Watchman nee Libro Book cap.15 El hombre espiritual
EL ESPÍRITU SANTO Y EL espíritu DEL CREYENTE
CUARTA SECCIÓN
CAPÍTULO UNO
EL ESPÍRITU SANTO Y EL ESPÍRITU DEL CREYENTE
Los creyentes de hoy carecen del conocimiento acerca de la existencia del espíritu humano y sus funciones. Muchos de ellos no saben que además de su mente, su parte emotiva y su voluntad, tienen espíritu. Incluso después de escuchar que tienen espíritu, piensan que su mente, su parte emotiva o voluntad son dicho espíritu, o se confunden por desconocer dónde se encuentra éste. Esta ignorancia es un asunto muy serio. Los creyentes no saben cooperar con Dios ni tener dominio propio ni pelear en contra de Satanás, debido a que todas estas cosas requieren la acción del espíritu.
Lo más importante que un creyente debe saber es que tiene un espíritu, además del intelecto, el conocimiento y la imaginación, los cuales se hallan en la mente; los sentimientos, el amor y los deseos, los cuales se hallan en su parte emotiva; y las ideas, opiniones y determinaciones, que se encuentran en la voluntad. El espíritu es más profundo que la mente, la parte emotiva y voluntad. El creyente debe saber que tiene un espíritu y también debe conocer el sentir del espíritu, su función, su poder y el principio sobre el cual actúa. Sólo así podrá el creyente andar según el espíritu, no según el alma carnal ni según el cuerpo.
El espíritu y el alma de una persona que no ha sido regenerada dan la impresión de estar vinculados, pues ella sólo conoce los sentimientos del alma, que son fuertes y poderosos, e ignora la existencia del espíritu, el cual está muerto y retraído. Esta ignorancia comenzó cuando era un pecador, y continúa aun después de llegar a ser creyente. Aunque el creyente tiene vida en su espíritu, así como la experiencia de haber vencido “las cosas de la carne”, algunas veces anda según el espíritu, y otras, en el alma. No sabe lo que el espíritu exige ni cómo identificar lo que proviene del espíritu ni cómo nutrirlo; no conoce los sentimientos del espíritu ni el significado de lo que representan. Todo esto restringe la vida del espíritu, y permite que la vida natural del alma continúe actuando sobre este mismo principio. Esto es algo muy delicado y va más allá de la imaginación del creyente común. Algunos creyentes fielmente buscan experiencias espirituales más elevadas y profundas, pero después de experimentar la victoria sobre los pecados, no siguen adelante debido a que desconocen la función del espíritu. En lugar de eso, van en pos de “conocimiento espiritual y bíblico” que satisfaga sus mentes; procuran sentir la presencia del Señor, y una especie de fuego recorre sus miembros; se conducen y andan principalmente de acuerdo al poder de su propia voluntad. Como resultado, el creyente se engaña, dando exagerado énfasis a sus propias experiencias (anímicas), y llega a considerarse un gigante espiritual. Esto cultiva la vida de su yo (su alma). Por un lado, él piensa que su experiencia es espiritualmente sólida, y que lo preservará en la senda espiritual. Los hijos de Dios deben humillarse delante de Dios y sujetarse al Espíritu Santo y a las enseñanzas bíblicas, y gradualmente examinar la función y la obra del espíritu, a fin de andar conforme al espíritu.
LA REGENERACIÓN DEL HOMBRE (COMPÁRESE CON EL CAPÍTULO CUATRO DE LA PRIMERA SECCIÓN).
¿Por qué necesita el pecador ser regenerado? ¿Por qué debe nacer de lo alto y ser regenerado por el espíritu? Porque el hombre es un espíritu caído, y como tal necesita que su espíritu sea regenerado para recibir un espíritu nuevo. Satanás es un espíritu caído y el hombre también es un espíritu caído, con la diferencia de que el hombre tiene un cuerpo. La caída de Satanás sucedió antes que la del hombre. Al conocer la caída de Satanás podemos conocer la nuestra. Satanás es un espíritu que fue creado por Dios para tener comunión directa con Dios. Sin embargo, él cayó y se convirtió en el líder de las tinieblas, y además se separó de Dios y de todas Sus virtudes. No obstante, Satanás no dejó de existir por haber caído; solamente perdió su relación normal con Dios. De igual manera, el hombre cayó en las tinieblas y se separó de Dios, pero el espíritu del hombre subsiste. Ahora, su espíritu está separado de Dios y no puede tener comunión con El ni reinar con El. Desde el punto de vista espiritual, el espíritu del hombre está muerto. Así como el espíritu del arcángel pecaminoso existe eternamente, asimismo sucede con el espíritu pecaminoso del hombre. Sin embargo, el hombre tiene un cuerpo, el cual llegó a ser carne por la caída (Genesis. 6:3). Ninguna religión, ética, cultura ni ley de este mundo puede mejorar el espíritu humano caído. Debido a que el hombre es carne, nada puede convertirlo en espíritu; sólo la regeneración del espíritu puede hacerlo. Unicamente el Hijo de Dios, quien derramó Su sangre para limpiarnos de nuestro pecado y darnos una vida nueva, puede volvernos a Dios.
Cuando un pecador cree en el Señor Jesús, es regenerado, o sea que Dios le da Su vida increada, para vivificar su espíritu. La regeneración de un pecador se produce en el espíritu. Toda la obra de Dios comienza dentro del hombre y se extiende del centro a la circunferencia, mientras que Satanás obra de afuera hacia adentro. El propósito de Dios es, primeramente, darle vida al espíritu entenebrecido del hombre, y es precisamente ahí donde éste debe recibir la vida de Dios y tener comunión con El. Esto hace que el hombre sea regenerado. A partir de allí, actúa y se extiende al alma y al cuerpo del hombre.
Por la regeneración el hombre recibe un espíritu nuevo, y además hace que su espíritu viejo resucite. En cuanto a la regeneración, Ezequiel 36:26 dice: “Pondré espíritu nuevo dentro de vosotros”. Juan 3:6 dice: “Lo que es nacido de la carne, carne es; y lo que es nacido del Espíritu, espíritu es”. El espíritu mencionado en estos dos pasajes se refiere a la vida de Dios, ya que éste no es el espíritu que teníamos originalmente, sino el que Dios nos da cuando somos regenerados. Esta nueva vida es “divina” (2 Pedro. 1:4) y “no puede pecar” (1 Juan. 3:9). El espíritu que el hombre tenía originalmente, aun después de ser vivificado, puede contaminarse (2 Corintios. 7:1) y necesita ser santificado (1 Tesalonicenses. 5:23).
Cuando la vida de Dios (la cual también es llamada el “Espíritu”) entra en nuestro espíritu humano, lo vivifica, ya que éste se encontraba en una especie de estupor. Anteriormente nuestro espíritu era ajeno a la vida de Dios (Efesios. 4:18), pero fue vivificado. Por lo tanto, “aunque el cuerpo está muerto a causa del pecado, el espíritu es vida a causa de la justicia” (Romanos. 8:10). Lo que perdimos en Adán fue el espíritu, ya que murió; y lo que recibimos en la regeneración es la vivificación de este espíritu muerto. Sin embargo, no solamente obtenemos lo que habíamos perdido en Adán, sino que además recibimos un nuevo espíritu con la vida de Dios, la cual Adán nunca poseyó.
Por consiguiente, entendemos cuán inútil es querer mejorarnos a nosotros mismos, o exhortar a hacer el bien, a ser avivados o arrepentirnos. No importa lo que el hombre haga, no puede vivificar su espíritu, ni puede recibir un “espíritu nuevo”. Aunque el hombre pueda mejorar, lo que está muerto, está muerto; y aunque pueda reparar muchas cosas, lo que es viejo sigue siendo viejo. Si el hombre no recibe de lo alto una vida nueva, no importa cuán diligente sea para estudiar religión o para practicar la moral, no podrá hacer que su espíritu viva y sea nuevo. Unicamente el nuevo Espíritu de Dios puede vivificar el viejo espíritu del hombre. Quienes desean que su espíritu sea vivificado pero no reciben al nuevo Espíritu de vida de Dios, permanecerán muertos. Un hombre que no sea regenerado no tiene relación alguna con Cristo (Romanos. 8:9); por lo tanto, todo creyente debe preguntarse si ya fue regenerado. Sólo los que reciben la vida excelente de Dios son hijos Suyos. Uno no puede ser hijo de Dios si no ha nacido de Él.
En la Biblia a la vida de Dios, a menudo se le llama “la vida eterna”. Esta vida es zoe en el idioma original, y se refiere a la vida más elevada, la vida espiritual. Todo aquel que cree en el Señor Jesús es regenerado y recibe vida eterna al instante. ¿Cuál es la función de la vida eterna? “Y ésta es la vida eterna: que te conozcan a Ti, el único Dios verdadero, y a quien has enviado, Jesucristo” (Juan. 17:3). Así que, la vida eterna no es solamente una bendición que viene después para que los creyentes disfruten, sino que también es una facultad espiritual. Sin la vida eterna no conocemos a Dios, ni podemos conocer al Señor Jesús. Después de que el hombre recibe la vida de Dios, él conoce al Señor por medio de la intuición. Esta pequeña parte de la vida de Dios dentro del hombre se desarrolla con el tiempo y crece hasta ser un hombre espiritual.
Después de regenerar al hombre, el propósito de Dios es que muchos, por medio de Su Espíritu, puedan deshacerse de todo lo que pertenece a la antigua creación; la obra de Dios en el hombre también se lleva a cabo en el espíritu.
EL ESPÍRITU SANTO Y LA REGENERACIÓN.
Cuando el hombre es regenerado, su espíritu recibe la vida de Dios y llega a ser vivificado. Es el Espíritu Santo quien activamente lleva a cabo esta obra. El convence al hombre de pecado, de justicia y de juicio, y prepara el corazón del hombre para que esté dispuesto a creer en el Señor Jesús como Salvador. La obra de la cruz es llevada a cabo mediante el Señor Jesús pero, el Espíritu Santo la aplica al pecador. Debemos entender la relación que existe entre la cruz de Cristo y la obra del Espíritu Santo. La cruz ya lo logró todo, pero el Espíritu Santo lleva a cabo en el hombre lo que la cruz logró. La cruz da al hombre la debida posición y produce “hechos”, mientras que el Espíritu Santo guía al hombre a experimentar lo que le corresponde por estar en dicha posición. La cruz efectúa la salvación y pone al pecador en una posición en la que puede ser salvo; la obra del Espíritu Santo revela al pecador lo que la cruz produjo para que él pueda recibirlo. El Espíritu Santo no obra solo; sino por medio de la cruz. Sin ésta El Espíritu Santo no tiene una base sobre la cual obrar, y la obra de la cruz quedaría anulada, ya que para el hombre todavía no es un hecho, aunque para Dios ya lo es.
Aunque la salvación es llevada a cabo por medio de la cruz, es el Espíritu Santo quien opera directamente para hacer que las personas lo reciban. Por eso, la Biblia dice que nuestra regeneración es obra del Espíritu Santo. “Lo que es nacido del Espíritu, espíritu es” (Juan. 3:6). En el versículo 8, el Señor Jesús dijo de nuevo que la regeneración consiste en ser “nacido del Espíritu”. El Espíritu Santo aplica la obra de la cruz al creyente e imparte la vida de Dios a su espíritu; es así como el creyente es regenerado. El Espíritu Santo comunica la vida de Dios, y nosotros “vivimos por el Espíritu” (Gálatas. 5:25). Si un hombre solamente entiende en su mente, pero el Espíritu Santo no está presente para regenerarlo en su espíritu, su entendimiento no lo podrá ayudar. Si lo que el hombre cree no es más que sabiduría humana y no el poder de Dios, sólo será estimulado en el alma, lo cual no perdura, ya que no ha sido regenerado. Solamente aquellos que creen de corazón (Romanos. 10:10) pueden ser salvos y recibir la regeneración.
Además de capacitar a los creyentes para que reciban la vida al momento de ser regenerados, el Espíritu Santo tiene una obra adicional. Desde el punto de vista de la regeneración, El mora en los creyentes. ¡Qué lamentable es que el hombre continuamente se olvide de esto! Ezequiel 36. nos dice que el creyente recibe un nuevo espíritu y también al Espíritu Santo.
“Os daré un corazón nuevo, y pondré espíritu nuevo dentro de vosotros; y pondré dentro de vosotros Mi Espíritu” (versiculos. 26 al 27).
“Pondré espíritu nuevo dentro de vosotros”. Esto significa que el espíritu del hombre será renovado, y recibirá vida. Y luego añade: “Y pondré dentro de vosotros Mi Espíritu”, lo cual indica que el Espíritu Santo desea morar en nuestro espíritu renovado. El creyente, en el momento de la regeneración, no sólo recibe un nuevo espíritu, sino que también recibe al Espíritu Santo (una persona), quien ahora mora en él. Desafortunadamente, así como el creyente no comprende que el espíritu que recibió es nuevo, tampoco comprende que cuando lo recibe, también recibe al Espíritu Santo. El creyente no recibe al Espíritu Santo debido a algún avivamiento que haya experimentado después de algunos años de haber sido regenerado, puesto que el día que fue regenerado, la totalidad de la persona del Espíritu comenzó a habitar en él, no solamente lo visitó. El apóstol dijo: “Y no contristéis al Espíritu Santo de Dios, en el cual fuisteis sellados para el día de la redención” (Efesios. 4:30). Debido a que el Espíritu Santo está lleno de amor, se utiliza la expresión “contristéis” en lugar de “provoquéis a ira”. Tampoco dice “no abandonéis”, ya que El “permanece con vosotros, y estará en vosotros” (Juan. 14:17), “hasta el día de la redención”. El Espíritu Santo mora permanentemente en todo creyente regenerado. Sin embargo, la condición del Espíritu Santo en cada creyente, varía; puede estar contristado o gozoso.
Debemos entender la relación que existe entre la regeneración y el Espíritu Santo que habita en el creyente. Si no tenemos un espíritu nuevo, el Espíritu Santo no tiene donde morar. La paloma no encontró lugar donde posarse en el mundo juzgado. No pudo morar allí hasta que la nueva creación emergió (véase Genesis. 8). La regeneración es absolutamente necesaria porque sin ella el Espíritu Santo no puede morar en los creyentes. En la regeneración, el creyente recibe un espíritu nuevo y, al mismo tiempo, recibe al Espíritu Santo para que habite en él para siempre. Ya que el nuevo espíritu y Dios, quien lo engendró, son eternamente inseparables, cuando el Espíritu Santo habita en él, habita por la eternidad.
No es común que los creyentes comprendan que ya fueron regenerados y que poseen una nueva vida. Y es aun más escaso que comprendan que tan pronto creen en el Señor Jesús, el Espíritu Santo comienza a morar en ellos para ser su guía, su poder vital, y el Señor de todas las cosas. Muchos creyentes que acaban de nacer de nuevo son muy lentos para progresar y crecer, debido a la necedad de sus líderes, o a su propia incredulidad e infidelidad. A menos que los siervos del Señor abandonen esa idea de que el Espíritu Santo solamente mora en los creyentes que son espirituales, les será difícil guiar a otros a una posición espiritual.
La obra del Espíritu Santo al regenerarnos tiene como fin convencernos de nuestros pecados y guiarnos al arrepentimiento para que podamos creer en el Salvador y conocerle; así que, El nos da una naturaleza nueva. Este es el cumplimiento de la promesa que hizo Dios de que pondría un espíritu nuevo en nosotros. Pero esta promesa no termina aquí. La segunda mitad de la promesa es tan maravillosa como la primera mitad. La promesa de que el Espíritu Santo moraría en nosotros, viene inmediatamente después de la promesa de que recibiríamos un espíritu nuevo. La obra del Espíritu Santo, que hace que los creyentes reconozcan el pecado, crean en el Señor y reciban la vida, es sólo Su obra inicial, la cual prepara el terreno para poder morar en ellos. El hecho de que el Espíritu Santo more en los creyentes para manifestar al Padre y al Hijo es una gloria especial en la era de la gracia. Dios ya les dio Su Espíritu a Sus hijos. Ahora les corresponde a ellos dar testimonio mediante la fe y obedecer fielmente. El día de la resurrección y el día de Pentecostés ya sucedieron; ya descendió el Espíritu Santo; si un creyente únicamente conoce la obra de regeneración del Espíritu Santo, pero ignora la realidad de que el Espíritu Santo mora en él, será igual que cualquier persona del Antiguo Testamento. Ciertamente, muchos creyentes están viviendo en los días previos a la resurrección y al día de Pentecostés.
Aun si un creyente es tan necio que en su experiencia nunca va más allá de la primera mitad de la promesa de Dios y no se da cuenta de que el Espíritu Santo es una persona que mora en él, el hecho irrefutable seguirá vigente de todos modos. El es regenerado, y es un templo santo apto para ser la morada del Espíritu Santo. Si recurre con fe a la segunda mitad de la promesa de Dios, ésta se cumplirá de una manera tan gloriosa como la primera mitad de Su promesa. Si un creyente solamente presta atención a la regeneración y se conforma con recibir un espíritu nuevo, no experimentará el poder ni el gozo de la vida a la que tiene derecho. Si un creyente no conoce ni entiende el misterio y la obra del Espíritu Santo que mora en él, es difícil que reciba todas las bendiciones que Dios preparó para él en el Señor Jesús. Si está dispuesto a recibir la promesa de Dios con fe, dando por hecho que en la regeneración Dios no sólo le dio una vida nueva, sino también al Espíritu Santo, como una persona que mora en su espíritu para ser su Señor, entonces su vida tendrá un gran avance en la senda divina.
Si un hijo de Dios cree y está dispuesto a ser fiel el día que su espíritu es renovado, tendrá la experiencia de que el Espíritu Santo mora en él. Después de que el creyente es regenerado, el Espíritu Santo mora en él para guiarlo a una condición espiritual donde manifieste a Cristo, y donde le enseñará y le santificará. Sin embargo, muy a menudo el creyente ni siquiera conoce la posición del Espíritu Santo, no le da importancia al hecho de que habite en él, y anda según su propia voluntad. A la luz de esto, el creyente debe humillarse, honrar Su presencia santa, y permitirle obrar, temblando con temor, amor y respeto delante de El, sin atreverse a actuar por sí mismo, reconociendo el gran privilegio de que Dios more en él. Si deseamos permanecer en Cristo y tener una vida santa como la de El, debemos utilizar nuestra fe para recibir la provisión de Dios, ya que el Espíritu Santo está en nuestro espíritu. El problema es si le permitiremos obrar desde nuestro espíritu.
EL ESPÍRITU SANTO Y EL ESPÍRITU HUMANO.
Ya que vimos que el Espíritu Santo mora en los creyentes desde el día en que son regenerados, examinaremos ahora con más detalle dónde mora el Espíritu Santo, para poder entender Su obra en nosotros.
Debemos recordar que el verdadero significado de la regeneración no es un cambio externo ni un estímulo del alma ni del cuerpo, sino que el espíritu recibe vida. La regeneración es algo nuevo que sucede en el espíritu humano. Es el avivamiento del espíritu que estaba sumido en la muerte. El espíritu amortecido es avivado porque recibe una vida nueva. Pero lo más importante es que cuando recibimos un espíritu nuevo, también recibimos al Espíritu Santo, el cual viene a morar en nosotros. En Ezequiel 36:26 al 27. la expresión “pondré dentro de vosotros” se menciona dos veces, e indica que el Espíritu Santo mora en el espíritu humano.
Dijimos que nuestro ser es semejante al templo santo. “¿No sabéis que sois templo de Dios, y que el Espíritu de Dios mora en vosotros?” (1 Corintios. 3:16). Lo que el apóstol dice es que los creyentes son el templo de Dios, y por eso la morada del Espíritu Santo en ellos es semejante a lo que se menciona en el Antiguo Testamento, cuando Dios moraba en el templo santo. Aunque el templo en su totalidad denota la presencia de Dios y es el lugar donde El habita, Su verdadera morada era el Lugar Santísimo. El Lugar Santo y el atrio eran solamente donde Dios obraba según Su presencia en el Lugar Santísimo. Nuestro espíritu es representado por el Lugar Santísimo. De acuerdo a este ejemplo, es claro que el Espíritu Santo mora en nuestro espíritu.
La naturaleza del que mora y de la morada es la misma. Después de la regeneración del hombre, solamente el espíritu regenerado del hombre es apto para ser la morada del Espíritu Santo, no su mente, ni el asiento de sus emociones, ni su voluntad, ni su cuerpo. El es el que edifica y también el que mora. El no puede morar antes de edificar, así que edifica porque quiere tener donde morar; únicamente puede morar en lo que El ha edificado.
Como ya mencionamos, el ungüento santo no podía ser derramado sobre la carne del hombre. También mencionamos que en la Biblia, todo lo que pertenece al hombre antes de su regeneración, sin importar cual parte de su ser sea, es llamado “carne”. Por lo tanto, el Espíritu Santo no podía morar en el hombre. Esto también indica que el Espíritu Santo no puede morar en la mente, ni en la parte emotiva, ni en la voluntad, ni en el cuerpo del hombre. Ni siquiera puede morar en el espíritu de un hombre que no haya sido regenerado. Al igual que el ungüento santo, que no podía ser derramado sobre la carne, el Espíritu Santo no puede morar en la “carne”, pues El lucha contra la carne (Gálatas. 5:17); ésa es la única relación que tiene con la carne. Por lo tanto, si no existe en el hombre algo diferente a la carne, es imposible que el Espíritu Santo more en él. Por eso es tan importante la regeneración del espíritu.
Es muy importante el hecho de que el Espíritu Santo more en el espíritu del hombre. Si un creyente no sabe que el Espíritu Santo mora en la parte más profunda de su ser, más allá de su mente, su parte emotiva y voluntad, él esperará que el Espíritu Santo lo guíe desde su mente, desde sus emociones o desde su voluntad. Si entendemos esto, sabremos que estábamos engañados procurando ser dirigidos externamente, fuera del espíritu, en nuestra alma, o en nuestro cuerpo. De hecho, el Espíritu Santo mora en lo más profundo de nuestro ser. Por lo tanto, se espera que actúe allí; solamente allí encontraremos Su guía. Nuestra oración se dirige al “Padre celestial”, pero debemos saber que El está en nosotros guiándonos. Nuestro Consolador está en nuestro espíritu. Así que Su dirección también proviene de allí. Si buscamos una señal por medio de un sueño, una visión, una voz o un sentimiento fuera de nuestro espíritu, seremos engañados.
Muchos creyentes escudriñan sus propios pensamientos, sentimientos y opiniones, para ver si tienen paz, o cuánta gracia han recibido, o cuánto han progresado. Esto no es fe, y es muy peligroso, pues hace que el creyente aparte sus ojos de Cristo y se mire a sí mismo. Pero existe otra clase de búsqueda interior que es muy diferente a ésta. El mayor acto de fe es buscar la guía del Espíritu Santo, el cual habita en nuestro espíritu. Ni la mente, ni la parte afectiva ni la voluntad del creyente pueden percibir las cosas que están dentro de él mismo; sin embargo, aun en la más densa oscuridad, él debe creer que Dios le dio un espíritu nuevo, en el cual mora el Espíritu Santo. El hombre creía en el Dios que habitaba detrás del velo y le temía, aunque no lo veía; asimismo el Espíritu Santo que mora en el espíritu del hombre tampoco puede ser visto por su alma ni por su cuerpo.
Después de ver esto, sabemos qué es la verdadera vida espiritual. No es pensamientos ni visiones; tampoco es sensaciones de gozo ni felicidad, ni estremecimientos repentinos ni contacto con fuerzas exteriores, sino que esta vida procede del Espíritu que habita en lo más recóndito del hombre. La verdadera vida espiritual es más profunda que la mente, las emociones y las sensaciones del cuerpo, pues se encuentra en lo más profundo del hombre. Andar conforme al espíritu equivale a conocer el sentir interior del espíritu que habita en lo mas hondo de nuestro ser y seguirlo. No importa cuán maravillosas sean las experiencias que se tengan en el intelecto, en las emociones o en la voluntad, si son superficiales y no pasan de los sentimientos, entonces no son del espíritu. Sólo el efecto producido por la obra del Espíritu Santo en el espíritu del hombre puede considerarse una experiencia espiritual. Cualquier otra cosa es sólo pensamientos y sentimientos. La vida espiritual necesita fe.
En Romanos 8:16 dice: “El Espíritu mismo da testimonio juntamente con nuestro espíritu” (no nuestro corazón ni nuestra alma), “de que somos hijos de Dios”. El espíritu del hombre es la parte en la cual él puede obrar juntamente con el Espíritu Santo. ¿Cómo sabemos qué fuimos salvos y qué somos hijos de Dios? Lo sabemos porque nuestro espíritu fue vivificado y porque en él habita el Espíritu Santo. Nuestro espíritu fue regenerado y renovado, y en él habita el Espíritu Santo, quien es distinto a nuestro espíritu. El da testimonio en nuestro interior juntamente con nuestro espíritu.
APÉNDICE.
En la versión oficial de la Biblia en chino es difícil distinguir cuándo la palabra espíritu se refiere al Espíritu Santo y cuándo se refiere al espíritu humano. Quienes hicieron esta traducción de la Biblia utilizaron la expresión Espíritu Santo siempre que el texto original tuviera la palabra espíritu sola, pues supusieron que el texto se refería al Espíritu Santo, así que agregaron Santo para indicar que ésta hacía referencia al Espíritu de Dios.
Toda la Biblia, palabra por palabra y oración por oración, es inspirada por Dios. ¿Por qué Dios, en varias ocasiones, no dice Espíritu Santo sino espíritu? Dios en muchas ocasiones claramente alude al Espíritu Santo. Pero ¿por qué en algunas ocasiones sólo se usa la palabra Espíritu? Para estos traductores, cuando esto ocurre también debe de referirse al Espíritu Santo. En muchas ocasiones donde sólo se hace mención del Espíritu, se sobreentiende que se alude al Espíritu Santo, como por ejemplo en el Espíritu de Cristo, el Espíritu de Dios. Pero en muchos versículos cuando el espíritu se menciona solo, ¿a qué se refiere exactamente?
En 1913 en una revista mensual que se especializaba en estudios bíblicos se publicaron seis mensajes dados por un señor de apellido Fullest, referentes al Espíritu Santo. Todos ellos se basaban en el texto original. Cuando habló del vocablo Espíritu, explicó las muchas maneras en que esta palabra había sido usada en la Biblia, e hizo notar el error de atribuir la palabra espíritu exclusivamente al Espíritu Santo, sin tomar en cuenta el contexto. Dijo que es maravilloso que el conocimiento parece no ser muy útil con respecto a éste gran tema, ya que no se sabe con certeza si la palabra debe escribirse con mayúscula o con minúscula cuando el Espíritu Santo redactó el Nuevo Testamento. Por lo tanto, en la Biblia en español, el uso de mayúscula para la palabra Espíritu es la interpretación de los traductores. Los expertos en el Nuevo Testamento sostienen diferentes posiciones con respecto a los casos en que espíritu se debe escribir con mayúscula y cuándo con minúscula.
La palabra Espíritu, con mayúscula, se refiere al Espíritu Santo, y espíritu, con minúscula, se refiere a un espíritu que no sea el Espíritu Santo, como por ejemplo, el espíritu del hombre. ¿Queda claro entonces? En el texto original, cuando se usa el vocablo espíritu, no se sabe a ciencia cierta si se refiere al Espíritu Santo o al espíritu humano. No es fácil determinar la diferencia. Necesitamos leer el contexto con detenimiento para determinar si en el idioma original se hace alusión al Espíritu Santo o no.
Sin embargo, para nuestra necesidad presente, podemos decir que la palabra santo, que aparece antes de la palabra espíritu, en algunos casos en el Nuevo Testamento, es realmente la interpretación del traductor [y lo mismo se puede decir de los casos en que Espíritu aparezca con mayúscula]. Al llegar a cada caso, descubriremos que por lo menos algunas veces se refiere al espíritu humano.
Al examinar lo anterior, concluimos que el Espíritu Santo y el espíritu regenerado de los creyentes tienen una relación bastante difícil de separar. Debido a que el Espíritu Santo actúa en el espíritu del hombre con el propósito de controlar todo su ser, en algunos lugares de la Biblia, el Espíritu Santo y el espíritu humano se mencionan como si fueran uno solo. El espíritu de la persona debe dominar todo su ser; sin embargo, no solamente su espíritu solo, sino el espíritu habitado por el Espíritu Santo. Sólo el espíritu del hombre puede laborar juntamente con el Espíritu Santo, y es allí donde el Espíritu Santo puede obrar.