Watchman Nee Libro Book cap.38 El hombre espiritual
EL CAMINO A LA LIBERTAD
NOVENA SECCIÓN
CAPÍTULO CUATRO
EL CAMINO A LA LIBERTAD
Un creyente consagrado puede ser engañado y caer insensatamente en la pasividad y permanecer en esa condición por varios años; inclusive puede hallarse en tal estado ignorando el peligro que corre. Con el tiempo puede llegar a una pasividad peor, a tal grado que le cause un dolor inexplicable en su mente, en su parte emotiva, en su cuerpo y en sus circunstancias. Por eso, es esencial predicarle el verdadero significado de la consagración. En los capítulos anteriores hicimos hincapié en la importancia del conocimiento, debido a que el conocimiento de la verdad es absolutamente indispensable para rescatar al creyente de la pasividad. Sin el conocimiento de la verdad, es imposible experimentar liberación. Un creyente pasivo cae en este estado por causa del engaño, y las causas del engaño son la insensatez y la ignorancia. Si somos sabios y tenemos conocimiento es imposible ser engañados.
EL CONOCIMIENTO DE LA VERDAD.
Tenemos que conocer la verdad en cuanto a todas las cosas, como por ejemplo, la verdad en cuanto a la manera de laborar juntamente con Dios, en cuanto a la manera en que obran los espíritus malignos, en cuanto a la consagración y en cuanto a los fenómenos sobrenaturales. Este es el primer paso en el camino de la liberación. El creyente debe conocer la verdad en cuanto al origen y el carácter de todas sus experiencias a fin de tener alguna esperanza de ser libre. El creyente es (1) engañado, (2) luego cae en la pasividad, (3) después llega a ser poseído, (4) posteriormente es engañado aún más para empeorar su pasividad. Por lo tanto, si él desea ser libre, no ser poseído y evitar todo engaño y la pasividad que viene como resultado de la posesión, debe eliminar todo el engaño. Si este primer paso es eliminado, no habrá lugar a que haya un segundo ni un tercero. Cuando la persona es engañada, abre una puerta a los espíritus malignos, y cuando es pasiva, les da una base desde la cual tomar posesión para quedarse, y el resultado es la posesión demoníaca. Para ser librados de la posesión, debemos eliminar primero la pasividad, para lo cual debemos erradicar el engaño, y a fin de deshacernos del engaño, tenemos que conocer la verdad. Por lo tanto, el conocimiento de la verdad es el primer paso hacia la liberación. Ciertamente sólo la verdad puede hacer libres a los hombres.
Desde el comienzo de este libro, advertimos reiteradas veces a los creyentes acerca del peligro de las experiencias sobrenaturales (tales como señales extraordinarias, audición de voces, milagros, maravillas, llamas, hablar en lenguas, sensaciones anormales, etc.). No queremos decir con esto que debemos rechazar, desechar y resistir todas las experiencias sobrenaturales. Tal aseveración no sería bíblica, puesto que la Biblia nos dice que Dios ha hecho muchas cosas sobrenaturales. Nuestro propósito es mostrarles a los creyentes que las experiencias sobrenaturales pueden proceder de más de una fuente. Los espíritus malignos pueden imitar lo que Dios hace. Es muy importante distinguir lo que es de Dios de lo que no lo es. Si un creyente no ha muerto a su vida emocional y se empeña en buscar experiencias en sus sensaciones, será engañado. Esto no significa que los creyentes deban rechazar todo lo que sea sobrenatural. Simplemente les aconsejamos que rechacen todo lo sobrenatural que provenga de Satanás. En este capítulo quisiéramos hacer notar las diferencias fundamentales entre la obra del Espíritu Santo y la de los espíritus malignos, para que los creyentes sepan distinguirlas.
Hoy en día, los creyentes son especialmente susceptibles de ser engañados por lo sobrenatural, y debido a ello caen en manos de espíritus malignos. Esperamos de todo corazón que el creyente pueda detenerse y discernir las cosas sobrenaturales para evitar ser engañado. No debe olvidar que si el Espíritu Santo le concede una experiencia sobrenatural, todavía puede hacer uso de su propia mente. No es necesario que esté total o parcialmente pasivo para obtener tal experiencia. Y después de recibirla, puede seguir haciendo uso de su propio sentir para discernir lo bueno de lo malo, y decidir aceptarlo o rechazarlo. No debe haber ningún tipo de coacción. Si los espíritus malignos le traen a una persona una experiencia sobrenatural, primero deben conducirlo a un estado de pasividad; su mente debe quedar en blanco, y todas sus acciones deben ser movidas por una fuerza externa. Esta es la diferencia básica. En 1 Corintios 14, el apóstol habla de los dones espirituales y sobrenaturales de los santos. Entre ellos hay revelaciones, profecías, lenguas y otras expresiones sobrenaturales. El apóstol reconoce que todas ellas provienen del Espíritu Santo, pero en el versículo 32 nos dice la característica principal de los dones divinos. “Los espíritus de los profetas están sujetos a los profetas”. El apóstol dijo que si un profeta (un creyente) recibe algo del Espíritu Santo, el espíritu que reciba se sujetará a él. Si el Espíritu Santo le concede al hombre numerosas experiencias sobrenaturales, el espíritu estará sujeto al individuo; el Espíritu Santo no irá en contra de la voluntad de Dios usando alguna parte del cuerpo del creyente. El hombre debe mantener el control de sí mismo. Sólo el espíritu que se sujeta al profeta procede de Dios. El espíritu que subyuga al profeta no es de Dios. Por consiguiente, no debemos rechazar todas las cosas sobrenaturales, sino que debemos discernir si el don sobrenatural nos exige que nos le sometamos pasivamente. Si la persona que recibe el don de lenguas o algún otro don no puede controlarse, no puede hablar cuando quiere ni callar cuando quiere, ni puede quedarse sentado y es forzado a tirarse al suelo, o si un poder lo controla desde afuera, esto indica que el espíritu que recibió es un espíritu maligno. Esta es la diferencia básica entre la obra del Espíritu Santo y la de los espíritus malignos. Aquél desea que el hombre tenga plena libertad, mientras que éstos requieren que el hombre esté pasivo. Por lo tanto, si el creyente desea saber de dónde viene su experiencia, debe indagar un poco y determinar si está pasivo o no. Esto resolverá el dilema. Un creyente es engañado si no conoce esta verdad básica.
Por tanto, si un creyente desea obtener liberación, debe deshacerse de su necedad. En otras palabras, debe conocer la verdad, lo cual significa conocer la verdadera condición de un asunto. Las mentiras de Satanás atan al creyente, pero la verdad de Dios lo hace libre. No obstante, existe un problema: a fin de conocer la verdad, debemos pagar el precio, ya que esta verdad eliminará por completo la vanagloria que un creyente pueda tener por sus experiencias anteriores. El puede pensar que ha progresado mucho más que los demás, que ya es espiritual y que no volverá a cometer errores. Será muy difícil hacer que reconozca que puede estar poseído por demonios, o demostrarle que ya lo está. Si un creyente no está dispuesto a ser fiel a toda la verdad de Dios, le será muy difícil aceptar una verdad que le duela y lo haga humillarse. Es relativamente fácil aceptar lo que nos gusta, pero aceptar la verdad que nos despoja de la vanagloria es muy difícil. Sin embargo, todo aquel que con vehemencia resista esta verdad, deberá tener cuidado, no sea que llegue a ser poseído por demonios. Es más fácil que comprenda que puede ser engañado. Pero es muy difícil que comprenda que ya está poseído y que lo admita. Necesitamos que Dios nos conceda la gracia. De lo contrario, aún si entendemos la verdad, la resistiremos. Aceptar la verdad es el primer paso para ser salvos. Tenemos que estar dispuestos a conocer toda la verdad con respecto a nosotros. No obstante, se necesita humildad y sinceridad para estar dispuestos a conocer la verdad acerca de nuestras experiencias espirituales y sobrenaturales.
Existen diferentes maneras en que los creyentes que han sido poseídos pueden obtener esta verdad. Algunos han sido atados tan fuertemente que perdieron su libertad en todas las cosas. Como consecuencia, la gravedad del problema hace que se despierten y conozcan la verdad respecto a sí mismos. Algunos creyentes obtienen la verdad porque descubren que aunque el noventa y nueve por ciento de su experiencia parezca provenir de Dios, existe una porción pequeña de elementos ajenos mezclados en ellas, lo cual despierta sospechas y hace que pongan en duda si cierta experiencia era realmente de Dios. Algunos obtienen la verdad cuando otros creyentes les predican la verdad y les llega la luz con respecto a este hecho. De cualquier forma en que obtengan la verdad, nunca deben rechazar el primer rayo de luz.
La duda es el primer paso para llegar a la verdad. Esto no significa dudar del Espíritu Santo ni dudar de Dios ni de Su palabra, sino de nuestras experiencias pasadas. Tal duda es necesaria y bíblica, porque Dios desea que probemos los espíritus (1 Juan. 4:1). Si creemos en algo, no tenemos necesidad de probarlo; si tenemos que probarlo, significa que no podemos determinar con certeza de dónde proviene. Con frecuencia, tenemos la idea equivocada de que poner a prueba nuestras experiencias podría ofender al Espíritu Santo. Esto se debe a que no sabemos que el Espíritu Santo desea que hagamos tales pruebas. Si algo es del Espíritu Santo, seguirá siendo del Espíritu Santo cuando sea probado. Si es de los espíritus malignos, saldrá a la luz y quedará claro que es una imitación. ¿Nos puso Dios en la condición en la cual estamos? ¿Puede acaso haber contradicciones en la obra del Espíritu Santo? ¿Es imposible que uno cometa algún error?
Cuando el creyente recibe una pequeña luz de la verdad, admitirá que es muy posible haber sido engañado. Esto le da a la verdad la oportunidad de trabajar. El peor error que puede cometer el creyente es pensar que jamás se equivoca, pues eso lo conducirá al engaño. Pero después de humillarse, verá que estaba engañado. Si compara el principio según el cual Dios obra con las condiciones en las que operan los espíritus malignos, verá que recibió sus experiencias pasadas estando pasivo. El cumplió la condición para que los espíritus malignos comenzaran a obrar, y esto trajo como resultado muchas experiencias extrañas; al principio lo hacían feliz, pero con el tiempo le acarrearon sufrimientos. Cuando compare su actitud pasada, el principio sobre el cual Dios actúa y las condiciones en las que obran los espíritus malignos, encontrará que no estaba laborando activamente juntamente con Dios, sino que estaba simplemente intentando seguir la voluntad de El de manera pasiva. Por consiguiente, todas aquellas experiencias maravillosas o adversas deben de haber provenido de los espíritus malignos. Entonces reconocerá que fue engañado. El creyente no sólo debe recibir la verdad, sino también reconocerla, ya que al hacerlo, las mentiras de Satanás son eliminadas. La experiencia del creyente debe corresponder a los siguientes pasos: (1) debe reconocer que es posible que un creyente sea engañado; (2) debe admitir que él mismo puede ser engañado; (3) debe reconocer que él fue, de hecho, engañado; y (4) debe preguntarse por qué está engañado.
CÓMO DETERMINAR EL TERRENO.
Podemos decir con certeza que el creyente puede ceder terreno a los espíritus malignos; no obstante, debemos preguntarnos cuál es ese terreno. Antes de que un creyente se pregunte qué terreno puede ceder, deberá primero estudiar qué es un terreno. De lo contrario, podría tomar como posesión demoníaca algo que realmente no lo es, o creer que algo no es posesión de los demonios cuando en verdad lo es. Quizás confunda su lucha espiritual diaria contra la autoridad de las tinieblas con la lucha por librarse de la posesión demoníaca. Hacer esto, les facilitará el trabajo a los espíritus malignos.
El creyente deberá comprender que, además de los pecados, él permite que su voluntad se vuelva pasiva cada vez que acepta las imitaciones de los espíritus malignos y que les cede terreno cada vez que cree los pensamientos que le inyectan. (Ya estudiamos esto en el capítulo anterior.) Por ahora, enfocaremos nuestra atención en la pasividad. Estar pasivos es permitir que nuestra mente y nuestro cuerpo caigan en un estado de completa inactividad y dejar de lado el uso de nuestras propias facultades; es detener todo esfuerzo consciente por controlar la mente y no usar la voluntad, la conciencia ni la memoria. Por medio de la pasividad cedemos un terreno decisivo. El grado de pasividad varía en cada persona y determina hasta dónde está poseída. Sin embargo, no importa el grado de pasividad en el que haya caído, en todo caso deberá recuperar este terreno. El creyente debe de manera resuelta, definida y persistente oponerse a que los espíritus malignos ganen terreno en él. Específicamente, necesita resistirlos en las áreas en que fue engañado. Es de suprema importancia que conozca el terreno que cedió y lo reclame.
Es bastante común, al hablar de posesión demoníaca, pensar que basta con echar fuera los demonios en el nombre del Señor. Pero eso no es suficiente cuando se trata de posesión demoníaca de creyentes, porque no es lo mismo que cuando se trata de posesión de incrédulos. Estos llegan a ser poseídos por cometer pecados, en tanto que los creyentes son poseídos cuando son engañados. Por consiguiente, para ser librados, precisan salir del engaño. Si la causa de la posesión es el engaño, y sólo le ordenamos a los espíritus malignos que se vayan, estaremos solamente tratando el efecto, no con la causa. Esto puede dar resultado por algún tiempo, pero no logra una liberación completa. A menos que eliminemos la causa de la posesión demoníaca, la cual se relaciona con el terreno cedido, los demonios saldrán y obedecerán temporalmente, pero regresarán al terreno que todavía les pertenece. Esta no es una teoría. A esto se refiere el Señor en Mateo 12:43 al 45. Si la casa en la que los demonios vivían no es derribada, ellos pueden abandonarla, pero regresarán al poco tiempo, y la condición del hombre llega a ser peor que antes. Esta “casa” es el terreno que el hombre cedió a los espíritus malignos.
Por lo tanto, aunque es necesario echar fuera los demonios, es indispensable que se resuelva el asunto del terreno que se había cedido. Echar fuera demonios no sirve de nada si el terreno no es recuperado, porque los demonios regresarán. Es por esto que muchos creyentes no tienen una liberación permanente ni pueden traerla a otros después de desalojar a los demonios en el nombre del Señor. Aunque los demonios sí son echados fuera, el terreno no; éste necesita ser reclamado. A menos que reclame específica y persistentemente el terreno en el que había estado pasivo y engañado, no podrá haber una liberación completa.
Si el creyente no toma posesión del terreno que había cedido a los espíritus malignos, hará que ellos vuelvan y moren en él. Aunque alguien pueda, en el nombre del Señor, expulsar los demonios que estén en él o en otros, y aunque ellos se hayan ido, la persona no quedará verdaderamente libre. Sólo ciertas manifestaciones de demonios habrán desaparecido, pero es posible que hayan cambiado y tengan otra manifestación, o quizás no se manifiesten por algún tiempo para evitar más conflictos. Pero tan pronto el creyente baje la guardia, ellos renovarán sus manifestaciones. En otras palabras, si el terreno no es recuperado, los demonios todavía tendrán algo a qué aferrarse. La mente necesita recibir la verdad, y la voluntad debe repudiar vigorosa, activa y resueltamente toda base del enemigo. Este es el único camino.
Por lo tanto, cuando el creyente descubre que está poseído por haber sido engañado, debe buscar la luz, debe tratar de descubrir qué terreno cedió y recuperarlo. Los espíritus malignos entran por el terreno que se les dé. Si no les damos más lugar, ellos se irán.
Así que, cuando el creyente descubre que cedió terreno a los espíritus malignos en algún asunto, debe reclamarlo de inmediato. Puesto que llegó a ser poseído al abandonar su soberanía y dominio propio y puesto que cayó en la pasividad, debe emplear su voluntad con ahínco y oponerse al poder de las tinieblas por medio del poder de Dios en medio de las tentaciones y los sufrimientos, y debe revocar las promesas que haya hecho a los espíritus malignos. Debido a que la pasividad llega de manera gradual, sólo puede ser eliminada gradualmente. El grado de pasividad que haya descubierto el creyente es el grado que puede rechazar. Si la pasividad se ha extendido por un largo periodo, la liberación también demorará un largo tiempo. Es fácil ir cuesta abajo, pero es difícil ascender. Es fácil llegar a ser pasivo, pero es difícil ser libre, ya que requiere la cooperación total del creyente para reclamar el terreno perdido. Sólo de este modo puede ser liberado.
El creyente debe orar y pedirle a Dios que le muestre en qué ha sido engañado y debe desear sinceramente que Dios le muestre la verdadera condición de todo su ser. Por lo general, lo que uno tema escuchar y lo incomode es un área donde ha cedido terreno a los espíritus malignos. Si uno teme eliminar algo, debe eliminarlo, porque en nueve de diez casos, los espíritus malignos se ocultan en ese preciso asunto. El creyente necesita la luz de Dios para examinar su propia enfermedad y otros factores. Después de tener claridad al respecto, debe reclamar el terreno a los espíritus malignos resueltamente. La luz es indispensable, pues sin ella el creyente creerá que algunas cosas sobrenaturales son naturales, y que ciertas cosas que pertenecen a los espíritus malignos le pertenecen a él. Esto permite que los espíritus malignos se adhieran al creyente permanentemente y sin obstáculos. Tener esta actitud equivale a decir “amen” a los demonios.
DEBEMOS RECLAMAR EL TERRENO.
El principio común en lo pertinente a todo terreno cedido a los espíritus malignos es la pasividad, lo cual significa que la voluntad dejó de estar activa. Por consiguiente, a fin de reclamar el terreno, la voluntad deberá activarse una vez más. El creyente debe (1) obedecer la voluntad de Dios, (2) oponerse a la voluntad de Satanás y (3) utilizar la voluntad para unirse a la de los santos. La responsabilidad de reclamar el terreno yace en la voluntad. Puesto que la voluntad antes estaba pasiva, ahora debe oponerse a la pasividad.
El primer paso que debe dar la voluntad es decidir. Decidir es poner la voluntad en determinada dirección. Cuando el creyente que ha sido afligido por espíritus malignos llega a ser iluminado por la verdad y motivado por el Espíritu Santo, no tolerará más la adhesión permanente de los espíritus malignos. Espontáneamente, será conducido a aborrecer a los espíritus malignos. El tomará la decisión de oponerse a todas las obras de los espíritus malignos. Decidirá recuperar su libertad y su dominio, y estará resuelto a desalojar a los espíritus malignos. El Espíritu de Dios obrará en él para que aborrezca a los espíritus malignos. Cuanto más haya sido atormentado, más los odiará. Cuanto más esté atado, más los detestará. Cuanto más piense al respecto y cuanto más tiempo pase, más los aborrecerá. Finalmente, estará resuelto a ser completamente libre del poder de las tinieblas. Esta decisión es el primer paso para reclamar el terreno. Si es verdadera, la persona no retrocederá no importa cuánto se resistan los espíritus malignos en este proceso. Ella decidió y se propuso resistir los espíritus malignos a partir de ese momento.
El creyente también debe utilizar su voluntad para escoger. Esto implica que debe escoger su propio futuro. En los días de lucha, la elección del creyente ocupa un lugar importante. El creyente debe declarar constantemente que escoge la libertad, que desea la libertad y que no estará pasivo; ejercitará sus propias facultades e identificará las artimañas de los espíritus malignos; deseará que los espíritus malignos fracasen, y deseará cortar todo lazo con el poder de las tinieblas; además, rechazará todas las mentiras y excusas de los espíritus malignos. Esta elección que hace la voluntad, y esta declaración repetida son muy útiles en la batalla. Debemos darnos cuenta de que esta declaración simplemente muestra que el creyente hizo esta elección, lo cual no significa que haya decidido hacer tal cosa. El poder de las tinieblas no es afectado por lo que el creyente “decida” hacer. Pero si él decide oponerse a los espíritus malignos de manera específica con su voluntad, ellos huirán. Todo esto se relaciona con el principio de que el hombre tiene una voluntad libre. Aunque el creyente pudo permitir que los demonios entraran, ahora puede escoger algo diferente y no dar más lugar a los espíritus malignos.
En esta lucha, el creyente debe llevar a cabo todo el trabajo de la voluntad vigorosamente. Además de tomar decisiones y hacer elecciones, debe también resistir. Esto significa que ejercita el poder de su voluntad para resistir a los espíritus malignos. Asimismo, debe rechazar. Rechazar equivale a cerrarse y no cederle nada a los espíritus malignos. Por una parte, el creyente debe oponerse a la obra de los espíritus malignos en él, y por otra parte, debe rechazarlos. Oponerse significa impedir que los espíritus malignos operen, y rechazar significa retractarse de todas las anteriores promesas que les haya hecho, es decir, revocar todas las promesas que les abrieron una vía para obrar. Por lo tanto, cuando además de rechazar a los espíritus malignos nos oponemos a ellos, no tienen manera de trabajar. Primero, debemos resistir; luego, debemos tener una actitud de rechazo. Por ejemplo, podemos rechazar a los espíritus malignos, diciendo: “Estoy decidido”. Esto indica que empleamos la voluntad para asirnos a la libertad. Pero también necesitamos oponernos, lo cual implica que debemos usar nuestra fuerza de una manera práctica para combatir al enemigo y mantener la libertad que nuestra voluntad obtiene por medio del rechazo. Debemos persistir en ello hasta que seamos completamente libres.
La verdadera lucha espiritual consiste en resistir, lo cual requiere la fuerza combinada de nuestro espíritu, nuestra alma y nuestro cuerpo. Pero la parte principal que debemos emplear es la voluntad. Decidir, escoger y rechazar, son parte de nuestra actitud, pero resistir es una acción práctica. Resistir es la acción que expresa la actitud existente e implica una lucha en el espíritu y con el poder del espíritu, en la que la voluntad desaloja el terreno ocupado por los espíritus malignos. Es un ataque a la fortaleza de los poderes de las tinieblas. Resistir es echar fuera, perseguir y desechar con el poder de la voluntad. Los espíritus malignos ocupan el terreno que el creyente les da. Cuando ellos ven la actitud de oposición del creyente, siguen ocupando el terreno original y no retroceden. Resistir implica que el creyente echa fuera los espíritus malignos con “verdadero poder” y que el creyente “obliga” a los espíritus malignos a salir y los “expulsa”. Por lo tanto, cuando un creyente está ocupado con la tarea de resistir, debe emplear su fuerza y su voluntad para expulsar a los espíritus malignos. De no ser así, una declaración y una actitud serán inútiles. La práctica debe ir a la par de la actitud. Además, no sirve de mucho resistir sin rechazar, porque las promesas que se hicieron a los espíritus malignos en un principio deben ser revocadas.
En el proceso de reclamar el terreno, el creyente debe decidir, escoger y rechazar con su voluntad. El mismo debe resistir con su voluntad, decidir pelear la batalla y escoger la libertad. Debe reclamar todo terreno ocupado por el enemigo y resistirlo para que no ocupe más terreno en él ni lo prive de su libertad. En medio de la decisión, el rechazo, la elección y la resistencia, el creyente lucha por su soberanía. No debemos olvidar que tenemos una voluntad libre. Dios nos dio libre albedrío; por lo tanto, debemos ser dueños de nosotros mismos. No obstante, los espíritus malignos se apoderaron de nuestros miembros y sus funciones, y tomaron posesión de nuestro ser. Perdimos nuestra soberanía. Cuando el creyente comienza a reclamar su terreno, se opone a los espíritus malignos en su empeño por reemplazarlo a él. Es por eso que, él necesita luchar. El creyente debe declarar continuamente que no permitirá que los espíritus malignos violen sus derechos ni usurpen su personalidad. Tampoco les permitirá adherirse a él ni tomar control de su ser. Ya no seguirá a los espíritus malignos ciegamente. ¡No lo hará por ningún motivo! ¡Rotundamente no! El será dueño de sí mismo. Ahora desea saber lo que está haciendo, tomar control de su ser y sujetar todo su ser. Rechaza todas las obras de los espíritus malignos sobre él y el derecho a obrar en él. Cuando utiliza su voluntad para ejecutar esa decisión, los espíritus malignos no podrán continuar su obra. Puesto que la voluntad decidió, rechazó y escogió, él tendrá que seguir resistiendo con su voluntad.
Una vez que el creyente reclame el terreno con su voluntad, su vida experimentará un nuevo comienzo. Lo que hizo mal es cosa del pasado. Ahora tiene un nuevo comienzo. El puede reclamar de nuevo todo lo que antes había ofrecido a los espíritus malignos. Su espíritu, alma y cuerpo deben ser rescatados del enemigo y debe consagrarlos nuevamente a Dios. Todo el terreno que había dado a los espíritus malignos por su ignorancia debe recuperarse. Todos los derechos deben ser reclamados de nuevo. Debe dar los siguientes pasos:
Rechazar todo lo que recibió.
Alejarse de todo lo que abrazaba.
Cancelar todo lo que programó.
Revocar todo lo que prometió.
No creer en nada de lo que entes creía. Destruir todo lo que antes hizo.
Retractarse de todo lo que dijo.
Disolver toda relación a la que estaba atado. Expresar todo lo que callaba.
Oponerse a todo lo que antes apoyaba.
Rehusarse a dar lo que antes dio.
Derribar los argumentos, pretextos y promesas anteriores.
Rechazar todas las oraciones, y las respuestas y sanidades recibidas.
Todas estas medidas están dirigidas a los espíritus malignos. Anteriormente el creyente pensaba que las manifestaciones de los espíritus malignos provenían del Espíritu Santo. Por lo tanto, tenía una estrecha relación con ellos. Ahora sabe lo que es en realidad esta relación, y está decidido a reclamar lo que les dio a ellos en su ignorancia. Como el creyente cedió terreno a los espíritus malignos en incidentes aislados, ahora debe eliminar los obstáculos uno por uno a fin de volver a tomar posesión de dicho terreno. El obstáculo más grande para que el creyente obtenga la libertad es tener una actitud vaga e indecisa al reclamar el terreno con su voluntad, y no hacerlo de forma específica y detallada. Rechazar la idea de ceder terreno a los espíritus malignos, sólo le dará al creyente la actitud correcta. Pero, a fin de obtener liberación, tiene que reclamar todo el terreno en detalle. Esto puede parecer difícil, pero si la voluntad busca sinceramente la libertad, y si el creyente pide ser alumbrado con la luz de Dios, cuando el Espíritu Santo le muestre todo su pasado, sólo le quedará resistir asunto por asunto, y todo desaparecerá. Si el creyente está dispuesto a perseverar pacientemente, verá que éste es un camino práctico para la liberación. Paso a paso avanzará hacia la libertad. Una resistencia a modo general muestra que nos oponemos a la obra de los espíritus malignos, pero una resistencia detallada obliga a los espíritus malignos a irse y a abandonar el terreno que habían invadido.
Caer en la pasividad en la voluntad es ir cuesta abajo; todo se degrada progresivamente hasta tocar fondo. A fin de reclamar este terreno, debe cambiar de dirección y ascender escalón tras escalón. Tiene que subir el mismo número de escalones que descendió; no puede obviar ninguno. Así como cayó gradualmente en el engaño y la pasividad, debe entender y ser vivificado paulatinamente. Todos los rincones pasivos deben ser destruidos y luego, reclamados uno por uno. A medida que nuestros pies suben cada escalón, comenzamos a reclamar otro escalón. Anteriormente, tenía un descenso gradual a medida que daba cada paso. Ahora, asciende a medida que da pasos. Debemos notar que lo que hayamos cedido más recientemente a los espíritus malignos, es lo que debemos reclamar primero. O sea que, el último paso de nuestro descenso debe ser el primer paso de nuestro ascenso.
La reconquista del terreno en el creyente no debe detenerse hasta que llegue a la posición inicial de libertad. El creyente debe saber de dónde descendió y retornar a su condición original. El debe saber cuál era su condición normal y cuán activa estaba su voluntad, cuán clara estaba su mente y cuán fuerte era su cuerpo. Debe además conocer su condición presente y comparar ambas. Entonces comprenderá cuánto descendió por su pasividad. Debe tener en mente cuál era su condición normal, y tomarla como meta. No deberá estar satisfecho hasta que su voluntad controle activamente cada parte de su ser; sólo entonces habrá recobrado su condición normal. En el proceso de restablecer la libertad, el creyente debe identificar claramente su condición normal. Ya que así no será engañado pensando que está libre cuando en realidad no ha recuperado todavía su condición normal.
Debemos recobrar todas las cosas que no podemos controlar, aun las que aparentemente están más allá de nuestro alcance, sean pensamientos, la memoria, la imaginación, el discernimiento, el juicio y el amor, poder para escoger y resistir, o cualquier parte de nuestro cuerpo que haya caído en pasividad y que haya perdido su condición normal, y nos impida ser amos de nosotros mismos. Debemos usar nuestra voluntad para oponernos a esta pasividad y utilizar nuestra voluntad haciendo uso de nuestras facultades. En el momento en que caigamos en pasividad, los espíritus malignos se apoderarán de nuestras facultades pasivas usándolas por nosotros o con nuestra ayuda. Cuando podamos ver nuestra condición y tratemos de reclamar el terreno y volver a usar nuestras propias facultades, sentiremos que es muy difícil hacerlo. Esto se debe a que: (1) nuestra propia voluntad todavía es débil y no puede ejercer control sobre todas las cosas, y a que (2) los espíritus agotarán todas sus fuerzas para luchar a fin de tomar posesión de nosotros. Por ejemplo, un creyente puede haber caído en pasividad en la determinación. Aunque rechace este terreno y no le permita a los espíritus malignos obrar allí y aunque haya decidido emplear su determinación para no permanecer bajo el control de los espíritus malignos, hallará que (1) no puede decidir nada por sí mismo y que (2) los espíritus malignos no le permitirán tomar ninguna determinación ni actuar de ninguna manera. Cuando el creyente que ha sido poseído trata de derrocar la autoridad de los espíritus malignos, éstos tratarán de impedir que su prisionero actúe como si fuera libre.
El creyente tiene que escoger si permanecerá pasivo permitiendo que los espíritus malignos se muevan constantemente en él. Si él rehusa permitir que los espíritus malignos lo usen de esta forma, aunque temporalmente no pueda “determinar” nada, no permitirá que los espíritus malignos usen su poder para determinar. Ahí se inicia la batalla por la libertad.
Dicha batalla es una lucha de la voluntad. Puesto que ésta había caído en pasividad, permitió que las demás facultades de su ser cayeran en la pasividad. La voluntad (la persona) perdió su autonomía y ya no puede controlar ni dirigir libremente las facultades de su ser. Por tanto, si el creyente desea ser libre, su voluntad debe levantarse para (1) oponerse al gobierno de los espíritus malignos, (2) recuperar el terreno perdido y (3) trabajar activamente juntamente con Dios usando todo el ser del creyente. Todo depende de la voluntad. Cuando ésta se opone a los espíritus malignos y no permite que tomen posesión de sus facultades, ellos se retirarán. Como dijimos antes, ellos pueden entrar en el creyente si éste les da permiso. Por lo tanto, es necesario que ahora los rechace para que sea anulado su consentimiento inicial, a fin de que ellos pierdan su base de ataque. Cuando los resiste de forma específica, ellos no podrán obrar en él.
Cada centímetro de terreno debe ser recuperado, y todo engaño debe ser expuesto. El creyente debe tener paciencia para luchar contra el enemigo en todo aspecto y hacerlo hasta las últimas consecuencias. Debe recordar que rechazar la idea de que algún terreno sea ocupado no implica que ya lo haya recuperado, pues no se recupera todo el terreno inmediatamente después de rechazar la usurpación del mismo. Los espíritus malignos todavía harán un último esfuerzo. La voluntad del creyente necesita pasar por la batalla más feroz a fin de fortalecerse y ser libre. Por eso, el creyente debe persistir en rechazar el terreno con perseverancia, hasta que todo el terreno sea traído a la luz, y su usurpación haya sido rechazada y abolida; entonces, todas las facultades de su ser podrán ser dirigidas por la voluntad humana. Todas las facultades que estaban pasivas deben ser restauradas a su función normal. Es necesario que la mente piense con claridad, ya que debe estar en capacidad de pensar en las cosas que la voluntad desea que piense. Asimismo, ningún pensamiento debe estar fuera del control de la voluntad. La memoria debe memorizar las cosas que una persona desea recordar y no estar llena de pensamientos ajenos. Otras acciones del cuerpo, tales como cantar, hablar, leer y orar también deben ser controladas por la voluntad, la cual necesita estar activa para regir todo nuestro ser. Las diversas facultades del hombre deben funcionar normalmente.
El creyente no solamente debe reclamar el terreno que los espíritus malignos tomaron, sino también rechazar toda la obra realizada por ellos. Necesita emplear su voluntad para oponerse decidida y firmemente a la obra de ellos. Esto les infligirá mucho daño. Luego el creyente ha de pedirle a Dios luz para reconocer las acciones de los espíritus malignos y rechazarlas una por una. Dichas acciones son: (1) reemplazar las actividades de los creyentes, y (2) afectar sus actividades. Por lo tanto, el creyente debe rechazar aquella obra no permitiendo (1) que sus actividades sean reemplazadas ni (2) que sus actividades sean afectadas. El creyente no sólo debe reclamar la base desde donde operan los espíritus malignos, sino también el terreno que los preserva en su actual condición. Cuando un creyente resiste de este modo, verá que ellos usarán todos los medios posibles para oponérsele. A menos que entremos en combate contra ellos usando todas nuestras fuerzas, no podremos recuperar nuestra condición original ni recobrar la libertad. Cuando luchamos de esta forma, descubrimos que inicialmente no podemos usar nuestras facultades, pero cuando usamos toda nuestra fuerza para contraatacar el poder del enemigo, nuestra voluntad puede recuperar completamente su condición activa, y podrá una vez más gobernar nuestro ser. Tanto la pasividad como la posesión demoníaca llegan a su fin en esta guerra.
Cuando el creyente combate para recobrar su terreno, pasa por momentos muy dolorosos. Al estar resuelto a recuperar su libertad, sentirá un gran dolor y librará una lucha muy intensa a causa de la resistencia del poder de las tinieblas. Cuando trata de usar su voluntad para (1) oponerse a la autoridad de los espíritus malignos y (2) llevar a cabo sus deberes, experimenta la intensidad de la oposición de los espíritus malignos que lo han estado ocupando. Cuando comienza a luchar contra los espíritus malignos, no comprende cuán hondo había caído, pero al poco tiempo, al ir recuperado el terreno centímetro a centímetro, sintiendo el peso de la oposición y la opresión de los espíritus malignos, entiende lo abismal de su caída. Puesto que los espíritus malignos se oponen con tal intensidad y puesto que están tan reacios a abandonar su opresión, los síntomas del creyente empeoran cuando comienza la batalla por recuperar el terreno. Parecerá que cuanto más lucha, menos poder tiene, y que las áreas que el enemigo posee son más confusas y desordenadas. Esta condición es una señal de ir hacia la victoria. Aunque el creyente se sienta peor que antes, su condición está en realidad mejorando porque estos síntomas son indicios de que la resistencia ha sentido el efecto, y que los espíritus malignos están sintiendo el ataque del creyente; por eso se han levantado para resistir. Sin embargo, éste es sólo su último esfuerzo. Si el creyente persiste, ellos huirán de manera definitiva.
Durante la batalla, es muy importante que el creyente se mantenga firme en Romanos 6:11, reconociendo que él es uno con el Señor y que como el Señor murió, él también murió. Esta fe lo librará de la autoridad de los espíritus malignos, porque ellos no tienen ninguna autoridad sobre un muerto. Esta debe ser la posición del creyente. Durante este período también debe usar la Palabra de Dios para enfrentar todas las mentiras del enemigo, porque ellos le dirán que ha caído tan profundamente que ya no puede ser restaurado. En medio del sufrimiento y del conflicto, especialmente cuando los espíritus malignos están haciendo su último esfuerzo y el creyente experimenta el mayor dolor, ellos harán que se sienta desanimado y piense que está desahuciado y que no puede ser libre. Si él le presta atención al diablo, estará en el más grave peligro. El creyente debe comprender que en el Calvario se les puso fin a Satanás y a sus espíritus malignos (Hebreos. 2:14; Colocenses. 2:14a l 15; Juan. 12:31 al 32). La salvación ya se efectuó. Todos los creyentes puede ser libres en su experiencia de la potestad de las tinieblas y ser trasladados al reino del amado Hijo de Dios (Colocenses. 1:13). Además, por el simple hecho de que la recuperación de este terreno ha traído tanto sufrimiento, sabemos que los espíritus malignos están temblando ante esta acción y que lo que se está haciendo es lo correcto, y recuperaremos más terreno. No importa cuántas nuevas manifestaciones produzcan los espíritus malignos ni cuánto nos hayan hecho sufrir o cuánto nos hayan manipulado, mientras identifiquemos que el origen son los espíritus malignos, debemos rechazarlas y no debemos prestarles atención. No se sienta mal por ellas ni hable sobre ellas; sólo debe rechazarlas y echarlas al olvido.
Si el creyente persiste en no hacer caso a su tristeza temporal y reclama firmemente su terreno con su voluntad, gradualmente verá que su libertad regresa. Si el terreno es identificado y reclamado de una manera detallada, el grado de posesión demoníaca también se reducirá poco a poco. Si el creyente no cede más terreno a los espíritus malignos, el poder de la posesión demoníaca disminuirá a medida que el terreno se vaya reduciendo. Aunque quizás demore algún tiempo para que el creyente llegue a ser completamente libre, en todo caso, está en el camino de la liberación. Quizás antes no tenía ningún sentimiento con respecto a sí mismo, a sus sentidos, a su apariencia ni a su conducta. Ahora, poco a poco estos sentimientos regresarán. El creyente no debe dejarse engañar pensando que está retrocediendo en su vida espiritual por el hecho de sentir estas cosas una vez más. Debe darse cuenta de que perdió la sensibilidad con respecto a estas cosas cuando fue poseído por los demonios. Así que al empezar a ser liberado, los sentimientos con respecto a estas cosas regresan. Estos sentimientos muestran que los espíritus malignos estaban adheridos a sus sentidos y que ahora están saliendo. Cuando el creyente llega a este punto, debe avanzar firmemente, porque pronto experimentará una liberación plena. Sin embargo, antes de regresar a su condición normal, no debe conformarse con un pequeño éxito. A fin de que los demonios sean completamente erradicados, el terreno debe ser recobrado en su totalidad.
COMO SER GUIADOS EN REALIDAD.
Debemos entender la manera en que Dios nos guía, así como la relación que existe entre la voluntad del hombre y la de Dios.
Necesitamos comprender que el creyente debe sujetarse a Dios incondicionalmente. Además, cuando la vida espiritual del creyente ha llegado a la cumbre, su voluntad debe estar en perfecta unión con la voluntad de Dios, lo cual no significa que deje de tener voluntad propia. La facultad de la voluntad permanece, pero el matiz natural ha desaparecido. Dios aún necesita la facultad de la voluntad del hombre para que trabaje juntamente con El a fin de que se cumpla Su voluntad. Cuando miramos el ejemplo del Señor Jesús, vemos que una persona que está en una unión perfecta con Dios todavía tiene su propia voluntad. “No busco Mi propia voluntad, sino la voluntad del que me envió” (Juan. 5:30). “No para hacer Mi propia voluntad, sino la voluntad del que me envió” (6:38). “No se haga Mi voluntad, sino la Tuya” (Lucas. 22:42). Vemos que el Señor Jesús, quien es uno con el Padre, tiene Su propia voluntad además de la voluntad del Padre. Los versículos muestran que El no carece de voluntad, pero El no buscó ni hizo ni cumplió esa voluntad. Por consiguiente, quien es realmente uno con Dios no debe eliminar la función de la voluntad, sino que debe poner su voluntad del lado de Dios.
La verdadera forma de ser guiados no consiste en que debemos obedecer a Dios como una máquina, sino que debemos hacer la voluntad de Dios activamente. Dios no desea que el creyente lo siga a ciegas, sino que haga uso consciente de todo su ser para llevar a cabo Su voluntad. Las personas pasivas prefieren que Dios actúe por ellos mientras ellas se mantienen pasivas. Pero Dios no desea que los creyentes sean perezosos, sino que preparen sus miembros vigorosamente y que obedezcan activamente después de haber examinado y entendido la voluntad de Dios. Ya hablamos de conocer a Dios por medio de la intuición. Así que, no lo repetiremos. Si el creyente tiene el deseo de obedecer a Dios, debe seguir los siguientes pasos: (1) estar resuelto a hacer la voluntad de Dios (Juan. 7:17); (2) recibir la revelación en cuanto a la voluntad de Dios (Efesios. 5:17); (3) ser fortalecido por Dios para decidirse a llevarla a cabo (Filipenses. 2:13); y (4) ser fortalecido por Dios para ejecutarla (Filipenses. 2:13). Dios no tomará el lugar del creyente para llevar a cabo Su voluntad. Después de que éste entienda la voluntad de Dios, debe disponer su voluntad para cumplirla. Cuando su voluntad haya tomado esta decisión, deberá reclamar el poder del Espíritu Santo para llevarla a cabo en la práctica.
El creyente debe reclamar el poder del Espíritu Santo, debido a que su voluntad es demasiado débil para actuar sola. Siempre experimentaremos que “el querer el bien está en mí, pero no el hacerlo” (Romanos. 7:18). Por lo tanto, es necesario que el Espíritu Santo fortalezca nuestro hombre interior a fin de que podamos obedecer a Dios en acción. Primero, Dios opera en nosotros para hacer que estemos dispuestos y luego, opera para que cumplamos por Su beneplácito (Filipenses. 2:13).
Dios nos revela Su voluntad por medio de la intuición. Si la voluntad del creyente se une con El, El le multiplicará la fuerza y lo capacitará para que su voluntad se ajuste a la Suya y para que la lleve a cabo. Dios desea que los creyentes sean uno con Su voluntad. Sin embargo, El no desea tomar el lugar de Sus hijos en la aplicación de Su voluntad. Su propósito al crear y redimir al hombre era que el hombre fuera completamente libre en su voluntad. Por medio de la salvación que el Señor efectuó en la cruz, los creyentes pueden escoger libremente y seguir la voluntad de Dios. Es por esto que muchos mandamientos del Nuevo Testamento (los cuales pertenecen a la vida y a la piedad) requieren del ejercicio de la voluntad por parte del creyente para escoger o rechazar. Si Dios hubiera querido eliminar la facultad de la voluntad, estos mandamientos no tendrían sentido.
El creyente espiritual tiene todo el poder para usar su propia voluntad y debe escoger constantemente la voluntad de Dios y rechazar la de Satanás. Aunque en muchas ocasiones no pueda distinguir lo que es de Dios de lo que es de Satanás, de todos modos, podrá escoger y rechazar. El podrá decir: “Aunque no sé lo que pertenece a Dios ni lo que pertenece al diablo, escogeré a Dios y rechazaré al diablo”. Aunque él no sepa lo que pertenece a Dios, podrá escoger a Dios en su “intención” y elegirá todo lo que sea de El; podrá adoptar la actitud de que no desea nada que provenga del diablo, sea lo que fuere. En cualquier cosa que le sobrevenga, tendrá que escoger o rechazar. Aunque no sepa, deberá escoger la voluntad de Dios. Quizás pueda decir: “Cada vez que conozco la voluntad de Dios, la deseo. Siempre escogeré la voluntad de Dios y rechazaré la de Satanás”. Haciendo esto, el Espíritu Santo obrará en él, y Dios fortalecerá esa voluntad que está en contra de Satanás, día a día, y éste comenzará a perder su poder. Entonces Dios habrá ganado otro siervo fiel en medio de un mundo de rebeldía. Cuando uno rechaza continuamente la voluntad de Satanás, por lo menos en la intención y le pide a Dios que pruebe lo que sea compatible con El, comprenderá en su espíritu el papel tan grande que juega la actitud de la voluntad en la vida espiritual.
GOBERNARSE A SÍ MISMO.
Cuando la vida espiritual del creyente llega a la cúspide, él puede gobernarse a sí mismo. Cuando decimos que el Espíritu Santo nos gobierna a nosotros, no damos a entender que El rija directamente alguna parte de nuestro ser. Si el creyente no entiende esto, podrá ser poseído por los demonios o se desanimará al ver que el Espíritu Santo no gobierna así su vida. Si se da cuenta de que el Espíritu Santo lo guía a gobernarse a sí mismo, no caerá en la pasividad; por el contrario, dará grandes pasos en el progreso de su vida espiritual.
“El fruto del Espíritu es … dominio propio” (Gálatas. 5:22 al 23). La obra del Espíritu Santo es llevar el hombre exterior del creyente a que tenga un dominio propio completo. El Espíritu Santo depende de la voluntad renovada del creyente para que ésta reine en él. Cada vez que el creyente actúa según la carne, el hombre exterior se rebela contra el espíritu. Tal rebelión no se presenta como un acto aislado, sino como una serie de acciones de rebelión inconexas. Cuando el creyente es espiritual y tiene el fruto del Espíritu, no sólo se encuentran en él (en su alma) la benignidad, el gozo, la mansedumbre, y lo demás de esta lista, sino también el dominio propio. Aunque el hombre exterior estaba confundido, ahora está totalmente sometido y sujeto al gobierno propio de acuerdo con la voluntad del Espíritu Santo.
En primer lugar, el creyente debe controlar su espíritu para que éste se mantenga en la debida condición. No deberá ser demasiado ferviente ni demasiado frío, sino mantenerse en una posición equilibrada. Nuestro espíritu, al igual que las demás partes de nuestro ser, necesita estar bajo el control de nuestra voluntad. Uno sólo puede controlar su propio espíritu y mantenerlo en la debida actitud, cuando la mente es renovada y cuando él está lleno del poder del Espíritu Santo. El creyente experimentado sabe que cuando su espíritu está turbado, tiene que emplear su voluntad para controlarlo. Cuando el espíritu se deprime demasiado, tiene que ejercitar su voluntad para levantarlo; solamente así puede andar en el espíritu todos los días. Esto no contradice lo que dijimos con respecto a que el espíritu debe gobernar sobre todo nuestro ser. Cuando decimos que el espíritu controla todo nuestro ser, nos referimos a que la intuición del espíritu expresa la voluntad de Dios. Por consiguiente, es nuestro espíritu el que controla todo nuestro ser (incluyendo nuestra voluntad) según la voluntad de Dios. Cuando decimos que nuestra voluntad controla todo nuestro ser, queremos decir que nuestra voluntad controla directamente nuestro ser (incluyendo nuestro espíritu) según la voluntad de Dios. En la experiencia, estas dos cosas son perfectamente compatibles. “Como ciudad derribada y sin muros es el hombre cuyo espíritu no tiene rienda” (Proverbios. 25:28).
En segundo lugar, el creyente debe controlar su mente y las demás facultades de su alma. Todo pensamiento debe ser sometido al control de la voluntad. Todos los pensamientos que vagan deben ser puestos bajo el control de la voluntad. “…al llevar cautivo todo pensamiento a la obediencia de Cristo” (2 Corintios. 10:5). “Fijad la mente en las cosas de arriba, no en las de la tierra” (Colocenses. 3:2).
En tercer lugar, el cuerpo debe estar bajo control; debe ser una herramienta y no convertirse en su amo por las lujurias y las pasiones desordenadas. El creyente debe usar su voluntad para controlar, adiestrar y subyugar su cuerpo, a fin de que sea completamente obediente y espere en la voluntad de Dios sin resistencia alguna. “Golpeo mi cuerpo y lo pongo en servidumbre” (1 Corintios. 9:27). Cuando el creyente llega tener un dominio propio total, ninguna parte de su ser será un estorbo. Una vez que sepa cuál es la voluntad de Dios, podrá responder instantáneamente. Tanto el Espíritu de Dios como el espíritu del hombre necesitan una voluntad autónoma para llevar a cabo la revelación de Dios. Por lo tanto, por una parte, debemos ser uno con Dios y, por otra, debemos afligir nuestro ser para que nos obedezca plenamente. Esto es necesario para nuestra vida espiritual.