “Porque asimismo los que estamos en éste tabernáculo gemimos abrumados; porque no quisiéramos ser desnudados, sino revestidos, para que lo mortal sea absorbido por la vida. Mas el que nos hizo para esto mismo es Dios, quién nos ha dado en arras el Espíritu” (versiculos. 4 al 5). La palabra “arras” significa “cuota inicial”, que es un pago parcial con el que se garantiza el pago completo en un futuro. El Espíritu Santo en nosotros es las arras de Dios de que “lo mortal sea absorbido por la vida”. Aunque no hemos experimentado esto en plenitud, podemos experimentarlo en parte porque ya recibimos el pago inicial del Espíritu Santo. La garantía del Espíritu Santo se nos da para que disfrutemos ahora la victoria venidera de la vida.
El apóstol dice explícitamente en 2 Timoteo 1:10: “Nuestro Salvador Cristo Jesús, el cuál anuló la muerte y sacó a la luz la vida y la incorrupción por medio del evangelio”. La vida y la inmortalidad son la posesión común de todos los que reciben el evangelio. Surge, entonces, la pregunta: ¿En qué medida ha guiado el Espíritu Santo a los creyentes a experimentar esta posesión? La muerte ya fue abolida, y los creyentes han experimentado esto en cierto grado. Pero ahora este siglo está llegando a un final, y con la esperanza inminente del arrebatamiento, el Espíritu Santo exhorta a los creyentes a experimentar más de la herencia que recibieron del evangelio.
Se puede tener un anticipo de los poderes del siglo venidero. Cuando el apóstol dice: “Mas gracias sean dadas a Dios, que nos da la victoria por medio de nuestro Señor Jesucristo” (1 Corintios. 15:57), se refiere al presente y específicamente a la muerte. El habla de vencer la muerte en el futuro, pero no piensa que la experiencia de vencer la muerte sea exclusivamente para el futuro. El dice que podemos vencer ahora por medio del Señor Jesús.
Dios aplica el principio de que lo que desea hacer en una edad, lo hace primero en un grupo relativamente pequeño de personas. Lo que todos experimentarán en el milenio, lo deben experimentar primero los miembros de Cristo en la tierra hoy. En los siglos pasados siempre hubo algunos que gustaron de los poderes del siglo venidero; por consiguiente, la iglesia hoy debe tener mucho más experiencia de la victoria de Cristo sobre la muerte. Dios desea que irrumpamos en la esfera del Hades hoy. El Señor desea que venzamos la muerte por causa de Su cuerpo. Si no vencemos la muerte, nuestra victoria no será completa.
Cada uno de nosotros debe buscar lo que el Señor desea con respecto a nuestro futuro. (No creemos de manera supersticiosa que no moriremos.) Pero si éste es el fin del siglo, si la segunda venida de Cristo no se retrasa más y si ocurre mientras aún estamos vivos, debemos asirnos de la palabra de Dios por la fe y creer que no moriremos sino que permaneceremos vivos para ver el rostro del Señor. Debido a esta esperanza, debemos purificarnos a nosotros mismos como Él es puro. Debemos vivir por El continuamente y aplicar Su vida de resurrección a las necesidades de nuestro espíritu, nuestra alma y nuestro cuerpo.
“Por la fe Enoc fue trasladado para no ver muerte” (Hebreos. 11:5). Espero que también tengamos la fe de que no moriremos. Espero que podamos creer que la victoria sobre la muerte es una realidad, que el arrebatamiento es verdadero y que el tiempo no se alargará más. “Y antes que fuese trasladado, tuvo testimonio de haber agradado a Dios”. ¿Qué diremos de nosotros?
¡Oh, cuán excelente es la gloria que vendrá! ¡Cuán completa es la salvación que Dios nos dio! Este es el momento para que nos levantemos y avancemos. Espero que los cielos nos colmen a tal punto que la carne no tenga terreno y que el mundo no nos distraiga. Anhelo que el amor del Padre esté tanto en nosotros que no tengamos nada más que ver con Su enemigo. Que el Señor Jesús santifique nuestros corazones, y que nosotros no deseemos nada que no sea El mismo. Que el Espíritu Santo produzca en cada creyente una oración que clame: “¡Señor Jesús, ven pronto!”
No moriremos; seremos arrebatados para ver al Señor. Este es el camino que el Padre nos mostró.
El Espíritu Santo nos enseña esto claramente, Para que podamos volvernos del mundo al trono.
No moriremos; seremos arrebatados para ver al Señor. ¡Qué gloria será regresar a nuestro hogar celestial! ¡En un abrir y cerrar de ojos seremos transformados, Y seremos llevados arriba para mirarlo cara a cara!
No moriremos; seremos arrebatados para ver al Señor. Tal promesa es verdadera y fiel.
Aunque no sabemos el día ni la hora, Sentimos que la hora se acerca.
No moriremos, por lo tanto, santifiquémonos. Corta todos lazos con los pecados,
El mundo pasará, y la gloria del cielo aparecerá, Que podamos vivir nuestros días piadosamente.
¡Seremos arrebatados para ver al Señor en los aires! Guardemos nuestro espíritu de toda mancha terrenal, No estamos esperando morir aquí; Esperamos ser llevados de este mundo.
No moriremos; seremos arrebatados para ver al Señor. Avancemos por tanto, hasta que el día amanezca. Perseveremos, para que nadie tome nuestra corona, Porque pronto, el Señor nos premiará con el trono.
No moriremos; seremos arrebatados para ver al Señor. Hijos de Dios, ¡qué victoria admirable! Nuestro espíritu debe decir: “¡Ven Señor! Ven pronto, Y quédate con nosotros para siempre”.